miércoles, 13 de septiembre de 2017
El juego del Ascensor
miércoles, 19 de abril de 2017
#545 El Holder del chubasco
martes, 18 de abril de 2017
Por favor, No abras la puerta...
jueves, 13 de abril de 2017
¿No te alegras de no haber encendido la luz?
Calificación:




martes, 11 de abril de 2017
Una historia de terror para mi hijo
Hitori Kakurenbo
- Arroz
- Un muñeco (de preferencia de género, debes descoserlo y repararlo)
- Un corta uñas
- Hilo Rojo
- Sal
- Sangre (Opcional)
- Cuchillo u objeto afilado.
#002 El Holder del Comienzo
La mujer entonces te explicara, con insoportable detalle, cada horrible evento acontecido en la historia, cada lucha, cada guerra y cada violación. Ningún hecho en la historia del universo escapará de tus oídos. Cuando ella acabe, todo caerá en el mismo silencio. Eres libre de hacer lo que quieras con esta información.
Esa mujer es el Objeto N°2 de 538. Esta en ti si son reunidos o no.
#442 El Holder de los Holders
Fotografías
#001 El Holder del Fin
Si se detiene la voz en cualquier momento, detente y rápidamente dile: "Solo pasaba por aquí, deseo hablar." Si el silencio continúa, huye. Vete, no te detengas por nada, no vayas a casa, no te quedes en un hotel, solo sigue corriendo, duerme cuando tu cuerpo caiga. Ya sabrás en la mañana si tu escape fue efectivo.
"¿Qué pasa cuando todos están juntos?".
La persona te mirará fijamente a los ojos y te responderá la pregunta con horripilantes detalles. Muchos se vuelven locos en esa celda, algunos desaparecen después del encuentro, unos cuantos acaban con sus vidas. Pero la mayoría hace la peor cosa, y miran el objeto en las manos de la persona. Tú también querrás hacerlo. Estas advertido de que si lo haces, tu muerte será cruel, tenaz y horrible.
Los humanos también lamen
Una niña de quince años, a quién llamaremos "Girl" en esta ocasión, decidió que ya era lo suficientemente mayor como para quedarse sola en casa. Sus padres insistieron en que los acompañara durante un viaje de fin de semana, pero ella se negó. Quería demostrar que podía cuidarse sola, además contaba con su fiel perro como compañía y protección.
Cuando cayó la noche, Girl se aseguró de cerrar todas las puertas y ventanas. Sin embargo, una de las ventanas del primer piso se negó a cerrarse del todo, a pesar de que luchó con ella durante varios minutos, finalmente se rindió y la dejó apenas entreabierta. No parecía gran cosa, después de todo, tenía a su perro y era muy poco probable que alguien lo notara desde afuera.
Se dio un baño caliente, se puso el pijama y se fue a dormir. Su perro, como siempre, se acomodó bajo su cama.
En algún momento de la madrugada la chica se despertó debido a un sonido constante, como el goteo del grifo que provenía del baño. Estaba demasiado asustada para levantarse a investigar, así que, buscando algo de consuelo, metió la mano debajo de la cama para acariciar a su compañero. Su perro lamió su mano por lo que sonrió con alivio. Todo estaba bien. Luego volvió a dormirse.
Un rato después, el sonido persistente de las gotas la despertó nuevamente. No se atrevía a levantarse, así que repitió el gesto: metió la mano bajo la cama. Una nueva lamida. Suspiró. Su perro estaba allí para protegerla.
La tercera vez que despertó, el goteo era más insistente. Fastidiada y algo preocupada, se incorporó. Encendió la lámpara de noche y se dirigió al baño, frotándose los ojos. El sonido de las gotas se hacía más fuerte con cada paso.
Al llegar, encendió la luz.
El horror la golpeó como un puñetazo en el pecho.
Allí, colgando de la ducha, estaba su perro. Su garganta había sido brutalmente cortada, y la sangre chorreaba rítmicamente hacia la bañera, formando un charco oscuro. La escena era grotesca, casi surreal.
Temblando, notó algo más. En el espejo, escrito con la sangre del animal, había un mensaje:
"Los humanos también lamen."
