miércoles, 31 de julio de 2019

#031 El Holder del Silencio

No hables. No suspires. Apaga cualquier dispositivo de sonido; aplástalo si es necesario. Envía lejos a tus amigos y familiares. Nunca los vuelvas a ver. Y sofoca a ese maldito perro.

Dispara a los vecinos. Quieren romperlo.

El silencio ¿lo oyes?. Puro y dorado, todo para ti. No habrá clamor, jadeo ni lucha, mientras mantengas el silencio.

Camina al instituto. No hagas ruido y no permitas que otros arruinen tu silencio; sus puños, pistolas y balas no deben detenerte.

No deben romper el silencio.

Cuando llegues al instituto, entrégale al empleado de la recepción un papel en blanco, ellos lo entenderán.

Serás llevado profundamente al instituto. Mientras tanto, disfruta de tu silencio: aplastándote, enloqueciéndote. Quiere destruirte para que puedas ser parte de él.

¿Escuchas eso? ¿La sangre corriendo por tus venas? Eso debe ser silencioso. Arráncate ese ruidoso corazón, pues ofende con sus latidos al letal silencio y debe ser dejado de lado.

Continúa caminando, debes caminar, y estar rodeado de silencio.

Levanta muros en tu mente para defender el silencio; crea castigos para quienes lo rompan.

Cuando llegues a tu celda, tendrás la necesidad de hablar una última vez, pero no querrás hacerlo. Simplemente querrás mantener el silencio, que te rodeé, que esté cerca de ti. Lo harás por un rato.

Porque ese silencio es el objeto 31 de 538. No debe romperse.

Arte por Brian Luong.

martes, 30 de julio de 2019

#030 El Holder de la Llama

En cualquier ciudad, en cualquier país, puedes ir a cualquier institución mental o centro de rehabilitación donde puedas llegar por ti mismo. Dirígete a la recepción y pide visitar a aquel que se hace llamar "el portador de la llama". El empleado te mirará impasible durante muchos segundos antes de señalar, silenciosamente, una puerta detrás de ti. La puerta no estaba allí antes, y nadie más a tu alrededor parecerá haberla notado. Acércate a la puerta y cierra los ojos antes de tomar el picaporte. Debes tocar una vez. Si el metal de repente se enfría en tu mano, corre. Corre lejos y sigue corriendo. Tu única esperanza será escapar, ya que la alternativa es un horror que solo las almas del infierno pueden comprender.

Si la aldaba se calienta, sostenla con fuerza, incluso cuando comience a abrasar tu mano. Finalmente, el dolor se detendrá. Una vez que esto haya sucedido, abre los ojos. Estarás en un pequeño jardín, iluminado por la luz de la luna llena, y rodeado de paredes de piedra cubiertas de hiedra. A tu izquierda habrá un estanque. No mires directamente al agua, a no ser que quieras que la multitud de terrores que acechan en ella te capturen y ahoguen una y otra vez por el resto de la eternidad. A tu derecha habrá una pira funeraria, aún no encendida, muy oscura debido a un líquido inflamable.

Da exactamente cinco pasos hacia la pira. No preguntes por qué. Encontrarás el cadáver de un niño castrado, con los brazos cruzados sobre un vial de mercurio. No diga nada más que la siguiente pregunta:

¿Qué causó su inmolación?

El cadáver no se moverá, pero la pira se encenderá por su propia voluntad. Al igual que los arbustos, la hierba, los árboles y las flores a tu alrededor. Las llamas cambiarán de color, de los colores normales del fuego, al rojo de la sangre recién derramada, al verde de la infección y la enfermedad. Las plantas gritarán de agonía a medida que se consumen las paredes que rodean el jardín. El estanque se secará, el agua misma arderá con un calor abrasador, mientras las almas de los condenados se elevarán en el vapor, aullando sobre ti su letanía de maldiciones.

Cuando la primera maldición llegue a tus oídos, debes reunir tu coraje y comenzar a reír. Fuerte, rencorosa, arrogante y no suavemente. Si las maldiciones se vuelven más vehementes, estarás a salvo. Si se detienen, tírate a la pira para escapar de un destino mucho peor.

En medio de la tempestad, el cadáver del niño se sentará tranquilamente en posición vertical, consumido por completo en llamas, y te ofrecerá el vial. Debes seguir riendo y cruzar los brazos. No debes aceptar este regalo ahora.

El cadáver abrirá su boca, y si tienes suerte, lo que verás en sus profundidades no te hará reír de locura por el resto de tu vida mortal.

El vial caerá, se romperá y derramará su contenido sobre los restos ennegrecidos de la hierba a medida que las llamas se apagan. Todo estará en silencio. A tus pies habrá una nueva flor, su tallo duro y espinoso, sus pétalos pintados con los colores del fuego del infierno y la condenación. Tómalo y te encontrarás lejos del jardín y de nuevo frente a la puerta del principio.

Esa flor es el objeto 30 de 538. Se quemará lenta y profundamente en tu alma y encenderá los fuegos de la locura.


lunes, 29 de julio de 2019

#029 El Holder de la Escarcha

En cualquier ciudad, en cualquier país, puedes ir a cualquier institución mental, o casa desolada a la mitad de una carretera abandonada, donde puedas llegar por ti mismo. Dirígete a la recepción y pide visitar a aquel que se hace llamar "el portador de la escarcha". Si el empleado se estremece de forma poco natural, te conducirá por un pasillo a su espalda y, una vez que le hayas dado la espalda, murmurará: "El pobre tonto". El pasillo se enfriará a medida que avanzas, pero no intentes calentarte. No intentes frotar tus manos para producir calor o desearás no haberlo hecho.

Si, en cualquier momento, el frío cesa y el pasillo se calienta, debes dejar de caminar rápidamente y gritar: "¡Para! ¡Esta no es la respuesta!". Si el calor persiste, corre. Corre tan rápido como puedas hacia la salida. Si no lo logras, los fuegos del infierno te consumirán. Si lo logras, no dejes de correr. Huye de la institución, la ciudad, el país, porque los sabuesos del portador tienen tu olor y no descansan.

Si vuelve el frío, continúa por el pasillo hasta que llegues a una puerta hecha de hielo sólido, toca tres veces. Si una voz suave y femenina te invita a entrar, abre la puerta. Si es una voz masculina y brusca, reza por una rápida desaparición.

Dentro de la puerta, encontrarás una habitación hecha de hielo, con estalagmitas y estalactitas congeladas que le dan la apariencia de unas enormes fauces. En el centro de la habitación habrá una mujer con velo y piel blanca como el marfil. No la mires directamente y dí solo una cosa:

¿Qué causó su hibernación?

Ella te contará su historia, una historia de destrucción y devastación, guerra y hambre, vida y muerte, y de un profundo sueño. La historia te enfriará hasta la base de tu existencia, pero nunca mires directamente a la mujer a los ojos. Si lo haces, tu alma quedará congelada por toda la eternidad.

Cuando termine, se quitará el velo, pero no debes mirarla. Su belleza destrozaría tu mente. Si mantienes tus ojos lejos de ella, ella cubrirá sus manos con las tuyas y te susurrará al oído:

La edad de hielo ha terminado.
¿Qué harás?

