domingo, 11 de agosto de 2019

Hola Papi

La vida de mis parientes cercanos siempre ha sido muy rica en actividades y aventuras emocionantes. Aquellas historias que nos contaba a mis primos y a mí nos fascinaban y nos podían dejar enganchados varias horas escuchándolas una y otra vez; hasta hacíamos teorías y jugábamos a formar parte de ellas. Sin embargo, un día la persona más vieja de la familia contó una historia totalmente diferente a cualquiera que hubiéramos escuchado, no se parecía en nada a las demás, era muy oscura en comparación. Todavía en estos días sigue teniendo repercusiones en mí, así como tuvo cuando yo era un niño. Él nos contó la historia en primera persona, pues la había vivido, esto fue lo que dijo:

"Eran las doce de la noche. En aquel entonces no habían luces por estas partes del país y yo estaba regresando a casa de jugar poker con amigo. Como ya estaba acostumbrado a la oscuridad de aquella zona, no me daba miedo andar por allí. Me sabía el camino de memoria y no necesitaba luces para guiarme. Aún así, rara vez me quedaba hasta esa hora de la noche en la casa de mi amigo, pero esta vez la avaricia me había ganado. Iba caminando en mitad de la noche, solo y con una linterna de un no muy fuerte fulgor.

De repente escuché el llanto de un bebe justamente por donde yo iba caminando, revisé a los alrededores pero no encontré nada, solamente una pequeña varilla de metal. Pensé que sólo era mi imaginación, lo ignoré y seguí caminando. A medida que avanzaba, me iba topando con más varillas en mi andar, era algo bastante raro y curioso, es decir, ¿quién las habría tirado?. De la nada, en el mismo vacío de la noche, escuché una voz proveniente de las sombras, algo así como una niña.

-Hola papito...- Pronunció aquella "niña", si así se le podía llamar. 

Me sorprendí bastante, y al haberme tomado por sorpresa hasta me asustó. Sin embargo, no era nada que yo no pudiera manejar, o al menos eso creía.

-Papito te voy a comer, has de saber delicioso...

Esas palabras hicieron que me alarmara, pero mi confianza no se iba, seguramente era una niña estúpida jugándome una broma.

-No tengo tiempo para juegos- Le dije.

-No estoy aquí para jugar- Contestó para luego salir de entre las sombras, mostrando su deforme rostro con dientes puntiagudos.

Su monstruoso rostro me espantó, rápidamente me di la vuelta y salí corriendo. No me persiguió, pero juraría haber escuchado su llanto desesperado y sus gritos de ira al ver que su presa escapaba.

Solamente recuerdo su cara negra de malicia y sus dientes blancos con manchas rojas mezclados con unos ojos tan rojos como las mismísimas llamas del infierno.

"Nunca tomé el mismo camino, pero otros viajeros aseguran haber escuchado llantos no de uno si no de varios niños aclamando por su papito..."

Esa historia que mi abuelo nos contó, aún sigue resonando en mi cabeza. No sé si algún día vaya a encontrarme con aquella niña, pero mientras tanto, me aseguraré de nunca tomar ese sendero.



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Las ratas del cementerio - Henry Kuttner

Título original: The Graveyard Rats.
Año de publicación: 1936
Autor: Henry Kuttner.

Las ratas del cementerio

El viejo Masson, quien custodiaba uno de los cementerios de mayor antigüedad en Salem, sostenía una lucha constante con las ratas. Generaciones antes, había llegado al cementerio una colonia de ratas desde los muelles. Y cuando Masson ocupó su cargo, luego de que el guardián anterior desapareciese inexplicablemente, tomó la decisión de exterminarlas. Al inicio esparcía veneno y trampas alrededor de sus madrigueras; después, trató de aniquilarlas a tiros, más todo fue en vano. Las ratas continuaban en el lugar.