El grito que soltó hizo eco en toda la casa.
Salió corriendo descalza por la oscuridad hasta llegar a la granja más cercana. Estaba en estado de shock. Hasta el día de hoy, Girl no sabe quién —o qué— estaba bajo su cama aquella noche.
Calificación: ⛧⛧⛧
La Muñeca Enterrada
Pedro era casi como un hermano para Juan. Se conocían desde hacía años y eran inseparables. Iban al mismo instituto, estaban en la misma clase y, siempre que había que hacer trabajos en grupo, terminaban juntos.
Un día, la profesora de Ciencias Naturales dejó una tarea extraña, aunque entretenida: los alumnos debían recolectar muestras de tierra a diferentes profundidades, guardando un pequeño puñado cada cinco centímetros. Como era de esperarse, Juan y Pedro decidieron trabajar juntos, aunque lo de “trabajar” no era más que una excusa para conseguir el permiso de sus padres y escapar al bosque a las afueras de la ciudad.
Una vez allí, acordaron no adentrarse demasiado. Sabían que podían perderse, y no sería la primera vez que un excursionista desorientado terminaba con un destino trágico. Marcaron los árboles por los que pasaban con tiza para asegurarse de recordar el camino de regreso, y aun así, terminaron caminando más de lo planeado hacia lo profundo de aquel espeso bosque.
Fue entonces cuando un claro extraño llamó su atención.
—Este lugar es perfecto para cavar. No hay raíces que molesten y esas piedras parecen cómodas para sentarse a comer —dijo Juan.
—El bocadillo me lo como yo, mientras tú cavas. Ni de broma voy a ensuciar mi camiseta nueva —bromeó Pedro, imitando la voz de una niña consentida.
—Hagamos una cosa: comemos ahora, y luego lo decidimos a cara o cruz —propuso Juan, que ya llevaba un buen rato con hambre.
Tras unos veinte minutos de risas y bocadillos, Juan sacó una moneda.
—El que pierda empieza. Cinco minutos cada uno, y luego se turna el otro. No pienso partirme la espalda por culpa de la bruja de Ciencias. Además, con 50 centímetros basta… no vamos a enterrar a nadie.
—Vale. Prepárate para perder —dijo Pedro, sacando unas herramientas de jardinería que había pedido prestadas a su padre.
Juan perdió el sorteo y, resignado, empezó a buscar un buen sitio. De pronto, vio un grupo de hongos rojos con manchas blancas, todos brotando del mismo punto. Algo en ellos lo atrajo con un entusiasmo casi infantil, como si las setas señalaran un lugar especial.
—Le voy a guardar unas pocas a la bruja, con suerte son venenosas —dijo entre risas, mientras recogía la primera muestra de tierra superficial.
Pero al tocar la tierra, un escalofrío recorrió su cuerpo. Un miedo inexplicable lo invadió, y se levantó bruscamente.
—¡Tengo frío! Aquí hace más frío que en todo el bosque —le gritó a Pedro.
—¡Jajaja! Ay sí, seguro estás encima de una tumba maldita o algo así —se burló Pedro, exagerando una mueca de espanto.
Juan, por orgullo, decidió ignorar su miedo y siguió cavando, guardando la tierra en bolsitas a medida que profundizaba. Mientras tanto, Pedro pateaba una piedra como si jugara al fútbol.
—¡Mira esto! —gritó Juan de pronto. Pedro corrió hacia él, curioso.
Juan sostenía una muñeca pelirroja, de unos treinta centímetros. En cuanto Pedro la vio, un escalofrío le recorrió la espalda. Una sensación de asco profundo se le instaló en la garganta como una escolopendra viva.
Juan miró de nuevo y palideció: la cabeza de la muñeca estaba llena de gusanos blancos, gordos, que se agitaban frenéticamente y empezaban a salir por la cavidad del ojo faltante. Su vestido seguía milagrosamente blanco, limpio, como si la tierra no lo hubiera tocado.
—Pero… cuando la desenterré estaba bien. Era bonita, y me sonrió…
El ojo que le quedaba a la muñeca era inquietante: grande, completamente negro con un iris rojo intenso y una pupila diminuta, demoníaca.