El mundo explotará en blanco, y cuando baje, estarás fuera de la institución. En tus manos habrá un gran copo de nieve de cristal.

Ese copo de nieve es el objeto 29 de 538. La edad de hielo ha terminado; están empezando a descongelarse.


domingo, 28 de julio de 2019

#079 El Holder de la Carne

En cualquier ciudad, en cualquier país  ve a alguna institución mental o casa desolada en mitad del camino donde puedas llegar por ti mismo. Cuando llegues al mesón debes buscar con cuidado a algún trabajador que esté comiendo carne, busca a quién parezca estar satisfecho o a punto de estarlo, ya que si le preguntas a alguien que aún no haya comido podría resultar en que te devoren para el almuerzo. Pídele a ese trabajador que te lleve con "El Portador de la Carne", con una apagada voz y la boca llena de comida el señalará el medio de la habitación, donde verás una vaca muerta que antes no estaba ahí, el animal tendrá un corte profundo desde la garganta hasta la entrepierna, el hombre te hará un gesto para que entres ahí.

Mientras te arrastras en la vaca muerta tendrás que deslizarte por un apretado y carnoso tubo mientras los movimientos musculares detrás de la capa viscosa forzan el camino. Debes intentar mantener la misma posición ya que mucho movimiento puede causar que te expulsen del tubo violentamente hacia unas grandes y dientudas fauces que masticarán tu cuerpo hasta que no quede más que el pellejo. Si pasas por la salida correcta, caerás hacia el piso de lo que parece ser una catedral completamente decorada con huesos, carne y órganos.  Hay ojos de todas las formas y tamaños mirándote fijamente desde todas partes, hacia el fondo el piso se arquea en una subida y una bajada formando una gran caja torácica que contiene unos grandes pulmones y un corazón. Insertada en la pared negra del fondo se encuentra incrustad un gigantesco frasco de vidrio que contiene un pulsante cerebro rodeado de fluidos. Sus largos nervios cuelgan como telarañas alrededor de todo el lugar, cubriendo las paredes y hacia arriba.

Sin previo aviso dos largos, anchos y musculosos brazos sin piel, con garras en la punta de los dedos comenzarán a emerger de las paredes. Ambos brazos te tomarán fuertemente intentes huir o no, es imposible escapar de su alcance. Si no haces la pregunta correcta o no logras hacerla serás desgarrado parte por parte y forzado a permanecer vivo para sentir cada momento de ese dolor y ser re-ensamblado como parte de la catedral viviente sin poder morir ni estar completamente vivo siendo uno con la edificación incapaz de hablar o gritar aunque quieras hacerlo. Si no quieres sufrir este horrible destino debes preguntarle: "¿Por qué desprecian la vida?

En un segundo el cerebro abrirá tu cráneo indoloramente, tomará un pellizco de su propia masa gris y la insertará en la tuya; cuando esto ocurra te darás cuenta con el mayor de los detalles de cada pequeña pieza que forma la vida. Todos los conocimientos y logros del hombre serán completamente inútiles en comparación a esto, muchos han enloquecido con esto y si no puedes manejarlo enloquecerás también compartiendo su destino, destrozando tu propio cerebro y dispersando todos tus pensamientos en el cosmos donde jamás volverán a ensamblarse, pero si logras mantenerte tranquilo y concentrado con esta información que es posiblemente el secreto mejor guardado de todos los universos conocidos y desconocidos... Y jamas debe ser compartido con nadie que no sea un verdadero dios a menos que quieras invocar la prematura muerte del hombre.

Si lograste conservar tu determinación el cerebro te dejará ir, no pierdas el tiempo ya que el siempre se verá tentado a agregar más carne a la suya, debes escapar del mismo modo en el que entraste, mientras te deslizas encontrarás un callejón sin salida. Te encontrarás a ti mismo debajo de las sábanas de tu propia cama hacia atrás con los pies en las almohadas.



Ese trozo de conocimiento es el objeto 79 de 538, la vida es lo que tu haces con ella así que hazlo bien.


sábado, 27 de julio de 2019

#028 El Holder de la Claridad

En cualquier ciudad, en cualquier país, puedes ir a cualquier institución mental, o casa desolada a la mitad de una carretera abandonada, donde puedas llegar por ti mismo. Dirígete a la recepción y pide visitar a aquel que se hace llamar "el portador de la claridad". El empleado comenzará a charlar sobre su vida contigo, haciendo bromas internas y referencias que solo él entenderá. Mientras tanto, te encaminará hacia el área recreativa del edificio. Abrirá una escotilla debajo de una mesa y, de repente, guardará silencio con una expresión sombría en su rostro. Mira hacia abajo en el agujero, y verás una gran cantidad de luces que se encienden y apagan. Te sentirás dubitativo y confundido, pero debes entrar.

Pareciera que esta habitación no tiene principio ni fin, las luces parpadearán de forma esporádica y encontrarás que pequeños objetos voladores revolotean frente a ti, en tus ojos, nariz y boca. El aire se llenará con un horrible zumbido que lo consumirá todo y no te permitirá escuchar ni siquiera tus propios gritos. Solo debes caminar, si por alguna razón los objetos dejan de moverse o las luces mantienen su brillo, debes gritar:

¡No sabrán que estoy aquí, ya que he cubierto mis huellas!

Si la calma se mantiene, es demasiado tarde para ti, ya ha comenzado. Si el horrible desconcierto regresa, sigue adelante. En tus andanzas, te encontrarás con una puerta. Es tu última oportunidad para volver; cuando estés listo, entra. La habitación te parecerá eterna, solo el piso mantendrá tu mente intacta.

Habrá un hombre cuya forma completa estará atravesada con largos clavos y estacas, cada centímetro de su cuerpo tendrá un agudo solevantamiento de metal o madera. Mantendrá su boca abierta por unos alfileres que le forzarán una sonrisa en los labios; sus erráticos ojos te buscarán sin éxito, una estaca enterrada en su nuca le impedirá alzar la cabeza. Su lengua se retorcerá a tu llegada. Él responderá a una sola pregunta:

¿Por qué toman forma?

A pesar de la estaca, sus ojos se fijarán en ti y su lengua se mantendrá inmóvil. En un horrible discurso de gárgaras, te recitará la creación de cada objeto y el propósito de cada uno. La descripción te inducirá a vomitar en cada oración, y la historia se vuelve más descabellada.

Encontrarás un cuchillo de filete oxidado y desgastado en tu mano. Debes eliminar su retorcida lengua, con sus patéticos y asfixiados gritos haciendo eco a través de tu alma. Por unos momentos, te parecerá patético y tendrás el impulso de querer ayudarlo, pero no lo haga, o lo reemplazarás.

Su lengua es el objeto 28 de 538. Ellos volverán a reunirse; sólo tú sabrás por qué.


viernes, 26 de julio de 2019

#027 El Holder del Sueño

En cualquier ciudad, en cualquier país, puedes ir a cualquier hospital por la noche y pedirle a la enfermera jefe poder visitar a aquel que se hace llamar "el portador del sueño". Ella te ignorará y dirá que tiene trabajo que hacer. Pregunta dos veces más sin tartamudear y ella suspirará como si estuviera cansada. Te preguntará si estás seguro, si respondes que no, te despertarás al día siguiente completamente descansado. Si tu respuesta es sí, la enfermera te guiará a una habitación vacía y te pedirá que duermas.

