Mostrando entradas con la etiqueta Hospital. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Hospital. Mostrar todas las entradas

domingo, 18 de octubre de 2020

El silencio de Luis

En ocasiones las historias de terror no necesitan tener algo paranormal para dar miedo ya que la crueldad humana es suficiente. Esta es la historia de un chico que recibió un gran trauma, que ha tratado de olvidarlo por años.

El joven se llamaba Samuel, él trató de suicidarse varias veces por lo cual sus padres decidieron internarlo en un hospital psiquiátrico prometiéndole que mejoraría y no volvería a intentar quitarse la vida nuevamente. 

Dentro del hospital conoció a un chico muy raro que estaba en silencio todo el tiempo. Solía estar en las esquinas de los cuartos con la cabeza agachada, no hablaba: solo movía la cabeza para decir sí o no. Samuel comenzó a hablarle, siempre había buscado a alguien que lo escuchara sin interrumpirlo ni juzgarlo. Todo el tiempo se quejaba con aquel chico, él se llamaba Luis, le decía todos los problemas que tenía con su familia, lo que no le gustaba, cualquier cosa. Luis solo asentía moviendo la cabeza, o incluso no hacía nada.

Así pasaron los días y siempre se podía ver a Samuel junto a Luis. Los doctores notaron una mejoría en Samuel y que le tenía un gran afecto al joven callado. Un día, Samuel le dijo al doctor que su amigo no merecía estar en ese hospital, que él no tenía ningún trastorno, solo era callado y reservado. 

Por varios días Samuel le insistió al doctor que dejara ir a Luis con su familia. Después de tanto insistir el doctor aceptó. Dejó ir a Luis. Luis saldría de ahí dos días antes que Samuel. Samuel le entregó una carta con su nombre, teléfono y dirección, lo abrazó y dijo:

Sé que eres muy callado, pero me harías muy feliz si algún día me visitas Luis tomó el papel y se fue.

A los dos días Samuel salió del hospital algo tarde porque lo festejaron por la gran mejoría que presentó, la celebración terminó tarde y a esa hora fue a su casa. Al llegar, abrió la puerta y notó algo raro: 3 cuerpos sobre la mesa. No pudo fingir nada, pues conocía a su familia y sabía que sobre esa mesa estaban su mamá, su papá y su hermana. Se acercó en silencio, y se dio cuenta que en la casa estaba alguien más. En una esquina, en la obscuridad, se encontraba Luis.

Luis se acercó lentamente a Samuel y, extendiendo su brazo lleno de sangre, le dio el mismo papel que le había entregado con su dirección. Pero había algo más, un mensaje por parte de Luis escrito en la parte de atrás que decía: "Todas las personas de las que tanto te quejaste... ¿Estás feliz?"



Calificación:







viernes, 16 de octubre de 2020

El Viejo Hospital

Despiertas en una habitación de hospital y ves que hay una ventana. Tras mirar por ella, corroboras que todo sigue normal: una calle, una parada de autobuses, personas, pero te preguntas: “¿Qué me pasó? ¿Qué hospital es este?”.

No recuerdas nada, lo cual es frustrante. Te levantas, puedes ver que tu ropa luce desteñida. “Es normal”, piensas. “Es ropa de hospital”, dices algo confundido.

Tomas la iniciativa de salir de la habitación. Abres la puerta, la cerradura está algo oxidada, pero qué más da, es un hospital público. Deduces esto, pues tu cama no es la única de la habitación. Tras salir, puedes ver un pasillo con blancas luces, algunos fluorescentes están parpadeando.

Se te hace extraño el hecho de que el pasillo está totalmente vacío… Sientes cierto pánico. Al final del pasillo, divisas un ascensor, caminas hacia él y llamas. Tras esperar un par de segundos, escuchas el típico "tin-ton" del ascensor, la puerta se abre y miras a un sujeto con bata. Asumes que es doctor.

–Emm, disculpe, doctor, no sé qué... –pero el doctor ni se inmuta. Entras en pánico –¡Esto no es normal! ¡Dios! ¿Qué hago aquí? –Tomas el ascensor…

...

Despiertas en una habitación de hospital. Te duele la cabeza, miras por la ventana. Observas a un grupo de personas esperando el autobús, entras en razón y te apegas a la ventana. Hay menos personas que al principio, no sabes lo que está sucediendo, pero es mejor no entrar en pánico, posiblemente sea un deja-vú. Sales de la habitación, puedes mirar el pasillo, las luces fluorescentes parpadean más. Caminas hasta el ascensor y llamas.

