jueves, 15 de agosto de 2019

El Gato Negro - E. A. Poe

Título Original: The Black Cat 
Año de publicación: 19 Agosto 1943

El Gato Negro


Ni espero ni quiero que se dé crédito a la historia más extraordinaria, y, sin embargo, más familiar, que voy a referir.

Tratándose de un caso en el que mis sentidos se niegan a aceptar su propio testimonio, yo habría de estar realmente loco si así lo creyera. No obstante, no estoy loco, y, con toda seguridad, no sueño. Pero mañana puedo morir y quisiera aliviar hoy mi espíritu. Mi inmediato deseo es mostrar al mundo, clara, concretamente y sin comentarios, una serie de simples acontecimientos domésticos que, por sus consecuencias, me han aterrorizado, torturado y anonadado. A pesar de todo, no trataré de esclarecerlos.

En lo personal, casi no me han producido otro sentimiento que el de horror; pero a muchas personas les parecerán menos terribles que vulgares. Tal vez más tarde haya una inteligencia que reduzca mi fantasma al estado de lugar común. Alguna inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, encontrará tan sólo en las circunstancias que relato con terror una serie normal de causas y de efectos naturalísimos.

La docilidad y humanidad de mi carácter sorprendieron desde mi infancia. Tan notable era la ternura de mi corazón, que había hecho de mí el juguete de mis amigos. Sentía una auténtica pasión por los animales, y mis padres me permitieron poseer una gran variedad de favoritos.

Casi todo el tiempo lo pasaba con ellos, y nunca me consideraba tan feliz como cuando les daba de comer o los acariciaba. Con los años aumentó esta particularidad de mi carácter, y cuando fui un hombre hice de ella una de mis principales fuentes de gozo. Aquellos que han profesado afecto a un perro fiel y sagaz no requieren la explicación de la naturaleza o intensidad de los gozos que eso puede producir. En el amor desinteresado de un animal, en el sacrificio de sí mismo, hay algo que llega directamente al corazón del que con frecuencia ha tenido ocasión de comprobar la amistad mezquina y la frágil fidelidad del hombre natural.

Me casé joven. Tuve la suerte de descubrir en mi mujer una disposición semejante a la mía. Habiéndose dado cuenta de mi gusto por estos favoritos domésticos, no perdió ocasión alguna de proporcionármelos de la especie más agradable. Tuvimos pájaros, un pez de color de oro, un magnífico perro, conejos, un mono pequeño y un gato.

Era este último animal muy fuerte y bello, completamente negro y de una sagacidad maravillosa. Mi mujer, que era, en el fondo, algo supersticiosa, hablando de su inteligencia, aludía frecuentemente a la antigua creencia popular que consideraba a todos los gatos negros como brujas disimuladas.

No quiere esto decir que hablara siempre en serio sobre este particular, y lo consigno sencillamente porque lo recuerdo.

Plutón —llamábase así el gato— era mi predilecto amigo. Sólo yo le daba de comer, y adondequiera que fuese me seguía por la casa. Incluso me costaba trabajo impedirle que me siguiera por la calle.

Nuestra amistad subsistió así algunos años, durante los cuales mi carácter y mi temperamento—me sonroja confesarlo—, por causa del demonio de la intemperancia, sufrió una alteración radicalmente funesta.


Día en día me hice más taciturno, más irritable, más indiferente a los sentimientos ajenos. Empleé con mi mujer un lenguaje brutal, y con el tiempo la afligí incluso con violencias personales. Naturalmente, mi pobre favorito debió de notar el cambio de mi carácter. No solamente no les hacía caso alguno, sino que los maltrataba.

Sin embargo, por lo que se refiere a Plutón, aún despertaba en mí la consideración suficiente para no pegarle. En cambio, no sentía ningún escrúpulo en maltratar a los conejos, al mono e incluso al perro, cuando, por casualidad o afecto, se cruzaban en mi camino. Pero iba secuestrándome mi mal, porque, ¿qué mal admite una comparación con el alcohol? Andando el tiempo, el mismo Plutón, que envejecía y, naturalmente se hacía un poco huraño, comenzó a conocer los efectos de mi perverso carácter.

Una noche, en ocasión de regresar a casa completamente ebrio, de vuelta de uno de mis frecuentes escondrijos del barrio, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo cogí, pero él, horrorizado por mi violenta actitud, me hizo en la mano, con los dientes, una leve herida. De mí se apoderó repentinamente un furor demoníaco. En aquel instante dejé de conocerme. Pareció como si, de pronto, mi alma original hubiese abandonado mi cuerpo, y una ruindad superdemoníaca, saturada de ginebra, se filtró en cada una de las fibras de mi ser. Del bolsillo de mi chaleco saqué un cortaplumas, lo abrí, cogí al pobre animal por la garganta y, deliberadamente, le vacié un ojo... Me cubre el rubor, me abrasa, me estremezco al escribir esta abominable atrocidad.

Cuando, al amanecer, hube recuperado la razón, cuando se hubieron disipado los vapores de mi crápula nocturna, experimenté un sentimiento mitad horror, mitad remordimiento, por el crimen que había cometido. Pero, todo lo más, era un débil y equívoco sentimiento, y el alma no sufrió sus acometidas. Volví a sumirme en los excesos, y no tardé en ahogar en el vino todo recuerdo de mi acción.

La picadura de araña

Para su luna de miel, Stefani y Carlo viajaron hasta un exótico lugar en Asia para disfrutar juntos de sus primeros días como recién casados. Afortunadamente se habían podido permitir pagar un hotel de cinco estrellas: habitación de lujo, comida, cócteles y acceso a los mejores clubes nocturnos de la zona hotelera por dos maravillosas semanas.

Debían aprovechar cuanto pudiesen pues sus respectivos trabajos los esperaban de vuelta en España. Así pues, se dispusieron a disfrutar aquellos días al máximo. En el hotel se hicieron amigos de un guía local que les propuso hacer una excursión hasta una pequeña cascada que le encantaba.

La pareja aceptó encantada y el día anterior a su regreso, se adentraron en la selva con su nuevo amigo, que iba abriéndose paso entre la vegetación con un filoso machete.

El calor húmedo era insoportable, incluso llevando camisetas tan ligeras como las que se habían puesto. Los mosquitos se les amontonaban alrededor sin tregua, hasta que su guía les pasó un ungüento casero que a pesar de oler muy mal, resultó muy poderoso para alejar a aquellos insectos.

Finalmente llegaron a la cascada, por la cual cual Carlo y Stefani se quedaron maravillados.

