viernes, 20 de marzo de 2020

En el Armario

Todos los días cuando me iba a dormir siempre observaba un gran armario muy antiguo que estaba en mi pieza, lo que lo hacía especial era que por las noches podía ver que se abría y quedaba así un momento y luego su puerta se cerraba. Siempre me pregunté qué era lo que lo abría. Cuando era niño se lo conté a mi madre pero no me creyó, pues estuvo toda la noche sentada en mi cama esperando algo, pero esa noche no salió.

Una noche al acostarme, no quería ver al armario así que me di vuelta hacia la pared, cuando comencé a cerrar los ojos pude ver una sombra pasar, me di vuelta pero no había nada y la puerta estaba abierta, me levante y la cerré, al recostarme se volvió a abrir. Comencé a mirarlo y no había nada inusual, pero de repente comencé a notar algo raro dentro del armario, era una sombra gris que se movía de una forma extraña, me levanté y encendí la luz, pero ya no había nada. Apagué la luz y volvieron a estar allí, al parecer no les gustaba la luz, me senté en la cama y le hable:

—Hola, mmmm…¿ustedes quieren algo? 

Una voz extraña pero a la vez dulce le respondió:

—Si…solo queremos jugar…hace tiempo que no nos divertimos.

— ¿En serio y a que quieren jugar?

—Ven acércate.

Me levanté y me acerqué al armario, de repente una de esas sombras grises se aferró a mis brazos y otra a mis piernas, no podía moverme, intente gritar, pero mi voz no salía era como si no tuviera cuerdas vocales.

Entré en desesperación y comencé a llorar, pero nadie oía mis gritos y no sabía que era lo que pasaba. De repente otra sombra se impuso frente a mí e ingresó a mi pecho, sentí un terrible y fuerte dolor, sentía que mi cuerpo moría, de repente se encendió la luz y entro mi madre al cuarto, las sombras desaparecieron y yo caí al suelo y me golpeé la cabeza, mi madre me levanto y pregunto qué había pasado, le conté todo pero no me creyó.

Pero aceptó que me cambiara de cuarto con mi hermano mayor ya que desde esa noche jamás volví a acercarme a un armario por las noches y aún me pregunto que hubiera sucedido si mi madre no hubiera entrado….



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miércoles, 18 de marzo de 2020

El Extraño Encuentro

Todo comenzó un sábado. Ya eran más de las 9 de la noche, estaba con mi grupo de amigos en una fiesta y hasta ese momento no había pasado nada malo, pero de repente, de la nada se corta la electricidad, todos pensamos que era una broma, pero no fue así. La puerta del lugar en el que estábamos, se encontraba cerrada, de repente alguien llamó, todos los que estábamos adentro nos empezamos a asustar, uno de ellos abrió la puerta y lo único que vimos fue un perro negro, furioso y con los ojos rojos. Yo vi como a cada uno de nosotros nos recorrió un escalofrío, mis amigos estaban pálidos. De todos los presentes fui la única que me acerqué, cerré la puerta y la electricidad volvió... en ese transcurso a lo menos pasaron 4 minutos, algunos todavía no lo podían creer, otros no lo tomaron en cuenta y continuaron con la fiesta.

Pasado un rato todos se calmaron, nadie recordaba lo que había pasado. Al terminar la fiesta todos acordamos de ir al cerro, pero esa fue nuestra peor decisión. Al llegar a los pies del cerro, algunos empezaron a ver luces entre los árboles, otros a escuchar ruidos... pero ya estábamos allí y no era nuestra intención retractarnos. Empezamos a subir lentamente, andábamos con una sola linterna la cual la traía mi amigo Ale, todos estábamos un poco asustados, pero al mismo tiempo entusiasmados. Muy pocos sabían de la leyenda que tenía el cerro, así que entre los que la sabíamos la empezamos a relatar:

"Todos los que suban al cerro un domingo a la madrugada, no tendrán mucha suerte, puede que sobrevivan, pero la experiencia no la olvidarán jamás"-esas fueron las últimas palabras del abuelo de Tom. 

La historia en sí, se trata de un grupo de expedicionistas que todos los sábados regresan a buscar su alma que quedó en este mundo a causa de que cuando los mataron, sus cuerpos fueron tirados al vacío.

Para cuando habíamos terminado de contar la historia, todos estaban más que asustados y cuando menos lo imaginábamos empezamos a sentir pasos ligeros que cada vez se acercaban más. Todos quedamos petrificados, en el ambiente ni siquiera la respiración de nosotros se escuchaba, sólo se escuchaban pasos y más pasos...

De repente uno de nosotros sintió cerca de él una respiración alterada y profunda la cual empezaba a aumentar cada vez más, mientras se seguía por pasos.Todos estábamos consientes de lo que pasaba, pero nadie lo podía asumir...cuando pudimos voltear hacia atrás, no vimos nada, en el aire sólo se sentía la respiración agitada de cada uno de nosotros y el pasar del viento.

Seguimos subiendo, pero ahora nos guiaba el terror, el entusiasmo había quedado muy atrás... Llegamos a un mirador para descansar un rato y sentimos algo que se escabullía entre los arbustos, miramos para el lado sin encontrar nada, luego cuando nos volvimos hacia el frente, lo vimos ahí, era el mismo perro que se nos había aparecido en la fiesta, tal como antes, estaba furioso, con unos ojos rojos que penetraban en los nuestros, comenzamos a sentir que algo nuevamente se acercaba. El perro se había vuelto loco y ladraba desesperadamente y al intento de tirarse sobre nosotros salió corriendo, pero no ladrando, sino gimiendo, como si algo o alguien le hubiera hecho algo.