Cuando despiertes, estarás en una mesa de piedra, al comienzo de un largo corredor. Mientras caminas por el pasillo empezarás a sentirte somnoliento, debes resistirte a dormir, ya que lo harías eternamente. Al llegar al final del pasillo, encontrarás una puerta. Ábrela para encontrarte con el portador del sueño.

Verás a un anciano marchito durmiendo pacíficamente. Pisa ligeramente ya que a él no le gusta que lo molesten. No mires debajo de su cama, porque allí está la muerte te hundirás y serás atormentado para siempre. Camina en silencio hasta su cama y susurra en su oído:

¿Por qué nunca descansan?

Espera hasta que se despierte y te cuente la historia de cómo encadenaron su sueño a él, luego te invitará a sentarte junto a él. Hazlo, de lo contrario, te encadenará a su sueño y nunca volverás a estar verdaderamente despierto.

Después de sentarte con él, sacará un pequeño cristal con luz interior de su camisón. Luego lo empujará profundamente en tu pecho. Ignora el dolor, solo así el portador podrá volver a caer en su sueño. Si gritas, deberás reemplazarlo en su tortuoso descanso. Vuelve a la mesa de piedra a dormir. Te encontrarás fuera del hospital después de levantarte.

El cristal es el objeto 27 de 538. Ya no necesitas dormir, ruega para que tus pesadillas no te sigan.


jueves, 25 de julio de 2019

El Corazón Delator - Edgar Allan Poe

Título Original: The Tell Taller Heart
Año de Publicación: 1843
Autor: Edgar Allan Poe


¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.

Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.

Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.

Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás... pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.

Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:

—¿Quién está ahí?

Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.

Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No es más que el viento en la chimenea... o un grillo que chirrió una sola vez". Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.

Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.

Así lo hice —no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado—, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.

Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.

¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.

Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez... nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.

Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.

Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar... ninguna mancha... ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo... ¡ja, ja!

Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?

Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.

Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.

Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara... hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.

Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!

—¡Basta ya de fingir, malvados! —aullé—. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!



Edgar Allan Poe





#026 El Holder de la Perspectiva

James entró en la institución mental, instrucciones en mano. No esperaba que este ridículo ritual funcionara, después de todo, lo único que corría con el riesgo de perder era una hora de su tiempo y tal vez pasar un poco de vergüenza. Se acercó a la mujer que trabajaba en la recepción y le preguntó en voz baja si podía visitar a aquel que se hace llamar "el portador de la perspectiva".

Lo que sucedió a continuación lo sorprendió un poco: la recepcionista asintió solemnemente con la cabeza, justo como las instrucciones decían que lo haría. "Está bien", pensó. "Aparentemente, no soy el primero en intentar algo como esto. Es probable que hayan leído sobre estas cosas y estén jugando conmigo. Tal vez me lleve de vuelta a su sala de descanso o lo que sea para poder presumir a su compañero de trabajo al último idiota que entró pidiendo algo estúpido. Que todos se rían. Dios ¿por qué pensé que esto tenía la menor posibilidad de funcionar? "

Sin embargo, sus pensamientos divagantes y burlones fueron silenciados, una vez que la recepcionista abrió unas grandes puertas dobles con cadenas y vio las largas y estrechas escaleras que subían mucho más arriba de lo que el edificio debería haber permitido físicamente.

"Mierda, estas cosas sí son reales".

James subió las escaleras con precaución. Como era de esperar, una vez que alcanzó cierta altura, comenzó a ver imágenes proyectadas en las paredes. Eran los desastres más grandes y mortales de la humanidad; La destrucción de Pompeya, los estragos de la plaga negra, el Holocausto, el 9/11. Las imágenes mostraron estas tragedias a través de los ojos de todas y cada una de las víctimas. James evitó ser consumido por el dolor y la pena, pues sabía muy bien el precio por dejarse caer en la desesperación. Había llegado demasiado lejos; no podía dejarse fallar ahora.

Después de un largo y agotador ascenso, finalmente llegó a la cima de las escaleras donde lo esperaba una pared de mármol adornada con varias vidrieras diminutas con forma de ojo. Recordó sus instrucciones y puso su ojo izquierdo en la ventana con una perfecta grieta vertical en el medio. En un instante, su punto de vista cambió de su propio cuerpo al de un hombre antiguo en una cámara de piedra ovalada. El hombre estaba usando sus dedos delgados y huesudos para trazar patrones sobre un gran ojo de vidrio. James sintió que su dominio sobre su propia mente se debilitaba, así que antes de perder la cabeza por completo, pensó tan duro como pudo:

"¿Cómo verán ellos el final?"

En un instante, miles de imágenes comenzaron a parpadear ante sus ojos. Eran imágenes de las mismas escenas que había visto al subir las escaleras, solo que esta vez lo vio desde los ojos de observadores externos. Sentimientos de apatía, pena y alegría lo inundaron de golpe. La última imagen que vio era de un infierno infinito; ante esto, no había otra emoción para él que el horror puro y desenfrenado. Ya agotado física y mentalmente por el viaje hasta este punto, James no pudo manejar la tensión y se colapsó donde estaba.


———————————————————————————————————————


Ah, otro pobre buscador que no pudo manejar mis visiones. Muy pocos tienen la fuerza mental para ello, ya ves, y por una buena razón; ninguna persona ordinaria ha sido capaz de atestiguar las visiones del fin, y ciertamente menos un aficionado como este. Me desharé de su cuerpo y colocaré su alma dentro de mi ojo de vidrio, donde se unirá a los miles de otros que han fracasado.

Mi ojo de cristal es el objeto 26 de 538. Espera por alguien capaz de ver el mundo a través de su perspectiva.


miércoles, 24 de julio de 2019

Remiel

Nombre: Remiel
Raza: Ángel
Jerarquía (Hebrea): Arcangel



Remiel proviene del Hebreo ( רעמיאל Ra'mi'el ) y significa "El Trueno de Dios". Es uno de los 7 arcángeles del listado del libro de Enoc, en el cual se le describe como "el encargado de los resucitados" ya que es el quien responde hasta cuando deberán esperar los justos por su recompensa o "Hasta que el número de justos esté completo".


Otros Nombres:
  • Latin: Jeremiel - Yeremiel
  • Etíope:  Iyârumial
  • Sírio: Ramielen

El juguete

Lydia exhaló un breve suspiro y abrió la puerta principal. Se quitó el cabello de su cara con el dorso de la mano, levantando a Daisy en sus brazos.

—¡Oh, no fue una fiesta de cumpleaños divertida! —Ella arrulló suavemente, con una sonrisa brillante—. ¿Te gustan tus zapatos nuevos?

Daisy rió alegremente, asintiendo con la cabeza. Saltó de los brazos de su madre, brincando de un lado a otro por el pasillo, con sus relucientes zapatillas brillando mientras saltaba y galopaba.

—¿Quieres jugar con tus juguetes?

—¡Sí mamá! ¡Sí, sí! —Respondió Daisy, saltando arriba y abajo con una energía implacable.

