Genaro estaba durmiendo tranquilamente en su cama, hasta que una serie de sonidos hicieron que abriera los ojos. Prendió la lámpara de su buró para tomar su teléfono y ver qué hora era. El celular decía que eran las tres de la mañana.
Su esposa le cuestionó el porqué de esta conducta a lo que el hombre le dijo que tal vez había alguien merodeando en el trigal. Sin embargo, su esposa replicó que si eso fuera, su can ya los habría alertado, pues en el pasado “la pantera” (así le llamaban a su perro) detuvo a dos ladrones y a uno de ellos hasta lo mordió.
Pese a todo, su marido se levantó de la cama y fue hasta el armario que era el lugar en donde guardaba su rifle. Lo cargó y salió sigilosamente de la propiedad. El primer paso fue ir al patio en donde generalmente descansaba “la pantera”. Encontró a su perro echado, con las orejas sobre sus ojos y un semblante de terror espeluznante. Algo muy raro en un animal de su envergadura.
Cuando Genaro le retiró las orejas de los ojos, pudo observar que el perro tenía la vista fija en el trigal. Ayudado por la luna llena, el hombre fue caminando dando pasos cortos hasta internarse en lo profundo de que el campo. De pronto vio cómo algo corrió y se ocultó entre las espigas de trigo.
Lo siguió con la mirada y notó que se detuvo en una esquina. El granjero fue hacia allá gritándole fuertemente que levanta las manos, pues si no lo hacía lo obligaría a disparar su arma.
El bandolero alzó los brazos, más el dueño de la granja no pudo disparar debido al inmenso pavor que sintió al enterarse de que aquel era un espantapájaros con vida. El rostro de esta figura de paja era algo nunca antes visto. Tenía nariz de cerdo, ojos de serpiente boca de lagarto. El monstruo soltó una fuerte carcajada y se alejó riendo de ahí.
Actualmente la granja está abandonada: ni Genaro ni su esposa dudaron un solo segundo en abandonar ese sitio.
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