Uno de nuestros amigos sintió una mano en su hombro y nos dijo susurrando: ¡Ayuda! todos miramos hacia él y sólo pudimos ver la sombra de algo escalofriante, luego la luz de la luna cayó sobre el ser extraño y sólo ahí nos dimos cuenta de quién era...la figura representaba una persona humana que vestía un traje negro, pelo largo y oscuro y lo único que resaltaba en ella eran sus manos, estaban cubiertas de sangre. Sin pensarlo dos veces nos paramos, no sé como, estábamos aterrorizados...Pero ella nos habló, de primera con una voz muy dulce, diciendo:

"¿Qué hacen ustedes en este lugar?, ¿No saben qué este lugar es sólo mío?, váyanse de acá en este mismo instante o sus cabezas serán cortadas y sus cuerpos quemados". Nosotros atónitos escuchábamos, sólo eso, porque no podíamos hablar ni siquiera para pedir disculpas o simplemente salir corriendo.

Con una voz mucho más ronca nos dijo:

"Han venido en busca de los expedicionistas o simplemente tras mi fiel amigo...¡"El Diablo"!...

De repente detrás de ella aparece el perro, que nos miraba con un profundo rencor, mientras que nosotros le devolvíamos una mirada de pánico. En ese instante deben haber sido las 5:30 am aproximadamente. El sol ya empezaba a salir, nosotros nos alegramos mucho, porque cuando los primeros rayos del alba llegaron donde estábamos nosotros, la imagen de la Mujer comenzó a desvanecerse como un cubo de hielo y el perro desapareció en la nada misma.

Ya no había nada más de que asustarse, el peligro ya había pasado. Pero aún así nos sentíamos aterrados... Cuando bajamos del cerro, cada uno se fue a su casa y prometimos no contarle a nadie lo que había pasado ya que nadie nos creería.

Este relato ocurrió a principios del mes de noviembre del año pasado y cada vez que lo recordamos como grupo, nos deprimimos mucho.



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martes, 17 de marzo de 2020

#082 El Holder de la Pureza

En cualquier ciudad, en cualquier país, ve a alguna secundaria, instituto o universidad que puedas encontrar por tus propios medios, cuando llegues al escritorio del rector acercate y pregunta si el "Portador de la Pureza" se presentó hoy a clases.

Si el hombre asiente, tu destino está sellado. Tu búsqueda no es un secreto y nada de lo que puedas manejar te permitirá llegar a la puerta de enfrente. Pero si el trabajador sacude la cabeza y vuelve al trabajo estas a salvo, por ahora.

Camina relajadamente por el pasillo de la instalación, no importa como haya lucido antes, ahora está finamente decorado con delicadas cortinas que cubren unas extrañas y preciosas paredes de piedra. Mira a tu alrededor hasta que veas una puerta que sobresale del diseño... Una puerta de madera podrida y que se encuentra hinchada de agua. La manilla se está oxidando, a través de su madera se han visto errores como ningún otro que haya gateado tratando de pasar.

Inmediatamente después de ver la puerta, cada fibra te tu ser buscará alejarse y no volver a verla jamás, pero si realmente deseas el objeto, debes continuar incluso contra tu voluntad. Los estudiantes, maestros y personal intentarán por todos los medios de llamar tu atención para que no abras la puerta. Ignóralos y acércate a la manilla lo más rápido que puedas.

Puedes echar un vistazo a una sala de clases oscura y retorcida, antes de que algo invisible te atrape. Escucharás los gritos de estudiantes y personas del instituto mientras formas negras salen de la puerta de la habitación y tu invisible captor te lleva. Perderás la visión por unos 5 minutos (Que ciego te parecerán una eternidad). Eres más afortunado de lo que crees, una débil luz color verde pálido se encenderá revelando tu posición actual, que es: atado a la mesa de un enorme taladro negro.
En lo más alto, arriba, en la oscuridad, escucharás un largo y agudo gemido.
El taladro está encendido y la enorme broca esta unida, tu captor es quien la baja lentamente.

Casi cualquier sonido o acción resultará en que tu captor grite y golpee el taladro violentamente hacia abajo, empalándote con la broca. A pesar de todo el gran daño que recibirá tu cuerpo. No morirás, cosa que solo enfurecerá a tu verdugo, él te destrozará de nuevo, moviéndote de modo que quedes bajo la broca para poder volver a golpearte.

Solo una pregunta te librará de la interminable tortura: "¿Por qué cambiaron?

Se encenderán las luces y el taladro dejará de girar lentamente quedando en silencio. Cierra los ojos, apriétalos y no los vuelvas a abrir, porque mirar por mucho tiempo esa habitación corrupta y a su solitario habitante es unirse a ellos.

Tu captor dará un largo suspiro antes de darte la respuesta más simple, tanto, que te parecerá increíble que nadie lo haya adivinado hasta ahora. Escucharás un cambio más... la taladradora chillando mientras desciende una última vez. No importa el resultado, el dolor será insoportable.

Grita y abre los ojos, descubrirás que estás acostado sobre una banca en un estacionamiento cercano al instituto donde ingresaste, la parte de tu cuerpo que fue golpeada por el taladro seguirá palpitando de dolor y sentirás como se hincha creando un bulto. Siéntate y revisa el bulto que se desprenderá de tu cuerpo revelando un objeto.



La manija oxidada de la puerta de carpintería que ahora tienes en tus manos, es el objeto 82 de 538, anhela regresar a su lugar de origen, pero el destino no tiene esos planes.


viernes, 6 de marzo de 2020

Colmillos

No soy una persona a la que le gusten mucho los animales, es difícil aceptarlo. Toda mi vida, la gente me ha visto como alguna clase de monstruo, simplemente por el hecho de no querer tener mascotas. ¿Peces? Vale, son aburridos, alguna vez me regalaron uno y me olvide de darle de comer una semana. ¿Iguanas? No gracias, los reptiles me dan algo de repelús. ¿Gatos? No entiendo porque todas las personas se mueren por ellos, a mí me ponen de los nervios, con esa mirada y esa forma tan sigilosa de andar que tienen.

Pero lo peor para mí, son los perros. Sé que todos dicen que son el mejor amigo del hombre. A mí no me lo parece. Hay algo en ellos que no me gusta, esos dientes, esos ojos profundos, esos rostros extraños. De niño, mis peores pesadillas eran con perros.

