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viernes, 13 de noviembre de 2020

#099 El Holder de los Restos

En cualquier ciudad, en cualquier país, puedes ir a cualquier cementerio que puedas encontrar. Cuando llegues al lugar, ignora a cualquier empleado de ropa formal, dirígete al primer trabajador con aspecto de sepulturero que veas y pídele amablemente visitar a aquel que se hace llamar "el portador de los restos". Al comienzo, él no te tomará en cuenta. No digas ninguna palabra. Sólo quédate allí y míralo. Pronto, tomará una pala y una linterna, e irá hacia una tumba. Síguelo, y sé respetuoso con las tumbas mientras caminas. Si las perturbas de alguna manera, enfurecerás a las almas enterradas allí. Después de una larga caminata, el hombre se detendrá en una tumba aislada, sin marcas, y empezará a cavar. Mientras lo hace, caerá la noche, las luces se apagarán, y pronto, todo estará completamente oscuro, siendo la única fuente de luz, la linterna del sepulturero.

Si, por cualquier razón, el hombre deja de cavar, debes decir: "¡Esto debe hacerse! Yo sólo quiero hablar". Si continúa la excavación, estás a salvo, sin embargo, si el sepulturero no reanuda su actividad, corre y no te detengas por ninguna razón. Aléjate del cementerio, lo más lejos que puedas. Corre hasta que amanezca, si llega la mañana, has escapado. Él no se detendrá hasta que termine la noche.

Varias horas pasarán hasta que él termine. Saldrá arrastrándose de la tumba, que ahora será profunda. En el interior, habrá un sencillo ataúd de madera. Deberás bajar y abrirlo. Dentro, habrá una hermosa mujer. Su piel será fría como la muerte y blanca como la luna. Sólo podrás preguntarle una cosa, si dices o haces cualquier otra cosa, el hombre te golpeará con su pala y te enterrará vivo.

¿Qué les espera?

En el momento en que termines la pregunta, el cuerpo de la mujer se deteriorará rápidamente ante tus ojos. Ni se te ocurra desviar tu mirada en señal de disgusto, más bien, deberás honrarlo y ver su retorno a la tierra, el ataúd se pudrirá y sus huesos se desintegrarán. Aunque será de noche, la luz de la linterna será suficiente para ver.

Cuando se complete el proceso, una rosa blanca crecerá desde el suelo. Será hermosa, con un prístino botón blanco y un tallo largo y verde. Los pétalos serán fríos al tacto. Ten cuidado con sus espinas. Arráncala y sal de la tumba. No verás al sepulturero por ninguna parte, la pala y la linterna también habrán desaparecido. Si hueles la flor percibirás su olor divino, calentando tu alma desde dentro. Si examinas la tumba de la que acabas de salir, encontrarás que se ha vuelto a llenar de tierra, luce como si nunca se hubiera excavado en aquel lugar. Sobre la lápida, que antes no tenía nada escrito, se podrá leer:

Ellos nunca deben estar juntos. 
Nunca.

La rosa blanca es el Objeto 99 de 538. Crece únicamente de los restos de una tumba. Incluso después de la muerte, su vida persiste.



jueves, 14 de noviembre de 2019

Frío

Hoy es uno de esos días en los que la soledad te aprieta hasta dejarte sin aire. Sentado en la barra de un bar de mala muerte, intento ahogar mi melancolía en una buena dosis de alcohol.

Todo es igual que ayer, que el mes pasado, que hace tantos años; es decir, nada de especial, nada que valga la pena el seguir viviendo. Solo un milagro podía salvar aquella miserable existencia; y el milagro estaba a punto de producirse. De repente se abre la puerta del local y apareció ella.

Misteriosa, bellísima, con un aire nostálgico y soñador. No era de aquí, o al menos no la había visto con anterioridad, así que me propuse conocerla. Me costó acercarme a ella, no tenía ninguna base de partida para romper el hielo, para poder aproximarme. Me parecía distante, lejana... Casi imposible que un ser tan hermoso como ella se pudiese fijar en un despojo humano, que era exactamente en lo que me había convertido. Sé tú mismo pensé; no pretendas impresionarla; simplemente que vea tal y como eres. La estrategia dio resultado; ella también estaba pasando por unos momentos difíciles, muy similares a los míos; no tardó en haber entre nosotros un lazo estrecho de complicidad.

