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lunes, 8 de febrero de 2021

Promesa de Hermanos

Ya acababa el año y los estudiantes estaban a punto de salir del colegio. Justo cuando faltaba una semana para las vacaciones, un profesor decide poner un trabajo en parejas: habría sido la oportunidad perfecta para unos gemelos en la clase, como tantas otras veces, excepto por el hecho de que uno de ellos se encontraba fuera de la ciudad. A pesar de este aparente inconveniente, los hermanos ya se habían puesto en contacto para ponerse de acuerdo en todo lo relacionado con la tarea.

El hermano de viaje le comunicó a través de un correo que el vuelo de regreso a casa había sido cancelado, por lo que tendría que tomar otro avión que salía un poco más tarde. Y dado que el día de la entrega de trabajo coincidía con su llegada a casa, y en vista del poco tiempo restante, tendría que ir del aeropuerto directo a la escuela.

Pero te prometo que voy a ir, finalizaba el correo.

El día de la presentación del trabajo, los hermanos se encontraron en la escuela. Se abrazaron y compartieron recuerdos. Su presentación fue una de las mejores, como siempre. Al finalizar la clase, se dirigieron hacia su casa, pero antes de pasar por la puerta, el gemelo recién llegado le pidió a su hermano que se adelantase. Su hermano no se preguntó por qué y le hizo caso. Llamó a su madre, para que le diese la bienvenida a su hermano, pero esta apareció derramando abundante llanto.

Lo abrazó fuertemente y, llorando aún más fuerte, balbuceó:

—Me acaba de llamar tu padre. D-dice que el avión en el que venía tu hermano explotó en el aire, los restos cayeron al mar. N-no hubo sobrevivientes... ¡Tu hermano está muerto!



lunes, 5 de octubre de 2020

Los niños del Ferrocarril

Cuenta la leyenda que un autobús escolar se detuvo sobre las vías del tren en un paso a nivel. Su conductor estaba tan borracho que no se dio cuenta de dónde había aparcado, mientras bajaba a orinar. Por desgracia, a los pocos segundos, un tren de mercancías, que circulaba a gran velocidad, chocó contra el bus, matando a todos los niños que había dentro. Los pobres angelitos casi ni se dieron cuenta. Se dice que desde entonces sus almas sin descanso penan en ese mismo punto, deseando cobrarse la vida de quien les dejó a su suerte por influjo del alcohol.

Cualquiera que se detenga por la noche en el paso a nivel del tren con la luz en rojo sufrirá su ira. Decenas de pequeñas manos invisibles empujarán su coche hacia la vías, donde serán aplastados por el tren.

Los más afortunados podrán acelerar su vehículo y escapar a tiempo, pero los espíritus de los infantes impedirán a cualquiera que haya bebido o esté borracho escapar con vida. Según los testimonios de los pocos supervivientes, a veces, cuando los cristales de los coches están empañados, se pueden ver sus manitas apoyándose en el cristal mientras te empujan a tu muerte. Otros dicen haber escuchado las voces y lamentos de los niños mientras permanecen en el sitio.


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lunes, 2 de diciembre de 2019

Conduciendo de Noche

Marina conducía por desolados paisajes oscurecidos por la noche. El celular sonó dentro de su bolso, y bajó la mirada para agarrarlo. Ese pequeño descuido bastó para que el auto derrapara y cayera hacia un barranco oscuro. El vehículo quedó con las ruedas hacia arriba, mientras Marina yacía inconsciente en la parte interior del techo, tendida a lo largo. Lentamente, recuperó la conciencia. En donde estaba todo era oscuridad, no distinguía ni una forma, ni un contorno. 

Apenas se intentó mover, la paralizó un dolor agudo en la espalda: tenía la columna rota. Incapaz de moverse, permaneció en aquella oscuridad sin saber qué hacer. El silencio también era absoluto, hasta que escuchó pasos que se acercaban al vehículo. 

—Auxilio —clamó Marina, con un hilo de voz. Los pasos parecían humanos.

De repente una mano se aferró a su pie y la comenzó a jalar hacia la ventanilla. Pensó que la estaban salvando, hasta que sintió que le empezaron a devorar el pie.