Allí nadaron, juguetearon, comieron y se quedaron dormidos sobre la hierba. Stefani despertó al sentir un dolor agudo en el cuello y cuando habría los ojos, vio una araña bastante grande que se alejaba a toda prisa entre la hierba. Asustada, se llevó la mano a la piel y descubrió que la había picado.

De vuelta en el hotel, Carlo le limpió y le desinfectó el piquete, que por lo demás no parecía ser muy grave. Empacaron y regresaron a España.

Una semana después, Stefani notó que la picadura se le había hinchado al punto de convertirse en un bulto rojo y muy inflamado. Le dolía mucho. Rápidamente, su esposo la llevó al hospital donde el médico le diagnosticó una infección.

—Voy a tener que abrir la roncha con el bisturí para drenarla —le advirtió, haciendo temblar a la joven.

El doctor le pidió a la enfermera pinzas, bisturí y gasas esterilizadas. Cuando el bisturí se hundió en la inflamada picadura, el bulto empezó a expulsar una buena cantidad de pus y de sangre, lo cual era perfectamente normal en una intervención como aquella.

Lo que no fue normal para nada, fue lo que sucedió en cuanto el médico miró con atención el interior de la roncha. Lanzando un aullido de sorpresa, retrocedió y entonces Stefani sintió que algo bajaba por su cuello.

Algo además de la sangre y el pus.

La enfermera, que en ese instante volvía a entrar en el consultorio, se fijó en ella y dejó escapar un grito de terror, mientras el doctor murmuraba cosas estupefacto.

—Es imposible… imposible…

Stefani se tocó el cuello aterrada y sintió que algo subía por sus dedos. Lanzó un grito de pánico al mirar.

Ahora, decenas de diminutas arañas cubrían su cuello y su mano. Aquel insecto monstruoso no solo la había picado, había incubado sus huevos bajo su piel.



Calificación:

martes, 13 de agosto de 2019

El Origen de Nina The Killer

Nina Hopkins, de 11 años de edad, fue trasladada a una nueva escuela para estar más cerca de su casa. Una mañana de domingo, un día antes de su primer día en su nuevo colegio, despertó y fue al baño, se lavó los dientes, volvió a su cama y tomó su laptop para conectarse.

Nina no era de esas chicas que se levantaban con energía para abrir la ventana y dejar entrar la luz para hacer algo productivo en el día. No, ella simplemente disfrutaba de sentarse a ver animes, o escuchar música como rock o J-pop, jugar videojuegos o simplemente tocar la guitarra. Así le gustaba ser y así, amigos y familiares la querían.

Pero esta vez ella no quiso hacer ninguna de las cosas que normalmente hacía, no, esta vez quiso leer por milésima vez "El origen de Jeff The Killer", ella adoraba los creepypastas, pero ese era su preferido, sentía una extraña atracción hacia él, de admiración más que todo. Cada vez que lo leía sentía que un extraño impulso la invadía, pero exactamente por eso lo disfrutaba.

Mientras leía, de pronto, oyó la puerta, rápidamente levanto la mirada encontrándose con su pequeño hermano Chris y sus hermosos ojos verdes, Chris era el príncipe de Nina, lo adoraba y solía llamarlo así porque todas las noches le contaba historias de hadas para dormirle, a ella también le gustaban esas historias. Chris era de cabello negro bastante oscuro, tez blanca y ojos verde claro, igual que su difunto padre, en cambio ella era de cabello castaño claro, tez blanca y ojos azules, ella era muy parecida a su madre.

—Hermanita, a comer —dijo el niño con una sonrisa inocente.

—Ya voy mi príncipe —anunció Nina pellizcándole una mejilla en forma de cariño.

Dejó la computadora a un lado y bajo a comer.

A la mañana siguiente, Nina y Chris iban a clases, ella se levantó y se vistió con una de sus camisas favoritas, mientras tomaba su bolso sintió algo extraño… como un extraño jalón, que le hizo sostener su cabeza en un intento de mantenerse parada, haciendo que una extraña y pequeña sonrisa se formase en su boca. De pronto escucho la voz de su madre traerla a la realidad, de inmediato tomó su bolso y bajo ignorando por completo lo sucedido, espero a Chris frente a la puerta. Poco después bajo el niño bastante apurado.

—¿Listos? —pregunto la madre.

—¡Si! —respondieron ambos.

—Bien, suerte en la escuela —anunció su madre volviendo a la cocina.

—¡Adiós mama! —respondieron ambos chicos saliendo de casa.

Llegaron a la escuela caminando ya que a Nina le pareció molesto tomar el autobús.

Se dividieron y Nina fue a la secundaria mientras su hermanito a la primaria. Nina sintió la clase un infierno, aparte de larga.

Nina salió y fue en busca de Chris a su salón, al este salir ambos decidieron buscar un lugar tranquilo donde comer sin necesidad de tener que aguantar a todos los alumnos jugando a sus alrededores, así que encontraron un jardín detrás de la escuela donde casi no había nadie, ni un profesor ni un alumno, así que se sentaron pasiblemente a comer, pensando que tendrían un desayuno tranquilo, pudieron divisar unos pasos acercarse a ello. Nina levantó la vista y se encontró con una chica mucho mayor que ella, cabello negro y ropa algo callejera.

—Vaya, vaya ¿Pero que tenemos aquí? Alumnos nuevos —anunció la chica—. Mi nombre es Claudia, y yo mando en este colegio, y si no obedeces lo que digo… pagaras caro —agregó mientras sacaba una navaja de su jeans al mismo tiempo que dos chicos salieron de un árbol cercano—. Conozcan a Malcom y a Jhony.

Nina se incorporó rápidamente y se puso enfrente de Chris para protegerlo.

—Oigan, no queremos problemas, solo queremos desayunar tranquilamente —aclaro Nina.

—Ah, ya veo, pero ustedes no deberían estar aquí, esta zona es nuestra —anunció Claudia acercándose a ellos.

—¡Eso es estúpido! ¡ustedes no tienen derecho a mandar a nadie! —exclamó Chris pasando enfrente de Nina y recibiendo un fuerte golpe en el estómago de parte de Jhony. Chris cayó en los brazos de Nina tras el golpe.

—¡Chris! —exclamó Nina sosteniéndolo en sus brazos.

—Bien, si no quieres ser la siguiente, te recomiendo obedecer y salir de aquí —alegó Claudia acariciando el rostro de Nina con el cuchillo.

