Mostrando entradas con la etiqueta Espejos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Espejos. Mostrar todas las entradas

domingo, 7 de febrero de 2021

El contrato del espejo

Esto es un contrato.

Si firmas este contrato podrás hacer realidad todo lo que desees. (Siempre y cuando no contradiga las clausulas del mismo).

Firmar el contrato supone un ligero esfuerzo, no basta con estampar tu firma en un papel. Este contrato es algo distinto.

Los pasos para poder cerrar el trato y hacer realidad todos tus deseos son los siguientes:

Para empezar, espera a que anochezca y una vez que esté todo completamente a oscuras en tu casa, ponte delante de un espejo sin ni una luz encendida.

Una vez de cara al espejo, cierra los ojos y quédate en silencio.

Espera con los ojos cerrados durante 10 segundos. Si han pasado menos de 5 segundos y abres los ojos, te podrás echar atrás. Pero si han pasado más de 5 segundos y se te ocurre abrir los ojos, te quedarás ciego.

Durante la cuenta oirás unos pasos que se acercan hacia ti, pero no te asustes, mientras mantengas los ojos cerrados no te pasará nada.

Una vez pasen los 10 segundos la luz se encenderá, y cuando a través de tus párpados pases de percibir negro a ver un ligero tono rojo a través de tus párpados, abre los ojos.

Verás un ser en el espejo. Será aterrador para ti, pero él está dispuesto a escucharte.

Controla tu miedo, si sales corriendo él te perseguirá.

Cuando estén cara a cara, el ser sacará su mano por el espejo. Estréchala y el trato se cerrará.

A partir de entonces, todo deseo que pidas en voz alta se cumplirá.

Pero debes saber que a partir de entonces, el ser del espejo te seguirá a todas partes hasta el día de tu muerte.

Vayas a donde vayas él te seguirá, siempre pegado a ti, perturbándote. No volverás a dormir, él estará a tu lado, no te dejará. No podrás volver a mirarte delante de un espejo, porque lo seguirás viendo a él.

Por cada deseo que pidas tu vida se acortará, tu vista y tu percepción se irán trastornando y deformándose. El mundo cambiará, la gente que conoces cambiará. Oirás ruidos perturbadores, todo lo que antes te gustaba se volverá monstruoso poco a poco. No volverás a ver las cosas de la misma manera.

Pero siempre puedes solucionar esto.

Si quieres acabar con el contrato espera a que anochezca y ponte delante del espejo. Cierra los ojos y si los abres antes de haber pasado 5 segundos, ya no volverás a ver, y todo lo que te perturbaba, desaparecerá.

Ahora que lo has leído deberás aceptar el trato obligatoriamente. Si en 48 horas no has firmado el contrato, no volverás a ver la luz del sol.

¿Te atreves a firmar el contrato?


domingo, 15 de noviembre de 2020

Lo que no debe saberse

Siempre tengo la condenada rutina de tomar agua a medianoche. Y normalmente enciendo una luz, al menos, la del baño.

Cuando la enciendo, aparece una sombra que no es la mía entrando en la cocina. Obviamente pienso que es un ladrón o algo así. Entro y no veo nada. Tomo mi vaso de agua como siempre y regreso al baño. Mientras paso delante del espejo del lavamanos, noto que hay algo detrás de la cortina, una sombra de alguna persona, quieta. El baño estaba frío, pero afuera hacia calor. Corro hacia la cortina y no hay nada. Vuelvo a mirar al espejo y detrás mío hay una chica de traje negro, piel gris y ojos amarillos. Su cabello cubre su cara excepto sus ojos que me miran con ferocidad e ira. Miro detrás de mi hombro pero no hay nada.

Por unos segundos creí que era mi imaginación, voy a mi cuarto. Y como siempre apago la luz y trato de conciliar el sueño.

No pude dormir esa noche, porque sentía que alguien respiraba en mi cara. Abrí los ojos y no había nadie. Esa noche no pude dormir. Creí que lo que leí me jodió la imaginación, así que seguí como si nada, solo que esta vez no me inmuté en escribir la novela.

Esa noche no me pasó nada raro, pero a la hora de regresar a la cama, esta vez sentía que me asfixiaba. Algo me apretaba el cuello, y no eran las sábanas porque esa noche dormía sin ellas. Cerré mis ojos. Ni siquiera pude mover ni un dedo mientras mi cuello seguía estrechándose.