...

Despiertas en la habitación de un hospital. Tu cabeza duele más. Te sientes cansado, como cuando te resfrías. Miras por la ventana y es de noche. Solo queda una mujer en la parada de autobús, tiene un vestido de noche, es rojo. Entras en razón y corres, solo eso puedes hacer. Miras una silla de ruedas, la tomas y sales al pasillo e intentas romper la puerta de las escaleras en un intento desesperado por salir de la habitación. ¡Bingo! La puerta se abre y sales camino a las escaleras.

...

Despiertas en una habitación de hospital. Tu cabeza duele mucho más que antes y te sientes aún más cansado, ya te cuesta levantarte. Miras por la ventana y ves a esa mujer… Recuerdas que estuvo en cada momento en que miraste a través de la ventana. Sales de la habitación, caes.

...

Despiertas en la habitación de un hospital, ya no puedes levantarte, te cuesta respirar. Miras a tu alrededor y observas a una mujer con una cara muy demacrada y el vestido rojo. Cierras tus ojos.

...

Despiertas en la habitación de un hospital. Sientes unas manos muy frías recorriendo tu rostro. Ya no puedes respirar, solo divisas el color rojo. Lo último que recuerdas fue el momento en el que te acostaste en tu suave cama…, y luego cierras tus ojos y sientes cómo la vida se escapa de tu cuerpo.

...


Calificación:

miércoles, 17 de junio de 2020

Desde un lugar horrible

Durante una noche tormentosa mi abuela se sintió mal y la llevé a un hospital. Esperábamos a un lado de la sala de emergencias, llovía copiosamente y el estruendo era constante. Los pocos que entraron chorreaban agua y se quejaban del mal tiempo.

—¡Que tormenta, parece que se abrió todo el cielo! Y esos relámpagos… —comentó un señor a la vez que se peinaba el cabello empapado con las manos. Sostuve el bolso de una joven mientras se quitaba el impermeable. La túnica blanca me indicó que era una doctora. 

—Muchas gracias, que amable —me agradeció. 

—No es nada señora. 

—Señorita— me aclaró, y sonrió. 

—Señorita entonces, dije señora porque supuse que una mujer tan linda seguramente ya estaría casada. 

—¡Ay! Me vas a hacer sonrojar ¡Jaja!— agregó entre risas y se alejó por el corredor. Volteó un par de veces y se detuvo, e hizo un gesto indicando que me acercara. Di unas zancadas y estaba al lado de ella. 

—¿Me acompañarías por este corredor? Soy nueva aquí y todavía no me acostumbro al lugar, y es tan largo este pasillo y con esta tormenta, la verdad es que me da un poco de miedo. Que vergüenza, ¿no? Siendo médico y tan asustadiza ¡Jaja!.

—Te acompaño con gusto. No tiene nada de malo sentir algo de miedo, los médicos también son gente. 

—Bueno, gracias— contestó aliviada con mi respuesta. 

Al llegar frente a la puerta que era su destino quedamos charlando un buen rato. Consultó su reloj unas veces pero seguía hablando. Me miraba a los ojos y sonreía. Cuando me fui de allí tenía su número de teléfono en el bolsillo. Mientras atravesaba el largo corredor me acordé de mi abuela. La había dejado sentada en un banco. Al regresar vi que estaba sola. Tenía la cabeza recostada a la pared y miraba fijamente hacia la puerta. Cuando fui a hablarle hubo un estallido ensordecedor y se apagó la luz: había caído un rayo. El hospital no tenía generador propio o no funcionaba. Quedamos sumidos en la oscuridad. 

—¿Abuela? ¿Está bien abuela? —le pregunté, y casi al instante me sujetó el brazo una mano que sentí delgada, dura y arrugada, y por poco no grité, mas enseguida razoné que era la de mi abuela.

—¡Siento mucho calor!— me dijo con la voz llena de angustias —¡Mucho calor, mucho calor! ¡Me estoy quemando! ¡Aaahhh…!— En ese momento me pareció ver que unas siluetas deformes caminaban a nuestro alrededor, pero enseguida se borraron, desaparecieron en la oscuridad.

Pedí ayuda a gritos. Sentí que mi abuela me soltó. Alguien salió de la sala de emergencias con una linterna, mas no necesitó usarla pues la luz volvió en ese momento. Cuando un doctor me dijo que mi abuela estaba muerta me sentí terriblemente mal. Me invadió un sentimiento de culpa; la había dejado sola durante largo rato, ¡era algo imperdonable! Pero lo que sentí después fue peor aún. Al examinarla un poco más, el doctor dijo que llevaba muerta más de media hora; había fallecido apenas llegamos. Me había hablado desde el más allá, desde un lugar que todavía me niego a creer que fuera su destino.