Nina no hizo nada más que soltar un golpe limpio en la cara de Claudia tumbándola al suelo, Nina rápidamente soltó a Chris y se abalanzó a Claudia tomando el cuchillo y clavándolo en el hombro de Claudia.

Malcom sostuvo a Nina de la espalda y la apreso en sus brazos. Esta soltó una fuerte patada en la entrepierna del chico tumbándolo al suelo, Nina volteo rápidamente para soltar varias patadas en la cara del chico y hacer que botara sangre por la nariz y boca.

Jhony de inmediato se acobardo al ver la reacción de la chica hacia los ataque y emprendió la carrera lejos de ella, pero inmediato Nina lo notó y corrió hacia Jhony tomando la navaja del hombro de Claudia y se abalanzo al chico clavándole la navaja en el estómago.

—¡Nina, basta! —oyó la voz de su pequeño hermanito, Nina inmediato volteó a verle y le observó, este tenía una mirada muy sorprendida.

Nina soltó a Jhony y dio unos pasos atrás viendo sus manos algo manchadas de sangre, se sentía como un monstruo… pero tenía que admitirlo… otro lado se sentía extremadamente bien, y el impulso se calmó, volteó de nuevo a su hermano que seguía allí sorprendido sin poder soltar una frase, Nina corrió hacia él y le tomó del brazo.

—Vamos, no podemos estar aquí por mucho —se fueron del patio.

Luego de eso Nina se fue a lavar las manos para llevar a Chris para que revisaran el golpe. Nina evitó a toda costa mencionar algo sobre eso, Chris solo pensaba que fue un impulso para defenderlo… pero ella sabía que algo más sucedía allí, sabía que era algo más fuerte y horrible, esa sensación de sentirse poderosa y fuerte…La necesidad de lastimar a alguien.

El día paso rápido y cuando los hermanos volvieron se sentaron a comer con su madre.

—¡Bien!, ¿Y cómo les fue en la escuela? —preguntó su madre con una sonrisa dulce.

Chris se estremeció al tratar de responder esa pregunta.

—Excelente —comentó Nina formando una sonrisa algo psicótica.

Nina subió a su cuarto luego de comer y abrió su closet encontrándose con su colección de Jeff The Killer, eran varios posters, diferentes chapas, algunos cuadernos viejos que los había forrado con él, algunos muñecos y peluches, tomo uno pequeño que le encantaba y se tiro a la cama con este, y lo observo…con su siniestra sonrisa que a ella ni le asustaba o intimidaba de lo más mínimo, lo contrario, en cierta forma le divertía, lo miro por un rato y luego susurro.

—Jeff… ¿tu me haces esto…?

Luego del incidente buscaron y buscaron a los culpables de la pelea, pero no los encontraron, y como pensarían que fue una niña de 11 años como Nina, o un niño de 6 años como Chris, ellos tenían eso a su ventaja para no levantar sospechas, y como todo sucedió el primer día de clases, muchos no podían decir si Nina estuvo allí ya que muchos no la conocían, y tampoco era de llamar mucho la atención, por eso no muchos sabían si ella fue ese día o no.

Aunque a pesar de todo, Nina un día abrió su casillero encontrándose con una nota que le decía; Sé lo que hiciste…pero no te preocupes… no le diré a nadie, eres hábil… pero peligrosa. Nina no halló firma ni nada que le identificara, no tenía en la más mínima idea de quien lo había enviado… se le ocurrió alguien, pero decidió no tomar en cuenta esa nota, si no diría nada quien sea que lo envió, bien por ella.

Por otro lado, la cordura de Nina no mejoraba, ya que enloquecía tanto que tomaba un cuchillo y se sentaba gran parte de la noche junto al cuarto de su hermano o de su madre.

Un día, Chris jugaba con sus nuevos amigos de la cuadra, y ya estaba anocheciendo, así que la madre de Nina; Mónica, le pidió que fuera por él. Nina salió y vio a lo lejos los niños jugar, cuando se acercó no pudo divisar a Chris, y se empezó a preocupar, se acercó a los niños y les pregunto dónde se encontraba Chris, y estos les respondieron que se había ido con una chica mayor que ella, Nina se preocupó mucho y volvió a casa a tomar el cuchillo que tenía escondido en su cuarto y sin que su madre se enterara salió.

Fue en busca de Chris rogando porque no le pasase nada, llegando a un más lejos de la casa. Paso mucho tiempo y Nina no pudo dar con Chris, empezando a desesperarse y llorar. En eso escucho un carro acercarse, este paró junto a Nina y esta dió unos pasos para atrás evitando que le fuesen a hacer algo, en eso las puertas se abrió y salió Chris dándose al suelo, se escucharon unas risas provenientes del carro que inmediato arrancó.

Nina rápidamente sostuvo a Chris es sus brazos nerviosa y se encontró con el pobre niño golpeado y con la ropa algo desbaratada.

—¡Chris! ¡Dios santo! ¿¡Qué sucedió!? —exclamó Nina sosteniendo el pequeño cuerpo de su hermano.

—E-ellos me… al-allí Nina… me… to-tocaron —alego Chris con mucha dificultad y echándose a llorar en el pecho de su hermana mayor, Nina trato de controlar algo que le gritaba adentro, una y otra y otra vez, sentía una ira incontrolable, levantó a su hermano en brazos y lo llevó rápidamente a un hospital para que tratasen los golpes y demás que tuviese.

Allí Nina llamo a su madre y le informó lo sucedido, su madre se fue lo más rápido que pudo al hospital, y allí llego y le informaron a ambas que tenía fuertes golpes y hemorragias internas y los rastros de violaciones fueron encontrado, la madre de Nina se echó a llorar y Nina solo se mantuvo callada a la situación, evitando a toda costa soltar esa necesidad de lastimar a alguien.

Al día siguiente le dieron de alta a Chris, pero le pidieron que se mantuviera un tiempo en reposo, así que durante 3 semanas Nina cuido a Chris contándole historias y ayudándole mucho con sus medicinas.

Y mientras Nina iba a la escuela, de nuevo, le dejaron una nueva nota, que decía así; Siento lo de tu hermano…espero se recupere, no pienses que estás sola…estoy yo aquí, seré tu amigo…pero lamentablemente a distancia… Nina sintió un leve rubor a eso, reviso de nuevo la carta y no encontró ninguna firma.