No son tan amistosos como se cree. O por lo menos, los que yo he visto en mi vida no lo han sido conmigo.

Fue por eso que un escalofrío me corrió por la columna el día que mi novia trajo a aquel chucho a la casa. Un perro adulto y enorme, de color blanco y marrón, con unos ojos que me inquietaron profundamente.

—Se llama Colmillos —me dijo ella, acariciándolo— pobrecito, su familia lo tiró en la carretera. Nadie en el albergue lo quería adoptar.

No pude decirle en ese momento lo mucho que me desagradaba la idea. Ella ya sabía que me disgustaban los animales. Pero al parecer no se había podido a resistir con la historia del can. Mierda.

Pensé que mientras el perro no quisiera acercarse a mí, todo estaría bien. Entonces comenzó lo extraño.

Colmillos podía deambular libremente por la casa. Pero siempre que me sentaba a trabajar en el comedor, él se sentaba en un rincón de la estancia y se quedaba observándome fijamente, con una expresión que distaba mucho de la inocencia y cariño con la que miraba a mi novia. Conmigo, sus ojos eran fríos y llenos de resentimiento. Eso me ponía los pelos de punta.

Cada vez que me marchaba a trabajar a otra parte, tardaba un rato en descubrir a Colmillos mirándome del mismo modo, como vigilándome.

Un día, cuando volví de correr, Colmillos dejó caer frente a mí algo que había traído del exterior. Era un pájaro muerto, que había destrozado con sus propias encías. Aquello fue el colmo. Le di un ultimátum a mi novia. O se iba él o me marchaba yo de la casa.

Eso fue ayer. Hoy me encuentro aquí, encerrado en el pequeño cobertizo del garaje. No puedo salir porqué él está afuera. Aguardando para matarme.

Apenas y tuve tiempo de correr hasta aquí al llegar esta tarde del trabajo.

Lo primero que encontré, fue a mi novia en la cocina, muerta. La habían mordido en la yugular hasta hacer que se desangrara. En ese momento Colmillos apareció detrás de mí, mirándome fijamente. Y corrí.

Tengo miedo. Está esperando a que salga.



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jueves, 5 de marzo de 2020

La verdad sobre el caso del señor Valdemar

Título Original: The Facts in the Case of M. Valdemar
Autor: Edgar Allan Poe
Nacionalidad: E.E.U.U
Año de publicación: 1845


La verdad sobre el caso del señor Valdemar


De ninguna manera me parece sorprendente que el extraordinario caso del señor Valdemar haya provocado tantas discusiones. Hubiera sido un milagro que ocurriera lo contrario, especialmente en tales circunstancias. Aunque todos los participantes deseábamos mantener el asunto alejado del público —al menos por el momento, o hasta que se nos ofrecieran nuevas oportunidades de investigación—, a pesar de nuestros esfuerzos no tardó en difundirse una versión tan espuria como exagerada, que se convirtió en fuente de muchas desagradables tergiversaciones y, como es natural, de profunda incredulidad. El momento ha llegado de que yo dé a conocer los hechos —en la medida en que me es posible comprenderlos—. Helos aquí sucintamente:

Durante los últimos años el estudio del hipnotismo había atraído repetidamente mi atención. Hace unos nueve meses, se me ocurrió súbitamente que en la serie de experimentos efectuados hasta ahora existía una omisión tan curiosa como inexplicable: jamás se había hipnotizado a nadie in articulo mortis. Quedaba por verse si, en primer lugar, un paciente en esas condiciones sería susceptible de influencia magnética; segundo, en caso de que lo fuera, si su estado aumentaría o disminuiría dicha susceptibilidad, y tercero, hasta qué punto, o por cuánto tiempo, el proceso hipnótico sería capaz de detener la intrusión de la muerte. Quedaban por aclarar otros puntos, pero éstos eran los que más excitaban mi curiosidad, sobre todo el último, dada la inmensa importancia que podían tener sus consecuencias.

Pensando si entre mis relaciones habría algún sujeto que me permitiera verificar esos puntos, me acordé de mi amigo Ernest Valdemar, renombrado compilador de la Bibliotheca Forensica y autor (bajo el nom de plume de Issachar Marx) de las versiones polacas de Wallenstein y Gargantúa. El señor Valdemar, residente desde 1839 en Harlem, Nueva York, es (o era) especialmente notable por su extraordinaria delgadez, tanto que sus extremidades inferiores se parecían mucho a las de John Randolph, y también por la blancura de sus patillas, en violento contrasté con sus cabellos negros, lo cual llevaba a suponer con frecuencia que usaba peluca. Tenía un temperamento muy nervioso, que le convertía en buen sujeto para experiencias hipnóticas. Dos o tres veces le había adormecido sin gran trabajo, pero me decepcionó no alcanzar otros resultados que su especial constitución me había hecho prever. Su voluntad no quedaba nunca bajo mi entero dominio, y, por lo que respecta a la clarividencia, no se podía confiar en nada de lo que había conseguido con él. Atribuía yo aquellos fracasos al mal estado de salud de mi amigo. Unos meses antes de trabar relación con él, los médicos le habían declarado tuberculoso. El señor Valdemar acostumbraba referirse con toda calma a su próximo fin, como algo que no cabe ni evitar ni lamentar.

Cuando las ideas a que he aludido se me ocurrieron por primera vez, lo más natural fue que acudiese a Valdemar. Demasiado bien conocía la serena filosofía de mi amigo para temer algún escrúpulo de su parte; por lo demás, no tenía parientes en América que pudieran intervenir para oponerse. Le hablé francamente del asunto y, para mi sorpresa, noté que se interesaba vivamente. Digo para mi sorpresa, pues si bien hasta entonces se había prestado libremente a mis experimentos, jamás demostró el menor interés por lo que yo hacía. Su enfermedad era de las que permiten un cálculo preciso sobre el momento en que sobrevendrá la muerte. Convinimos, pues, en que me mandaría llamar veinticuatro horas antes del momento fijado por sus médicos para su fallecimiento.