Calificación:

lunes, 15 de junio de 2020

La Mente

En 1983, un equipo de científicos profundamente piadosos condujeron un experimento radical en una facilidad no revelada.Los científicos habían teorizado que un humano sin acceso a ningún sentido o forma de percibir estímulos sería capaz de percibir la presencia de Dios.

Ellos creían que los cinco sentidos nos nublaban nuestra consciencia de la eternidad, y sin ellos, un humano podría establecer contacto con Dios por medio del pensamiento. Un hombre anciano que clamaba "no tener nada para vivir" fue el único sujeto de prueba para ser voluntario. Para quitarle todos sus sentidos, los científicos realizaron una compleja operación en la cual cada conexión de los nervios sensoriales al cerebro fue cortada quirúrgicamente. *Aunque el sujeto a prueba conservó la función muscular completamente, no podía ver, oír, saborear, oler, o sentir .Y no hay forma posible de comunicarse, o incluso sentir el mundo exterior, que estaba solo con sus pensamientos.

Los científicos lo monitorearon mientras él hablaba sobre su estado mental en desordenadas y arrastradas frases que ni siquiera podía oír. Después de cuatro días, el hombre afirmó estar escuchando voces silenciosas e incomprensibles en su cabeza. Suponiendo que fuera un inicio de psicosis, los científicos le prestaron poca atención sus problemas.

Dos días después, el hombre gritó que podía oír a su esposa muerta hablando con él, y aún más, que podía comunicarse con ella. Los científicos estaban intrigados, pero no convencidos, hasta que el sujeto comenzó a nombrar parientes fallecidos de los científicos. Él repitió información personal a los científicos que sólo sus cónyuges y padres fallecidos han conocido. En este punto, una parte de los científicos abandonó el estudio.

Tras una semana de conversaciones con los muertos a través de sus pensamientos, el sujeto comenzó a angustiarse, diciendo que las voces eran abrumadoras. Cada vez que despertaba, su consciencia era bombardeada por cientos de voces que se negaban a dejarlo solo. Frecuentemente se lanzó contra la pared, tratando de obtener una respuesta de dolor. Él suplicó a los científicos por sedantes para poder escapar de las voces durmiendo. Esta táctica funcionó por tres días, hasta que comenzó a tener severas noches de terror. El sujeto dijo repetidamente que podía ver y escuchar a los muertos en sus sueños.

Sólo un día después, el sujeto empezó a gritar y agarrar a sus ojos no funcionales, esperando percibir algo en el mundo físico. Ahora el sujeto histérico afirmaba que las voces de los muertos eran ensordecedoras y hostiles, hablaban del infierno y del fin del mundo. En un momento dado, le gritó "No hay paraíso, no hay perdón" por cinco horas seguidas. Continuamente pidió ser asesinado, pero los científicos estaban convencidos de que él estaba cerca de establecer contacto con Dios.

Después de un día más, el sujeto ya no podía formar frases coherentes. Aparentemente loco, comenzó a morder pedazos de carne de su brazo. Los científicos corrieron a la cámara de pruebas y lo contuvieron en una mesa para que no pudiera matarse. 

Después de unas horas de estar atado, el sujeto detuvo su lucha y sus gritos. Él se quedó mirando al techo mientras lágrimas silenciosas corrían por su rostro. Durante dos semanas, el tema tuvo que ser rehidratarlo manualmente debido al llanto constante. Finalmente, volvió la cabeza y, a pesar de su ceguera, hizo centrado contacto visual con un científico por primera vez en el estudio.

Él susurró: "He hablado con Dios, y él nos ha abandonado" y sus signos vitales se detuvieron.

No hubo causa de muerte aparente.
  • Estudio de seguimiento de 2000: Dr. GF, Departamento de Neurología, [nombre del hospital declarado desierto], San Francisco, CA. Un estudio reciente de una enfermedad degenerativa que se enfoca en la función motora y el deterioro cognitivo a menudo conduce a "alucinaciones" de los fallecidos. La muerte de las células diana y productos químicos en el cerebro por esta enfermedad conduce a una pérdida del olfato, entre otros sentidos. La causa de la enfermedad es desconocida. Las alucinaciones se presentan en el 39,8% de los pacientes, cayendo en tres categorías: una sensación de una presencia (persona), un paso hacia un lado (normalmente de un animal) o ilusiones. Presente en 25,5% de los pacientes (un hecho aislado en 14,3%), formados alucinaciones visuales presentes en el 22,2% (aislado en 9,3%) y alucinaciones auditivas presentes en 9,7% (aislado en 2.3%). Continuando estudio en San Francisco, CA. 2003-presente aún.