Pasaron las semanas y toco ir a Clases para Chris, este fue de muy mala gana, y más porque ese día era día de la foto escolar, así que Nina busco algo descendente que ponerse sin dar con mucho más que una falda negra de cortes, unas medias de rayas negras con vino tinto, unos convers de color negro, una franelilla de rayas negras y azules, sus guantes favoritos sin dedos y se recogió el pelo con un lazo rojo sangre. Aun así sintió que le faltaba algo, así que busco en su armario encontrándose con su suéter favorito morado, el cual le recordaba al suéter de Jeff The Killer, así que se lo puso y bajo las escaleras encontrándose con su hermanito que le esperaba en la puerta, ambos salieron despidiéndose de su madre.

Llegaron al colegio, esta vez fueron en autobús para evitar que los que le hicieron eso a Chris no buscaran joderles en el camino.

Llegaron al colegio encontrándose con una sorpresa no tan grata.

Claudia, Malcom y Jhony caminaban por medio del pasillo, con aire de pocos amigos. Nina estaba consciente del motivo del por qué sus caras, la buscaban a ella y a Chris. Nina reaccionó y tomó a Chris del brazo sacándolos del pasillo donde estaban y evitando a toda costa que los vieran.

El día paso rápido y ni Nina ni Chris se encontraron al trío, o eso es lo que ella creía.

De vuelta Clases, Nina sintió que les seguían, así que al voltear recibiendo un golpe en la cara, cayó al suelo y buscó a su hermano, encontrándolo apresado en los brazos de Malcom, Nina trato de levantarse pero recibió un nuevo golpe en la barriga, cayó de nuevo al suelo y miró arriba viendo a Claudia.

—Por fin te tengo donde te quería mocosa —anunció Claudia posando enfrente de ella—. Pagáras por lo de la última vez —alegó está sacando un arma.

—No me importa un coño pelear con ustedes, además si los vencí una vez puedo hacerlo otra…¡son mierda! —gritoneó Nina tratando de incorporarse, enseguida Claudia fue a soltar un tiro en la cabeza de Nina, pero esta reacciono rápido y soltó una patada en el arma para que no le diera.

Nina se incorporó ágilmente y corrió a una casa abandonada cerca, encerrada dentro, subió por las escaleras siendo perseguida por el trío, sintió la oleada de balas que le perseguían, pero cada bala fue una bala perdida, Nina se encerró en el baño, buscando desesperadamente algo para defenderse.

—¡Sal Nina! ¿¡Te quedaras allí sabiendo lo que le hice a tu hermano esa noche!? ¡Que imbécil! —gritoneo Claudia desde afuera.

Nina sintió una oleada de odio e ira, y de nuevo…esa necesidad de matar.

Nina busco por la habitación donde se encerró encontrando un fierro oxidado con punta, Nina lo observó por un breve momento formando una sonrisa torcida en su rostro, tomó el fierro y salió esquivando las balas del trío como si de hojas se tratase, acercándose al trío, tomo el fierro y atravesó la cabeza de Jhony soltando un chorro de sangre, algo de la sangre cayó en la cara de Nina, y allí…algo no pareció funcionar bien, algo se rompió…como si de un fino hilo se hubiese roto…ese hilo que dividía la locura de la cordura.

Claudia y Malcom dieron unos pasos atrás, Nina volteo a su dirección mostrando una sonrisa psicótica junto con una mirada penetrante y horrenda, haciendo que hasta Chris se estremeciera, Claudia intentó correr junto con Malcom, Nina les siguió impidiéndoles pasar, golpeó a Claudia dejándola semi-inconsciente en el suelo, seguido le dio a Malcom para que soltase a Chris, el cuál cayó en el piso mirando con horror a su hermana. Nina golpeó repetidas veces a Malcom, abriéndole una herida en la cabeza, dando tantos golpes hasta dejar su cabeza como un multo de rojo carmesí. Claudia trató de moverse para tomar el arma, pero Nina le pisó la mano para que no lo tomara, Claudia levanto la mirada encontrándose con el penetrante mirar de Nina, esta negó con la cabeza y atravesó el fierro justo en su corazón.

—Ni-Nina…¿T-te sientes bi-bien alego Chris con horror, Nina volteó a verle con la cara un poco más relajada, pero sin borrar su sonrisa.

¿Sentirme bien…? ¡Me siento excelente! ¡Vamos mi príncipe! debemos volver a casa… alegó Nina cargando a Chris, cosa que le extraño a él, ya que a ella siempre se le complicaba eso.

Nina y Chris volvieron a casa, Nina no se dejó ver por su madre ya que se encontraba llena de sangre, así que subió rápidamente a su habitación y se arrodilló a la orilla de su cama hundiendo la cabeza en sus brazos mientras se la sostenía.

Nina apretaba los dientes, como evitando que “eso” saliera, Nina, con la poca conciencia que le quedaba tomo su laptop y escribió una nota…una nota que tal vez nadie jamás leería.

La noche cayó y la madre de Nina y su hermano dormían pasiblemente, en cambio Nina no podía, esa necesidad no le dejaba, así que se levantó, aun no se quitaba la ropa de ese día, y se miró en el espejo, veía una cara común, así que sin borrar su cínica sonrisa la cual cargaba desde mucho, bajo las escaleras dispuesta a hacer la locura más grande de su vida.

Entro a la cocina tomando una botella de Vodka, la puso en la mesa y busco un bote de lejía en los gabinetes de abajo, sin encontrar nada, se empezaba a obstinar.

¿Dónde estás pedazo de lejía…? gruño Nina buscándolo.

¿Buscabas estos pequeña…? oyó Nina una voz a su espalda, volteó y se encontró con una sorpresa bastante reconfortante al ver a un chico en la entrada de la cocina sosteniendo el bote de lejía, el chico tenía una piel extremadamente blanca, su pelo era negro y chamuscado, cargaba con una sonrisa tosca y horrenda.

Ah… que reconfortante sorpresa… Jeff The Killer alegó Nina con una mirada un tanto desafiante.

Te he visto durante un tiempo…me parece que tu coco ya se fue al caño…¡¡¡hahaha!!! alegó Jeff con gracia.

¡Estás en lo correcto! Así que necesito ese bote de lejía si me permites… añadió Nina dándole la mano para que se lo diera.

Aw… ¡déjame ayudarte! exclamó Jeff abriendo el bote y echándoselo a Nina encima, ésta votó un quejido cuando el lejía entro a sus ojos, seguido se dejó caer sentada sobre el suelo.

Nina sintió otro líquido correr por su cabeza, levanto al mirada y Jeff tenía el yesquero en manos. Nina sonrió y le miró desafiante.

¿Qué esperas…?...hazlo alegó la chica con burla, Jeff sonrió ampliamente y encendió el yesquero.

—Ve a dormir… agregó dejando caer el Yesquero.

