Esta es la historia que me contó una amiga asegurándome que era real. Para preservar su identidad, pongamos que se llamaba Raquel. Ella tenía un novio, al que llamaremos Raúl, y un fin de semana él la invitó a la casa de campo de sus padres. Era una fecha cercana al día de los enamorados, y la idea era hacer una escapada romántica.
Llegaron el viernes por la tarde a una casa aislada en la montaña, preciosa, a la que se accedía a través de un pequeño bosque. Aparcaron el coche enfrente de la casa, pues no tenía aparcamiento ni garaje, y después se dispusieron a instalarse.
Abrieron las ventanas para que se aireara la casa, abrieron las puertas, conectaron la luz eléctrica y el gas para darse una ducha calentita, etc. Llegó la noche y cenaron en la planta primera de la casa, en el salón con chimenea. Raúl se había esmerado en que todo resultara perfecto; había cocinado una cena estupenda, había comprado cava... Os podéis imaginar el escenario sin problemas.
Pero un grito se oyó en la casa y ambos se sobresaltaron. Se quedaron en silencio, aguardando otro ruido parecido para identificar qué demonios había sonado, pero nada se escuchó. Después del susto inicial, volvieron a relajarse y estaban ya riéndose de su reacción cuando otro alarido se oyó e inmediatamente después la luz se fue. Sin velas, ni linternas, Raúl resolvió ir hasta la cocina para ver si habían saltado los plomos, y Raquel, que es muy medrosa, de ningún modo se quería quedar sola. Llegaron a la cocina, que era donde estaba el cuadro de la luz. Curiosamente, sólo habían saltado las llaves que correspondían a la planta baja. Volvieron a subir las llaves de modo que la luz volvió, y regresaron al salón. Mi amiga Raquel aquí ya estaba bastante nerviosa.
Decidieron subir a la planta alta y dormir, Raúl comenzó a bromear para quitarle hierro al asunto, comentando que si Raquel tenía tanto miedo tal vez sería mejor dormir juntitos, y ella le tomó la palabra. Se fueron a la habitación de los padres de Raúl y allí estuvieron hablando un rato hasta que se quedaron dormidos. Raquel no tenía unos sueños muy dulces y en mitad de una pesadilla se despertó, y pudo ver la luz de una vela acercándose por el pasillo. Miró al lado de la cama y Raúl estaba allí, así que se empezó a asustar de veras.
Trató de despertar a su novio, que tenía el sueño muy pesado, mientras miraba por el rabillo del ojo y veía que la luz de la vela se iba acercando cada vez más a la habitación. ¿Por qué narices dejaríamos la puerta abierta?, se preguntaba Raquel. Gritó muy alto, Raúl se despertó finalmente, pero no había rastro de la luz misteriosa del pasillo. Raúl salió (aquí Raquel ya no le acompañó, prefería quedarse en el cuarto) y le juró que no había nadie, que seguramente estaba medio dormida aún y que había confundido la realidad con un sueño.
Raquel estaba bastante segura de haberlo visto, pero si no había nadie en el pasillo ni en las habitaciones, ninguna ventana estaba abierta, su novio tendría razón. Así que se dejó convencer, pero tardó en dormirse. Tenía los ojos como una lechuza, Raúl se volvió a quedar dormido y ella empezaba a sucumbir al sueño cuando...
Otra vez la maldita luz de la vela resplandecía desde el pasillo, esta vez Raquel estaba segura de estar despierta, y zarandeó a Raúl sin hacer ruido para que viera la extraña luz que se aproximaba cada vez más hasta el dormitorio donde estaban. Raúl esta vez sí vio la luz de la vela, y se quedó aterrorizado, pues no sabía cómo actuar. Raquel empezó a chillar muerta de miedo, la luz de la vela seguía acercándose, y ninguno de los dos se atrevía a ver quién o qué era el responsable.
Raquel en ese momento, cegada por el terror, se puso la ropa y cogió las llaves del coche, salió por la ventana, se tiró desde el segundo piso de la casa de campo (sorprendente mente no se rompió la crisma) y se quedó en el coche a dormir, pues lo único que podía hacer era pensar en la velita que se veía desde su habitación acercándose al dormitorio. Desde fuera de la casa no se veía ninguna luz y ya estaba pensando que era todo fruto de su imaginación cuando amaneció.
Con la luz del día a ella todo lo que había sucedido le parecía una estupidez de esas en las que uno reacciona des-proporcionadamente, y se metió en la casa, gracias a una copia de las llaves que Raúl le había dejado. Mientras subía por las escaleras al segundo piso, dice que el miedo volvió a embargarla, pero que fue valiente y llegó hasta la habitación donde Raúl dormía. Él estaba allí, durmiendo tranquilamente. A su lado, en la mesilla de noche, había algo que no estaba la noche anterior. Un candelabro.
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