Pasamos el resto de la noche juntos; hablamos de mil cosas, de nuestras vidas, de nuestros sueños que nunca cumplimos, de los que nos gustaría hacer realidad. Nos conocimos a fondo; nuestros miedos, nuestras inquietudes... No sé si se podía definir como amor, pero lo cierto es que entre aquella misteriosa dama y yo, se había creado una fuerte corriente de sentimientos.

Cuando los primeros rayos de sol se reflejaron sobre nuestra desnudez, comprendí que había llegado el momento de la despedida. Con la voz entrecortada me susurró que había sido una noche maravillosa, pero que tenía que marchar. Intenté disuadirla, retenerla; había encontrado un ser maravilloso con quien compartir mi soledad, y como siempre iba a volar de mi lado. Aquello había sido la tónica de mi vida.

Tengo frío, me comentó entre susurro; toma mi cazadora, ya me la devolverás, de este modo tendremos una excusa para volver a vernos; ¿Te parece? Ella accedió con una sonrisa. Se colocó mi cazadora sobre los hombros, al tiempo que escribía en una pequeña hoja una dirección. Toma, pasa esta tarde por aquí y te devolveré la cazadora. La idea me pareció genial, ese gesto significaba que la volvería a ver, que quizás en esta ocasión no perdería a alguien que me parecía importante.

—¿Cómo te llamas? No me lo has dicho.

—Claudia, me llamo Claudia.

Nos dijimos adiós con la promesa de volver a encontrarnos aquella tarde. Las horas se me hicieron eternas, esperando que llegara el momento de encontrarnos de nuevo. Cuando llegué a la dirección que Claudia había escrito, me quedé desconcertado. Estaba delante de un cementerio. Al principio imaginé que se trataba de un error; quizás lo había escrito mal; seguro que había una explicación lógica.

Algo me empujaba a entrar en el recinto, notaba un extraño magnetismo que me empujaba a cruzar la puerta. Entré, y sin saber bien porqué, busqué compulsiva mente por todas las calles del cementerio. Nicho por nicho, tumba por tumba. Una lápida de mármol blanco, una sencilla foto, y una breve inscripción:

"Claudia Serrano, abril del 65; enero del 2004. Nunca te olvidaremos".

Noté como algo dentro de mí se rompía en mil pedazos. La chica de la foto sin duda, era aquella muchacha que había conocido horas antes. Al lado de un marchito ramo de flores; mi cazadora impecable mente doblada.



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lunes, 28 de octubre de 2019

La Doncella

La mañana había amanecido extrañamente fría a pesar de mediar el mes de Junio. Tomé la pipa y la preparé de manera meticulosa, casi ritual, mientras observaba como la calle más abajo empezaba a recobrar la actividad típica de las primeras horas del día. El sol ya entraba con timidez por el ventanal de la biblioteca cuando me senté en mi sillón. Continué leyendo el libro que tenía en la pequeña mesita auxiliar que estaba a mi derecha. Estaba completamente absorto en la lectura cuando escuché con total claridad abrirse la puerta de la calle.

-¡Ya estoy aquí, señor Quesada. Le subiré el desayuno en unos minutos!

Las llaves emitieron su característico sonido metálico al dejarlas caer sobre la bandeja de plata que había encima del pequeño mueble victoriano del recibidor. No podía creerlo. Era Matilde, la señora que durante más de quince años se había encargado de la limpieza y el mantenimiento de mi hogar. Me quedé completamente petrificado y fui incapaz de mover, ni tan siquiera, un músculo de mi cuerpo. Mi boca fue incapaz de articular palabra. Mi mente se quedó completamente en blanco. No encontraba ninguna razón lógica por la cual Matilde había venido a cumplir con su jornada de trabajo cuando, apenas veinte horas antes, habíamos dado sepultura a su cuerpo inerte.




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