—No vuelvas a buscarme —susurró una voz fría a mi oído—. Vuelve a averiguar sobre el mundo de los muertos, y la próxima vez que nos encontremos, te llevaré a mi mundo…

Abrí los ojos y la joven estaba sobre mí, con sus manos en mi cuello

Admito que sigo investigando, pero ahora pido permiso antes de hacerlo. En las noches, la misma joven me sigue vigilando. Si me pongo a investigar a fondo de nuevo, ella misma será quien me mate. Lo que encontré sobre los fantasmas del espejo, eran todos sobre ella... La mismísima Ver...


jueves, 22 de octubre de 2020

Eisoptrofobia

Sara clavó sus ojos tristes en la pulida superficie del espejo, en el vestíbulo. Estaba a punto de salir para ir a trabajar, pero algo la había retenido al pasar hacia la puerta de la calle, algo indefinido, gélido y arrebatador: un impulso. Vio en su reflejo aquella imagen de sí misma a la que estaba tan acostumbrada, distante y extraña, la de cada día. Entrecerró los ojos tratando de atisbar a través de la figura escuálida que veía algo de humanidad, de sentimiento, pero su reflejo evidenciaba que estaba vacía, hastiada y cansada.

Giró hacia la puerta con gran desgana, la abrió y salió en silencio.

De camino a su estudio, aferrada al volante del viejo coche que conducía desde hacía cuatro años, no dejaba de preguntarse qué clase de maldición se había apoderado de su alma. No lograba sentir nada, vivía sin emociones, se limitaba a pasar por la vida como si nada pudiera afectarla a ella, ni ella pudiera afectar a nada ni a nadie… como un fantasma. Separada, sin hijos, sin amigos, lejos de su familia, vivía inmersa en la marea de actividad que agitaba su ciudad, anónima e impasible.

Miró por el retrovisor, hacia la larga cola que llenaba la carretera. Allí estaba el bullicio rutinario… el rumor de los coches, los pitidos, el desasosiego… Sara suspiró, concentrada por si de aquel gesto normal escapaba algún indicio de cordura, pena o exasperación, pero sólo era aire que ella forzadamente exhalaba.

Alguien pitó por detrás y Sara aceleró. Estaba resignada a pasar un largo día en su estudio, enfrentada a sus lienzos en blanco, sin poder pintar porque no podía transmitir, ni imaginar, ni sentir. Hacía mucho que sus cuadros estaban desprovistos de todo significado. Ya estaba contando las horas para regresar a casa.

Por la tarde, al llegar la ansiada hora de regresar a su seguro refugio, siguió un impulso, por el solo hecho de haberlo sentido. Decidió entrar en un café cercano por el que solía pasar cada día: "El Cafelito". Al cruzar la puerta de cristal del local sintió algo parecido a la ansiedad, y aunque no logró identificar su origen se sorprendió conservando esa pequeña dosis de emoción… Cruzó entre las mesas sin prestar atención a las parejas que charlaban, las amigas que se juntaban, el caballero solitario leyendo un periódico… Se conducía como una autómata, sin objetivo, excepto que había decidido entrar allí por hacer algo distinto. Se acercó a la barra y pidió un café descafeinado de máquina. Su voz sonó fría y monótona y el camarero la miró con indiferencia.

–Uno diez, por favor…

Sara pagó, se tomó el café y preguntó por el baño.

–Al fondo a la izquierda.

Entonces, sorprendentemente, por segunda vez aquel día, Sara sintió algo al dirigirse hacia los aseos… De nuevo algo negativo, una vaga inquietud, que venía a sumarse a la ansiedad de antes. Abrió la puerta del aseo para mujeres y entró en un baño amplio y moderno, excepcionalmente limpio. Sin quererlo se miró de reojo en el espejo: estaba pálida. ¿Por qué? ¿Por qué después de tanto tiempo sin sentir nada lo primero que la embargaba era un temor injustificado?

–Ten cuidado, niña. Vigila dónde miras.

Sara dio un respingo al oír aquella voz ronca muy cerca y descubrió a su lado a una vieja gitana toda vestida de negro que la miraba fijamente.

–Déjeme en paz, señora.

–Óyeme niña, no te lo vuelvo a repetir. Ten cuidado dónde miras. Un peligro te acecha.

Los profundos ojos azabache de la mujer la traspasaban como si de dos ascuas hirientes se tratase. Se acercó un poco a ella y bajó aquella voz gutural que parecía emerger del averno.

–Lo que ves, no siempre es de este mundo, y los espejos suelen encerrar terribles visiones. Aléjate de los espejos niña y guarda esto –le cogió la mano derecha por sorpresa, la sujetó con férrea determinación, y colocó en su palma una ramita de romero–… Llévala contigo y no busques más donde no debes.

–¿Qué dice señora? –Sara retiró la mano espantada, pero no se deshizo del romero–. ¡Métase en sus asuntos…

De pronto el corazón empezó a batir en su pecho como si ahogara un tropel de tambores resonando a la vez; le faltó el aire y no quiso permanecer allí más tiempo. Salió apresuradamente, sin volver la vista atrás. Cruzó el local, pálida como un muerto, y llegó a la calle. En su mente martilleaban las enigmáticas palabras de la vieja gitana, palabras sin sentido, siniestras.