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sábado, 17 de agosto de 2019

La chica de la curva

Siempre he pensado que los humanos somos todos iguales. En la televisión, en la radio, incluso en el cine nos invaden cada día con ideas que tratan de convencernos de que somos diferentes, únicos. Somos el resultado de una formula matemática perfecta que jamas se volverá a repetir en la historia. Pero un día cambie de opinión y comencé a creer en el destino, y en los extraños planes que este guarda para todos y cada uno de nosotros.

Mi historia comienza un día gris, catastrófico, en el que la tragedia me persigue de la misma manera que un gato perseguiría a un ratón. El teléfono suena de repente, es de madrugada, puedo sentir el frío recorriendo mi cuerpo al abandonar el calor de mi cama, y como en sueños, recibo una de las peores noticias de mi vida. «Tu hermana»… «perdió el control de su coche»… «vehículo destrozado»… «no pudimos hacer nada por ella» – frases inconexas provenientes de mi interlocutor que me asestan una puñalada en lo mas profundo de mi estomago y me dejan llorando desesperado como si fuera un niño.

Lo que paso a continuación tan solo puede describirse con la palabra terrible, pues una vez más el teléfono sonó y me arrancó de los brazos de Morfeo. Temblando mientras el agudo timbre me taladraba hasta el fondo del cerebro, levanté el auricular y aquellas palabras resonaron una vez más «¿cuando vendrás a por mi?»,decía la voz de mi difunta hermana en el auricular. Fuera de mis cabales decidí coger mi coche y dirigirme al punto exacto donde sucedió el fatídico accidente.

Tras un angustioso rato de conducción en el que mi cabeza era un torrente de pensamientos, llegué al lugar: tan solo iluminado por los faros delanteros de mi coche aquel lugar parecía un desierto de oscuridad, silencioso y frío como un témpano. Sin detener el motor estuve mirando hacia la oscuridad durante unos minutos en los que presa de mi nerviosismo a punto estuve de creer que alguien se acercaba hacia mi posicion, pero al volver a mirar no había simplemente nadie.

Dí la vuelta y reanudé la marcha de vuelta a casa, cuando de repente una mano fría se apoyó en mi hombro y me hizo dar un golpe de volante que causó que mi automóvil se saliera de la carretera. Debí de golpearme la cabeza contra el volante, porque cuando desperté al cabo de un momento una parte de mi frente comenzaba a sangrar. Aturdido por el golpe y con el miedo apoderándose de mi, miré por el retrovisor y allí estaba el cadáver de mi hermana, vestida de la misma manera que la ultima vez que la vi.

Ella también me miraba directamente a los ojos, y con una voz fría, tan gélida que jamás la podré olvidar, me dijo: «gracias por venir, hermanito. Me alegro mucho de verte, te volveré a llamar pronto». Desde entonces ha pasado mucho tiempo, pero el vacío que Lucia dejo en mi vida no ha podido ser llenado por nada. Son demasiado recurrentes las noches en las que me despierto por que creo volver a escuchar el teléfono de madrugada, y me desvelo inmerso en mi miseria hasta el amanecer. Pero aquella noche, descubrí algo que hasta entonces fui demasiado cobarde para afrontar. Mientras el reloj de mi vecino anunciaba las cuatro de la madrugada, me volvía a despertar sobresaltado por mis pesadillas pero con la diferencia de que esta vez el teléfono volvía a sonar y era tan real como mi respiración.

Con el miedo apoderándose poco a poco de mi, me levante de la cama y me quede mirando en silencio el teléfono mientras su característico sonido se apoderaba de toda la casa. Cuando por fin pude reunir las fuerzas suficientes para levantar el auricular, un sudor frío me recorrió el cuerpo de punta a punta: una voz muy familiar me preguntaba directamente «¿cuando vendrás a por mi?». Enloquecido por lo que acababa de escuchar arrojé el teléfono de la mesa y me quedé petrificado por unos segundos. Lo que acaba de suceder no podía ser real. Mi mente me traicionaba, pues aquella voz era de mi hermana, y mi hermana llevaba mas de un mes muerta.

Cuando pude convencerme de que mi delirio estaba provocado por un mal sueño, volví arrastrándome a mi cama donde agotado, me quedé dormido. A la mañana siguiente cuando desperté pensé que todo había sido una pesadilla, pero al ver el teléfono en el suelo supe que aquello había sido muy real. El día pasó poco a poco y no conseguí reunir la suficiente valía como para hablar con alguien sobre lo sucedido. La noche llegó y con ella el cansancio de mi cuerpo que me pedía que me acostara y olvidara todo en el mundo de los sueños.


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