Calificación:

martes, 31 de diciembre de 2019

Pánico

Lo primero que sentí fue pánico...

Intenté abrir mis ojos, pero se sentían sellados. Por mucho que lo intentaba, nada parecía funcionar. Después, intenté mover mis miembros. Brazos: nada. Ni un milímetro. Las piernas igual, como la cabeza. No podía mover ni un musculo, estaba ciego y sin movimiento. Pero podía escuchar bien.

El tintineo del agua goteando sobre el metal era casi todo lo que podía oír, pero el terrible sonido de la carne siendo cortada, que escuche después, era enloquecedor. Luego, lo noté.

Un dolor punzante. Peor que nada que hubiera sentido en mi vida. Quería gritar, pero mi boca no respondía. Sentía las hojas cortando profundamente en mi pecho, y el horrible dolor que me causaban. Sabía que está siendo abierto. Cada miembro de mi cuerpo ardía.

Intenté mantener mi mente en blanco, a pesar de la tortura que está sintiendo. Tan solo podía imaginar en lo que mis captores hacían, ¿Quién podría pensar en hacer una cosa como esta? Nadie se merece este tormento.

Tras lo que sentí como horas, por fin pude escucharles hablar. Uno de ellos demandaba mas instrumentos con los que torturarme, y el otro se los daba.

Pero después escuche como se habría una puerta. Escuchaba algunas voces en la distancia, pero fueron silenciadas por el hombre que entró.

“No sabemos cuánto nos llevara la cirugía. Espero que tan solo sean un par de horas mas.”

“No te preocupes. La anestesia aun hace efecto. No puede sentir nada.”




martes, 1 de octubre de 2019

En un Hospital

Habían agrandado y modificado tanto el hospital que Sergio pronto se sintió en un laberinto. Hacía muchos años que no entraba a aquel lugar. Cuando creía que iba por el pasillo correcto, este llegaba a su fin o desembocaba en alguna sala que no conocía.

Le preguntó a un limpiador dónde se donaba sangre y el tipo se lo indicó señalando con el brazo. Para estar seguro quiso preguntárselo también a una enfermera que pasaba, pero apenas la mujer lo vio se apartó como espantada, y siguió caminando con pasos rígidos, volteando levemente la cabeza como para escuchar mejor si él iba rumbo a ella.

Era la actitud que podría esperarse de alguien que ve una fiera, y con temor se aleja para no molestarla. Sergio quedó desconcertado, ¿qué le pasaba a aquella enfermera?

Las indicaciones del limpiador le sirvieron. Atravesó una puerta y salió a una sala bastante pequeña que tenía sillas en los bordes. Encontró el lugar pero el banco de sangre estaba cerrado. Entonces leyó un cartel que tenía el horario y consultó su reloj. Ya faltaba poco, era mejor esperar.

Eligió una silla y descubrió que era muy cómoda, hasta tenían apoya brazos. Desde el otro lado de la puerta (donde sacaban sangre) no llegaba ni un sonido. Supuso que aún no había nadie. La sala ahora le parecía más grande. Si por lo menos hubiera alguien más allí…

Comenzó a sentir una sensación fea en el estómago: eran nervios. Unos minutos más y ya no estaba tan convencido. Y la sala le pareció lúgubre en su blancura.

¿Y por qué diablos aquella enfermera había reaccionado así?

La idea de irse ya cruzaba por su mente cuando la puerta de la entrada se abrió de golpe, y un tipo enorme vestido con bata blanca entró en ella. El tipo lo miró con los ojos muy grandes, volteó rápidamente hacia alguien que iba por el pasillo y gritó:

- ¡Está aquí, vengan rápido!

- ¿Qué sucede? -le preguntó Sergio.

Otro tipo enrome vestido igual que el primero irrumpió en la sala. Se miraron y empezaron a acercarse a el con los brazos medio extendidos, como para atraparlo; entonces se levantó rápidamente:

- ¿Qué hacen, quienes son ustedes? ¡Aléjense!

Evidentemente los tipos consideraban que no valía la pena hablarle. Un tercer sujeto (este bastante menudo) se asomó a la puerta, y Sergio vió que tenía una aguja en la mano.

