viernes, 21 de febrero de 2020

Solo en Casa

Aquella noche, Michael se había quedado completamente solo. Sus padres habían salido de viaje ese fin de semana y su hermana mayor no volvería hasta muy tarde, después de terminada la fiesta de su facultad. Como cualquier adolescente, se regodeó de poder tener la residencia a su disposición y sin nadie que lo molestase. Tal vez él no pudiera salir de fiesta, podría podría quedarse viendo películas hasta tarde y comer un montón de bocadillos.

El plan perfecto para cualquier chico.

Después de hacerse unas palomitas en el microondas, se dirigió a la sala de estar y tomó el control remoto de la televisión para buscar algo interesante. El aparato se encendió en el canal de las noticias, donde el presentador comunicaba una novedad espeluznante.

Un peligroso asesino serial había escapado de la cárcel de máxima seguridad más cercana a la ciudad. Se trataba de un sujeto muy inestable y despiadado.

Al ver la fotografía del maleante en la pantalla, Michael sintió un escalofrío.

—Les rogamos asegurar puertas y ventanas en casa, y llamar de inmediato a las autoridades si llegan a ver o escuchar algo extraño cerca de su domicilio —recomendó el presentador.

Michael dejó todo lo que estaba haciendo y corrió a asegurar la puerta principal y las ventanas. Justo cuando estaba por relajarse, recordó que tenía que ocuparse de la puerta corrediza del jardín. Preocupado, fue a ponerle el seguro cuando notó algo que lo dejó paralizado, a través del cristal de la misma.

Afuera, el mismo asesino al que había visto por la televisión lo estaba mirando fijamente, de pie sobre la nieve. Una sonrisa malsana se dibujó en sus labios y Michael sintió temblar sus piernas.

Colocó con fuerza el seguro en la puerta y, sin dejar de mirarlo a los ojos, palpó con su mano sobre la cómoda cercana, para tomar el teléfono. Solo bajó la mirada un segundo, para marcar el número del 911, pero cuando volvió a mirar hacia afuera se dio cuenta de que el fugitivo se encontraba mucho más cerca.

Aterrado, Michael agachó la mirada, tragó saliva y espero a que el aparato terminara de marcar…

—Buenas noches, ha llamado usted a emergencias, ¿en qué puedo ayudarle? —habló la voz de una mujer joven al otro lado de la línea.

—Hay un asesino en mi jardín.

—¿Disculpe?

Haciendo acopio de todo el valor que le quedaba, Michael volvió a alzar los ojos. El asesino estaba demasiado cerca. Pero no había huellas en la nieve.

—¿Hola? ¿Me escucha? ¿Hola? —la voz de la operadora se escuchó como un eco lejano, mientras un escalofrío intenso le recorría la columna vertebral.

El teléfono cayó de la mano temblorosa de Michael. Comprendió que durante aquellos tortuosos segundos, no había estado mirando al desconocido de pie en su jardín. Él no estaba allí. Y lo que sus ojos habían estado observando, era solamente su reflejo en el cristal de la puerta.

Ahora podía escuchar su respiración con total claridad. El asesino estaba detrás de él.


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