Hace más de siete meses que recibí la siguiente nota, de puño y letra de Valdemar:

Estimado P:
Ya puede usted venir. D... y F... coinciden en que no pasaré de mañana a medianoche, y me parece que han calculado el tiempo con mucha exactitud. Valdemar.

Recibí el billete media hora después de escrito, y quince minutos más tarde estaba en el dormitorio del moribundo. No le había visto en los últimos diez días y me aterró la espantosa alteración que se había producido en tan breve intervalo. Su rostro tenía un color plomizo, no había el menor brillo en los ojos y, tan terrible era su delgadez, que la piel se había abierto en los pómulos. Expectoraba continuamente y el pulso era casi imperceptible. Conservaba no obstante una notable claridad mental, y cierta fuerza. Me habló con toda claridad, tomó algunos calmantes sin ayuda ajena y, en el momento de entrar en su habitación, le encontré escribiendo unas notas en una libreta. Se mantenía sentado en el lecho con ayuda de varias almohadas, y estaban a su lado los doctores D... y F...

Luego de estrechar la mano de Valdemar, llevé aparte a los médicos y les pedí que me explicaran detalladamente el estado del enfermo. Desde hacía dieciocho meses, el pulmón izquierdo se hallaba en un estado semióseo o cartilaginoso, y, como es natural, no funcionaba en absoluto, En su porción superior el pulmón derecho aparecía parcialmente osificado, mientras la inferior era tan sólo una masa de tubérculos purulentos que se confundían unos con otros. Existían varias dilatadas perforaciones y en un punto se había producido una adherencia permanente a las costillas, Todos estos fenómenos del lóbulo derecho eran de fecha reciente; la osificación se había operado con insólita rapidez, ya que un mes antes no existían señales de la misma y la adherencia sólo había sido comprobable en los últimos tres días. Aparte de la tuberculosis los médicos sospechaban un aneurisma de la aorta, pero los síntomas de osificación volvían sumamente difícil un diagnóstico. Ambos facultativos opinaban que Valdemar moriría hacia la medianoche del día siguiente (un domingo). Eran ahora las siete de la tarde del sábado.

Al abandonar la cabecera del moribundo para conversar conmigo, los doctores D... y F... se habían despedido definitivamente de él. No era su intención volver a verle, pero, a mi pedido, convinieron en examinar al paciente a las diez de la noche del día siguiente.

Una vez que se fueron, hablé francamente con Valdemar sobre su próximo fin, y me referí en detalle al experimento que le había propuesto. Nuevamente se mostró dispuesto, e incluso ansioso por llevarlo a cabo, y me pidió que comenzara de inmediato. Dos enfermeros, un hombre y una mujer, atendían al paciente, pero no me sentí autorizado a llevar a cabo una intervención de tal naturaleza frente a testigos de tan poca responsabilidad en caso de algún accidente repentino. Aplacé, por tanto, el experimento hasta las ocho de la noche del día siguiente, cuando la llegada de un estudiante de medicina de mi conocimiento (el señor Theodore L...l) me libró de toda preocupación. Mi intención inicial había sido la de esperar a los médicos, pero me vi obligado a proceder, primeramente por los urgentes pedidos de Valdemar y luego por mi propia, convicción de que no había un minuto que perder, ya que con toda evidencia el fin se acercaba rápidamente.

El señor L.I. tuvo la amabilidad de acceder a mi pedido, así como de tomar nota de todo lo que ocurriera. Lo que voy a relatar ahora procede de sus apuntes, ya sea en forma condensada o verbatim.

Faltaban cinco minutos para las ocho cuando, después de tomar la mano de Valdemar, le pedí que manifestara con toda la claridad posible, en presencia de L.l., que estaba dispuesto a que yo le hipnotizara en el estado en que se encontraba.

Débil, pero distintamente, el enfermo respondió: «Sí, quiero ser hipnotizado», agregando de inmediato: «Me temo que sea demasiado tarde.»

Mientras así decía, empecé a efectuar los pases que en las ocasiones anteriores habían sido más efectivos con él. Sentía indudablemente la influencia del primer movimiento lateral de mi mano por su frente, pero, aunque empleé todos mis poderes, me fue imposible lograr otros efectos hasta algunos minutos después de las diez, cuando llegaron los doctores D... y F..., tal como lo habían prometido. En pocas palabras les expliqué cuál era mi intención, y, como no opusieron inconveniente, considerando que el enfermo se hallaba ya en agonía, continué sin vacilar, cambiando, sin embargo, los pases laterales por otros verticales y concentrando mi mirada en el ojo derecho del sujeto.

A esta altura su pulso era imperceptible y respiraba entre estertores, a intervalos de medio minuto.

Esta situación se mantuvo sin variantes durante un cuarto de hora. Al expirar este período, sin embargo, un suspiro perfectamente natural, aunque muy profundo, escapó del pecho del moribundo, mientras cesaba la respiración estertorosa o, mejor dicho, dejaban de percibirse los estertores; en cuanto a los intervalos de la respiración, siguieron siendo los mismos. Las extremidades del paciente estaban heladas.

A las once menos cinco, advertí inequívocas señales de influencia hipnótica. La vidriosa mirada de los ojos fue reemplazada por esa expresión de intranquilo examen interior que jamás se ve sino en casos de hipnotismo, y sobre la cual no cabe engañarse. Mediante unos rápidos pases laterales hice palpitar los párpados, como al acercarse el sueño, y con unos. pocos más los cerré por completo. No bastaba esto para satisfacerme, sin embargo, sino que continué vigorosamente mis manipulaciones, poniendo en ellas toda mi voluntad, hasta que hube logrado la completa rigidez de los miembros del durmiente, a quien previamente había colocado en la posición que me pareció más cómoda. Las piernas estaban completamente estiradas; los brazos reposaban en el lecho, a corta distancia de los flancos. La cabeza había sido ligeramente levantada.