Lydia dejó una de las bolsas de plástico en la otra mano. En el interior, enterrado entre otros juguetes variados, había un teléfono de juguete polvoriento, adornado con una sonrisa de dibujos animados y botones coloridos. Una gruesa capa de polvo se elevó en el aire mientras Lydia soplaba ligeramente toda la superficie del juguete. Qué extraño, pensó Lydia para sí misma. No recordaba haberlo recogido en el lugar de la fiesta.

—Está bien, gatita, vamos a tu habitación.

Con un chillido encantado, Daisy corrió escaleras arriba, haciendo 10 pequeños saltos hasta el segundo piso. Lydia la siguió de cerca, examinando el juguete en sus manos. Estaba un poco desgastado, pero perfectamente adecuado para una niña.

Dejó el teléfono entre un gran grupo de otros juguetes en el piso alfombrado de Daisy.

—Muy bien, Daisy, ¿con cuál quieres jugar primero? ¿El oso de peluche? ¿El robot? —Daisy miró por encima de su mar de juguetes, y finalmente señaló con un dedo rechoncho al teléfono.

—¡Ese! —Ella se rió.

Lydia se agachó para presionar el botón de encendido. Al instante, el pequeño juguete saltó a la vida con un tintineo musical, haciendo que Daisy sonriera de alegría.

De repente, el receptor de plástico vibró.

—Oh-oh! —Lydia dijo con un chirrido—. ¿Quién está al teléfono, Daisy?

Daisy puso el teléfono en su oreja con entusiasmo. Rápidamente, su expresión se volvió de la alegría al miedo. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y sus labios apuntaron hacia abajo con el ceño fruncido. Tiró el teléfono al suelo, en la cúspide de las lágrimas. Lydia arqueó las cejas.

—¿Qué pasa, cariño? ¿No está funcionando?

Daisy se volvió hacia su madre, gesticulando hacia el teléfono.

—El hombre del otro lado está siendo malo conmigo ... —Ella apenas pudo terminar su oración antes de estallar en un ataque de sollozos, lloriqueó y se llevó las manos a la cara.

—... ¿Qué? —Lydia respondió, preocupada. Ella se agachó para levantar el auricular, recogiendo a Daisy en sus brazos.

Una voz ronca respiró en el oído de Lydia. Aturdida, sus ojos se ensancharon con temor.

—Deberías haber cerrado la puerta principal —Dijo la voz, desde una garganta que sonaba como si estuviera llena de vidrios rotos. Lydia gritó, dejando caer el teléfono al suelo. Golpeó el juguete contra la pared con una poderosa patada, rompiéndolo en pedazos contra su talón. Daisy observó con confusión, las lágrimas aún corrían por su rostro.

—Está bien, bebé —dijo Lydia, respirando pesadamente—. Todo está bien ahora.

Besó a Daisy en la frente, meciéndose lentamente de un lado a otro. Pero Lydia se congeló una vez más cuando escuchó 10 golpes rápidos que subían las escaleras desde el pasillo.



Calificación:

martes, 23 de julio de 2019

Herobrine

Recientemente había creado un nuevo mundo en Minecraft para un solo jugador. Al principio, todo marchaba normal, comencé a talar árboles y hacer una mesa de trabajo. Noté que algo se movía entre la densa niebla (tengo un computador muy lento, así que tengo que jugar con una distancia de renderizado baja). Pensé que era una vaca, así que la perseguí, con la esperanza de conseguir algo de cuero para hacer libros.

Sin embargo, no era una vaca, sino otro personaje con la skin por defecto, pero sus ojos eran completamente blancos. No vi ningún nombre emergente sobre su avatar, y verifiqué dos veces para asegurarme de que no estaba en modo multijugador. No se quedó mucho tiempo, me miró y rápidamente corrió hacia la niebla. Intenté perseguirlo por curiosidad, pero ya se había ido.

Continué con el juego, sin saber qué pensar. Cuando me expandí al mundo vi cosas que parecían fuera de lugar como para que las hiciera el generador de mapas aleatorios; túneles de 2x2 en las rocas, pequeñas pirámides perfectas hechas de arena en el océano o troncos de árboles con todas sus hojas cortadas. Constantemente pensaba que el otro "jugador" podría estar mirándome desde la niebla profunda, pero nunca pude verlo mejor. Incluso intenté aumentar mi distancia de renderizado muy lejos cada vez que creía verlo, pero fue en vano.

Guardé el mapa y fui a los foros para ver si alguien más había encontrado al pseudojugador. No había ninguno. Creé mi propio tema contando sobre lo que me había sucedido, preguntando si alguien había tenido una experiencia similar. El tema fue eliminado en menos de cinco minutos. Lo intenté de nuevo, y esta vez el tema fue eliminado aún más rápido. Recibí un mensaje privado de un usuario llamado Herobrine que contenía una palabra: "Detente". Cuando traté de mirar el perfil de Herobrine, apareció una página 404.

Recibí un correo electrónico de otro usuario del foro. Afirmó que los Mods pueden leer los mensajes de los usuarios del foro, por lo que estábamos más seguros usando el correo electrónico. El remitente del correo electrónico afirmó que también había visto al jugador misterioso y que tenía un pequeño "directorio" de otros usuarios que también lo habían visto. Sus mundos también estaban llenos de construcciones hechas obviamente por un jugador y todos coincidían en describirlo sin pupilas.

Pasó aproximadamente un mes hasta que volví a tener noticias de mi informante. Algunas de las personas que se habían encontrado con el hombre misterioso dieron con el nombre Herobrine y encontraron que ese nombre era usado frecuentemente por un jugador sueco. Después de recopilar información adicional, se reveló que era el hermano de Notch, el desarrollador del juego. Personalmente le envié un correo electrónico a Notch, preguntándole si tenía un hermano. Le tomó un tiempo, pero me envió un mensaje muy corto.

Si, lo tenía, pero ya no está con nosotros. 
-Notch.

No he visto al jugador misterioso desde nuestro primer encuentro, y no he notado ningún cambio en mi mundo que no haya hecho yo. Pude presionar "imprimir pantalla" cuando lo vi por primera vez. Aquí está la única evidencia de su existencia:



Calificación: 

El Extraño - H.P. Lovecraft

Título Original: The Outsider
Año de Publicación: 1926
Autor: H.P. Lovecraft (1890-1937)



Aquella noche el Barón soñó con muchos infortunios;
Y todos sus guerreros invitados, con silueta y forma
De bruja, demonios, y un gran sarcófago,
Fuimos presa de sus pesadillas.

La Eva de San Agnes; John Keats.


Infeliz es aquel a quien sus recuerdos infantiles sólo traen miedo y tristeza. Desgraciado aquel que vuelve la mirada hacia horas solitarias en bastos y lúgubres recintos de cortinados marrones y alucinantes hileras de antiguos volúmenes, o hacia pavorosas vigilias a la sombra de árboles descomunales y grotescos, cargados de enredaderas, que agitan silenciosamente en las alturas sus ramas retorcidas. Tal es lo que los dioses me destinaron a mí, el aturdido, el frustrado, el estéril, el arruinado y sin embargo, me siento extrañamente satisfecho y me aferro con desesperación a esos recuerdos marchitos cada vez que mi mente amenza con ir más allá, hacia el otro.

