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martes, 9 de febrero de 2021

Cuando los gatos lloran

Ten mucho cuidado cuando te encuentres en una situación similar. Piénsalo dos veces, porque te podrías arrepentir…

Era una noche tan oscura como tantas, pero extrañamente alumbrada por aquella impresionante luna llena que emitía ese resplandor tan fuerte como la lámpara de cualquier calle.

Por un angosto y desolado camino viajaban un conductor y su acompañante; un camino en donde solo existían grandes y majestuosos robles a los alrededores, viajaban serios y sin mencionar palabra alguna, tan solo ansiando silenciosamente terminar ese recorrido de aquel oscuro y tétrico camino.

Salían de una reunión anual de egresados universitarios, dirigiéndose hacia sus casas, así comenzaron a comentar sobre la reunión para hacer algo ameno el viaje y quitar esa extraña sensación de miedo… de pronto, entre pláticas y algunas risillas, a lo lejos uno de ellos logró ver entre tinieblas una polvareda inmensa, tan grande y tan espesa que parecía como si algo gigantesco hubiese chocado o volcado, el otro se percató y disminuye la velocidad, éste decidió detener su automóvil ya que por tanta oscuridad y polvo temía chocar también.

Lo primero que se imaginaban era que había ocurrido un accidente y decidieron bajar del auto y acercarse para ayudar en caso de encontrar a algún herido.

Conforme se iban acercando, comenzaban a escuchar unos sonidos muy peculiares; como aquellos que hacen los gatos cuando están en celo o cuando se dicen que están “llorando”.

Mientras más se acercaban, más fuertes y certeros se escuchaban los chillidos.

Por tanto polvo no lograban ver qué es lo que había ocurrido, así que con un aleteo de brazos trataban de abrirse vista y quitarse el polvo de enfrente…

Mientras uno seguía con el aleteo y medio tosiendo por tanto polvo, uno de ellos se quedó atónito.

Cuando su acompañante logró abrirse vista lo primero que ve es a su amigo… boquiabierto con la mirada al cielo…

¿Qué estará viendo tan atónito?… se pregunto. De inmediato, y sin mencionar palabra alguna, miró hacia la misma dirección y al igual se quedó boquiabierto… pasmados y paralizados miraron aterrados como dos “mujeres” que mientras flotaban dando vueltas como haciendo un remolino entre las dos, se peleaban a golpes y a tonadas. Los dos no podían creer lo que estaban presenciando, inmóviles e inertes se percataron también de que “ellas” eran las que hacían esos “chillidos” que provocaban escalofríos.

Después de unos momentos uno de ellos reaccionó y tomó por el brazo a su amigo y comenzaron a correr despavoridos… entre tropezones y caídas llegaron al automóvil, mirando a lo lejos sin aún poder creer lo que estaba sucediendo en aquel remolino de polvo.

Tan eterno aquel momento, por fin salió el sol y ellos, se encontraban ahí, en el auto, aterrados y muertos de miedo.

Las brujas pueden tomar muchas formas; si algún día, escuchas a unos gatos “llorar”, no salgas, no intentes callarlos, y mucho menos salgas en su búsqueda tan solo para “mirar”, porque no sabes con la sorpresa que te podrías llevar.



lunes, 17 de febrero de 2020

El Viaje

Junto a mis compañeros de clase hacíamos viajes a lugares diferentes a disfrutar, pero esta vez fue diferente, fuimos a un bosque a un lugar llamado la ruta 45. Fue un lunes a las 1:00 A.M, éramos 12 en un oscuro camino, y yo estaba charlando con unos cuantos de mis compañeros. Cada vez la oscuridad se hacía más intensa el grupo comenzaba a ponerse nervioso, los calmé diciendo que pronto llegaríamos al destino, seguimos caminando. Después de 20 kilómetros de viaje el autobús se pinchó una rueda, el conductor perdió el control y el bus comenzó a girar para luego salir del camino y volcarse en la orilla.

Después de sacar a todos mis compañeros que salieron lastimados, encontramos una casa que se veía en muy malas condiciones pero al menos para pasar la noche estaba bien. Mi compañero me pregunto:

—¿Estás seguro que podemos quedarnos aquí?

—No te preocupes esto es seguro— Contesté.

Me senté con mis compañeros a contar historias de terror, 10 minutos después el conductor desapareció, era extraño. Sentí un frío que me puso nervioso, se nos hizo extraño que nuestros compañeros parecían hacerse menos en cada minuto, pero no fue evidente hasta que desapareció la novia de un amigo, el fue tras ella y lo último que oímos de su boca fue un asustado grito fuerte, quedábamos 10 en ese momento.