¿Quién habría enterrado algo así? ¿Por qué los gusanos estaban dentro de la cabeza? ¿Era cierto lo del frío?
Asustados, los chicos salieron corriendo, sintiendo en la espalda el peso de esa mirada única, perversa. Solo se detuvieron un par de veces: Juan vomitaba, seguramente por haber tenido en sus manos esos asquerosos gusanos. Pero al llegar a casa, las náuseas no desaparecieron. Seguía vomitando, y su rostro se volvió de un tono amarillo pálido, casi enfermizo.
Pensaron que se le pasaría en unas horas. No fue así. Con el correr de los días, Juan empeoró: estaba pálido, demacrado, irreconocible. Parecía un enfermo terminal. Los médicos no encontraban una causa. Una semana después, Juan murió.
Pedro quedó devastado. Se volvió huraño, evitaba a todos, y pasaba los recreos en la biblioteca. Los fines de semana los pasaba devorando libros, buscando una explicación. Nada encajaba: los síntomas de Juan parecían los de varias enfermedades mortales al mismo tiempo.
Hasta que un día, en una vieja librería, encontró un libro de esoterismo. Polvoriento, antiguo, con ilustraciones extrañas. Y allí, en una página amarillenta, junto a la imagen de una muñeca idéntica (aunque sin estar tuerta), leyó:
"Quien padezca una enfermedad incurable, que entierre una muñeca como esta mientras entona la invocación. Su mal quedará atrapado en la muñeca. Pero aquel que la encuentre, recibirá la enfermedad y morirá… a menos que realice el mismo ritual."
Entonces todo tuvo sentido: los gusanos, los hongos, el frío. La muñeca estaba maldita. Alguien había sellado su enfermedad en ella, condenando al primero que la desenterrara a cargar con ese mal. Una especie de pacto, una trampa para salvar su cuerpo… a cambio del alma de otro.
En algunas creencias del vudú, se usan muñecos para representar personas. Son llamados "fetiches". Lo que se le hace al muñeco, lo sufre la persona atada a él. Tal vez esta leyenda nació como una adaptación de esas prácticas oscuras. Pero para Juan, ya era tarde. La muñeca cumplió su cometido.
Y aún sigue enterrada… esperando a su próximo salvador.
Calificación: ⛧⛧⛧⛧
lunes, 10 de abril de 2017
La Estatua
Este relato ocurrió hace algunos años en Oklahoma, Estados Unidos. Una pareja decidió tomarse una noche libre para romper con la rutina y disfrutar de un momento juntos. Salieron a cenar al centro de la ciudad y, siguiendo las estrictas leyes estadounidenses sobre la supervisión de menores, dejaron a sus dos hijos al cuidado de una niñera.
Cuando la joven llegó, los niños ya estaban dormidos. Se sentó junto a sus camas para asegurarse de que todo estuviera en orden en la casa. Pasadas algunas horas, y con el silencio de la noche envolviéndola, comenzó a aburrirse. Para mantenerse despierta, decidió encender el televisor, pero al tratarse del equipo principal de la casa, varios canales estaban bloqueados. Entonces llamó a los padres para preguntar si podía usar el televisor del dormitorio principal. Ellos accedieron sin problema. Antes de colgar, la niñera hizo una última consulta: preguntó si podía cubrir la estatua de ángel que se encontraba en la habitación de los niños, ya que le resultaba inquietante.
Hubo un silencio en la línea. Luego, la voz del padre se quebró en un grito desesperado:
“¡Llévate a los niños de la casa ahora mismo! ¡Estamos llamando a la policía! ¡Nosotros no tenemos ninguna estatua de ángel!”
Minutos después, la policía llegó tras una llamada angustiada de la madre. En el interior encontraron tres cuerpos con signos de violencia: heridas cortantes y fuertes golpes. No había rastro de ninguna estatua ni señales de invasión. Tampoco se halló evidencia que apuntara a un sospechoso.
El caso jamás fue resuelto. Con el tiempo, se convirtió en una inquietante leyenda urbana.