Al dar esto por terminado era ya medianoche y pedí a los presentes que examinaran el estado de Valdemar. Luego de unas pocas verificaciones, admitieron que se encontraba en un estado insólitamente perfecto de trance hipnótico. La curiosidad de ambos médicos se había despertado en sumo grado. El doctor D... decidió pasar toda la noche a la cabecera del paciente, mientras el doctor F... se marchaba, con promesa de volver por la mañana temprano. L.l. y los enfermeros se quedaron.

Dejamos a Valdemar en completa tranquilidad hasta las tres de la madrugada, hora en que me acerqué y vi que seguía en el mismo estado que al marcharse el doctor F...; vale decir, yacía en la misma posición y su pulso era imperceptible. Respiraba sin esfuerzo, aunque casi no se advertía su aliento, salvo que se aplicara un espejo a los labios. Los ojos estaban cerrados con naturalidad y las piernas tan rígidas y frías como si fueran de mármol. No obstante ello, la apariencia general distaba mucho de la de la muerte.

Al acercarme intenté un ligero esfuerzo para influir sobre el brazo derecho, a fin de que siguiera los movimientos del mío, que movía suavemente sobre su cuerpo. En esta clase de experimento jamás había logrado buen resultado con Valdemar, pero ahora, para mi estupefacción, vi que su brazo, débil pero seguro, seguía todas las direcciones que le señalaba el mío. Me decidí entonces a intentar un breve diálogo.

—Valdemar..., ¿duerme usted? —pregunté.

No me contestó, pero noté que le temblaban los labios, por lo cual repetí varias veces la pregunta. A la tercera vez, todo su cuerpo se agitó con un ligero tem-blor; los párpados se levantaron lo bastante para mostrar una línea del blanco del ojo; moviéronse lentamente los labios, mientras en un susurro apenas audi-ble brotaban de ellos estas palabras:

—Sí… ahora duermo. ¡No me despierte! ¡Déjeme morir así!

Palpé los miembros, encontrándolos tan rígidos como antes. Volví a interrogar al hipnotizado:

—¿Sigue sintiendo dolor en el pecho, Valdemar? La respuesta tardó un momento y fue aún menos audible que la anterior:

—No sufro... Me estoy muriendo.

No me pareció aconsejable molestarle más por el momento, y no volví a hablarle hasta la llegada del doctor F..., que arribó poco antes de la salida del sol y se quedó absolutamente estupefacto al encontrar que el paciente se hallaba todavía vivo. Luego de tomarle el pulso y acercar un espejo a sus labios, me pidió que le hablara otra vez, a lo cual accedí.

—Valdemar —dije—. ¿Sigue usted durmiendo? Como la primera vez, pasaron unos minutos antes de lograr respuesta, y durante el intervalo el moribundo dio la impresión de estar juntando fuerzas para hablar. A la cuarta repetición de la pregunta, y con voz que la debilidad volvía casi inaudible, murmuró:

—Sí... Dormido... Muriéndome.

La opinión o, mejor, el deseo de los médicos era que no se arrancase a Valdemar de su actual estado de aparente tranquilidad hasta que la muerte sobreviniera, cosa que, según consenso general, sólo podía tardar algunos minutos. Decidí, sin embargo, hablarle una vez más, limitándome a repetir mi pregunta anterior.

Mientras lo hacía, un notable cambio se produjo en las facciones del hipnotizado. Los ojos se abrieron lentamente, aunque las pupilas habían girado hacia arriba; la piel adquirió una tonalidad cadavérica, más semejante al papel blanco que al pergamino, y los círculos hécticos, que hasta ese momento se destacaban fuertemente en el centro de cada mejilla, se apagaron bruscamente. Empleo estas palabras porque lo instantáneo de su desaparición trajo a mi memoria la imagen de una bujía que se apaga de un soplo. Al mismo tiempo el labio superior se replegó, dejando al descubierto los dientes que antes cubría completamente, mientras la mandíbula inferior caía con un sacudimiento que todos oímos, dejando la boca abierta de par en par y revelando una lengua hinchada y ennegrecida. Supongo que todos los presentes estaban acostumbrados a los horrores de un lecho de muerte, pero la apariencia de Valdemar era tan espantosa en aquel instante, que se produjo un movimiento general de retroceso.

Comprendo que he llegado ahora a un punto de mi relato en el que el lector se sentirá movido a una absoluta incredulidad. Me veo, sin embargo, obligado a continuarlo.

El más imperceptible signo de vitalidad había cesado en Valdemar; seguros de que estaba muerto lo confiábamos ya a los enfermeros, cuando nos fue dado observar un fuerte movimiento vibratorio de la lengua. La vibración se mantuvo aproximadamente durante un minuto. Al cesar, de aquellas abiertas e inmóviles mandíbulas brotó una voz que sería insensato pretender describir. Es verdad que existen dos o tres epítetos que cabría aplicarle parcialmente: puedo decir, por ejemplo, que su sonido era áspero y quebrado, así como hueco. Pero el todo es indescriptible, por la sencilla razón de que jamás un oído humano ha percibido resonancias semejantes. Dos características, sin embargo —según lo pensé en el momento y lo sigo pensando—, pueden ser señaladas como propias de aquel sonido y dar alguna idea de su calidad extraterrena. En primer término, la voz parecía llegar a nuestros oídos (por lo menos a los míos) desde larga distancia, o desde una caverna en la profundidad de la tierra. Segundo, me produjo la misma sensación (temo que me resultará imposible hacerme entender) que las materias gelatinosas y viscosas producen en el sentido del tacto.

He hablado al mismo tiempo de «sonido» y de «voz». Quiero decir que el sonido consistía en un silabeo clarísimo, de una claridad incluso asombrosa y aterradora. El señor Valdemar hablaba, y era evidente que estaba contestando a la interrogación formulada por mí unos minutos antes. Como se recordará, le había preguntado si seguía durmiendo. Y ahora escuché:

—Sí..., No... Estuve durmiendo... y ahora... ahora... estoy muerto.