Sus hambrientas hordas se extendían, invadiendo el cementerio. Eran enormes, incluso para ser de la especie mus decumanus, de la cual se sabe, llega a medir hasta treinta y cinco centímetros sin incluir la cola, gris y pelada. Masson se había topado con varias del tamaño de un gato y, cada vez que los sepultureros encontraban otra madriguera, asombrados confirmaban que entre aquellas cavernas putrefactas cabía a la perfección el cuerpo de un ser humano. Aparentemente, los barcos que solían atracar en los decadentes muelles de Salem durante el pasado, debían haber transportado cargamentos demasiado insólitos.

En ocasiones, Masson se quedaba impactado por las descomunales proporciones que tenían estos nidos. Lo hacían acordarse de cuentos fantásticos que había escuchado al llegar al viejo y encantado pueblo de Salem. Eran cuentos que advertían de una vida embrionaria que sobrevivía a la muerta, ocultándose en rincones ignorados bajo tierra. Atrás habían quedado los tiempos en los que Cotton Mather aniquilaba a los cultos oscuros y las ceremonias orgiásticas que se ofrecían a Hécate y a la espeluznante Magna Mater. No obstante, aun prevalecían de pie las casonas macabras con tus áticos retorcidos, de fachadas caídas y carcomidas, en cuyos sótanos, de acuerdo con los rumores, todavía habitaban secretos abominables y ritos en contra de la ley y la lógica. Mientras agitaban sus cabellos blancos, los ancianos juraban que, en los panteones ancestrales de Salem, vivían bajo el suelo cosas que eran mucho peores que las ratas y los gusanos.

Los roedores provocaban en Masson tanta repulsión como respeto. Estaba consciente del peligro que encerraban sus dientes afilados y relucientes. Más no entendía el pavor que las casas abandonadas e invadidas por las ratas, despertaban en los viejos. Había oído rumores acerca de criaturas horribles que habitaban en las profundidades y que, gracias al poder que poseían sobre las ratas, habían formado grandes ejércitos.

De acuerdo con lo que decían los ancianos, las ratas llevaban un mensaje entre nuestro mundo y esas cuevas de las profundidades. Todavía se hablaba sobre cadáveres robados de sus tumbas para preparar banquetes bajo tierra. El cuento del flautista de Hamelin era en realidad una leyenda, que de modo metafórico, encubría algo horrible y pagano; según ellos, los infiernos más oscuros habían expulsado seres repugnantes de sus entrañas, que jamás habían nacido.

Masson ignoraba todas estas habladurías. siempre se apartaba de los vecinos y, en realidad, se esforzaba porque nadie descubriera el problema de las ratas. Pues de haberse conocido sin duda habrían llevado a cabo investigaciones, y abierto muchos sepulcros. Entonces encontrarían los féretros agujereados y los huecos por los que culpaban a las ratas. Pero además encontrarían algunos cadáveres con partes faltantes, poniendo a Masson en una situación delicada.

Los dientes postizos solían fabricarse con oro y no se extraían al morir. La ropa, obviamente, es distinta, ya que le funeraria solía brindar un simple traje de paño, por lo cual puede reconocerse a pesar del tiempo. El oro no.

Masson también hacía negocios con ciertos estudiantes de medicina y médicos sin moral, que requerían cuerpos sin importar de donde vinieran. Hasta entonces se las había ingeniado para evitar que investigaran. Negaba rotundamente la presencia de las ratas, incluso cuando ellas le habían quitado su botín. No le interesaba lo que ocurriera con los cadáveres tras robarles, pero las ratas los arrastraban completos por una abertura que ellas mismas abrían en el ataúd. El tamaño de dichos orificios era impactante.

Lo más curioso era como los roedores perforaban las cajas por alguno de los extremos, nunca en los costados. Como si actuaran bajo los órdenes de algo más inteligente.

En aquel instante se hallaba delante de una tumba abierta. Apenas había retirado los últimos restos de tierra, añadiéndolos al montículo al lado de sus pies. Una llovizna helada y constante no había parado de caer hacía semanas, transformando el cementerio en un lodazal, en el que las lápidas nadaban como piedras irregulares. Las ratas habían regresado a sus nidos, no había quedado una sola. Empero, la cara huesuda de Masson mostraba preocupación. Acababa de levantar la tapa de un féretro de roble. Lo habían sepultado días atrás, sin que él se animara a desenterrarlo antes. Sus parientes aun acudían a llorarlo, sin importar que lloviera. Pero siendo tan tarde y de noche, era improbable que llegaran, sin importar que tan grande fuera su dolor.