Miró a ambos lados de la calle. Todo parecía tan normal… La gente caminaba a su alrededor, cada uno con su vida a cuestas, perdida la mirada.

Sara decidió regresar a casa cuanto antes, tratar de olvidar lo ocurrido y procurar recobrar la compostura. Casi echaba de menos su anterior apatía, no sentir miedo, no sentir nada. ¿Qué había querido decir la gitana?

Aquella noche la soledad se abatió sobre ella de forma despiadada. Sentada en la quietud de su salón apretaba en la mano la delicada ramita de romero, y lo hacía sin saber por qué, asombrada de prestarle atención a aquel absurdo trozo de superstición. Una agradable penumbra difuminaba los objetos a su alrededor; había puesto un disco para que llenara el vacío ambiente que tanto la oprimía y también había encendido la tele, que resplandecía emitiendo cambiantes destellos de colores, sin sonido. Acababa de cenar, y tras una larga ducha bien caliente reflexionaba a solas, acurrucada en su sofá color café. Aspiró el suave olor del romero y al instante acudió a su memoria la imagen de la gitana… y sus palabras.

–Mierda…

Se levantó y fue hacia la cocina, a por un vaso de leche caliente.

Fue muy consciente de que acababa de pasar por delante del espejo del recibidor. Retrocedió. ¿Por qué se detenía junto a él? ¿por qué se miraba en él mientras apretaba la ramita entre sus dedos con frenesí? Allí estaba ella, rubia, delgada, ojerosa, de finos labios rojos y una graciosa barbilla… Se miró a los ojos, se inclinó un poco hacia el reflejo y miró más de cerca.

–Oh Sara, estás horrible –murmuró con cierto desdén por su abandonado aspecto–… ¿y por qué no iba a mirarme en el espejo? Menuda tontería…

Se apartó con brusquedad, fue a la cocina y arrojó la ramita de romero a la basura.

Tras ella, en el reflejo oscuro del espejo en el que acababa de mirarse, una sombra se agitó desde el fondo, enturbiando la pulida superficie, que se empañó como si alguien hubiese echado el aliento sobre ella. La música en el salón se detuvo y el silencio pareció retomar su lugar con irrefrenable dominio, tan opresor que Sara dejó el vaso de leche que acababa de calentar y se volvió algo cohibida. Acababa de darse cuenta de que la másica ya no sonaba, porque precisamente había estado tarareando una de sus canciones favoritas mientras bebía la leche. Se asomó por la puerta y miró hacia el sombrío salón, donde la tele continuaba destellando intermitentemente. El aire estaba enrarecido, como si el mundo entero hubiese contenido el aliento.

Sara se negó a que ideas demasiado imaginativas inundasen su mente, así que salió con decisión, fue hasta la mesita de centro en el salón, cogió el mando de la tele y subió el volumen. Necesitaba oír algo, lo que fuese. Al instante la voz del hombre del tiempo se alzó con claridad, y al poco la música de los anuncios publicitarios llenó el ambiente. Permaneció con el mando en la mano unos segundos, contemplando absorta las imágenes de la pantalla. ¿Por qué estaba temblando? ¿Tenía algo que ver con el hecho de haberse deshecho del romero?

–Qué tontería…

Pero no se atrevía a volver a recogerlo, ni a pasar por delante del espejo. Ni siquiera era capaz de acercarse al recibidor. Se arrepintió de pronto, con espanto supersticioso, de haber tirado a la basura la ramita de romero protectora que la gitana le había dado. ¿Y si realmente servía de algo?

–Joder, pero si yo no creo en estas tonterías…

Dio un paso y luego otro, forzándose a caminar hacia el recibidor. La entrada de la casa se le antojó ahora mucho más sombría de lo normal, y por alguna razón la luz de la cocina no lograba desterrar las sombras. Sara frunció el ceño y apretó los dientes. Se colocó de frente al espejo, y se obligó a mirarse en él. Sólo para demostrarse que no ocurría nada.

Por alguna razón, al volver a mirar su reflejo pensó en su triste vida, en la soledad que pincelaba cada largo día, en la forma anodina que tenía de dejar pasar el tiempo. Estaba tejiendo una amarga sinfonía en torno a sí misma, y empezaba a ser incapaz de apartarse, de tomar otro camino, víctima de su encierro. ¿Cómo había llegado a estar tan aislada? ¿Qué había sido de sus amistades, de su risa, sus ilusiones, su buen humor, su gusto por las tertulias, por la compañía… ¿Quién era esa desconocida que le devolvía la mirada desde el otro lado? Aquella no era ella, aquel era el reflejo de una mujer solitaria, apática y depresiva.