Los tipos se abalanzaron hacia él al mismo tiempo e intentaron someterlo.

- ¡Suéltenme, desgraciados!

Le acertó un puñetazo a uno, pero eran tipos duros. Lo voltearon y lo controlaron contra el suelo. Sergio gritaba que lo soltaran, preguntaba por qué le hacían aquello, mas sus captores no le respondían.

Cuando estuvo firmemente aplastado contra el suelo por el peso de los dos tipos, el más pequeño, el de la aguja, entró en acción y le inyectó una buena cantidad de un líquido transparente. Lo que le administraron actuó rápido; las fuerzas se le iban.

- Ya pueden soltarlo -dijo el que lo inyectó.

- Doctor, creí que iba a ser más difícil controlarlo, por la fama de este -comentó uno de los tipos, el otro asintió con la cabeza.

- Bueno, es mejor así -opinó el doctor de la aguja, y sacó unos lentes que guardara en el bolsillo de su camisa -. Ahora hay que llevarlo a la sala para prepararlo.

Aquello fue lo último que Sergio escuchó antes de quedar sin sentido.

Cuando volvió en si se hallaba sobre una camilla, atado firmemente a esta. Se encontraba en una sala junto a unos aparatos electrónicos enormes, que por estar en un hospital asustarían a cualquiera. Quiso gritar pero estaba paralizado, solo podía mover sus ojos con movimientos pesados.

Advirtió que no estaba solo, había dos doctores allí, y una enfermera. Uno de los médicos era el que ayudó a los grandotes; el otro se acercó a mirarlo, con algo de extrañeza en el rostro, y finalmente este preguntó:

- Doctor, yo solo vi una vez a este paciente pero, ¿no le resulta algo cambiado?

- Debe haber perdido musculatura últimamente, lo advertí recién hoy. A estos pacientes es difícil controlarles la alimentación; el tipo está más loco que una cabra.

- Sí, tal vez es eso… puede ser…

Al escuchar la duda del tipo Sergio quería gritar que lo estaban confundiendo, que no era él, mas no podía ni abrir la boca.

¡Aquello era un infierno!

Las dudas de aquel doctor aumentaban su desesperación. El médico se llevó la mano a la barbilla y lo observó con detenimiento de nuevo; el otro seguía programando un aparato.

- ¿Y la ropa que llevaba puesta, cómo la consiguió?

- Estuvo un buen rato escapado de psiquiatría, probablemente la robó en una sala a algún internado, tal vez es de un enfermero, no lo sabemos, no lo descubrimos aún.

"¡Tenía puesta otra ropa porqué no soy el loco! ¡Revisen el los bolsillos de mi pantalón, mis documentos!", se desesperaba pensando Sergio.

- No quiero ser pesado, mas, ¿está seguro cien por ciento de que este tipo es el mismo?

Ante la insistencia de este el otro médico dejó lo que estaba haciendo y se arrimó a la camilla donde estaba Sergio:

- Estoy seguro que este es el paciente. Si no fuera él, entonces es su doble idéntico, y este tipo tuvo una soberana mala suerte. Piénsalo: el doble exacto de un enfermo mental peligroso va al hospital donde está su doble justo el día que este se escapó. Y tendría tanta mala suerte que lo confundimos con el otro el día que le íbamos a aplicar un tratamiento experimental peligroso.

- Tienes razón. Qué probabilidades hay. Sigamos.

Por las mejillas de Sergio rodaron unos lagrimones de desesperación e impotencia.

Le colocaron una especie de casco lleno de electrodos y comenzaron el experimento.

A la hora de sufrimiento Sergio tuvo un paro cardíaco y no lo pudieron reanimar. El doctor que se equivocara dictó la hora de la defunción, y unos minutos después se llevaron a Sergio a la morgue. Pero aquel era solo su cuerpo. Ahora estaba parado en aquella sala.

Todo el terror que sintió, toda la impotencia, se volvieron furia.

Cuando el doctor quedó solo sintió de pronto que lo levantaban en el aire, y después una fuerza increíble lo lanzó contra un aparato, y saltaron chispas y volaron pedazos del aparato.

Cuando el doctor aún estaba vivo comenzó a incendiarse.

Pronto toda la sala estaba envuelta en llamas. Sonó una alarma y algunos intentaron entrar a la sala, pero las lenguas de las llamas los alejaron. Entre esa gente estaba el otro doctor, y creyó ver por un instante a una silueta humana dibujada por el fuego, pero solo fue un instante.