Inmediato, cuando las llamas tocaron apenas la piel de Nina esta soltó un estruendoso grito, sentía un infierno rodearle, buscó a su alrededor a Jeff, pero este ya no estaba, Nina se retorció en el suelo y vió que su madre y su hermano Chris habían llegado y estaban apagando el fuego, seguía semiconsciente cuando lo apagaron, así que inmediato llamaron a la ambulancia y al llegar muchos vecinos salieron para ver lo sucedido debido a los gritos. Nina cayó inconsciente cuando la pusieron en la camilla y la llevaron a la ambulancia.

Entre los vecinos, un chico de cabello negro, tez blanca y ojos verdes, un tanto mayor que Nina le miraba con algo de preocupación, trato de acercarse pero su madre le tomó el hombro.

No Sclin, no es seguro —alegó la mujer atrayéndolo hacia ella, el chico observó como metían a Nina a la ambulancia.

Nina despertó luego de quedar inconsciente en la ambulancia, trato de moverse pero unas vendas se lo impedían, intento levantarse pero de inmediato una enfermera entro con su madre y su hermano.

Será mejor que te quedes quieta, no estás en capacidad de moverte dijo la enfermera recostándola de nuevo, su madre y su hermano se acercaron y le alentaron un rato, mientras Nina se mantenía el otro lado totalmente distinto, ya que solo veía a su madre como alguien más, y su hermano… tenía que admitirlo, seguía siendo su único tesoro.

Paso un mes de recuperación, Nina recibió mucho apoyo de su madre y su hermano. Llego el día en que le quitarían las vendas, su madre y su hermano estaban ansiosos por ver su rostro, Nina igual, por suerte, conservaba su rostro intacto ya que no se quemó demasiado.

Bien señorita Nina, las quemaduras no fueron graves, hubiese durado más y hubiese perdido parte del rostro incluyendo su nariz, pero no duro mucho quemándose, lo cual no causo gran daño dijo el doctor listo para quitar la última venda, dejo ver el rostro de Nina, la madre de Nina le miro con horror mientras su hermano se ocultaba detrás de su madre.

¿Qué…? ¿Qué pasa? exclamó Nina levantándose y yendo al baño corriendo, y se observo en el espejo, su rostro… era todo lo contrario al de antes.

Su piel se había vuelto blanca totalmente, su cabello que le llegaba hasta la por encima de las rodillas ahora estaba a mitad de la espalda, aparte de negro y chamuscado, su piel era rasposa casi como el cuero. Observo perpleja su nuevo rostro.

Her-hermanita… le llamo Chris abrazándola—, t-te sigues viendo igual de bonita que antes pero el niño no sólo mentía porque su cuerpo estaba chamuscado y pálido, si no por ese mirar penetrante y perturbador, con el cual la chica miro a su joven hermano y se puso de cuclillas a su altura.

Oh Chris… tu siempre tan complaciente… alegó Nina sin dejar de mirarle de aquella de forma tan perturbadora—, pero no es así… ¡Me veo más hermosa que nunca! exclamó la joven abriendo los brazos y dejando a, no sólo su madre y hermano perplejos, sino también a los doctores y enfermeras—. Este rostro… ¡es perfecto! ¡oh mi querido Jeff! ¡él me dio este rostro! continuo gritando la chica.

Do-doctor… mi hija está bien pregunto su madre acercándose al doctor.

Bueno, suele pasar cosas así tras una gran cantidad de calmante, pero si no mejora, tráigala para hacerle un examen mental, ¿si? anuncio el doctor.

Sí… alego débilmente su madre acercándose a Nina—. Vamos cariño… ya hay que irse —le anunció esta tomándola de los hombros.

¡Hahahaha! ¡Claro…! exclamó Nina sin dejar de mirar su horrible rostro en el espejo.

La enfermera le entregó su ropa que era su chamarra morada con su falda de cortes negra y sus medias de rayas negras con vino tinto.

Nina se vistió y salieron del hospital camino a su casa, sin saber… que Nina se había convertido en un monstruo que solo pensaba en matar a sangre fria.

Llegaron a la casa y Nina no dejaba de mostrar esa sonrisa torcida, en eso Nina se enfocó en la casa de al frente, y notó que por la ventana de la casa se asomaba un chico de cabellos negro y ojos verdes, el chico sostenía su boca observando el desfigurado rostro de Nina, ésta le miro por unos instantes y se puso el dedo índice en la boca en forma de silencio y seguido entro a la casa.

Esa noche la madre de Nina se despertó escuchando sollozos provenientes de algún punto de el pasillo, su madre se levanta y se asoma por este y ve la puerta y la luz encendida del cuarto de Nina, camina sigilosamente, y al llegar a la puerta, observo el horrible festival de sangre que sostenía la joven chica.

Nina tenía un cuerpo con varios intestinos fuera enzima de la cama, el cuerpo era de una chica de cabellos rubios y esta era muy bonita, pero en donde estaba no se veía así. Nina estaba encima suyo, con un cuchillo de cocina en mano, con todas sus ropas manchadas de sangre y mirando el techo.

Ella solía atormentarme en el colegio… alegó Nina mientras mantenía la mirada al techo—. Mami… ¡soy más hermosa que nunca! —exclamó Nina volteando a ver a su madre, su rostro… era peor, su sonrisa chueca y mal cortada hasta las mejillas, sus ojos estaban cocidos para mantenerlos bien abiertos—. Me canse de las farsas, me canse de llorar y sufrir…ahora siempre sonreiré y siempre veré mi hermoso rostro… el rostro que me otorgo Jeff… ¿no soy hermosa mama? pregunto la chica de forma cínica.

La madre de Nina no pudo evitar dar unos pasos atrás mientras negaba con la cabeza.

No… Nina tu… te has vuelto un monstruo… todo esto era por tu obsesión por ese asesino… yo… alego está empezando a correr por el pasillo. Nina ágilmente siguió a su madre

¡Me matan de diversión cuando corren! exclamó mientras seguía a su madre, ésta fue a correr al cuarto de Chris para despertarlo, pero apenas iba a tomar el pomo, Nina atravesó el cuchillo en el cráneo de su madre, tirándola de inmediato al suelo.

Es una lástima que mami no crea que soy hermosa… que triste alego Nina sacando el cuchillo de la cabeza de su madre.

Chris en su habitación, estaba inquieto, se sentía en peligro, se movía y se movía buscando acomodarse, pero nada resultaba, en eso, Nina abre la puerta dejando ver su sombra, Chris se quitó las sábanas de encima para ver a su hermana, y debido a la luz no pudo distinguir su rostro, pero si el cuchillo.