–Maldita seas, estúpida –gruñó furiosa. De repente volvió a sentir, y con tanta intensidad que todo su cuerpo se agitó, como si una sacudida eléctrica lo hubiese recorrido de los pies a la cabeza. Una oleada de sensaciones embargó su mente y su corazón, rabia, ansiedad, frustración, desesperación… todo aquel cúmulo de emociones negativas que con tanto esmero había ido acumulando bajo una aparente indiferencia, emergió con violencia, aturdiéndola–… Joder...

Fijó unos ojos llorosos en los de su reflejo, y vio tristeza. No podía seguir así…

Mientras pensaba en su desdicha algo le llamó sobrecogedoramente la atención. Acababa de ser consciente de que el sonido de la tele, como la música, había cesado. ¿Desde cuándo? Al volverse a mirar se percató de que el aparato estaba apagado, y el salón a oscuras.

–¿Qué…

El silencio se le antojó espantoso, atronador. Hubo un movimiento fugaz en la superficie del espejo.

–No puede ser…

Se acercó de nuevo y entonces descubrió, aterrada, que no se veía en él. En vez de su reflejo, la brillante superficie mostraba un fondo oscuro y difuso…

…y entre aquellas negras sombras algo se movía…

Un grito ahogado agarrotó su garganta. Poco a poco, del mismísimo fondo de su espejo, una figura fue emergiendo, contorneándose sus formas… Unos ojos hueros se clavaron en ella, hirientes. La casa quedó atrapada en la pesadilla, un silencio mortal se adueñó de ella, Sara no lograba moverse. La figura pareció adquirir volumen, de su informe cuerpo surgieron brazos y piernas, sin dejar de ser una sombra ominosa que atravesó el cristal y se vertió hacia la joven como una marea envolvente cuya gélida esencia pronto se apoderó de ella, la rodeó, la cubrió…

Mientras engullía a la frágil Sara en un abrazo raptor y la arrastraba consigo de nuevo hacia las tinieblas, ella sólo pudo recordar las palabras de la gitana: “…ten cuidado dónde miras, un peligro te acecha…”.

En unos segundos la sombra y ella desaparecieron. La luz regresó, el televisor de plasma volvió a encenderse, pero la casa quedó vacía… Vacía de tiempo y sonrisas, de color, de momentos, de historias… Apareció consumida y triste, como si jamás la hubiesen habitado, desprovista de espíritu.

El espejo del recibidor quedó opaco, como una negra boca sin fondo.




Calificación:

sábado, 1 de febrero de 2020

Sonidos Extraños

Esta historia tiene lugar en un barrio de Argentina llamado Palermo, sucedió en el año 2014 a principios de Febrero, a un mes de empezar las clases y digo esto porque el protagonista es un niño de 13 años llamado Franco.

Franco era un joven bondadoso y muy ambicioso, le gustaba pasar tiempo con sus amigos en la escuela, porque la escuela era un lugar especial para él. Se divertía y hacia bromas en el recreo con sus compañeros, la pasaban fenomenal. Pero Franco y sus amigos hacían algo constantemente cuando estaban en la escuela, hacían apuestas entre ellos a ver quién se animaba a explorar el edificio abandonado de enfrente.

Si, frente a la escuela había un gran edificio abandonado, tenía 3 pisos con ventanas rotas y viejas a cada lado. Resulta que aquel lugar era un museo antiguo, que cerró hace mucho tiempo por razones desconocidas, muchos en el barrio decían que había cerrado porque durante la noche las cosas cambiaban de lugar, los muebles aparecían y desaparecían de un día para el otro, algunos incluso aparecían en las casas de las personas del barrio. Pero ésto solo era una hipótesis así que nadie sabía en realidad porque el museo decidió cerrar.

A diario, Franco y sus amigos apostaban a ver quién era el valiente que se animaba a entrar en aquel y volver, obviamente nadie completo la apuesta ya que todos los que iban solo llegaban hasta la puerta de entrada y se volvían de nuevo. Pero el primer día de clases, Franco decidió apostar a que entraría en aquel lugar sí o sí, quería demostrar su valentía, así que saltó la reja del patio y salió corriendo hacia el museo, cuando llegó a la puerta, miró hacia atrás para ver sus compañeros que lo observaban desde el patio, allá a lo lejos.

Tomó aire y abrió la puerta, ante Franco se alzaba un gran salón dorado iluminado por la luz del sol que se filtraba por las ventanas, entonces comenzó a pasearse por el lugar, cosas viejas por aquí y por allá, nada importante, en una esquina había un espejo, que a Franco le llamó mucho la atención, porque este espejo a diferencia de las otras cosas que había en ese lugar, no estaba polvoriento ni sucio, ni siquiera tenía aspecto de ser antiguo, Franco se acercó y vio que en la parte superior del espejo había un mensaje en rojo escrito a mano que decía:

¡¡¡MÍRAME!!!