Después, en medio del caos que desató el incendio, escuchó que le susurraron al oído:

- Debiste insistir más. Ahora vas a pagar también.






Calificación: 


domingo, 9 de junio de 2019

Mi padre era médico forense

Recuerdo que un amigo mío me decía que los truenos eran nubes colisionando. Él estaba orgulloso cuando me contó esto; también tenía veintiséis años. Es increíble lo que nos podemos creer si lo escuchamos desde una edad muy joven.

Cuando tenía trece, mi papá me dijo que tenía la edad suficiente para ayudarlo. Mi papá trabajaba como forense. Recuerdo las noches en vela durante las semanas previas a mi colaboración. Las pesadillas eran horripilantes, y nunca se detuvieron. Antes, no sabía qué era lo que mi papá hacía exactamente, pero sabía que involucraba cadáveres. Lloré, pero me dijo que ahora era un hombre y que esto era lo que un hombre hacía. Le creí.

Trabajé con él por tres años hasta que cumplí dieciséis y me fui de casa. Decir que me marcó sería un eufemismo, pero hice lo mejor que pude para seguir adelante con mi vida. Y estoy orgulloso de decir que funcionó, no tengo ninguna secuela irreparable por toda esa muerte.

No he visto a mi padre desde entonces, hasta ahora, y estoy en mis treintas. Agaché mi cabeza para observar su cuerpo.

-Sí, es él -le dije al hombre con la bata de laboratorio. Me agradeció y movió la sábana sobre el rostro de mi padre-. Ese es mi papá, sin duda. Él también era un médico forense ¿sabes? -El hombre me ignoró y rellenó su papeleo-. Este lugar es tan callado. ¿Cómo lo mantienen así?

Me vió por encima de su portapapeles, sonriendo.

-Pues… los residentes de aquí no hablan mucho.

-¿Pero y los que siguen vivos? ¿En dónde los dejan?

Me lanzó una mirada extraña.

-Si están vivos, difícilmente pertenecen aquí ¿no te parece? -dijo, alejándose.

Entonces la idea me embistió: no creo que mi papá haya trabajado como forense después de todo








Calificación: 



miércoles, 5 de junio de 2019

La Mujer Maniquí

En junio de 1972, una mujer apareció en el hospital Cedro Senai sin nada más que un vestido blanco cubierto de sangre. Esto no debería ser demasiado sorprendente, la gente a menudo tiene accidentes cerca y viene al hospital más cercano para la asistencia médica. Pero había dos cosas que generaron en la gente un impulso de vomitar o escapar de terror. Lo primero, es que ella no era exactamente un humano. Era algo parecido a un maniquí, pero tenía la destreza y la fluidez de un ser humano normal. Su cara, era tan impecable como los maniquíes, sin cejas ni maquillaje. Lo segundo es que ella tenía algo en su boca, el cual apretaba con sus dientes haciendo brotar pequeños hilos de sangre al mismo tiempo que se podía escuchar el ruido de maullidos desesperados y huesos rompiéndose. Antes de ser ingresada al hospital, la mujer tragó toda la sangre que tenía en su boca, escupió un bolo peludo y sanguinolento al piso y se desmayó.

A partir de ese momento, "ella" fue hospitalizada en un cuarto apartada, en psiquiatría. Los médicos que estaban presentes optaron por sedarla a la espera de que las autoridades llegarán, puesto que no estaban seguros de a quien pertenecía la sangre de su vestido. Antes de ser preparada para la sedación, la mujer se mostraba completamente tranquila, inexpresiva e inmóvil, no se quejó en ningún momento. Todas las personas que intentaron comunicarse con ella obtuvieron la misma respuesta: nada, ella solo los miraba fijamente. La mayoría de los empleados e internos se sentían demasiado incómodos para mirarla directamente por más que unos pocos segundos.

Fue cuando el personal intentó darle el calmante cuando ella finalmente reaccionó... de manera muy violenta. Dos enfermeros que trataron de someterla con cuidado, se dieron cuenta que lo mejor era usar la fuerza. Tuvieron que, cada uno, sostenerla con fuerza por ambos lados de la camilla, a la espera de unas correas para sujetarla.

Ella giró sus ojos impasibles hacia el médico y las enfermeras que estaban presentes e hizo algo insólito, rió. En cuanto lo hizo una de las enfermeras se desmayo, debido a que en la boca de la mujer no habían dientes humanos, sino unas puntas largas y agudas. El personal presente no podía entender que era esa mujer.