Con este pensamiento, Masson se tranquilizó, incorporándose y abandonando su pala.

Desde el monte que albergaba el cementerio, las luces de Salem tintineaban entre la lluvia. Tomó la linterna y se agachó para comprobar los cierres del ataúd. Entonces se quedó paralizado. Había escuchado un murmullo frenético bajo sus pies, como si algo se revolviera bajo la tierra. Por un instante experimentó un miedo supersticioso, que no tardó en volverse cólera al entender lo que aquellos sonidos significaban. ¡Las ratas le habían ganado de nuevo!

Furioso, rompió los candados del féretro, metió la pala y haciendo palanca, logró levantar la tapa. Encendió su luz y la dirigió al interior. Estaba vacío. Masson notó como algo se movía con sigilo en la cabecera y la alumbró. Aquel rincón de la caja había sido agujereado y el hoyo se abría ante lo que parecía ser un pasadizo, por él vio desaparecer un pie rígido, envuelto en su respectivo zapato. Las ratas le habían ganado únicamente por unos minutos.

Se inclinó y tiró del zapato con fuerza. Al caer dentro del ataúd, la linterna se apagó con violencia. Sintió como el zapato se le escurría de las manos de golpe, bajo el eco de unos chillidos frenéticos y agudos. Masson tomó la linterna y la dirigió hacia el orificio.

Era muy grande. Debía ser así pues de otro modo, no habrían podido robar al muerto. Trató de imaginar el tamaño que tendrían esas ratas, si eran capaces de llevarse un cuerpo humano. Le alivió saber que tenía su revólver cargado, a la mano.

Si hubiera sido el cuerpo de una persona cualquiera, Masson se lo habría dejado a esas alimañas antes de entrar por ese claustrofóbico túnel; no obstante, al pensar en el costoso alfiler de corbata, con una perla auténtica, y en los gemelos de sus muñecas. No lo pensó. Se colocó la linterna en el cinturón y avanzó por la madriguera. Era muy angosta. Delante de él veía como las suelas de los zapatos se alejaban en dirección el fondo de la galería. Intentó seguirlas lo más rápido que le fue posible, pero en instantes se sentía incapaz de seguir, oprimido por las paredes subterráneas.

El hedor del cuerpo había impregnado el aire, impidiéndole respirar. Fue ahí cuando se dijo que, si no lograba alcanzarlo, volvería. El terror sacudía su imaginación pero la codicia lo impulsaba a seguir adelante. Así que siguió, pasando de largo por otros túneles. Los muros del pasadizo estaban pegajosos y húmedos. en un par de ocasiones escuchó como la tierra se desprendía tras él, haciéndole mirar sobre el hombre. No pudo ver nada hasta que alzó la linterna. El lodo había obstruido el pasaje casi por completo.

La peligrosa situación hizo latir su corazón con fuerza, revelándole una verdad espantosa. No quería pensar en un hundimiento. Optó por dejar de lado su objetivo, aun cuando casi alcanzaba el cuerpo y a los temibles seres que lo transportaban.

Sin embargo había otro detalle, uno en el que no había pensado: la madriguera era demasiado angosta como para que pudiera darse vuelta.

Sintió pánico y entonces se acordó del túnel lateral por el que acababa de pasar, retrocediendo con dificultad hasta ahí. Metió las piernas y consiguió darse vuelta. Se arrastró con desesperación a la salida, ignorando el dolor de sus rodillas. Entonces sintió una punzada en su pierna. Unos dientes afilados traspasaban su carne. Pataleó con frenesí para escapar de sus atacantes y escuchó un chillido intenso, seguido por el murmullo apresurado se patas que emprendían la huida.