Pero antes de que Franco terminara de leerlo comenzó a escuchar a sus espaldas un ruido, un ruido que de hecho, se escuchaba muy cerca de él, intentó buscar de donde provenía y finalmente descubrió que era una caja musical sonando sola. Franco comenzó a asustarse y decidió salir del museo, al volver al patio de la escuela le contó a sus amigos lo que había visto, pero no lo del espejo ni lo de la caja musical, solo el salón.

El día paso volando, al salir de la escuela Franco caminó hacia su casa, pensando mucho en lo que había visto en el museo. Llegó a casa y almorzó, luego decidió irse a su computadora a hablar con sus amigos por Messenger, como hacían todos los días. Llegó la tarde, y como todos los días los padres de Franco salían a trabajar, Franco se quedaba solo en casa. Cansado ya de mensajearse con sus amigos, dejó el Messenger.

Durante este tiempo solo, Franco desearía jamás haber entrado a aquel museo abandonado. Franco se levantó de la silla de su computadora y se fue a la cocina, a merendar. Pero al abrir la nevera para ver que había de comer, comenzó a escuchar un ruido, un ruido que de hecho, hizo que a Franco se le pusieran los pelos de punta. Observo que, sobre la mesa de la cocina estaba la caja musical, la misma que se había encontrado anteriormente.

Sonando sola, Franco solo se quedó mirándola con horror y confusión durante un tiempo, y cuando se dio media vuelta vio que, apoyado contra la puerta, estaba el espejo. Confundido y a la vez asustado, Franco se tiró hacia atrás y salió corriendo hacia su cuarto. Pero las cosas empeoraron, porque cuando Franco pisó el umbral de la puerta de su cuarto, comenzó a escuchar la caja musical de nuevo, entonces miró hacia el interior, y vio sobre el escritorio de la computadora, la caja musical.

Franco sentía que el corazón le iba a estallar en cualquier momento, se dio vuelta de nuevo y vio ante él, el espejo. Se acercó lentamente, y leyó aquel mensaje que no había terminado de leer aquella vez:

¡¡¡MÍRAME!!!

Franco se miró así mismo en el espejo. Pasaron 20 minutos y sus padres arribaron a la casa con mucha urgencia, porque los vecinos le enviaron una llamada urgente diciéndoles que se habían escuchado gritos muy fuertes desde su casa. Al entrar, buscaron a su hijo por todos lados, pero Franco no estaba por ningún lado, había desaparecido. La noticia salió disparada por todo el barrio para que las personas se pusieran a buscarlo, pero el chico no aparecía. Su familia y amigos ya no podían contener sus lágrimas y nunca nadie en el barrio olvido este suceso...

Dos años después, los padres de Franco se divorciaron, y el matrimonio desapareció. Solo quedó la madre viviendo en la misma casa donde su hijo había desaparecido. Se puede decir que ella más que nadie podría jamás olvidar la desaparición de Franco, no porque sea la madre y se preocupe mas por su hijo, sino porque desde aquel día comenzaron a escucharse ruidos en la casa, ruidos de una caja musical sonando, que la madre podía oír por las noches, y que finalmente siempre la llevaba a dar con un espejo, un espejo que, si bien la madre se acercaba para verlo, solo se veía a ella misma y un extraño mensaje que decía:

¡¡¡MÍRAME, MAMI!!!


Calificación: 






martes, 28 de enero de 2020

Desde Detrás del Espejo

Estoy solo en casa casi a oscuras, leyendo un libro viejo y aburrido. Es posible que si hablara de otras cosas lo hubiera abandonado. Pero habla de los espejos, del mundo de los espejos, y ese es un tema que me obsesiona.

Estoy solo. Hace una semana que mi mujer me ha abandonado, una semana que falto a oficina, que no abro la puerta a los que llaman, que no descuelgo el teléfono cuando suena, que no salgo a comprar comida, que me mantengo con lo poco que queda en el frigorífico.

Siento que la basura se amontona, y que un olor húmedo y repugnante invade la casa. Pero no me importa el olor, ni la cama deshecha, ni las sábanas sucias, ni el picor de la barba en la cara. Le he dicho a la portera que no me moleste, que no me pasa nada, que estoy de vacaciones. De otra forma a lo mejor hubiera llamado a la policía.

Supongo que en la oficina, hartos de llamar, me habrán mandado la carta de despido. Así que estoy solo en la penumbra, a media voz. –Huang-Ti, el Emperador Amarillo, extendió entonces su mirada, y el ruido de los tambores y el entrechocar de las armas cesó un momento, quedando como supendido en el aire denso que la sangre derramada llenaba de un olor perverso.

El Emperador invocaba a Sang-Ti, el padre y señor de los dioses. A su conjuro los guerreros zurdos penetraron de nuevo por la puerta de cristal llevando con ellos los cuerpos sin vida de sus compañeros. Tras ellos, Yuan-Sih-Tien-Tsun, el Eterno, selló la puerta, y el espejo suprimió la silueta de los guerreros vencidos, para reflejar tan sólo la alegría de sus oponentes.