Un compañero murió por estar nervioso y meterse muchas drogas. Otro se suicidó sin que lo notáramos, hasta que quedamos 5, después de un rato 3... y en un momento solo yo quedaba asustado agache la cabeza abajo de la mesa llorando una voz me erizo los pelos mientras decía:

—Ahora solo faltas tú.

—¿Qué quieres de mí? ¿Porque mataste a mis amigos?— le pregunté pero no obtuve respuesta. —¿Dónde estás?

—Atrás de ti—. Contestó una voz a mis espaldas.

Me voltee tan rápido como pude.

Después de unos días los policías encontraron los cuerpos de algunos de los jóvenes pero nunca resolvieron el caso.


Calificación:

lunes, 2 de diciembre de 2019

Conduciendo de Noche

Marina conducía por desolados paisajes oscurecidos por la noche. El celular sonó dentro de su bolso, y bajó la mirada para agarrarlo. Ese pequeño descuido bastó para que el auto derrapara y cayera hacia un barranco oscuro. El vehículo quedó con las ruedas hacia arriba, mientras Marina yacía inconsciente en la parte interior del techo, tendida a lo largo. Lentamente, recuperó la conciencia. En donde estaba todo era oscuridad, no distinguía ni una forma, ni un contorno. 

Apenas se intentó mover, la paralizó un dolor agudo en la espalda: tenía la columna rota. Incapaz de moverse, permaneció en aquella oscuridad sin saber qué hacer. El silencio también era absoluto, hasta que escuchó pasos que se acercaban al vehículo. 

—Auxilio —clamó Marina, con un hilo de voz. Los pasos parecían humanos.

De repente una mano se aferró a su pie y la comenzó a jalar hacia la ventanilla. Pensó que la estaban salvando, hasta que sintió que le empezaron a devorar el pie.



Calificación:       

miércoles, 16 de octubre de 2019

La Pasajera

Quién sabe si sea cierto que los espectros, con tal de reinstalarse en el mundo de los vivos, tienden a usar transportes impropios de ellos; lo que sé es lo que sucedió a un padre y su hijo que, hace un par de años, fueron a presentar sus respetos a los deudos de un personaje recién enterrado, a quien ellos habían conocido. Al salir del cementerio, abordaron su auto (un compacto) y, al hacer un alto para que el de la entrada los dejara pasar, vieron por un instante a una mujer de edad, vestida con recato y llevando amplios lentes oscuros que le suprimían los ojos, de pie junto al vehículo, sonriendo.

En cuanto salieron a la calle, el hijo (conductor) dio un respingo al oír a su padre gritarle que acelerara, porque “se había metido”. El hijo miró instintivamente por el retrovisor y, en efecto, halló a la vieja sentada en el centro del asiento trasero, absolutamente inmóvil pese a los tumbos que daba el auto. El padre estaba fuera de sí; pegaba de gritos, manoteaba, exclamaba oraciones e intentaba no mirar hacia atrás. Pero al final se sobrepuso al miedo, giró el cuerpo y, en vano, intentó quitarle los anteojos a la pasajera.

Su testimonio es que parecía que tocaba una escultura de hielo, a la que, quizá, sólo podrían quitarse partes si se usaban martillo y cincel. Dado el fracaso, el señor ordenó al hijo que se detuviera junto a una patrulla que casualmente estaba orillada. Ambos salieron atropelladamente y, también atropelladamente, rogaron a los uniformados que revisaran el vehículo, porque “alguien se había subido”.

Los hombres ojearon con desgano el pequeño auto, encogieron los hombros y anunciaron que no había “anomalías”.

Mientras padre e hijo se tranquilizaban, los patrullaron se fueron entre risas. Había una parroquia a dos cuadras; el hijo corrió a ella, tomó agua bendita en un envase y volvió precipitadamente. El padre ya estaba sosegado, y se calmó aún más cuando salpicaron de agua bendita no sólo el asiento trasero, sino todo el interior del auto, cajuela y motor incluidos. Siguieron su camino en paz. 

Hasta la fecha no han vuelto a acercarse a cementerio alguno.



