sábado, 5 de octubre de 2019

Le Puede Suceder a Cualquiera

Ocurrió en mi primer año de universidad. Estaba contentísima de poder ir a vivir lejos de mis padres finalmente. Estaba harta de que no me dejaran apenas salir de fiesta o tener novio. Eran demasiado controladores y no me dejaban tener mi propia vida, pero ahora que vivo sola en un apartamento cerca de mi universidad, todo eso cambió por completo. Empecé a salir de fiesta por lo menos tres noches cada semana, y por supuesto, volviendo a casa sobre las seis de la mañana muy borracha, y sobretodo, contenta de que nadie pudiera decirme nada.

Sin embargo hubo una noche que me arrepentiría de llevar unos cubatas de más. Estaba con unas amigas en una discoteca que no había estado antes. No recuerdo exactamente cuanto había bebido aquella noche, pero por lo menos llevaba medio litro de alcohol. Todo me tambaleaba y sin saber por qué me encontraba hablando con desconocidos.

Me puse a bailar y caí al suelo. En una situación normal sería vergonzoso, pero de fiesta es divertido. Intenté levantarme pero no pude. Entonces se acercó un completo desconocido y me ayudó a levantarme, luego me ofreció a salir juntos a tomar aire y acepté. No vi a ninguna de mis amigas por el camino, pero me daba igual donde estaban, yo sólo quería pasarlo bien. Estuve un rato conversando con aquel hombre tan amable que me ayudó previamente, y a pesar de que iba muy borracha, pudimos establecer una conversación interesante y divertida.

Noté que él no había bebido nada, aun así parecía disfrutar de la fiesta. Me contó sobre su vida: estudiaba física cuántica nuclear en la misma ciudad que yo; le gustaba ir en bicicleta y ver películas de comedia. Yo le conté todo lo que se me vino a la cabeza sobre mí. También le conté que vivía sola, hecho que pareció interesarle. En medio de la conversación él se giró y me miró directamente a los ojos. Me paralizó con su cálida mirada al darme cuenta de lo azules que eran sus ojos, tanto que resultaban hipnotizantes. Me miró y me preguntó si quería pasarlo bien. Se me pasaron muchas cosas por la cabeza, incluyendo eso que llevaba años queriendo hacer. Le dije que sí, aunque si no hubiese querido, no me podría haber negado igualmente ya que su mirada parecía muy confortante. Entonces le seguí hacia un callejón. No recuerdo nada más de esa noche.

Al día siguiente desperté. Me encontraba en un cuarto oscuro en ropa interior atada a una silla vieja de madera con una cuerda muy gruesa que impedía cualquier movimiento. Estaba muy asustada. Podía ver lo que había en la habitación alrededor mía. Parecía una sala de tortura ya que estaba llena de instrumentos de tortura, cuchillos, alicates, jeringuillas y tijeras entre otros objetos. Entonces él entró y encendió una luz tan potente que me cegó durante segundos. Él me miró con una sonrisa enorme y me preguntó: Oye, ¿Sabes cuanto dolor puede soportar una persona antes de morir?



Calificación: 

1 comentario:

  1. :S esta historia tiene muchas variantes y son todas válidas, que miedo xDDDD

    ResponderEliminar