Ninguno de los presentes pretendió siquiera negar ni reprimir el inexpresable, estremecedor espanto que aquellas pocas palabras, así pronunciadas, tenían que producir. L...l, el estudiante, cayó desvanecido. Los enfermeros escaparon del aposento y fue imposible convencerlos de que volvieran. Por mi parte, no trataré de comunicar mis propias impresiones al lector. Durante una hora, silenciosos, sin pronunciar una palabra, nos esforzamos por reanimar a L...l. Cuando volvió en sí, pudimos dedicarnos a examinar el estado de Valdemar.

Seguía, en todo sentido, como lo he descrito antes, salvo que el espejo no proporcionaba ya pruebas de su respiración. Fue inútil que tratáramos de sangrarlo en el brazo. Debo agregar que éste no obedecía ya a mi voluntad. En vano me esforcé por hacerle seguir la dirección de mi mano. La única señal de la influencia hipnótica la constituía ahora el movimiento vibratorio de la lengua cada vez que volvía a hacer una pregunta a Valdemar. Se diría que trataba de contestar, pero que carecía ya de voluntad suficiente. Permanecía insensible a toda pregunta que le formulara cualquiera que no fuese yo, aunque me esforcé por poner a cada uno de los presentes en relación hipnótica con el paciente. Creo que con esto he señalado todo lo necesario para que se comprenda cuál era la condición del hipnotizado en ese momento. Se llamó a nuevos enfermeros, y a las diez de la mañana abandoné la morada en compañía de ambos médicos y de L.l.

Volvimos por la tarde a ver al paciente. Su estado seguía siendo el mismo. Discutimos un rato sobre la conveniencia y posibilidad de despertarlo, pero poco nos costó llegar a la conclusión de que nada bueno se conseguiría con eso. Resultaba evidente que hasta ahora, la muerte (o eso que de costumbre se denomina muerte) había sido detenida por el proceso hipnótico. Parecía claro que, si despertábamos a Valdemar, lo único que lograríamos sería su inmediato o, por lo menos, su rápido fallecimiento.

Desde este momento hasta fines de la semana pasada —vale decir, casi siete meses— continuamos acudiendo diariamente a casa de Valdemar, acompañados una y otra vez por médicos y otros amigos. Durante todo este tiempo el hipnotizado se mantuvo exactamente como lo he descrito. Los enfermeros le atendían continuamente.

Por fin, el viernes pasado resolvimos hacer el experimento de despertarlo, o tratar de despertarlo probablemente el lamentable resultado del mismo es el que ha dado lugar a tanta discusión en los círculos privados y a una opinión pública que no puedo dejar de considerar como injustificada.

A efectos de librar del trance hipnótico al paciente, acudí a los pases habituales. De entrada resultaron infructuosos. La primera indicación de un retorno a la vida lo proporcionó el descenso parcial del iris. Como detalle notable se observó que este descenso de la pupila iba acompañado de un abundante flujo de icor amarillento, procedente de debajo de los párpados, que despedía un olor penetrante y fétido.

Alguien me sugirió que tratara de influir sobre el brazo del paciente, como al comienzo. Lo intenté, sin resultado. Entonces el doctor F... expresó su deseo de que interrogara al paciente. Así lo hice, con las siguientes palabras:

—Señor Valdemar... ¿puede explicarnos lo que siente y lo que desea?

Instantáneamente reaparecieron los círculos hécticos en las mejillas; la lengua tembló, o, mejor dicho, rodó violentamente en la boca (aunque las mandíbulas y los labios siguieron rígidos como antes), y entonces resonó aquella horrenda voz que he tratado ya de describir:

—¡Por amor de Dios... pronto... pronto... hágame dormir... o despiérteme... pronto... despiérteme! ¡Le digo que estoy muerto!

Perdí por completo la serenidad y, durante un momento, me quedé sin saber qué hacer. Por fin, intenté calmar otra vez al paciente, pero al fracasar, debido a la total suspensión de la voluntad, cambié el procedimiento y luché con todas mis fuerzas para despertarlo. Pronto me di cuenta de que lo lograría, o, por lo menos, así me lo imaginé; y estoy seguro de que todos los asistentes se hallaban preparados para ver despertar al paciente.

Pero lo que realmente ocurrió fue algo para lo cual ningún ser humano podía estar preparado.

Mientras ejecutaba rápidamente los pases hipnóticos, entre los clamores de: «¡Muerto! ¡Muerto!», que literalmente explotaban desde la lengua y no desde los labios del sufriente, bruscamente todo su cuerpo, en el espacio de un minuto, o aún menos, se encogió, se deshizo… se pudrió entre mis manos. Sobre el lecho, ante todos los presentes, no quedó más que una masa casi líquida de repugnante, de abominable putrefacción.



Edgar Allan Poe 

miércoles, 4 de marzo de 2020

La invocación de Zalgo

El que espera detrás de la pared.
El que espera para acabar con todo.

Todo lo que sabes, todo lo que eres.
El lo destrozará y lo dejará distante.
Él llamará a la bestia para devorar tu alma.
Él tomará al mundo entero y lo volverá incompleto.

Él viene.

El que cantará la canción que acabará con la Tierra.
Una canción tan hermosa.
En una noche tan hermosa.

Él espera esa noche.
Él Espera la Oscuridad.
Él, que espera detrás de la pared.
Él es el Caos de la conciencia colectiva.

Siendo uno con Él.

Caos y victimas, ambos serán privados.
No hay orden sin Caos.
Ya no quedará Orden.

Él espera esto.

El que espera detrás de la pared.
Espera por la llamada que lo deje libre.
Él destruirá todo.
Él enterrará los restos.

Convertirá todo en suyo con sus propias manos.
Si se lo permites.
¡Tú vas a permitirlo!

Él cantará la canción.
La canción que acabará con la Tierra.

Él es el que no tienen ojos.
Él es que no tiene forma.
Él será el que mienta.
Él será el que viole.

A través de ese mundo destrozado.
A través de mis ojos ennegrecidos.
A través de la Fe retorcida.
A través de la reconstrucción de este mundo.
YO cantaré la canción.

Él cantará atreves de mi.

Cantaré la canción todo el día.
Por Él yo la llevaré.
Provocando su regreso en este cruento mundo.
Regresará todo lo que perdimos.