Y la risa de Pu-Tai volvió a resonar para siempre. El Emperador había devuelto la paz y la libertad a sus súbditos. Pero, tras la puerta de su cárcel de cristal, los guerreros zurdos, condenados a repetir los gestos de los hombres, esperan su despertar. Entonces, romperán el cristal y saldrán para aniquilar la raza que les hizo esclavos.

He cerrado el libro, y miro ahora la silueta zurda que desde el fondo del pasillo me observa amenazadora.Podía haberme ahorrado la lectura. No me ha revelado nada que no supiera, que no hubiera presentido antes en mis últimas noches de insomnio.

Pero, al menos, me ha servido para corroborar mis pensamientos, para demostrarme que no estoy loco. Sé que tras el espejo se esconde un mundo distinto y hostil, un mundo en acecho, preparado a romper la puerta de cristal que nos separa y a caer sobre nosotros, sobre mí o sobre cualquiera. Esa imagen que me mira es una simple burla que trata de parecerse, un simple remedo sarcástico. Esos absurdos narcisos presumidos, que se pasan la vida frente al espejo, no saben que la imagen que ven no es la suya, que los gestos que hacen sonrientes son imitados burlona mente por los otros, por aquellos que se divierten reflejando lo opuesto a nosotros y a nuestros actos.

Yo, a lo largo de la semana, he tratado de combatirlos poco a poco, procurando no llamar su atención, lo que sin duda habría contribuido a irritarles, y quizás obligarles a adelantar sus planes, he intentado anularles, borrarles de mi vida. He ido despoblando mi casa de todos los espejos: las cornucopias del salón, el espejo del cuarto de baño, la luna del armario ropero de la alcoba. Todos, incluso los pequeños espejos de mano. Por eso no he podido afeitarme.

Me tiembla el pulso y el solo tacto del filo de la navaja me llenaría de pavor. Al principio pensé en romperlos, pero en seguida comprendí que habría sido un terrible error. Todo el mundo sabe que romper un espejo es presagio de muerte. El mundo terrible que se esconde en ellos no desaparece, antes bien se multiplica con la ruptura.

Pero, presiento que eso, con ser terrible, no es lo peor. Parte de ese mundo en ellos encerrado se libera, se escapa por las fisuras y cae sobre nosotros cargado de mortíferos deseos. Levanto de nuevo los ojos, y en el fondo del pasillo hay una silueta zurda que me mira y se ríe. Noto en sus ojos la locura. Una locura homicida que se ríe de mi impotencia.

No he podido desprenderme de ese espejo, el último que me queda. Los chamarileros que se llevaron los otros, sin que les pidiera nada a cambio, no quisieron llevárselo. Era demasiado grande, demasiado pesado, la luna estaba estropeada, el marco rajado. Es seguro que los otros oyeron sus excusas. Desde el fondo del cristal pude oír sus risas de triunfo.

No sé qué impulso incontrolable me ha llevado frente al espejo, mientras el loco maldito que me observa continúa riéndose con carcajadas terribles que hieren mis oídos. Tampoco sé lo que me impulsa ahora a golpearle, a chocar mis puños contra los suyos, cada vez con mayor violencia.

No lo sé, y no he debido hacerlo. El cristal se ha roto y sus cuchillos y lanzas, ahora liberados, penetran en mis muñecas y cortan mis venas. Siento que mi vida se escapa entre borbotones oscuros...



Calificación:



lunes, 16 de diciembre de 2019

El Espejo del Cambio de Alma

Talía acababa de mudarse con sus padres a Chicago, a un piso que su madre encontró extremadamente barato, la verdad no se preocupó por el precio ya que seguramente se trataba de un lugar viejo y desaliñado.

Pero cuando llegaron se llevaron la sorpresa de que no era ni muy desaliñado ni muy viejo es más,un triplex muy bonito que incluso parecía de lujo. Amanda, la madre de la niña, le preguntó a un vecino si su piso le había costado tan caro.

—Ahora que me lo dice, nunca me lo había preguntado nadie. Me costó quinientos mil dólares.

Le pareció muy extraño el valor de la casa del vecino que era también un triplex, pero no muy bien cuidado, ya que nuestro piso había costado la mitad de lo que le costó al vecino, y era mucho más bonito.

Al entrar a la nueva casa lo primero que vieron fue un precioso espejo que parecía tener como 300 años. Parecía una herencia de la abuelita. La niña se quedó el espejo y se lo subió a su cuarto.

