Ella preparaba la cena en la cocina, no tardaba en llegar su esposo del trabajo cuando escuchó un fuerte ruido que venía de afuera, donde están los botes de basura, como si éstos cayeran. No salió a ver qué era, tal vez tan solo era un gato de la calle buscando comida.
Un minuto después suena el timbre de la puerta, entonces ella sabe que él, su esposo, ha llegado. Abre la puerta, esperando un cálido abrazo y un cariñoso beso de su parte, pero no sucede, el entra sereno, callado y… frío.
Se sentó en una silla del comedor. Ni un comentario, ni un "¿cómo estuvo tu día?", ni una frase de amor, ni siquiera pregunta si ya estaba lista la cena. Nada salió de su boca, él tenía una cara sin expresar ninguna emoción, como de póquer.
Estaba ido, estaba ahí pero a la vez no. Se veía como si hubiera visto algo horrible. Sólo la miraba, apenas parpadeó, ella estaba asustada. Le preguntó si todo estaba bien, el sólo sonrió.
Pasaron unos minutos tranquilos pero tensos, interrumpidos por su hijo pequeño. En ése instante él se levantó de la silla, ante la insistencia de ella de que esperara un poco para la cena, y la obvia pregunta de su hijo de "¿qué le pasa a papá?" A la que ella responde que tal vez tuvo un mal día en el trabajo. Pero en el fondo sabía que él no estaba bien.
Al día siguiente ella sale a recoger el periódico, como hace todos los días, antes de que su esposo despierte. Miró muchos gatos olisqueando unas bolsas negras junto a los botes de basura, ella los espantó e, invadida por la curiosidad, tal vez no debió, abrió una de las bolsas…
"¡No puede ser!" Exclamó, llevándose las manos a la boca, presa del horror; era el cadáver descuartizado de un hombre, que resultó ser... Su esposo.
Mientras ella buscaba los por qué, los gritos de su hijo la estremecieron. Entonces ella se dio cuenta, de que no debió dejar entrar a su esposo la noche anterior.