Dirigió la linterna hacia atrás y se estremeció de terror: varias ratas lo observaban con atención, sos ojos malévolos relucían ante la luz. Estaban deformes y eran del tamaño de gatos. Tras ellas, una silueta oscura se desvaneció en la penumbra, pero eso no le impidió sentir miedo ante sus descomunales proporciones. La luz detuvo a los roedores por un instante, antes de que volvieran a acercarse con cautela, con los dientes pintados de escarlata.

Masson sacó su pistola con dificultad y apuntó. No se encontraba en una buena posición. Tuvo cuidado de apuntar hacia las zonas húmedas del túnel para no lastimarse. El impacto lo ensordeció unos momentos. Luego, en cuanto el humo se disipó, verificó que las ratas no estaban. Guardó el arma y volvió a reptar con rapidez por el pasadizo. Más no tardó en volver a escuchar como las alimañas corrían, abalanzándose sobre él. Invadieron sus piernas, mordiendo y chillando con locura. Masson gritó al tiempo que cogía la pistola. No se disparó de milagro. Sin embargo, las ratas no retrocedieron tanto esta vez.

Él aprovechó para arrastrarse tan rápido como podía. preparado para abrir fuego ante el siguiente ataque. Escuchó el movimiento de sus patas e iluminó nuevamente con la linterna. Una gran rata grisácea se detuvo para mirarlo, moviendo sus bigotes y balanceando su repugnante cola, de lado a lado. Le disparó y se retiró corriendo.

Siguió reptando. Se había parado a descansar un segundo, al lado de la entrada de otro un túnel, cuando se percató de un bulto extraño bajo la tierra húmeda, a pocos pasos de él. Pensó que era un montículo que se había desprendido del techo, hasta que vio que se trataba de otro cuerpo humano. Una momia seca y arriada, que se movía hacia él.

Bajo la luz de la linterna, contempló su cara horrible a pocos centímetros de la suya. Era un rostro descarnado, el semblante de un cadáver que había estado enterrado largos años, reanimado por aquellas criaturas infernales. Sus ojos estaban hinchados y vidriosos, expresando su ceguera. Al encontrarse con Masson, el cuerpo emitió un gemido lastimero a través de sus labios podridos, que formaron una mueca hambrienta. A Masson se le heló la sangre. Cuando aquel cuerpo estaba por alcanzarlo, se introdujo a toda prisa por el túnel lateral.

Escuchó que arañaban la tierra bajo sus pies y el gruñido perplejo de la rata que lo seguía. Masson miró hacia atrás, gritó e intento escapar aterrorizado a través de la madriguera. Se arrastraba torpemente, mientras las piedras le abrían heridas en rodillas y manos. El lodo le cubría los ojos, más no se atrevió a parar un solo segundo. Siguió corriendo a gatas, gimiendo, rezando y dejando escapar maldiciones.

Las ratas chillaron victoriosas y se le fueron encima con miradas voraces. Masson por poco y se rindió ante sus dientes, pero una vez más consiguió liberarse de ellas. Lleno de pánico, se sacudió, gritó y disparó hasta quedarse sin municiones. Había ahuyentado a las ratas.

Entonces vio que se encontraba debajo de una gran piedra, que enclavada sobre el túnel, presionaba dolorosamente su espalda. Vio que se movía y tuvo una idea: ¡si lograba hacer caer, bloquearía el túnel!

La tierra estaba mojada. Se incorporó y empezó a remover el barro que sostenía la roca. Las ratas se acercaban, podía ver como brillaban sus ojos ante el destello de la linterna. Continuó cavando, desesperado. La piedra estaba cediendo. Le dio un tiró y la arrancó de sus cimientos. Las ratas estaban cerca… era el enorme roedor con el que se había topado antes. Gris, asqueroso, avanzaba exhibiendo sus dientes deformes. Masson volvió a tirar de la roca y sintió como resbalaba. Entonces volvió a arrastrarse por el túnel, mientras la piedra se derrumbaba a sus espaldas, provocando un inesperado chillido de agonía.