La madre, cuando abrió un cajón del escritorio de su nueva habitación, lo primero que se encontró fueron dos papeles en los que ponían unas cartas muy extrañas. Leyó la primera:

"Querida Sara:

Mi hija está muy rara: no come, no bebe, no juega, no estudia, todo desde que se miró en ese maldito espejo. Es una herencia que tiene 6 generaciones y nunca me había dado problemas hasta que nos mudamos a esta casa. Desde que se miró intenta romperlo, y si no lo escondo rápido, te aseguro que lo acabará consiguiendo
Yolanda"

Su hija vino de repente, cuando terminó de leer la carta. Traia un cuchillo y la pegó una rápida puñallada en el cuello...

Cinco minutos después llegó su padre del trabajo, y la niña fue a saludarle. Fue entonces cuando intentó clavarle el cuchillo que tenía. Entonces, cuando llegó al cuarto de la madre y la vio muerta, leyó la segunda carta muy confusa:

"He descubierto que esa niña que estoy viendo me quiere matar. No es mi hija, es un demonio. Seguramente se le transmitió cuando se miró a ese espejo maldito desde que vinimos aquí..."

Poco después de la carta había unas manchas de sangre, las del padre, pues el demonio le había clavado un cuchillo en el cuello. De la niña no se volvió a saber nada, pues el demonio destruyó el espejo. Se sabe que se suicidó, pero se desconoce dónde.




Calificación: 



miércoles, 9 de octubre de 2019

Espejos

Para mi, cada espejo era un mundo diferente al nuestro, desde niño pasaba fantaseando como sería cada uno de ellos, paisajes maravillosos y criaturas increíbles; Princesas, elfos, ogros y dragones. Puede parecer loco, pero me sentaba a charlar frente al espejo conmigo mismo, cosa inusual para un chico de 10 años. Uno de ésos días, sin asustarme, mi cuerpo frente al espejo se arremolino en una paleta de colores, incluso reí por algo tan inusual llevado a cabo por mi imaginación, las miles de tonalidades se separaron, formando el cuerpo joven de un marqués de cabello desteñido, sonriente y de mirada vivaz, aquel que pasó a ser un gran amigo con el que mantenía intensas charlas sobre temas triviales. Por cada día que me reunía con él perdía mi interés por el mundo real, tenía menos noción del tiempo, a tal punto que dejé de lado a mis amistades reales, nunca me había divertido tanto con alguien como él.

Llegó mi cumpleaños número 12, era un joven solitario que dependía del afecto de mi obra maestra y único compañero, si yo era feliz él también lo sería, ése era el verdadero problema, mi ánimo estaba por los suelos, y por lógico, él también. Ya no reía, vestía de terno y su mirada se perdía en el vacío que figuraba como fondo del espejo, pero los días de felicidad volvieron y llegué a casa contento por iniciar el año escolar con nuevas amistades. El marqués había recuperado su felicidad y esperó a su amo, también compañero, para charlar como lo hacían en los viejos tiempos, el chico estaba distraído y salía de casa muy a menudo, el espejo cayó más temprano que tarde en el olvido del muchacho. Por cada día que el marqués sufría la soledad un sentimiento de odio y traición nacía de su pecho, él había amparado al chico cuando éste más lo necesitaba, pero ahora él le pagó dándole la espalda. 

La mente del marqués trazó un plan maquiavélico, el muchacho entró corriendo a la habitación arrojando la mochila sobre la cama, y cuando ya estuvo dispuesto a salir de la habitación una voz familiar lo detuvo, caminó en reversa y se plantó frente al espejo.

—¿Recuerdas esos mundos maravillosos que solíamos imaginar? —Dijo el marqués con confianza.

—¿¡Quién mierda eres!?, ¡Mamá hay un extraño en mi dormitorio! —Gritó el chico.

El marqués, golpeado por la reacción inesperada de quién una vez en la infancia fue lo más cercano a un amigo, quedó petrificado y fue desapareciendo en la niebla que provenía desde lo lejano, con el rostro cubierto en lágrimas, no había nada más que guardar a aquél chico además del odio, repulsión y la vergüenza de ser rechazado como un extraño por quién más lo quiso. Ya nada era del color de rosa, el marqués se vio obligado a poner en marcha su plan y jugó en contra la vasta imaginación del chico, ya que el marqués se disfrazó de la chica de sus sueños, y cuando el joven entró en la habitación escuchó los gritos de auxilio de la chica prisionera detrás del espejo, el muchacho estiró su mano a la ilusión extraviada, de pronto sin que alcanzara a reaccionar la mano del marqués surgió del espejo y lo tomó por la muñeca, jalándolo al mundo maravilloso de sus sueños.