No sé dónde nací, salvo que el castillo era infinitamente horrible, lleno de pasadizos oscuros y con altos cielos rasos donde la mirada sólo hallaba telarañas y sombras. Las piedras de los agrietados corredores estaban siempre odiosamente húmedas y por doquier se percibía un olor maldito, como de pilas de cadáveres de generaciones muertas. Jamás había luz, por lo que solía encender velas y quedarme mirándolas fijamente en busca de alivio; tampoco afuera brillaba el sol, ya que esas terribles arboledas se elevaban por encima de la torre más alta. Una sola, una torre negra, sobrepasaba el ramaje y salía al cielo abierto y desconocido, pero estaba casi en ruinas y sólo se podía ascender a ella por un escarpado muro poco menos que imposible de escalar.

Debo haber vivido años en ese lugar, pero no puedo medir el tiempo. Seres vivos debieron haber atendido a mis necesidades, y sin embargo no puedo rememorar a persona alguna excepto yo mismo, ni ninguna cosa viviente salvo ratas, murciélagos y arañas, silenciosos todos. Supongo que, quienquiera me haya cuidado, debió haber sido asombrósamente viejo, puesto que mi primera representación mental de una persona viva fue la de algo semejante a mí, pero retorcido, marchito y deteriorado como el castillo. Para mí no tenían nada de grotescos los huesos y los esqueletos esparcidos por las criptas de piedra cavadas en las profundidades de los cimientos.

En mi fantasía asociaba estas cosas con los hechos cotidianos y los hallaba más reales que las figuras en colores de seres vivos que veía en muchos libros mohosos. En esos libros aprendí todo lo que sé. Maestro alguno me urgió o me guió, y no recuerdo haber escuchado en todos esos años voces humanas..., ni siquiera la mía; ya que, si bien había leído acerca de la palabra hablada nunca se me ocurrió hablar en voz alta. Mi aspecto era asimismo una cuestión ajena a mi mente, ya que no había espejos en el castillo y me limitaba, por instinto, a verme como un semejante de las figuras juveniles que veía dibujadas o pintadas en los libros. Tenía conciencia de la juventud a causa de lo poco que recordaba.

Afuera, tendido en el pútrido foso, bajo los árboles tenebrosos y mudos, solía pasarme horas enteras soñando lo que había leído en los libros; añoraba verme entre gentes alegres, en el mundo soleado allende de la floresta interminable. Una vez traté de escapar del bosque, pero a medida que me alejaba del castillo las sombras se hacían más densas y el aire más impregnado de crecientes temores, de modo que eché a correr frenéticamente por el camino andado, no fuera a extraviarme en un laberinto de lúgubre silencio.

Y así, a través de crepúsculos sin fin, soñaba y esperaba, aún cuando no supiera qué. Hasta que en mi negra soledad, el deseo de luz se hizo tan frenético que ya no pude permanecer inactivo y mis manos suplicantes se elevaron hacia esa única torre en ruinas que por encima de la arboleda se hundía en el cielo exterior e ignoto. Y por fin resolví escalar la torre, aunque me cayera; ya que mejor era vislumbrar un instante el cielo y perecer, que vivir sin haber contemplado jamás el día.

A la húmeda luz crepuscular subí los vetustos peldaños de piedra hasta llegar al nivel donde se interrumpían, y de allí en adelante, trepando por pequeñas entrantes donde apenas cabía un pie, seguí mi peligrosa ascensión. Horrendo y pavoroso era aquel cilindro rocoso, inerte y sin peldaños; negro, ruinoso y solitario, siniestro con su mudo aleteo de espantados murciélagos. Pero más horrenda aún era la lentitud de mi avance, ya que por más que trepase, las tinieblas que me envolvían no se disipaban y un frío nuevo, como de moho venerable y embrujado, me invadió. Tiritando de frío me preguntaba por qué no llegaba a la claridad, y, de haberme atrevido, habría mirado hacia abajo. Antojóseme que la noche había caído de pronto sobre mí y en vano tanteé con la mano libre en busca del antepecho de alguna ventana por la cual espiar hacia afuera y arriba y calcular a qué altura me encontraba.

De pronto, al cabo de una interminable y espantosa ascensión a ciegas por aquel precipicio cóncavo y desesperado, sentí que la cabeza tocaba algo sólido; supe entonces que debía haber ganado la terraza o, cuando menos, alguna clase de piso. Alcé la mano libre y, en la oscuridad, palpé un obstáculo, descubriendo que era de piedra e inamovible. Luego vino un mortal rodeo a la torre, aferrándome de cualquier soporte que su viscosa pared pudiera ofrecer; hasta que finalmente mi mano, tanteando siempre, halló un punto donde la valla cedía y reanudé la marcha hacia arriba, empujando la losa o puerta con la cabeza, ya que utilizaba ambas manos en mi cauteloso avance.

Arriba no apareció luz alguna y, a medida que mis manos iban más y más alto, supe que por el momento mi ascensión había terminado, ya que la puerta daba a una abertura que conducía a una superficie plana de piedra, de mayor circunferencia que la torre inferior, sin duda el piso de alguna elevada y espaciosa cámara de observación. Me deslicé sigilosamente por el recinto tratando que la pesada losa no volviera a su lugar, pero fracasé en mi intento. Mientras yacía exhausto sobre el piso de piedra, oí el alucinante eco de su caída, pero con todo tuve la esperanza de volver a levantarla cuando fuese necesario.

Creyéndome ya a una altura prodigiosa, muy por encima de las odiadas ramas del bosque, me incorporé fatigosamente y tanteé la pared en busca de alguna ventana que me permitiese mirar por vez primera el cielo y esa luna y esas estrellas sobre las que había leído. Pero ambas manos me decepcionaron, ya que todo cuanto hallé fueron amplias estanterías de mármol cubiertas de aborrecibles cajas oblongas de inquietante dimensión. Más reflexionaba y más me preguntaba qué extraños secretos podía albergar aquel alto recinto construido a tan inmensa distancia del castillo subyacente.

De pronto mis manos tropezaron inesperadamente con el marco de una puerta, del cual colgaba una plancha de piedra de superficie rugosa a causa de las extrañas incisiones que la cubrían. La puerta estaba cerrada, pero haciendo un supremo esfuerzo superé todos los obstáculos y la abrí hacia adentro. Hecho esto, invadióme el éxtasis más puro jamás conocido; a través de una ornamentada verja de hierro, y en el extremo de una corta escalinata de piedra que ascendía desde la puerta recién descubierta, brillando plácidamente en todo su esplendor estaba la luna llena, a la que nunca había visto antes, salvo en sueños y en vagas visiones que no me atrevía a llamar recuerdos.

Seguro ahora de que había alcanzado la cima del castillo, subí rápidamente los pocos peldaños que me separaban de la verja; pero en eso una nube tapó la luna haciéndome tropezar, y en la oscuridad tuve que avanzar con mayor lentitud. Estaba todavía muy oscuro cuando llegué a la verja, que hallé abierta tras un cuidadoso examen pero que no quise trasponer por temor de precipitarme desde la increíble altura que había alcanzado. Luego volvió a salir la luna.

