viernes, 6 de marzo de 2020

Colmillos

No soy una persona a la que le gusten mucho los animales, es difícil aceptarlo. Toda mi vida, la gente me ha visto como alguna clase de monstruo, simplemente por el hecho de no querer tener mascotas. ¿Peces? Vale, son aburridos, alguna vez me regalaron uno y me olvide de darle de comer una semana. ¿Iguanas? No gracias, los reptiles me dan algo de repelús. ¿Gatos? No entiendo porque todas las personas se mueren por ellos, a mí me ponen de los nervios, con esa mirada y esa forma tan sigilosa de andar que tienen.

Pero lo peor para mí, son los perros. Sé que todos dicen que son el mejor amigo del hombre. A mí no me lo parece. Hay algo en ellos que no me gusta, esos dientes, esos ojos profundos, esos rostros extraños. De niño, mis peores pesadillas eran con perros.

No son tan amistosos como se cree. O por lo menos, los que yo he visto en mi vida no lo han sido conmigo.

Fue por eso que un escalofrío me corrió por la columna el día que mi novia trajo a aquel chucho a la casa. Un perro adulto y enorme, de color blanco y marrón, con unos ojos que me inquietaron profundamente.

—Se llama Colmillos —me dijo ella, acariciándolo— pobrecito, su familia lo tiró en la carretera. Nadie en el albergue lo quería adoptar.

No pude decirle en ese momento lo mucho que me desagradaba la idea. Ella ya sabía que me disgustaban los animales. Pero al parecer no se había podido a resistir con la historia del can. Mierda.

Pensé que mientras el perro no quisiera acercarse a mí, todo estaría bien. Entonces comenzó lo extraño.

Colmillos podía deambular libremente por la casa. Pero siempre que me sentaba a trabajar en el comedor, él se sentaba en un rincón de la estancia y se quedaba observándome fijamente, con una expresión que distaba mucho de la inocencia y cariño con la que miraba a mi novia. Conmigo, sus ojos eran fríos y llenos de resentimiento. Eso me ponía los pelos de punta.

Cada vez que me marchaba a trabajar a otra parte, tardaba un rato en descubrir a Colmillos mirándome del mismo modo, como vigilándome.

Un día, cuando volví de correr, Colmillos dejó caer frente a mí algo que había traído del exterior. Era un pájaro muerto, que había destrozado con sus propias encías. Aquello fue el colmo. Le di un ultimátum a mi novia. O se iba él o me marchaba yo de la casa.

Eso fue ayer. Hoy me encuentro aquí, encerrado en el pequeño cobertizo del garaje. No puedo salir porqué él está afuera. Aguardando para matarme.

Apenas y tuve tiempo de correr hasta aquí al llegar esta tarde del trabajo.

Lo primero que encontré, fue a mi novia en la cocina, muerta. La habían mordido en la yugular hasta hacer que se desangrara. En ese momento Colmillos apareció detrás de mí, mirándome fijamente. Y corrí.

Tengo miedo. Está esperando a que salga.



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