YO cantaré la canción. Y será así.
Serenata del Fin.

Con el ritmo que todos ustedes conocen.
El latido del corazón de la Tierra.
La canción del Alma.

Mantelo cerca de tu corazón.
Al ritmo de su canción.
Cada quien es su tambor.
Cada quién es su canción.
Él espera detrás de la pared.

En un palacio de cristal torturado.
Servido por legiones forjadas a partir de las lágrimas de los muertos sin descanso.
Él, el Padre, cubierto con una armadura tallada en el sufrimiento de las madres.

En su mano derecha sostiene una estrella muerta y en su mano izquierda sostiene la vela, cuya luz es la sombra.

Su mano izquierda está manchada con la sangre de Am Dhaegar.

Sus seis bocas hablan en lenguas diferentes.

Y la séptima será la que cantará la canción que acabe con la Tierra.

¡Él viene!


martes, 3 de marzo de 2020

Mantícora

Origen: Mitología Persa
Fecha: Año 
Alias: Martyaxwar, "Devorador de hombres"
Aspecto: Híbrido: león, caballo, escorpión , humano.
Temperamento: Agresivo
Tamaño: Grande 3 a 5 m
Raza: Quimera



Antecedentes

Las Mantícoras son seres originarios de la Mitología Persa y se consideran un equivalente a la esfinge de la mitología egipcia, aunque a diferencia de ésta, no destaca por ser un animal sabio e inteligente; sino más bien por ser una criatura feroz e implacable. 

Esta criatura es un híbrido con cuerpo de león, un enorme par de alas de murcielago, una cola parecida a la de los escorpiones con la cual lanza púas que contienen un veneno paralizador y cara humana.

Es una bestia de naturaleza carnívora y gusta de devorar humanos, de echo su nombre deriva del antiguo persa (martya=hombre y خوار xvar=comer, devorar), significando «devoradora de personas». Cuando necesita cazar una presa utiliza su cola, soltando púas que atacan como dardos venenosos, la mantícora se dejará caer desde el aire sobre su presa. 

En la edad media eta criatura se convirtió en un símbolo de tiranía, opresión y envidia. Básicamente se convirtió en la encarnación del mal.

Son criaturas monógamas que cuidan de sus crías durante años, hasta que se hacen adultos y sus alas son lo suficientemente fuertes para emprender vuelo. En los bestiarios clásicos comentan que es posible adiestrar a los cachorros de mantícora con mucho esfuerzo, aunque nada te garantiza que de adulto el animal obedezca tus ordenes ya que son seres muy temperamentales.

Se dice a menudo que su naturaleza es malvada, llegando a establecer alianzas con otros seres perversos para mutua protección.








A la Deriva - Horacio Quiroga


Autor: Horacio Quiroga
Nacionalidad: Uruguayo
Año de publicación: 1917

A la Deriva


—¡Pero es caña, Paulino! —protestó la mujer espantada.

—¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!

La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.

—Bueno; esto se pone feo... —murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso.

Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.

Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos, y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.

Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentóse en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú–Pucú.

El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito –de sangre esta vez–, dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.

La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú–Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.

La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.

—¡Alves! —gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano—. ¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! —clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo.

En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva. El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, siempre la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.

El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.

El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú–Pucú.

El bienestar avanzaba y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona en Tacurú–Pucú? Acaso viera también a su ex patrón, míster Dougald, y al recibidor del obraje.

¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.

Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.

De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería? Y la respiración...

Al recibidor de maderas de míster Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un viernes santo... ¿Viernes? Sí, o jueves...

El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.

—Un jueves...

Y cesó de respirar.



Horacio Quiroga

#074 El Holder de la Marca

En cualquier ciudad, en cualquier país dirígete a cualquier institución mental o centro de acogida al que puedas llegar por tus propios medios, cuando llegues frente al escritorio pregunta por quien se hace llamar "El Portador de la Marca". La recepcionísta se congelará, ella esperaba hace mucho tiempo este momento y tenia mucho miedo de que al fin hayas llegado. Tartamudeará y te dirá que esa persona no se encuentra en ese lugar, debes insisitir, luego de mucho tiempo de insistencia ella cederá, comprobará a su alrededor si están solos y te hará una seña para que la sigas.

Te guiará por corredores cada vez de menor tamaño hasta que finalmente tengas que inclinarte y te señalará una puerta lejana a la que solo podrás acceder arrastándote. Será una puerta normal solo que en el centro tendrá dibujado un gran signo de exclamación, y un pequeño signo de interrogación en el pomo.
Esta es tu última oportunidad de dar la vuelta, si tienes la menor de las dudas, te recomiendo que lo hagas; si tu voluntad es fuerte, continúa abre suavemente la puerta y sal del pasillo.

Saldrás a una sala adornada con pinturas de famosos dictadores históricos, asesinos, carniceros violadores y ladrones. No te detengas en ellos, ya que sus almas, contenidas en los cuadros acumulan el odio retorcido que solo ha aumentado desde su muerte, esperan alcanzarte y desgarrar extremidad tras extremidad, deleitándose con tu lenta y dolorosa muerte.

Cuando llegues finalmente al final del pasillo, verás una pequeña caja de madera con una vieja y descolorida insignia, sentirás un escalofrío agudo subir por tu columna al contemplar el artículo y escucharás decir a una voz detrás de ti: "¿Hermoso, no es así?... Debes contestar : "Como la luna llena"...
Sin no está satisfecho con tu respuesta solo puedes rezar para que no te convierta en una de esas pinturas y en su lugar solo te de una muerte sin dolor.
Pero si el está satisfecho te dirá: "¿Lo preguntas?", debes contestar exactamente: "¿Cómo los destruímos? El reirá y dirá que no sabe, pero luego agregará: "Seguro que piensas en algo".

Luego despertarás en el baño más cercano, con un dolor increíble en el ojo, a medida que el dolor va desapareciendo verás que tu pupila ha tomado ahora la forma de la marca que tenía la caja que viste en la habitación.



Esa marca es el objeto 74 de 538. Te permitirá contemplar la verdad última. Si la experiencia vale o no la pena es otro asunto.

lunes, 2 de marzo de 2020

Cómo nuestra familia recibe dinero

Bajo al sótano, compruebo mi entorno. Todo está oscuro, siempre está oscuro. No hay ventanas ni en el sótano ni en la casa.

Mi hijo está atado a la mesa, está nervioso podría decir. Él siempre está nervioso, endeble, al menos no está llorando como la primera vez. Después de muchas rondas de esto, al menos se ha endurecido un poco.

Primero lo primero, anestesia, no soy un monstruo. Le puse la máscara en unos minutos ya no estará consciente, hora de empezar.

El primer corte es siempre el más duro, me preocupa con que lo voy a arruinar. No puedo dañar nada, o no se venderá, hay mucha presión sobre mí.

Empiezo con el corazón, es lo más valioso. El cerebro también lo es, pero los trasplantes de cerebro no existen.

Después de que todo esté vacío, lo pongo en la cama. Limpio mis herramientas. No tienen sangre, pero las bacterias siguen siendo una preocupación.

Cuando termino, puedo escuchar que está empezando a despertarse. No nos lleva mucho tiempo regenerarnos, así que no me sorprende demasiado. Me pongo de pie, y miro la pila en la mesa a mi lado.

—Oh, bien. Has vuelto. ¿Puedes ayudarme a guardar esto?

—¿Enserio mamá? —Puso los ojos en blanco. Los adolescentes son tan perezosos.

—Desde que vinieron de ti, sí.

A regañadientes me ayudó a embolsar las cosas. Los órganos se venderán bien en el mercado negro. Siempre lo hacen. Siempre ganamos suficiente dinero con ellos para vivir cómodamente y obtener la sangre que necesitamos para sobrevivir.

Sí, es un poco asqueroso, pero la alternativa es peor. Después de todo, ni siquiera podemos salir al exterior durante la mitad del día, así que esto es lo que tenemos que hacer.

Finalmente, hemos terminado.

—Trae a tu hermana. Ahora es su turno.



domingo, 1 de marzo de 2020

#365 El Holder del Año

En cualquier ciudad, en cualquier país, ve a cualquier institución mental o centro de rehabilitación al que puedas llegar por tus propios medios. Cuando llegues a la recepción pregunta si puedes ver a quién se hace llamar "El Portador del Año", el trabajador te observará en silencio mientras arquea una ceja, si el blanquea los ojos y vuelve a su trabajo debes salir tan sigilosamente como puedas del edificio. Si lo molestas el hombre llamará a seguridad y te pedirán que abandones el edificio por la fuerza. Pero si luego de poner los ojos en blanco se pone de pie mientras te pregunta: ¿Cuántos de esos psicópatas vendrán aquí? quiero decir... no tiene que ser este lugar. Estás en el lugar correcto. Ellos te mostrarán el complejo, no te preocupes por el tiempo que pases adentro o por recordar el camino de retorno, siéntete libre de observar los alrededores, ya que estas en un lugar seguro y no existen monstruos esperando por ti detrás de las puertas que visitas.

El recepcionista te mostrará entonces una puerta que desafía todas las descripciones terrenales, el solamente te vigilará esperando que abras la puerta, ábrela y lo sentirás sondeando tu mente y buscando en cada rincón de tus pensamientos. La puerta se abrirá y debes dar rápidamente un paso hacia la luz cegadora que emana. Pasarás a través de una barrera que te llevará a un hermoso pueblo, cada paso que des en ese lugar equivaldrá a un mes en la ciudad. Debes dirigirte a el único edificio que posee una puerta azul. Mientras caminas te darás cuenta de que los niños que hay a tu alrededor crecen a un ritmo acelerado, ellos no son capaces de notarte, pero si ves que se comienzan a agredir entre sí debes irte lo antes posible. No prestes atención a cuantos pasos das, pero es necesario que llegues a la puerta antes de que todos los habitantes del pueblo hayan sido asesinados.

Dentro del edificio estarán todas las personas que murieron antes de que entraras, ellos se acercarán a ti llevando cada uno un objeto distinto, debes saber desde ya que si alguien porta un calendario grande, tu búsqueda estaba destinada a fallar. No podrás moverte ya que quien lleva el calendario lo abrirá y de su interior las letras saldrán como cadenas de las páginas mientras trituran tu cuerpo como si se tratara de un oxidado rallador de queso.
Si ninguno de los presentes tiene un calendario, ignóralos, el Portador no se encuentra entre ellos, pero si está observando tus acciones. Camina a través de estas personas, no actuarán cuando pases. Este edificio es el ayuntamiento de la ciudad, si miras a la parte posterior de la sala, verás una pizarra de anuncios que tiene un calendario cubierto de numerosas escrituras que indican fechas importantes y eventos en la ciudad, si avanzas hasta la fecha de tu cumpleaños verás que ese día tiene escrito "Sacrificio Infantil". Inmediatamente luego de ver esto debes arrancar el calendario de la pared, revelando un portal oculto detrás de el. Entra al portal tan rápido como puedas, ya que el Portador está buscando la manera de cerrar tu paso, apreta fuertemente el calendario en tus manos mientras caes ya que podrás caer un minuto o un milenio, como sea, lo único que guiará tu camino a través de tu caída al olvido es ese calendario.

Si fuiste lo suficientemente rápido para entrar al portal te encontrarás en el piso, debajo del escritorio del recepcionista a quién le hablaste al ingresar, el te fulminará con la mirada mientras agrega: "Te tomó lo suficiente".
Levántate rápidamente de debajo del escritorio y espera que nadie vea cuando te vallas. El chisme se propaga rápido. Dirígete al lugar que llamas hogar, verás en el mostrador de la cocina, al lado de la cafetera una pequeña agenda planificadora con algo escrito en un extraño idioma en su interior.




Esa agenda es el objeto 365 de 538, el último día marcado en ella es tu cumpleaños y aún no tiene "planes" escritos.