Recuerdo que un amigo mío me decía que los truenos eran nubes colisionando. Él estaba orgulloso cuando me contó esto; también tenía veintiséis años. Es increíble lo que nos podemos creer si lo escuchamos desde una edad muy joven.
Cuando tenía trece, mi papá me dijo que tenía la edad suficiente para ayudarlo. Mi papá trabajaba como forense. Recuerdo las noches en vela durante las semanas previas a mi colaboración. Las pesadillas eran horripilantes, y nunca se detuvieron. Antes, no sabía qué era lo que mi papá hacía exactamente, pero sabía que involucraba cadáveres. Lloré, pero me dijo que ahora era un hombre y que esto era lo que un hombre hacía. Le creí.
Trabajé con él por tres años hasta que cumplí dieciséis y me fui de casa. Decir que me marcó sería un eufemismo, pero hice lo mejor que pude para seguir adelante con mi vida. Y estoy orgulloso de decir que funcionó, no tengo ninguna secuela irreparable por toda esa muerte.
No he visto a mi padre desde entonces, hasta ahora, y estoy en mis treintas. Agaché mi cabeza para observar su cuerpo.
-Sí, es él -le dije al hombre con la bata de laboratorio. Me agradeció y movió la sábana sobre el rostro de mi padre-. Ese es mi papá, sin duda. Él también era un médico forense ¿sabes? -El hombre me ignoró y rellenó su papeleo-. Este lugar es tan callado. ¿Cómo lo mantienen así?
Me vió por encima de su portapapeles, sonriendo.
-Pues… los residentes de aquí no hablan mucho.
-¿Pero y los que siguen vivos? ¿En dónde los dejan?
Me lanzó una mirada extraña.
-Si están vivos, difícilmente pertenecen aquí ¿no te parece? -dijo, alejándose.
Entonces la idea me embistió: no creo que mi papá haya trabajado como forense después de todo