 - ¿Qué mierda es usted?

Aquello fue lo último que dijo el médico que, jeringa en mano, se acercó demasiado a la camilla de la mujer. Los dos enfermeros que aún la sostenían, sintieron una fugaz ola de calor en el ambiente, antes de ser empujados y quedar noqueados al chocar con una pared. El estruendo de sus cuerpos al impactar la dura estructura del hospital fue procedido por un silencio atemorizado. La mujer se levantó sobre la camilla como un niño que juguetea antes de dormir y se abalanzó sobre el médico, mordiendo su cuello. Jirones de carne cruda arrancaba la mujer antes de dar otro mordisco al irreconocible cuello que burbujeaba sangre a través de la traquea en un inútil intento del médico de seguir respirando.

El ruido de pesadas botas anticipo la llegada de los guardias seguridad. Las únicas enfermeras que quedaban en ese cuarto estaba abrazadas en un rincón, en completo estado de shock. Buscaron a la mujer maniquí por todo el hospital pero ni siquiera el rastro de sangre que dejo los ayudo a encontrarla, simplemente nadie la vio salir del ala de psiquiatría.

Una de las enfermeras que sobrevivió al incidente dio los últimos detalles que se tienen del caso; esa cosa que parecía una mujer nunca mudó la expresión de su rostro; hacía pausas para "tragar"; cuando escuchó a los guardias llegar, le susurró algo al oído del médico muerto, se puso de pie rígidamente y salió del cuarto caminando. Nunca se supo nada más de la mujer maniquí.






Calificación: 





domingo, 2 de junio de 2019

Paseo sin Retorno

Recuerdo ese día como se hubiera sido ayer, ya han pasado muchos años de aquel suceso...
Antes de jubilarme de mi trabajo era como chofér de un bus que transportaba a los locos más peligrosos del Manicomio Local, actualmente solo hay hospitales psiquiátricos pero aún hay algunos lugares así que están muy ocultos, como el lugar en el que solía trabajar, al cual llegar era una Odisea, el que no sabía su ubicación exacta podía perderse y morir en el intento de pedir ayuda.

Aquel recorrido fue el último que hice. Ese día tenía que trasladar a unos pacientes del Hospital en donde les estaban haciendo unos exámenes hacia el Manicomio Local.
Estando todos adentro comencé a echar a correr el autobús, todo iba bien hasta que unos de los neumáticos se pincho, me estacioné y baje a pedir ayuda a una estación cercana para que me fuera mucho más fácil y rápido arreglar el autobús para llegar rápido con los pacientes. Cuando llegué al bus me lleve la peor sorpresa del mundo los “locos” habían escapado... no sé como paso... si al bajar me aseguré perfectamente de cerrar todo, pero algo falló.


Tenía mucho miedo, ya que, por mi negligencia iba a perder mi empleo y no tenía escusa alguna para lo que había pasado, me devolví por el mismo camino para ir a la ciudad y pensar qué decir, cuando en el camino se me ocurrió algo que cualquiera consideraría cruel. Paré el autobús en una parada para pasajeros con la mente fría abrí las puertas y la gente comenzó a subir, sin saber el destino que tendría su viaje, aseguré las puertas y ventanas del autobús para que nadie saliera, eche andar la máquina con destino al manicomio, al llegar haya les dije que venían mal muy mal y que gritaban incoherencias y que había que encerrarlos si o si.
Después de eso me lleve el autobús, lo quemé y con mi familia nos mudamos, no quería saber nada de eso…

Pasado un tiempo me entere de que los enfermeros del manicomio se dieron cuenta a la semana después del error que habían cometido con esas personas inocentes y cuando decidieron liberarlos muchos ya estaban locos y nada se podía hacer, algunos de los reales pacientes fueron encontrados y los volvieron a encerrar otros fueron hallados muertos...

Ja ja ja y habemos algunos que aún estamos libres.




Calificación: 





viernes, 31 de mayo de 2019

La Pulsera Negra

Aún recuerdo aquella historia... llevaba mucho tiempo trabajando en aquel hospital, probablemente ese extraño suceso cambio mi infeliz vida para siempre. Caminaba por los pasillos del hospital pensando en todas las personas que había atendido en la mañana y en la tarde. Me costó bastante acostumbrarme al sistema que utilizan en este sitio con los pacientes, debido a que en el momento que éstos se internan, se les coloca una pulsera en la muñeca de diversos colores, un ejemplo para que me puedan entender, el negro se utiliza cuando la persona acaba de fallecer.