De todos los impáctos imaginables, ninguno tan demoníaco como el de lo insondable y grotescamente inconcebible. Nada de lo soportado antes podía compararse al terror de lo que ahora estaba viendo; de las extraordinarias maravillas que el espectáculo implicaba. El panorama en sí era tan simple como asombroso, ya que consistía meramente en esto: en lugar de una impresionante perspectiva de copas de árboles vistas desde una altura imponente, se extendía a mi alrededor, al mismo nivel de la verja, nada menos que la tierra firme, separada en compartimentos diversos por medio de lajas de mármol y columnas, y sombreada por una antigua iglesia de piedra cuyo devastado capitel brillaba fantasmagóricamente a la luz de la luna.

Medio inconsciente, abrí la verja y avancé bamboleándome por la senda de grava blanca que se extendía en dos direcciones. Por aturdida y caótica que estuviera mi mente, persistía en ella ese frenético anhelo de luz, ni siquiera el pasmoso descubrimiento de momentos antes podía detenerme. No sabía, ni me importaba, si mi experiencia era locura, enajenación o magia, pero estaba resuelto a ir en pos de luminosidad y alegría a toda costa. No sabía quién o qué era yo, ni cuáles podían ser mi ámbito y mis circunstancias; sin embargo, a medida que proseguía mi tambaleante marcha, se insinuaba en mí una especie de tímido recuerdo latente que hacía mi avance no del todo fortuito, sin rumbo fijo por campo abierto; unas veces sin perder de vista el camino, otras abandonándolo para internarme, lleno de curiosidad, por praderas en las que sólo alguna ruina ocasional revelaba la presencia, en tiempos remotos, de una senda olvidada. En un momento dado tuve que cruzar a nado un rápido río cuyos restos de mampostería agrietada y mohosa hablaban de un puente mucho tiempo atrás desaparecido.

Habían transcurrido más de dos horas cuando llegué a lo que aparentemente era mi meta: un venerable castillo cubierto de hiedras, enclavado en un gran parque de espesa arboleda, de alucinante familiaridad para mí, y sin embargo lleno de intrigantes novedades. Vi que el foso había sido rellenado y que varias de las torres que yo bien conocía estaban demolidas, al mismo tiempo que se erguían nuevas alas que confundían al espectador. Pero lo que observé con el máximo interés y deleite fueron las ventanas abiertas, inundadas de esplendorosa claridad y que enviaban al exterior ecos de la más alegre de las francachelas. Adelantándome hacia una de ellas, miré el interior y vi un grupo de personas extrañamente vestidas, que departían entre sí con gran jarana. Como jamás había oído la voz humana, apenas sí podía adivinar vagamente lo que decían. Algunas caras tenían expresiones que despertaban en mí remotísimos recuerdos; otras me eran absolutamente ajenas.

Salté por la ventana y me introduje en la habitación, brillantemente iluminada, a la vez que mi mente saltaba del único instante de esperanza al más negro de los desalientos. La pesadilla no tardó en venir, ya que, no bien entré, se produjo una de las más aterradoras reacciones que hubiera podido concebir. No había terminado de cruzar el umbral cuando cundió entre todos los presentes un inesperado y súbito pavor, de horrible intensidad, que distorsionaba los rostros y arrancaba de todas las gargantas los chillidos más espantosos. El desbande fue general, y en medio del griterío y del pánico varios sufrieron desmayos, siendo arrastrados por los que huían enloquecidos. Muchos se taparon los ojos con las manos y corrían a ciegas llevándose todo por delante, derribando los muebles y dándose contra las paredes en su desesperado intento de ganar alguna de las numerosas puertas.

Solo y aturdido en el brillante recinto, escuchando los ecos cada vez más apagados de aquellos espeluznantes gritos, comencé a temblar pensando qué podía ser aquello que me acechaba sin que yo lo viera. A primera vista el lugar parecía vacío, pero cuando me dirigí a una de las alcobas creí detectar una presencia... un amago de movimiento del otro lado del arco dorado que conducía a otra habitación, similar a la primera. A medida que me aproximaba a la arcada comencé a percibir la presencia con más nitidez; y luego, con el primero y último sonido que jamás emití -un aullido horrendo que me repugnó casi tanto como su morbosa causa-, contemplé en toda su horrible intensidad el inconcebible, indescriptible, inenarrable monstruo que, por obra de su mera aparición, había convertido una alegre reunión en una horda de delirantes fugitivos.

No puedo siquiera decir aproximadamente a qué se parecía, pues era un compuesto de todo lo que es impuro, pavoroso, indeseado, anormal y detestable. Era una fantasmagórica sombra de podredumbre, decrepitud y desolación; la pútrida y viscosa imagen de lo dañino; la atroz desnudez de algo que la tierra misericordiosa debería ocultar por siempre jamás. Dios sabe que no era de este mundo -o al menos había dejado de serlo-, y sin embargo, con enorme horror de mi parte, pude ver en sus rasgos carcomidos, con huesos que se entreveían, una repulsiva y lejana reminiscencia de formas humanas; y en sus enmohecidas y destrozadas ropas, una indecible cualidad que me estremecía más aún.

Estaba casi paralizado, pero no tanto como para no hacer un débil esfuerzo hacia la salvación: un tropezón hacia atrás que no pudo romper el hechizo en que me tenía apresado el monstruo sin voz y sin nombre. Mis ojos, embrujados por aquellos asqueantes ojos vítreos que los miraba fijamente, se negaba a cerrarse, si bien el terrible objeto, tras el primer impacto, se veía ahora más confuso. Traté de levantar la mano y disipar la visión, pero estaba tan anonadado que el brazo no respondió por entero a mi voluntad. Sin embargo, el intento fue suficiente como para alterar mi equilibrio y, bamboléandome, di unos pasos hacia adelante para no caer. Al hacerlo adquirí de pronto la angustiosa noción de la proximidad de la cosa, cuya inmunda respiración tenía casi la impresión de oír. Poco menos que enloquecido, pude no obstante adelantar una mano para detener a la fétida imagen, que se acercaba más y más, cuando de pronto, mis dedos tocaron la extremidad putrefacta que el monstruo extendía por debajo del arco dorado. No chillé, pero todos los satánicos vampiros que cabalgan en el viento de la noche lo hicieron por mí, a la vez que dejaron caer en mi mente una avalancha de anonadantes recuerdos.

Supe en ese mismo instante todo lo ocurrido; recordé hasta más allá del terrorífico castillo y sus árboles; reconocí el edificio en el cual me hallaba; reconocí, lo más terrible, la impía abominación que se erguía ante mí, mirándome de soslayo mientras apartaba de los suyos mis dedos manchados. Pero en el cosmos existe el bálsamo además de la amargura, y ese bálsamo es el olvido. En el supremo horror de ese instante olvidé lo que me había espantado y el estallido del recuerdo se desvaneció en un caos de reiteradas imágenes. Como entre sueños, salí de aquel edificio fantasmal y execrado y eché a correr rauda y silenciosamente a la luz de la luna.

Cuando retorné al mausoleo de mármol y descendí los peldaños, encontré que no podía mover la trampa de piedra; pero no lo lamenté, ya que había llegado a odiar el viejo castillo y sus árboles. Ahora cabalgo junto a los fantasmas, burlones y cordiales, al viento de la noche, y durante el día juego entre las catacumbas de Nefre-Ka, en el recóndito y desconocido valle de Hadoth, a orillas del Nilo. Sé que la luz no es para mí, salvo la luz de la luna sobre las tumbas de roca de Neb, como tampoco es para mí la alegría, salvo las innominadas fiestas de Nitokris bajo la Gran Pirámide; y sin embargo en mi nueva y salvaje libertad, agradezco casi la amargura de la alienación.