Se detuvo a contemplar aquél hermoso paisaje, repleto de árboles y un castillo estirándose hasta las nubes desde una colina que vestía de un bello césped, un dragón bajó del cielo y se detuvo frente al muchacho, nivelando la cabeza donde las manos del chico podrían acariciarlo, el joven, de nombre Daniel, montó sobre la espalda del dragón y éste echó a correr por lo largo del territorio y alzó el vuelo, sorprendiendo a la mente imaginativa del joven soñador. Pudo observar cada detalle que en sus diez años había creado y planificado la visita a éste mundo soñado, el dragón descendió el vuelo sobre un castillo, desde el balcón lo saludaba la chica de sus sueños, finalmente aterrizó frente al portón dejando al joven a su suerte. Caminó por un pequeño y delicado puente diseñado con rosas de mármol y entró en la propiedad de la princesa, ahí, sorprendiéndole aún más, lo esperaban cientos de borrachos y alegres piratas, sentados frente a una larga mesa de madera, repleta de comidas costosas y de apariencia apetecible. Daniel se integro con confianza a comer y meter conversa a sus compañeros de banco, ebrios y felices. La fiesta terminó con todos los invitados colgando de un asiento o tomando una siesta incomoda sobre el suelo, parecía una orgía que no lo fue.

La princesa, coqueteándole a Daniel, lo llevó de la mano tras interminables escalones a su habitación real, le abrió la camisa y lo empujó a la cama, finalmente habló:

—Es un lindo lugar, ¿no lo crees?

—Sí... es lo que siempre soñé.

—Yo también soñé con un mundo así... y finalmente llegó.

—¿A qué te refieres?

—Desde pequeña mi padre me mantuvo bajo grilletes en el sótano, temiendo a que me alzara con el poder y traer felicidad al reino.

—¿Y dónde está tu padre?

—Fue alcanzado por una flecha durante la rebelión, el pueblo entró en cólera al saber que me tenían recluida en el calabozo y mi existencia fuese ocultada por el sólo hecho de tener sangre real.

—Vaya, eso es triste, viniendo de una persona tan tierna como tú.

—Mi madre murió envenenada, todos creen que fue mi padre, era muy egoísta si se trataba de poder.

Charlaron horas, y cuando el sueño cayó sobre cada uno durmieron en la misma cama. En la mañana el portón se abrió y a Daniel lo esperó el dragón para dar un nuevo recorrido, ésta vez el dragón sonreía más de lo común, Daniel subió y de inmediato alzó el vuelo, desde lo alto Daniel se despidió de su nueva novia, ella lo miraba amablemente desde el balcón y estiró la mano para despedirse, los ojos de Daniel se abrieron horrorizados, cuando, de manera espontánea, el castillo se derrumbó en su inmensidad hasta el vacío, Daniel gritó al dragón que se detuviera pero éste no le prestaba atención, un bloque de la estructura cayó sobre la espalda de la princesa y la partió en dos, saltando fuera de sus cuencas ambos ojos por la presión ejercida, ella gritaba, Daniel tuvo que verlo todo, el cuerpo de quién más amo siendo tragado por los escombros, el bosque eterno y maravilloso se incendio, los árboles se carbonizaron, Daniel se arrancaba los pelos de la desesperación al ver como su mundo se caía a pedazos, entre las llamas toda criatura producto de su imaginación sin limites se mataban unos a otros arrancándose la piel y apuñalándose con lo que encontraran en su camino. 

El dragón dejó caer a Daniel sobre una pirámide de escalones negros y descendió el vuelo sobre la cúspide, postrándose en ella. Empezó a reír frenéticamente mientras la piel se le caía a tirones, quedó sólo un frágil dragón esquelético, y dentro de él, mirando triunfante y burlesco, se sentaba sobre la dorsal desnuda de la criatura el marqués. El marqués abrió la boca negra, sin dentadura ni encías aspirando a Daniel, por más que el muchacho se aferró a los escalones sus dedos resbalaron y fue abducido por las fauces vacías del celoso monstruo.

Desperté tirado en la cocina en medio de la noche, todas las luces estaban apagadas, la casa totalmente sucia por donde la vieras, recorrí entre pasillos oscuros el complejo, por alguna extraña razón cojeando, sentía que alguien, que no podía ver, me observaba sonriendo desde las sombras, fui abriendo cada habitación, no había absolutamente nadie. Llegué a la mía, buscando el sueño bajo las sabanas para olvidar aquella horrenda pesadilla, puedo verlo, enciende la luz, maniobra un puñal entre los dedos y dice con voz triste "¿Por qué lo hiciste? Éramos lo mejores." Puedo recordarlo, no habrá un amigo como él que pueda volver a tener, me arranca de la cama con uno de sus brazos, caigo al suelo, las puñaladas prefieren caer sobre mi pecho y abrirlo, no siento dolor, el verdadero dolor lo siente él por mi culpa, me arranca los ojos con notable ira y los entierra en mi boca, se sienta sobre mi pecho y apoya sus manos alrededor de mi cuello, comienza a estrangularme, la vida se desvanece como lo hace la mejor amistad.

Si llegas a verlo en tu espejo sé su amigo, no querrás hacerlo sufrir más.




Calificación: