En plena época de Navidad, un grupo de amigos en un pueblo pequeño se reunió para beber unos tragos y contar unas cuantas historias paranormales. Fue entonces cuando Marcos, el cabeza de la pandilla, recordó una vieja leyenda urbana que le habían contado sus padres.
—Todos los años, el 24 de diciembre, justo cuando dan las doce de la noche, el diablo sube a la tierra para hacer una inspección. Dicen que si quieres verle tienes que aprovechar este día para mirarlo a los ojos. El procedimiento es muy sencillo: enciérrate en el baño pocos minutos antes de la medianoche, apaga las luces y párate frente al espejo. Debes encender doce velas negras a tu alrededor. Justo cuando comiencen a sonar las campanadas de las doce horas, cierra tus ojos y espera a escuchar la última. En ese instante, por un solo segundo, el demonio aparecerá en el espejo.
Los amigos de Marcos se quedaron en silencio, con rostros entre intrigados y nerviosos.
—Eso no es más que una mentira y yo te lo puedo comprobar —dijo entonces Diego, que siempre se había caracterizado por ser el más soso del grupo.
Pero esa noche, estaba dispuesto a hacerse el valiente frente a los demás.
—Si tan machito eres, ¿por qué no hacemos la prueba esta Nochebuena? —lo retó Marcos son una sonrisa burlona.
—Acepto. Pero te advierto que cuando gané, tendrás que cumplir con el castigo que yo elija y veremos quien se hace el machito.
Todos los amigos pactaron el acuerdo y el día 24 de ese mismo mes, se presentaron en casa de Diego con una docena de velas negras, una biblia satánica y una cámara de vídeo con visión nocturna.
—Esto es para evitar que te eches atrás —le advirtió Marcos a Diego—, vamos a grabar todo lo que ocurra en el baño. Si te haces el tonto, lo sabremos.
Prepararon todo para el ritual. Una vez que la puerta se cerró detrás de él y se vio a sí mismo alumbrado ante el espejo con las velas, Diego sintió como la ansiedad y el terror se apoderaban de su cuerpo. Pero no podía salir ni quedar como un idiota ante los demás. Respiró profundamente, se apoyó contra el lavamanos y al escuchar las campanadas de la iglesia a lo lejos, cerró los ojos…
Fuera del baño, Marcos y sus amigos esperaban que saliera llorando en cualquier momento. Un silencio absoluto se había apoderado del lugar.
—¿Diego? ¿Estás bien?
Las campanadas se habían terminado. Al no obtener respuesta de su amigo, los chicos entraron al baño, solo para encontrarlo de pie frente al espejo, con una mueca de terror en la cara y una mano en el corazón. Le había dado un infarto de la impresión.
—Lo vi… lo vi… —murmuraba, con la respiración entrecortada.
Aunque lograron trasladarlo al hospital a tiempo, Diego nunca más volvió a ser el mismo, convirtiéndose en un muchacho asustadizo y paranoico.
Marcos jamás se atrevió a mirar lo que había grabado la cámara de vídeo.
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