Pues aunque el olvido me ha dado la calma, no por eso ignoro que soy un extranjero; un extraño a este siglo y a todos los que aún son hombres. Esto es lo que supe desde que extendí mis dedos hacia esa cosa abominable surgida en aquel gran marco dorado; desde que extendí mis dedos y toqué la fría e inexorable superficie de un pulido espejo.


H.P. Lovecraft

lunes, 22 de julio de 2019

#531 El Holder de el Ser

En cualquier ciudad, en cualquier país ve a alguna institución mental o casa desolada en medio del camino donde puedas llegar por tus propios medios, una vez ahí pregunta al empleado del mostrador por quien se hace llamar "El Portador del Ser". Él hombre te mirará con tristeza y te dirá que el Portador ha estado afuera por mucho tiempo, ignóralo y continúa con la pregunta entonces te mirará con más tristeza y comenzará un largo y lento gemido, no debes dejar de preguntar ya que si lo haces el gemido cortará tu alma dejando tu cuerpo como un recipiente vacío. Eventualmente el gemido cesará, el hombre te mirará y la habitación se quedará en penumbra. Durante este tiempo no debes hablar ni moverte, solo debes pensar en ti mismo, tu forma, tu modo. Si no lo logras tu alma se perderá por siempre en un mar de caos.

Pasado un tiempo la luz reaparecerá y verás una pequeña linterna incrustada en un poste con un hombre parado detrás, puedes intentar mirar la cara de ese hombre pero no debes mirar alrededor del cuarto o sufrirás como nadie más lo ha hecho. El hombre tiene una masa gris en lugar de rostro y solo responde a una pregunta: ¿Qué los convirtió en lo que son?

Cuando el hombre escuche esto, su rostro se retuerce formando una horrible expresión mientras grita, susurra y murmura sobre habla sobre la pérdida de sí mismo, de la nada en el corazón de un hombre y la vida sin detenerse dejando nada más que un frío y oscuro destino... tal vez escuches sollozos mientras relata su historia no debes voltear o quedarás atrapado viéndote a ti mismo llorar. Una vez que esto termina su rostro quedará inexpresivo y el sostendrá una máscara en sus manos, tómala con ambas manos y aprétala en tu pecho



La máscara es el objeto 531 de 538.

Ahora has cambiado irrevocablemente por lo que has visto, solo mirándo a través de la máscara podrás ver su verdadera esencia, lo que alguna vez Fueron.

domingo, 21 de julio de 2019

#025 El Holder de la Creación

En cualquier ciudad, en cualquier país, puedes ir a cualquier hospital y solicita visitar a aquel que se hace llamar "el portador de la creación". La empleada te mirará a los ojos, horrorizado, antes de levantarse. Ella te guiará hacia la sala de maternidad y te empujará hacia una puerta cerrada, la cual traspasarás como si no estuviera allí.

Una vez dentro, notará dos puertas más: uno a la izquierda y otro a la derecha. Debes elegir la que está en la dirección a la que estés más acostumbrado, esperando que el destino haya guiado correctamente tu decisión. Toma la manija, si una luz se asoma por debajo de la puerta, debes ingresar. Si no es así, corre hacia la otra habitación lo más rápido que puedas. Duerme donde caigas y no confíes en nadie. Ruega a tu dios para pasar inadvertido.

Si la luz se emite desde debajo de la puerta, o si por algún milagro evitas que te capturen después de tu error y vuelves a elegir una vez más, entra con cuidado. La habitación parece extenderse hacia la eternidad; no intentes comprender su tamaño o forma, ya que muchos hombres, más inteligentes que tú, han sido llevados a la locura por aquel pensamiento. Esparcidos por toda la habitación habrán cuerpos de recién nacidos y fetos, en diferentes estados de descomposición. Algunos todavía seguirán con vida, no debes distraerte con ellos, reprime cualquier instinto maternal.

En el horizonte habrá una madre, poco más que una niña, y aferrará a un bebé envuelto en una manta hecha jirones a su pezón. A medida que te vayas acercando, podrás ver mejor al lactante. Su expresión será ansiosa y cansada, una mirada eterna y sabia que ha olvidado más de lo que la mayoría jamás verá.

Acércate a la madre, con calma. Si la asustas e interrumpes su amamantamiento, tu única esperanza es susurrar:

No deseo molestarte ni a tu hermoso hijo.

Si la has apaciguado, colócate de modo que puedas mirar directamente a los ojos del niño. Una vez allí, no debe interrumpir el contacto visual por temor a molestar al bebé y provocar tu propia condena. Puedes hacerle una pregunta solamente:

¿Para qué hemos sido creados?

El bebé se moverá y envolverá su trapo hecho jirones alrededor de una de tus extremidades, lo atará y te arrancará la extremidad; no debes reaccionar ante el dolor o al riesgo de nunca volver a recuperar tu miembro, más te vale, ya que lo hará con todas tus extremidades. Si puedes superar la agonía, él te mirará a los ojos y verás el comienzo del cosmos. Todas las cosas que han sido desde la creación de la existencia se desplegarán ante sus ojos. La verdad del origen de los buscadores será traída a la vida, y si esta verdad no te enloquece, sentirás el calor de este conocimiento brillando dentro de ti. Este calor crecerá hasta que el dolor de la quemadura supere mil veces la de tu carne desgarrada. Sentirás que tu cuerpo se desvanece, quemándose hasta las cenizas.

En la cima de tu angustia, si has logrado permanecer estoico, inexplicablemente parpadearás, para descubrir que ha regresado afuera, exactamente un día antes del incidente. En tus manos encontrarás un manuscrito hecho jirones, cuyo texto parece ser anterior a la existencia.

Este objeto es el 25 de 538. Este libro anhela regresar con los otros, y dentro de él está el conocimiento críptico de cómo hacerlo.


sábado, 20 de julio de 2019

#024 El Holder del Color

En cualquier ciudad, en cualquier país, puedes ir a cualquier institución mental, o casa desolada a la mitad de una carretera olvidada, donde puedas entrar por ti mismo. Dirígete a la recepción y solicita visitar a aquel que se hace llamar "el portador del color". El encargado te mirará y te dará una sonrisa tímida antes de extender su mano hacia ti. Debes esperar exactamente ocho segundos antes de tomarla, o los colores mismos te negarán y no podrás ingresar.

El encargado se pondrá de pie y te llevará a una celda, abrirá la puerta e te pedirá que entres. Dentro de la celda, encontrarás dos niños pequeños, ambos vestidos en tonos grises, su piel y cabellos parecerán como si todo el color hubiera sido drenado de ellos. Uno tendrá el cabello largo y llevará un vestido blanco, mientras que el otro estará con un traje negro y el pelo corto. Procura mirar solo al de blanco a los ojos, porque serán normales; los ojos del niño vestido de negro te llevarán a la locura. Cada uno usará un guante y extenderá ambas manos hacia ti. Puedes tomar la mano enguantada de cada uno; pero si tocas la carne del niño vestido de negro, serás plagado por la peor agonía de todo el universo, pero no morirás, él no te dejará ir. Si tocas la piel del niño vestido de blanco, sentirás más placer del que jamás hayas experimentado, pero pronto él retirará su mano y nunca más volverás a sentir ese placer, sin importar cuanto lo anheles; tu lujuria te matará.