Algunos terrones húmedos le cubrieron las piernas. Más adelante, otro desprendimiento capturó sus pies, del cual logró salir con esfuerzo. ¡El túnel completo se estaba desplomando!

Jadeando con pavos, reptaba mientras la tierra caía. El pasadizo se fue haciendo más estrecho hasta llegar a un punto en el que no podía mover las manos ni las piernas para continuar. Masson se retorció igual que un gusano, hasta notar un trozo de raso debajo de sus dedos y toparse con algo que le impidió avanzar. Movió sus piernas y verificó que no se habían quedado atrapadas en la tierra. Se encontraba boca abajo. Al intentar erguirse, vio que el techo del túnel estaba por tocar su espalda. El terror lo inundó. Al escapar de aquella criatura ciega y horrible, se había metido en un túnel adyacente y sin saluda. ¡Estaba en un ataúd! ¡Un ataúd vacío, al que había accedido por el orificio que las ratas le habían hecho por el extremo!

Trató de colocarse boca arriba sin éxito. La tapa del féretro le obligaba a permanecer inmóvil. Inspiró e intentó empujarla. Era inútil y aun cuando consiguiera salir del ataúd, ¿cómo podría salir a través del metro y medio de tierra que lo cubría?

Casi no podía respirar. Sentía un calor asfixiante y el hedor era insoportable. En un arrebato de pánico, arañó el forro hasta desgarrarlo. Intentó inútilmente cavar con sus pies en la tierra que lo mantenía prisionero. Si pudiera cambiar su postura, podría cavar con sus uñas una abertura hacia el aire…

Una cruel agonía le penetró el corazón, sentía como el pulso se le escapaba por los globos oculares. Sentía su cabeza hinchada, como si le fuera a estallar. Y entonces escuchó los chillidos de triunfo de las ratas. Gritó, enloquecido, más no consiguió apartarlas esta vez. Por breves segundos se retorció con histeria dentro de su angosto encierro y entonces, se tranquilizó, exhausto por la falta de oxígeno.

Cerró sus párpados, sacó la lengua ennegrecida y se abandonó a la oscuridad de la muerte, mientras los chillidos dementes de las ratas resonaban en sus oídos.



Henry Kuttner

sábado, 10 de agosto de 2019

John Wayne Gacy

Nombre: John Wayne Gacy
Alias: Pogo el Payaso
Ciudad: Chicago, Illinois EEUU
Nacimiento: 17 Marzo 1942
Fallecimiento: 10 mayo 1994 (Inyección Letal)
Cantidad de Víctimas: 33
Última Frase: "Matarme no hará regresar a ninguna de las víctimas. ¡El Estado me está asesinando! ¡Bésenme el culo! ¡Nunca sabrán dónde están los otros!"
Referencias en la cultura popular: ESO (IT Stephen King), Twisty el Payaso (American Horror Story Freakshow)
Clasificación: Asesinos Seriales




Historia:

Pogo el Payaso fue un asesino en serie estadounidense que entre 1972 y 1978 violó y mató a 33 hombres jóvenes. Solía actuar como payaso en fiestas y cumpleaños infantiles. Después de su ejecución su cerebro fue extraído y entregado a un grupo de médicos especialistas en psiquiatría y neurología, pero no se detectó ninguna anormalidad que justificara su sociopatia.

John nació en una familia formada por sus padres John Stanley Gacy y Marion Elaine Gacy y sus dos hermanas con quienes tenia una excelente relación. Pero por otra parte, su padre abusaba a su familia y lo castigaba golpeándolo con un cinturón de cuero cada vez que llegaba ebrio a casa. Lejos de odiar a su abusivo padre, Gacy buscaba su aprobación y se esforzaba por hacer que él se sintiera orgulloso, pero no obtenía el trato afectivo que tanto buscaba por parte de su progenitor sino más bien insultos.