Chris se alarmo y se acurruco en su almohada.

Chris… —alego Nina dejando verse hacia Chris, el cual dejo escapar un pequeño gemido de horror al ver la cara de Nina—. ¿Verdad que soy hermosa? alego está inclinando la cabeza de un lado.

Chris asintió con miedo mientras se cubría con las sábanas.

Oh vamos Chris… yo no te haría nada alego Nina ocultando su mano mientras cruzaba los dedos—. ¿Sabes?…me siento más nueva que nunca, y empezaré una nueva vida… ¿quieres venir conmigo? anunció Nina acercándose más a él. Chris de nuevo asintió—. Oh… buen niño… ahora si quieres acompañarme… sólo debes ir a dormir mi príncipe.

Nina pateó la puerta de la entrada de la casa cargando a su hermano en su espalda, Chris estaba muerto, con una tétrica sonrisa de payaso y los ojos con algo negro bordeándole, le había quemado los parpados, se encontraba cubierto de sangre y con múltiples apuñaladas. Nina dio unos pasos en la entrada y fijo su mirada en el chico de hace un rato, esta vez traía una camisa blanca y Jeans blancos, miraba un libro, pero por mera curiosidad volteo encontrándose con la horrible escena de Nina.

Vaya Chris… parece que alguien sabe más de lo necesario… vamos a ponerlo a dormir alegó Nina caminando a la casa de enfrente.



Calificación:

domingo, 11 de agosto de 2019

Hola Papi

La vida de mis parientes cercanos siempre ha sido muy rica en actividades y aventuras emocionantes. Aquellas historias que nos contaba a mis primos y a mí nos fascinaban y nos podían dejar enganchados varias horas escuchándolas una y otra vez; hasta hacíamos teorías y jugábamos a formar parte de ellas. Sin embargo, un día la persona más vieja de la familia contó una historia totalmente diferente a cualquiera que hubiéramos escuchado, no se parecía en nada a las demás, era muy oscura en comparación. Todavía en estos días sigue teniendo repercusiones en mí, así como tuvo cuando yo era un niño. Él nos contó la historia en primera persona, pues la había vivido, esto fue lo que dijo:

"Eran las doce de la noche. En aquel entonces no habían luces por estas partes del país y yo estaba regresando a casa de jugar poker con amigo. Como ya estaba acostumbrado a la oscuridad de aquella zona, no me daba miedo andar por allí. Me sabía el camino de memoria y no necesitaba luces para guiarme. Aún así, rara vez me quedaba hasta esa hora de la noche en la casa de mi amigo, pero esta vez la avaricia me había ganado. Iba caminando en mitad de la noche, solo y con una linterna de un no muy fuerte fulgor.

De repente escuché el llanto de un bebe justamente por donde yo iba caminando, revisé a los alrededores pero no encontré nada, solamente una pequeña varilla de metal. Pensé que sólo era mi imaginación, lo ignoré y seguí caminando. A medida que avanzaba, me iba topando con más varillas en mi andar, era algo bastante raro y curioso, es decir, ¿quién las habría tirado?. De la nada, en el mismo vacío de la noche, escuché una voz proveniente de las sombras, algo así como una niña.

-Hola papito...- Pronunció aquella "niña", si así se le podía llamar. 

Me sorprendí bastante, y al haberme tomado por sorpresa hasta me asustó. Sin embargo, no era nada que yo no pudiera manejar, o al menos eso creía.

-Papito te voy a comer, has de saber delicioso...

Esas palabras hicieron que me alarmara, pero mi confianza no se iba, seguramente era una niña estúpida jugándome una broma.

-No tengo tiempo para juegos- Le dije.

-No estoy aquí para jugar- Contestó para luego salir de entre las sombras, mostrando su deforme rostro con dientes puntiagudos.

Su monstruoso rostro me espantó, rápidamente me di la vuelta y salí corriendo. No me persiguió, pero juraría haber escuchado su llanto desesperado y sus gritos de ira al ver que su presa escapaba.

Solamente recuerdo su cara negra de malicia y sus dientes blancos con manchas rojas mezclados con unos ojos tan rojos como las mismísimas llamas del infierno.

"Nunca tomé el mismo camino, pero otros viajeros aseguran haber escuchado llantos no de uno si no de varios niños aclamando por su papito..."

Esa historia que mi abuelo nos contó, aún sigue resonando en mi cabeza. No sé si algún día vaya a encontrarme con aquella niña, pero mientras tanto, me aseguraré de nunca tomar ese sendero.



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Las ratas del cementerio - Henry Kuttner

Título original: The Graveyard Rats.
Año de publicación: 1936
Autor: Henry Kuttner.

Las ratas del cementerio

El viejo Masson, quien custodiaba uno de los cementerios de mayor antigüedad en Salem, sostenía una lucha constante con las ratas. Generaciones antes, había llegado al cementerio una colonia de ratas desde los muelles. Y cuando Masson ocupó su cargo, luego de que el guardián anterior desapareciese inexplicablemente, tomó la decisión de exterminarlas. Al inicio esparcía veneno y trampas alrededor de sus madrigueras; después, trató de aniquilarlas a tiros, más todo fue en vano. Las ratas continuaban en el lugar.

Sus hambrientas hordas se extendían, invadiendo el cementerio. Eran enormes, incluso para ser de la especie mus decumanus, de la cual se sabe, llega a medir hasta treinta y cinco centímetros sin incluir la cola, gris y pelada. Masson se había topado con varias del tamaño de un gato y, cada vez que los sepultureros encontraban otra madriguera, asombrados confirmaban que entre aquellas cavernas putrefactas cabía a la perfección el cuerpo de un ser humano. Aparentemente, los barcos que solían atracar en los decadentes muelles de Salem durante el pasado, debían haber transportado cargamentos demasiado insólitos.

En ocasiones, Masson se quedaba impactado por las descomunales proporciones que tenían estos nidos. Lo hacían acordarse de cuentos fantásticos que había escuchado al llegar al viejo y encantado pueblo de Salem. Eran cuentos que advertían de una vida embrionaria que sobrevivía a la muerta, ocultándose en rincones ignorados bajo tierra. Atrás habían quedado los tiempos en los que Cotton Mather aniquilaba a los cultos oscuros y las ceremonias orgiásticas que se ofrecían a Hécate y a la espeluznante Magna Mater. No obstante, aun prevalecían de pie las casonas macabras con tus áticos retorcidos, de fachadas caídas y carcomidas, en cuyos sótanos, de acuerdo con los rumores, todavía habitaban secretos abominables y ritos en contra de la ley y la lógica. Mientras agitaban sus cabellos blancos, los ancianos juraban que, en los panteones ancestrales de Salem, vivían bajo el suelo cosas que eran mucho peores que las ratas y los gusanos.