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sábado, 17 de agosto de 2019

La chica de la curva

Siempre he pensado que los humanos somos todos iguales. En la televisión, en la radio, incluso en el cine nos invaden cada día con ideas que tratan de convencernos de que somos diferentes, únicos. Somos el resultado de una formula matemática perfecta que jamas se volverá a repetir en la historia. Pero un día cambie de opinión y comencé a creer en el destino, y en los extraños planes que este guarda para todos y cada uno de nosotros.

Mi historia comienza un día gris, catastrófico, en el que la tragedia me persigue de la misma manera que un gato perseguiría a un ratón. El teléfono suena de repente, es de madrugada, puedo sentir el frío recorriendo mi cuerpo al abandonar el calor de mi cama, y como en sueños, recibo una de las peores noticias de mi vida. «Tu hermana»… «perdió el control de su coche»… «vehículo destrozado»… «no pudimos hacer nada por ella» – frases inconexas provenientes de mi interlocutor que me asestan una puñalada en lo mas profundo de mi estomago y me dejan llorando desesperado como si fuera un niño.

Lo que paso a continuación tan solo puede describirse con la palabra terrible, pues una vez más el teléfono sonó y me arrancó de los brazos de Morfeo. Temblando mientras el agudo timbre me taladraba hasta el fondo del cerebro, levanté el auricular y aquellas palabras resonaron una vez más «¿cuando vendrás a por mi?»,decía la voz de mi difunta hermana en el auricular. Fuera de mis cabales decidí coger mi coche y dirigirme al punto exacto donde sucedió el fatídico accidente.

Tras un angustioso rato de conducción en el que mi cabeza era un torrente de pensamientos, llegué al lugar: tan solo iluminado por los faros delanteros de mi coche aquel lugar parecía un desierto de oscuridad, silencioso y frío como un témpano. Sin detener el motor estuve mirando hacia la oscuridad durante unos minutos en los que presa de mi nerviosismo a punto estuve de creer que alguien se acercaba hacia mi posicion, pero al volver a mirar no había simplemente nadie.

Dí la vuelta y reanudé la marcha de vuelta a casa, cuando de repente una mano fría se apoyó en mi hombro y me hizo dar un golpe de volante que causó que mi automóvil se saliera de la carretera. Debí de golpearme la cabeza contra el volante, porque cuando desperté al cabo de un momento una parte de mi frente comenzaba a sangrar. Aturdido por el golpe y con el miedo apoderándose de mi, miré por el retrovisor y allí estaba el cadáver de mi hermana, vestida de la misma manera que la ultima vez que la vi.

Ella también me miraba directamente a los ojos, y con una voz fría, tan gélida que jamás la podré olvidar, me dijo: «gracias por venir, hermanito. Me alegro mucho de verte, te volveré a llamar pronto». Desde entonces ha pasado mucho tiempo, pero el vacío que Lucia dejo en mi vida no ha podido ser llenado por nada. Son demasiado recurrentes las noches en las que me despierto por que creo volver a escuchar el teléfono de madrugada, y me desvelo inmerso en mi miseria hasta el amanecer. Pero aquella noche, descubrí algo que hasta entonces fui demasiado cobarde para afrontar. Mientras el reloj de mi vecino anunciaba las cuatro de la madrugada, me volvía a despertar sobresaltado por mis pesadillas pero con la diferencia de que esta vez el teléfono volvía a sonar y era tan real como mi respiración.

Con el miedo apoderándose poco a poco de mi, me levante de la cama y me quede mirando en silencio el teléfono mientras su característico sonido se apoderaba de toda la casa. Cuando por fin pude reunir las fuerzas suficientes para levantar el auricular, un sudor frío me recorrió el cuerpo de punta a punta: una voz muy familiar me preguntaba directamente «¿cuando vendrás a por mi?». Enloquecido por lo que acababa de escuchar arrojé el teléfono de la mesa y me quedé petrificado por unos segundos. Lo que acaba de suceder no podía ser real. Mi mente me traicionaba, pues aquella voz era de mi hermana, y mi hermana llevaba mas de un mes muerta.

Cuando pude convencerme de que mi delirio estaba provocado por un mal sueño, volví arrastrándome a mi cama donde agotado, me quedé dormido. A la mañana siguiente cuando desperté pensé que todo había sido una pesadilla, pero al ver el teléfono en el suelo supe que aquello había sido muy real. El día pasó poco a poco y no conseguí reunir la suficiente valía como para hablar con alguien sobre lo sucedido. La noche llegó y con ella el cansancio de mi cuerpo que me pedía que me acostara y olvidara todo en el mundo de los sueños.


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