La infancia de John siempre estuvo marcada por la violencia, aunque su relación con sus hermanas y madre era muy buena el siempre se sintió acomplejado ya que era un niño obeso. A los 9 años fue abusado sexualmente por un amigo de la familia. Pasados 3 años sufrió un accidente un parque, donde se golpeó la cabeza con un columpio generándole un coágulo de sangre en el cerebro que no fue un problema hasta los 16 años cuando comenzó a tener desmayos. Lejos de tener una respuesta positiva de parte de su padre, la situación fue vista como un intento desesperado por dar lástima y conseguir atención, siendo acusado finalmente de estar fingiendo. Luego de comprobarse su situación médica comenzó la medicación para disolver el coágulo.

A los 20 años se mudó a Las Vegas aún sin graduarse, consiguiendo empleo en una funeraria donde trabajó poco más de tres meses, luego volvió a Chicago donde más tarde se gradua en la Northwestern Bussiness College.
Luego de esto Gacy comienza a trabajar como aprendiz en una compañía de zapatos, para más tarde mudarse a Springfield (Illinois) donde llegó a ser un miembro muy participativo de la comunidad, uniendose a Jaycees y ascendiendo a viscepresidente en 1965.

En 1964 tiene su primer acercamiento homosexual incluso siendo su primer año de matrimonio con su primera esposa, como era de esperarse el matrimonio termina pocos años mas tarde, en 1968 después de ser declarado culpable de abuso sexual reiterado a menores. Cumplió esa condena por 16 meses en los que estuvo recluido en la Penitenciaria Estatal de Anamosa, pero fue puesto en libertad condicional el 18 de Junio de 1970 por buen comportamiento. No hubo mas registros sobre la actividad criminal de Gacy hasta que la policía comenzó a investigarlo por los posteriores asesinatos en Illinois.

Su segundo matrimonio terminó y su esposa se divorció de él a mediados de 1976.

En 1977, David Daniel, que por aquel entonces tenía 28 años, declaró que John le ofreció llevarlo a la estación de buses, pero Daniel rehusó. También dijo que Gacy era muy insistente, llegándole a pedir siete veces e incluso ofreciéndole marihuana. De dos víctimas que fueron reportadas como "supervivientes", Daniel es el único vivo para relatar el procedimiento de John Wayne Gacy, el cual consistía en atarlos, torturarlos de diversas formas, sodomizarlos sexualmente y por último estrangularlos.

Ninguna sospecha recayó en Gacy hasta el 12 de diciembre de 1978, cuando fue investigado después de la desaparición del adolescente de 15 años, Robert Piest, quien fue visto por última vez camino de una entrevista de trabajo con él. Un allanamiento en casa de John reveló diversos artículos relacionados a otras desapariciones.

El 22 de diciembre de 1978, Gacy acudió a sus abogados y confesó sus crímenes. Declaró haber asesinado por primera vez en enero de 1972, cuando al clavar el cuchillo en el cuerpo de un joven y ver como la sangre brotaba del cuerpo, sintió una sensación de excitación y esto comenzó a gustarle. También confesó haber matado a 33 individuos e indicó la ubicación de 28 de los cuerpos a la policía. Estaban enterrados en su propiedad. Las otras cuatro víctimas, dijo, las había arrojado al cercano río Des Plaines. Al menos una de las víctimas fue recogida en la estación de buses. Los individuos más jóvenes tenían solo catorce años y el mayor veintiuno. Siete de las víctimas nunca fueron identificadas. Los cuerpos fueron descubiertos desde diciembre de 1978 hasta abril de 1979, cuando la última víctima conocida fue hallada en el río Illinois.

En 1998, mientras se realizaban reparaciones en el estacionamiento trasero de la casa de la madre de Gacy, las autoridades encontraron restos de al menos cuatro personas más.

El 6 de febrero de 1980 comenzó el juicio de Gacy en Chicago. Durante el juicio, se declaró inocente, alegando problemas de orden mental.​ Sin embargo, su testimonio fue rotundamente rechazado, ya que se le realizaron estudios de orden mental, dando resultados negativos, es decir, que no tenía ni padecía de problemas mentales. Su abogado argumentó que John tenía lapsos de locura temporal en el momento de cada asesinato, pero antes y después, recobraba la normalidad para atraer y disponer de las víctimas.

En un momento del juicio, la defensa de Gacy intentó afirmar que los 33 asesinatos fueron muertes accidentales como parte de una asfixia erótica, pero el forense del condado de Cook demostró con evidencia que estas afirmaciones eran imposibles. Además, Gacy ya había confesado a la policía y era incapaz de suprimir tal evidencia.

John Wayne Gacy fue hallado culpable el 13 de marzo y fue sentenciado a varias cadenas perpetuas y varias penas de muerte.

Fue ejecutado por inyección letal el 10 de mayo de 1994. Sus últimas palabras, que revelan su personalidad y su no arrepentimiento por sus crímenes fueron «Matarme no hará regresar a ninguna de las víctimas. ¡El Estado me está asesinando! ¡Bésenme el culo! ¡Nunca sabrán dónde están los otros!».

Algunas de las víctimas identificadas de John Wayne Gacy

viernes, 9 de agosto de 2019

#515 El Holder del Cielo

En cualquier ciudad, en cualquier país ve a algún hospital al cual puedas llegar por tus propios medios. Cuando llegues a la recepción busca un mesón y pídele a la enfermera que te lleve a visitar la habitación N°515, ella tomará el teléfono y marcará el número de un amigo o familiar comenzará a hablar quién sabe de qué, no debes interrumpirla o tu viaje terminará ahí. Cuando termine pregúntale nuevamente por la habitación N°515, ella reconocerá tu presencia pero te dirá que las horas de visita han terminado, no importa la hora que sea síguela a un elevador, ella presionara un botón y terminarán en el quinto piso.

La enfermera entonces te mirará y te dirá: "No puedo ir más lejos, buena suerte amigo", mientras pulsa el botón de cerrar del elevador, todavía puedes retroceder solo debes apretar un botón; pero si quieres continuar debes seguir, ya casi llegas al final. Pronto encontrarás  el cuarto n 515, si continúas, abre la puerta lentamente sin hacer ruido si hay un hombre ahí, de visita en la habitación tu muerte será rápida e indolora en las garras de los demonios y espíritus que respiraron su último aliento en el hospital si ellos notan tu presencia. Pero si es una mujer la que está de visita, tu muerte ocurrirá inevitablemente luego de que dejes el hospital y no podrás entrar en la habitación si ella está despierta ya que te cazará para siempre porque conoce tu aroma. Si no está despierta pero está presente, deja el hospital y nunca regreses; Si no hay nadie visitando el cuarto en ese momento siéntete completamente libre de entrar.

El paciente acostado en la cama del cuarto será alguien conocido o al menos eso pensarás, no debes decir su nombre ni acercarte a eso, la criatura puede engañar y matar fácilmente, en lugar de eso debes mirar el gran ventanal buscando tu reflejo hasta que la habitación se obscurezca, pero si esto no ocurre verás a la bestia elevarse en su verdadera forma ya sea quitándote la vida o dejándote permanecer en la habitación. Si el cuarto se obscurece eres libre de voltearte, pues la cama y la criatura se habrán ido.

Sigue tu camino y deberías ver una figura brillante a la distancia, corre lo más rápido que puedas hacia el ente, porque las bestias amenazadoras seguirán tus rastros. Los gruñidos a tu alrededor se harán más fuertes e insoportables pero debes continuar avanzando ya que si te atrapan tu destino será horrible, cuando te acerques a la figura las bestias te dejarán en paz.

Esta entidad es la criatura más hermosa que jamás hayas imaginado, no debes  apartar la mirada porque en un instante se convertirá en un enorme y desagradable, listo para destriparte y devorarte de inmediato, este Portador el cual se presume es un ángel, es mudo por lo que no responderá a ninguna pregunta ni inundara tu mente con horribles historias del pasado o el futuro, en lugar de eso arrancará dos plumas que tu elijas de sus enormes alas.