Los roedores provocaban en Masson tanta repulsión como respeto. Estaba consciente del peligro que encerraban sus dientes afilados y relucientes. Más no entendía el pavor que las casas abandonadas e invadidas por las ratas, despertaban en los viejos. Había oído rumores acerca de criaturas horribles que habitaban en las profundidades y que, gracias al poder que poseían sobre las ratas, habían formado grandes ejércitos.

De acuerdo con lo que decían los ancianos, las ratas llevaban un mensaje entre nuestro mundo y esas cuevas de las profundidades. Todavía se hablaba sobre cadáveres robados de sus tumbas para preparar banquetes bajo tierra. El cuento del flautista de Hamelin era en realidad una leyenda, que de modo metafórico, encubría algo horrible y pagano; según ellos, los infiernos más oscuros habían expulsado seres repugnantes de sus entrañas, que jamás habían nacido.

Masson ignoraba todas estas habladurías. siempre se apartaba de los vecinos y, en realidad, se esforzaba porque nadie descubriera el problema de las ratas. Pues de haberse conocido sin duda habrían llevado a cabo investigaciones, y abierto muchos sepulcros. Entonces encontrarían los féretros agujereados y los huecos por los que culpaban a las ratas. Pero además encontrarían algunos cadáveres con partes faltantes, poniendo a Masson en una situación delicada.

Los dientes postizos solían fabricarse con oro y no se extraían al morir. La ropa, obviamente, es distinta, ya que le funeraria solía brindar un simple traje de paño, por lo cual puede reconocerse a pesar del tiempo. El oro no.

Masson también hacía negocios con ciertos estudiantes de medicina y médicos sin moral, que requerían cuerpos sin importar de donde vinieran. Hasta entonces se las había ingeniado para evitar que investigaran. Negaba rotundamente la presencia de las ratas, incluso cuando ellas le habían quitado su botín. No le interesaba lo que ocurriera con los cadáveres tras robarles, pero las ratas los arrastraban completos por una abertura que ellas mismas abrían en el ataúd. El tamaño de dichos orificios era impactante.

Lo más curioso era como los roedores perforaban las cajas por alguno de los extremos, nunca en los costados. Como si actuaran bajo los órdenes de algo más inteligente.

En aquel instante se hallaba delante de una tumba abierta. Apenas había retirado los últimos restos de tierra, añadiéndolos al montículo al lado de sus pies. Una llovizna helada y constante no había parado de caer hacía semanas, transformando el cementerio en un lodazal, en el que las lápidas nadaban como piedras irregulares. Las ratas habían regresado a sus nidos, no había quedado una sola. Empero, la cara huesuda de Masson mostraba preocupación. Acababa de levantar la tapa de un féretro de roble. Lo habían sepultado días atrás, sin que él se animara a desenterrarlo antes. Sus parientes aun acudían a llorarlo, sin importar que lloviera. Pero siendo tan tarde y de noche, era improbable que llegaran, sin importar que tan grande fuera su dolor.

Con este pensamiento, Masson se tranquilizó, incorporándose y abandonando su pala.

Desde el monte que albergaba el cementerio, las luces de Salem tintineaban entre la lluvia. Tomó la linterna y se agachó para comprobar los cierres del ataúd. Entonces se quedó paralizado. Había escuchado un murmullo frenético bajo sus pies, como si algo se revolviera bajo la tierra. Por un instante experimentó un miedo supersticioso, que no tardó en volverse cólera al entender lo que aquellos sonidos significaban. ¡Las ratas le habían ganado de nuevo!

Furioso, rompió los candados del féretro, metió la pala y haciendo palanca, logró levantar la tapa. Encendió su luz y la dirigió al interior. Estaba vacío. Masson notó como algo se movía con sigilo en la cabecera y la alumbró. Aquel rincón de la caja había sido agujereado y el hoyo se abría ante lo que parecía ser un pasadizo, por él vio desaparecer un pie rígido, envuelto en su respectivo zapato. Las ratas le habían ganado únicamente por unos minutos.

Se inclinó y tiró del zapato con fuerza. Al caer dentro del ataúd, la linterna se apagó con violencia. Sintió como el zapato se le escurría de las manos de golpe, bajo el eco de unos chillidos frenéticos y agudos. Masson tomó la linterna y la dirigió hacia el orificio.

Era muy grande. Debía ser así pues de otro modo, no habrían podido robar al muerto. Trató de imaginar el tamaño que tendrían esas ratas, si eran capaces de llevarse un cuerpo humano. Le alivió saber que tenía su revólver cargado, a la mano.

Si hubiera sido el cuerpo de una persona cualquiera, Masson se lo habría dejado a esas alimañas antes de entrar por ese claustrofóbico túnel; no obstante, al pensar en el costoso alfiler de corbata, con una perla auténtica, y en los gemelos de sus muñecas. No lo pensó. Se colocó la linterna en el cinturón y avanzó por la madriguera. Era muy angosta. Delante de él veía como las suelas de los zapatos se alejaban en dirección el fondo de la galería. Intentó seguirlas lo más rápido que le fue posible, pero en instantes se sentía incapaz de seguir, oprimido por las paredes subterráneas.

El hedor del cuerpo había impregnado el aire, impidiéndole respirar. Fue ahí cuando se dijo que, si no lograba alcanzarlo, volvería. El terror sacudía su imaginación pero la codicia lo impulsaba a seguir adelante. Así que siguió, pasando de largo por otros túneles. Los muros del pasadizo estaban pegajosos y húmedos. en un par de ocasiones escuchó como la tierra se desprendía tras él, haciéndole mirar sobre el hombre. No pudo ver nada hasta que alzó la linterna. El lodo había obstruido el pasaje casi por completo.

La peligrosa situación hizo latir su corazón con fuerza, revelándole una verdad espantosa. No quería pensar en un hundimiento. Optó por dejar de lado su objetivo, aun cuando casi alcanzaba el cuerpo y a los temibles seres que lo transportaban.

Sin embargo había otro detalle, uno en el que no había pensado: la madriguera era demasiado angosta como para que pudiera darse vuelta.

Sintió pánico y entonces se acordó del túnel lateral por el que acababa de pasar, retrocediendo con dificultad hasta ahí. Metió las piernas y consiguió darse vuelta. Se arrastró con desesperación a la salida, ignorando el dolor de sus rodillas. Entonces sintió una punzada en su pierna. Unos dientes afilados traspasaban su carne. Pataleó con frenesí para escapar de sus atacantes y escuchó un chillido intenso, seguido por el murmullo apresurado se patas que emprendían la huida.

Dirigió la linterna hacia atrás y se estremeció de terror: varias ratas lo observaban con atención, sos ojos malévolos relucían ante la luz. Estaban deformes y eran del tamaño de gatos. Tras ellas, una silueta oscura se desvaneció en la penumbra, pero eso no le impidió sentir miedo ante sus descomunales proporciones. La luz detuvo a los roedores por un instante, antes de que volvieran a acercarse con cautela, con los dientes pintados de escarlata.

Masson sacó su pistola con dificultad y apuntó. No se encontraba en una buena posición. Tuvo cuidado de apuntar hacia las zonas húmedas del túnel para no lastimarse. El impacto lo ensordeció unos momentos. Luego, en cuanto el humo se disipó, verificó que las ratas no estaban. Guardó el arma y volvió a reptar con rapidez por el pasadizo. Más no tardó en volver a escuchar como las alimañas corrían, abalanzándose sobre él. Invadieron sus piernas, mordiendo y chillando con locura. Masson gritó al tiempo que cogía la pistola. No se disparó de milagro. Sin embargo, las ratas no retrocedieron tanto esta vez.

Él aprovechó para arrastrarse tan rápido como podía. preparado para abrir fuego ante el siguiente ataque. Escuchó el movimiento de sus patas e iluminó nuevamente con la linterna. Una gran rata grisácea se detuvo para mirarlo, moviendo sus bigotes y balanceando su repugnante cola, de lado a lado. Le disparó y se retiró corriendo.

Siguió reptando. Se había parado a descansar un segundo, al lado de la entrada de otro un túnel, cuando se percató de un bulto extraño bajo la tierra húmeda, a pocos pasos de él. Pensó que era un montículo que se había desprendido del techo, hasta que vio que se trataba de otro cuerpo humano. Una momia seca y arriada, que se movía hacia él.

Bajo la luz de la linterna, contempló su cara horrible a pocos centímetros de la suya. Era un rostro descarnado, el semblante de un cadáver que había estado enterrado largos años, reanimado por aquellas criaturas infernales. Sus ojos estaban hinchados y vidriosos, expresando su ceguera. Al encontrarse con Masson, el cuerpo emitió un gemido lastimero a través de sus labios podridos, que formaron una mueca hambrienta. A Masson se le heló la sangre. Cuando aquel cuerpo estaba por alcanzarlo, se introdujo a toda prisa por el túnel lateral.

Escuchó que arañaban la tierra bajo sus pies y el gruñido perplejo de la rata que lo seguía. Masson miró hacia atrás, gritó e intento escapar aterrorizado a través de la madriguera. Se arrastraba torpemente, mientras las piedras le abrían heridas en rodillas y manos. El lodo le cubría los ojos, más no se atrevió a parar un solo segundo. Siguió corriendo a gatas, gimiendo, rezando y dejando escapar maldiciones.

Las ratas chillaron victoriosas y se le fueron encima con miradas voraces. Masson por poco y se rindió ante sus dientes, pero una vez más consiguió liberarse de ellas. Lleno de pánico, se sacudió, gritó y disparó hasta quedarse sin municiones. Había ahuyentado a las ratas.

Entonces vio que se encontraba debajo de una gran piedra, que enclavada sobre el túnel, presionaba dolorosamente su espalda. Vio que se movía y tuvo una idea: ¡si lograba hacer caer, bloquearía el túnel!

La tierra estaba mojada. Se incorporó y empezó a remover el barro que sostenía la roca. Las ratas se acercaban, podía ver como brillaban sus ojos ante el destello de la linterna. Continuó cavando, desesperado. La piedra estaba cediendo. Le dio un tiró y la arrancó de sus cimientos. Las ratas estaban cerca… era el enorme roedor con el que se había topado antes. Gris, asqueroso, avanzaba exhibiendo sus dientes deformes. Masson volvió a tirar de la roca y sintió como resbalaba. Entonces volvió a arrastrarse por el túnel, mientras la piedra se derrumbaba a sus espaldas, provocando un inesperado chillido de agonía.

Algunos terrones húmedos le cubrieron las piernas. Más adelante, otro desprendimiento capturó sus pies, del cual logró salir con esfuerzo. ¡El túnel completo se estaba desplomando!

Jadeando con pavos, reptaba mientras la tierra caía. El pasadizo se fue haciendo más estrecho hasta llegar a un punto en el que no podía mover las manos ni las piernas para continuar. Masson se retorció igual que un gusano, hasta notar un trozo de raso debajo de sus dedos y toparse con algo que le impidió avanzar. Movió sus piernas y verificó que no se habían quedado atrapadas en la tierra. Se encontraba boca abajo. Al intentar erguirse, vio que el techo del túnel estaba por tocar su espalda. El terror lo inundó. Al escapar de aquella criatura ciega y horrible, se había metido en un túnel adyacente y sin saluda. ¡Estaba en un ataúd! ¡Un ataúd vacío, al que había accedido por el orificio que las ratas le habían hecho por el extremo!

Trató de colocarse boca arriba sin éxito. La tapa del féretro le obligaba a permanecer inmóvil. Inspiró e intentó empujarla. Era inútil y aun cuando consiguiera salir del ataúd, ¿cómo podría salir a través del metro y medio de tierra que lo cubría?

Casi no podía respirar. Sentía un calor asfixiante y el hedor era insoportable. En un arrebato de pánico, arañó el forro hasta desgarrarlo. Intentó inútilmente cavar con sus pies en la tierra que lo mantenía prisionero. Si pudiera cambiar su postura, podría cavar con sus uñas una abertura hacia el aire…

Una cruel agonía le penetró el corazón, sentía como el pulso se le escapaba por los globos oculares. Sentía su cabeza hinchada, como si le fuera a estallar. Y entonces escuchó los chillidos de triunfo de las ratas. Gritó, enloquecido, más no consiguió apartarlas esta vez. Por breves segundos se retorció con histeria dentro de su angosto encierro y entonces, se tranquilizó, exhausto por la falta de oxígeno.

Cerró sus párpados, sacó la lengua ennegrecida y se abandonó a la oscuridad de la muerte, mientras los chillidos dementes de las ratas resonaban en sus oídos.



Henry Kuttner