Mantente atento; ya que en cualquier momento, los chicos se mirarán, asentirán y sacudirán sus cabezas, en aquel momento debes rápidamente cerrar los ojos y gritar:

No soy lo que buscas, pero puedo cambiar las mareas.

Una vez que digas esto, ambos reirán y tirarán de tus manos, abrirán con su mano libre una pesada trampilla en el centro del calabozo y te obligarán a descender incómodamente en la oscuridad. Los chicos hablarán al unísono, alardeando sin césar de sus riquezas, de todas las cosas que tienen. Te preguntarán muchas veces si estás celoso; cada vez que pregunten, debes responder que . Tu destino ahora está en manos de estos chicos.

El tramo de escaleras que descenderán será largo, volviéndose cada vez mas estrecho, hasta que eventualmente caminen uno por delante y otro por detrás de ti. Si el chico de negro va por delante, considérate afortunado; la vida ahora está en tu espalda. Pero si regresa, tu muerte será agonizante, te arrojará desde las escaleras hacia el abismo.

Después de lo que te parecerá una eternidad, llegarás al final de las escaleras y ambos niños te empujarán hacia una gran puerta de vidrio. Te mirarán fijamente, las lágrimas correrán por sus pómulos y te dirán que no pueden ir más allá, señalándote la puerta. Debes entrar.

La habitación será de color negro oscuro, salvo por un solo haz de luz directo en su centro. De pie, bañada por la luz, habrá una mujer que, como los niños, estará completamente despojada de color. Tanto su cabello como su vestido alcanzarán la tierra, cada uno tan blanco como su tez. Sus ojos serán totalmente blancos y escleróticos, parecerá que ella está mirándote fijamente. Si te sonríe, la has divertido, y ella iluminará toda la habitación con su luz, te convertirás en uno de los cuerpos retorcidos que conforman la colección debajo de su piso de cristal. Si ella frunce el ceño, se volverá de espaldas e iluminará otra parte de la habitación, despertando a otros siete seres: un hombre riendose que viste solo de negro, un joven lloroso vestido de blanco, un anciano gruñón con ojos rojos y penetrantes, una mujer rodeada de pétalos rosas haciendo muecas extrañas, una niña sin emociones envuelta en verde, un pálido ser humanoide con cabello plateado y un anciano sonriente cubierto de riquezas. Ellos serán tus jueces. Debes elegir él que crees que te dará justicia y caminar hacia él, pregúntale:

¿Cuándo te despojarán de esta tierra?

En caso de que elijas algún color equivocado, la persona escogida se quedará muy quieta, te sonreirá de forma extraña y pronto sentirás que te deslizas hacia la nada. De dar con la persona correcta, ésta te responderá con un chillido horrible, señalando con temor a la mujer en el centro de la habitación. Los demás te gritarán maldiciones en muchos idiomas diferentes y sentirás un dolor punzante en todo tu cuerpo. Él que hayas elegido dará un paso delante para abrazarte, te susurrará al oído el repugnante relato acerca de tu muerte, sobre como el mundo se irá lentamente desvaneciendo cada uno de tus últimos alientos. No te muevas.

El coro de maldiciones se detendrá y la sala se iluminará, los siete te mirarán. Donde estaba la mujer, ahora habrá una pequeña pluma, como la de una paloma, cambiando su color continuamente.

Esta pluma es el objeto 24 de 538. Con ella podrás quitarles, lo que era suyo, para dar.


viernes, 19 de julio de 2019

#490 El Holder del Amor

En cualquier ciudad, en cualquier país, puedes ir a cualquier hospital y pide visitar a aquel que se hace llamar "el portador del amor", y prepárate para ser absoluta y completamente destruido.

Nadie ha regresado de la búsqueda de este objeto, y si lo han hecho, aquellos buscadores ya no están verdaderamente "viviendo". Son cáscaras, han desaparecido de sus cuerpos absoluta y completamente, dejando mensajes locos esparcidos a través de las paredes de su nuevo hogar, sus cuerpos en ruinas enferman a la vista.

Las cosas que yo llamo "sobrevivientes" ya no tienen la voluntad de vivir y, sin embargo, ya no tienen la fuerza suficiente para terminar con sus vidas. Han descendido a un lugar de pesadillas y horror, un lugar de odio y desesperación. Un lugar donde sus deseos se convierten en tormentos y su desesperación se convierte en hogar. Este lugar está repleto, con habitantes más horribles e inimaginables que los propios Objetos, bestias y monstruos más allá de las palabras que te separarán de mil maneras antes de que terminen con tu vida. Este es el lugar al que este Portador llama hogar, el peor Portador; lo peor en todos los infiernos.

Se han establecido en el camino de un Objeto; una oscura "protección" tanto divina como demoníaca. Puede ahuyentarte de los horrores de tu búsqueda, y puedes creer que conjura tu salvación, pero sabes lo que yo sé: que estás condenado si buscas esto, condenado más allá que con cualquier otro portador del que hayas oído u oirás.

Pero, si crees que puedes avanzar y vencer las pruebas y los horrores que este portador tiene para ofrecer, entonces espero que finalmente pruebes las recompensas de tu búsqueda, porque eres más grande que el más grande y un Dios entre los insectos de los Portadores.

La oscura recompensa que buscas es el objeto 490 de 538. Ésta anhela la compañía del resto.


jueves, 18 de julio de 2019

Lavender Town

El Síndrome de Lavender Town fue un peak en suicidios y enfermedades mentales en niños entre los 7 y 14 años de edad, poco después de la salida al mercado de Pokémon Red and Green en Japón, el 27 de febrero de 1996.

Los rumores dicen que estos trastornos solo ocurrieron después de que los niños que jugaban el videojuego llegaron a Pueblo Lavanda, cuya música de fondo tenía frecuencias extremadamente altas, que los estudios revelaron que solo los niños y adolescentes podían escuchar, debido a que sus oídos son más sensibles a estas frecuencias.

Debido al tono de Pueblo Lavanda, al menos doscientos se suicidaron, y muchos más desarrollaron enfermedades y aflicciones. Los niños que se suicidaron usualmente lo hacían colgando o saltando desde gran altura. Aquellos que no actuaron irracionalmente se quejaron de fuertes dolores de cabeza después de escuchar la canción de Pueblo Lavanda.

Los síntomas eran irritabilidad acompañada de insomnio, adicción al juego y, en muchos casos, sangrado de nariz. Luego de todo esto, los niños sufrían depresión crónica, cosa que, es rara a esa edad, y por último, este mismo estado psicológico de ansiedad y depresión los llevaba al suicidio.


Aunque Pueblo Lavanda suena diferente según el juego, esta histeria masiva fue causada por el primer juego de Pokémon lanzado. Después del incidente de Lavender Town, los programadores arreglaron la música del tema del pueblo para que fuera más baja, y desde entonces aparentemente los niños ya  no son afectados por ella.

Anexo:




Calificación: