Era una de esas noches tempestuosas que ocurren pocas veces al año.
Relampagueaba, tronaba, y un viento fuerte que cambiaba constantemente de dirección sacudía los árboles del ornamento público, y pasaba entre las casas rigiendo horriblemente e intentaba arrancar techos; todo esto bajo una cortina asfixiante de lluvia torrencial.
Lucas atravesó la ciudad sumida bajo la tormenta en su coche, con el limpiaparabrisas luchando pesadamente contra el agua. Algunas calles ya empezaban a inundarse, pero con todo, llegó al fin al colegio que era su destino. Él trabajaba de conserje allí. El director del lugar, muy preocupado por la tormenta, lo había llamado para que fuera a cerciorarse de que todo estaba bien.
Aunque atravesó el patio corriendo, igual se mojó bastante, entonces, antes de encender la luz del corredor se secó las manos con la parte interior del abrigo, y mientras hacía eso en la oscuridad, escuchó un murmullo de voces muy distintas entre sí, de timbres extraños y palabras incomprensibles; pero escuchó ese murmullo entre el estruendo de dos truenos, y eso lo hizo dudar. ¿Qué había escuchado?
Al encender la luz: silencio; el ruido se cortó en ese instante.
Avanzó hacia el lugar donde salieron las voces. Se detuvo frente a la puerta de un salón. Allí guardaban los juguetes, y la mayoría eran muñecos. Dudó por un momento, pues no decidía, ¿entrar de golpe o hacerlo con cautela?
Finalmente dio un empujón a la puerta, encendió la luz y con el primer vistazo se aterró. Los muñecos estaban quietos, no se movían, pero todos tenían la cara vuelta hacia él. La impresión fue fea. Apagó la luz y cerró de un portazo. Desanduvo el corredor a grandes pasos.
Cuando apagó la luz de este para marcharse, de nuevo escuchó las voces aterradoras murmurando, y ahora se mezclaban algunas risitas espantosas.
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