Un día salí bastante triste de mi turno, producto a que no le puede salvar la vida a uno de mis pacientes, su enfermedad estaba bastante avanzada, ya nada se podía hacer. Entre en el elevador, triste por lo ya mencionado y dentro del elevador había otra persona, casualmente nos pusimos a conversar para romper el hielo mientras el elevador descendía, cuando este, de repente se detiene en el sexto piso y abre sus puertas, vi a un mujer que estaba a punto de entrar, entonces, apreté rápidamente la el botón para que la puerta se cerrara y el elevador siguiera su curso.

Muy sorprendida la mujer que me acompañaba me regaño por lo que había hecho, no paraba de regañarme y avergonzarme. Para que dejara de hacerlo le dije : “Aquella mujer murió mientras yo la operaba… ¿No te diste cuenta de la pulsera negra que traía en su muñeca?”, la mujer sonrió, levanto su brazo y me dijo: “¿Una pulsera como esta?”







Calificación: 




domingo, 26 de mayo de 2019

Como un cirujano

—Sr. Weston, el doctor está listo para recibirlo. —La enfermera apagó el intercomunicador. 

Aunque Sam estaba muy nervioso, se empezó a reír porque la enfermera le dijo «señor». 

Ese era el nombre de su padre. Era 31 de octubre de 1973, y Sam Weston, de nueve años de edad, estaba en el hospital apunto de someterse a cirugía. Le sacarían las amígdalas. 

Siguió a sus padres al consultorio del doctor en la parte trasera del hospital. 

—Bien, hijo —dijo el doctor—. Ups, lo siento. Me habían dicho que un niño de nueve años llamado Sam venía por una cirugía. Tú eres tan grande como yo. 

Sam rió. 

—¡Solo tengo nueve! —Pensaba que era hilarante que todos en el hospital creyesen que era un adulto. 

El doctor revisó el historial. 

—¡Ah! ¿Una amigdalotomía? ¿Es eso a lo que tus padres me dijeron que le temías? Déjeme aclararle algo, Sr. Weston, una amigdalotomía no es algo de lo que asustarse. Solo dolerá por un segundo. ¿Alguna vez has caído de rodillas? 

Sam asintió. 

—Pues, es tan doloroso como eso. A mí me sacaron las amígdalas cuando tenía tu edad. No hay nada que temer. 

Sam se sentía un poco mejor. 

—Oh, parece que hay un pequeño problema. No tenemos las herramientas necesarias para tu caso. Las cambiamos por herramientas nuevas y mejores, que aún no han llegado. Lo que tendremos que hacer será admitir a Sam por una noche y pedir prestado parte del equipo del hospital en Memphis. Cuando llegue, haremos la cirugía. Probablemente estará dormido cuando la hagamos, así que no sentirá dolor. 

Sam se quedó sentado en silencio mientras sus padres arreglaban todo. Llevaron a Sam a su habitación y ellos partieron a la sala de espera, en donde estarían hasta que la cirugía tuviera lugar. 

Una enfermera ayudó a Sam a acomodarse en la cama y le dio algo de jugo. Sam volteó hacia su derecha y vio a otro niño.

—Hola, soy Sam. Pero puedes llamarme Sammy. 

El niño ni siquiera le dirigió la mirada. 

—Tommy está nervioso. Tiene una cirugía importante mañana —le murmuró la enfermera, al notar su interés—. Le van a amputar su pie —dijo en voz aún más baja. 

—Mi nombre no es Tommy. 

La enfermera lucía triste.

Pasaron unos minutos, Sam estaba pintando en su libro de dibujos. La enfermera se había ido para dejarlo descansar. 

Tommy volteó hacia Sam. Señaló una historieta que Sam tenía al pie de su cama.

—El Hombre Araña es mi favorito.

—¡El mío también! 

Sam trató de lazar una red de telaraña al rostro de Tommy. 

—¿Por qué estás aquí? 

—Amígdalas. 

—Tienes suerte. 

Dicho eso, Tommy se dio la vuelta. 

Pasaron unos minutos más en silencio. Luego Tommy alzó la voz: 

—¿Te gusta dormir? 

A diferencia de la mayoría de los niños, a Sam le encantaba dormir. Pensaba que mientras más rápido se durmiese, más podría jugar al día siguiente. 

—Sí, mi mamá siempre trata de despertarme para que no llegue tarde a la escuela, pero nunca puedo escucharla. Dice que podría dormir incluso durante un terremoto. 

Tommy apagó la luz y regresó a su cama. Sam entendió el gesto.