La pluma equivocada se pudrirá en tus manos al igual que el ángel volviendo sus brillantes ojos en un rojo rubí y su hermosa piel se tornará en un café cariento, no morirás pero retornarás a la entrada del hospital, con un boleto asegurado al infierno. La otra pluma conservará su brillo por el resto de tu vida y el ángel te enviará al lugar que llamas hogar.the place you call home. 



La pluma del Ángel es el Objeto 515 de 538. Con ella la luz jamás dejara tu alma y tampoco las sombras que arrastra.





#506 El Holder de la Redención

Éste objeto en particular solo puede ser obtenido en un lugar de culto, una iglesia abandonada. Cuanto más decrépita sea la construcción mejor y jamas debes intentar obtenerlo en terrenos sagrados que aún se utilicen. Al llegar al lugar debes preguntar por "El Centinela", durante doce minutos parecerá que tus esfuerzos fueron infructuosos pero entonces alfo ocurrirá... un hombre mayor con ojos dorados abrirá la puerta para ti.

Cuando lo conozcas, su cuerpo demacrado y sus ojos inhumanos pueden ponerte nervioso, resiste la tentación de huir ya que si lo haces solo atraerás la atención de lo que el vigila, en lugar de eso intenta hablarle. En el momento que él pronuncie las palabras: "Creo que estamos al final", pídele visitar a quien se hace llamar "El Portador de la Redención". El centinela te mirará confundudido, pero luego sonreirá como si se diera cuenta de pronto de lo que estaba hablando, entonces te pedirá que lo sigas luego de darte una oportunidad de retirarte del lugar.

Si decides quedarte, el te guiará hacia abajo por un blanco pasillo sin nada en las paredes, el pasillo brillará intensamente casi cegándote a medida que bajas, cuando llegues al final el centinela abrirá una puerta y te señalará que entres no intentes que te acompañe, incluso si quisiera sus deberes superan con creces cualquier comodidad o seguridad que pudiera brindarte.

Dentro de la minúscula habitación habrá una puerta a la derecha y una a la izquierda y una a la derecha. Frente a ti habrá un esqueleto apuntalado apresuradamente contra la pared. En sus dedos hay dos anillos, uno plateado y uno dorado. Por ahora debes tomar la puerta de la derecha y pasar, en el interior verás un hombre que ha cometido actos repugnantes, tan inimaginable mente depravados que desafían toda explicación. El está más allá de la comprensión y en este punto más allá de cualquier salvación que puedan ofrecerle los hombres con traje.

Tómalo y arrástralo tras la puerta ignorando sus suplicas para que te detengas, cuando lo atravieses el esqueleto se levantará y apuñalará con la mano derecha a este abominable intento de hombre. Su cuerpo se pudrirá aquí durante la eternidad, rodeado de las aguas estigias que ves frente a ti, no lo mires aunque la curiosidad te consuma... su destino no te concierne.

Ahora debes dirigirte a la puerta de la izquierda donde encontrarás a una pequeña niña que ha sido traumatizada de las maneras más inimaginables y asesinada por el miserable que arrojaste al abismo. Debes tomar su frágil cadáver y llevarla de vuelta por la puerta, mientras haces esto, el esqueleto se acercará a ti y verás como mientras levanta su brazo izquierdo le restaura la vida a la pequeña.

En este momento puedes hacerle una pregunta a ella, todas le causarán risa excepto la última pregunta: "¿Cómo pueden ser redimidos?", derrepente el esqueleto se acercará a ti y te atacará salvajemente, debes resistir y no llorar o seguramente morirás. Debes esperar lo suficiente hasta que deje de dar golpes y se reduzca a polvo. La niña se acercará a ese monton de suciedad y levantará los dos anillos. Uno de ellos tiene un ojo y el otro una cruz, ella te los entregará y te conducirá hasta la puerta, vete de inmediato ya que si te demoras te convertirás en el nuevo guardián del pozo.



Los anillos también son llamados "Pecado" y "Esperanza", juntos son el objeto 506 de 538. El ciclo continuará a menos que cedas ante la locura.