miércoles, 23 de octubre de 2019

Seguidores de Set

Los otros vampiros piensan que comprenden a los Seguidores de Set o Setitas. Son los proxenetas y los traficantes, la escoria que satisface los más aspectos depravados más bajos de la naturaleza humana y vampírica. Y existe esa cosa del culto a las serpientes. Los sires advierten a sus chiquillos a que se mantengan alejados de los Setitas y sus tentaciones viles. Y no obstante… los vampiros siguen acudiendo a los Seguidores de Set a pesar de todas estas advertencias. Si otros vampiros comprenden tan bien a los Setitas, ¿cómo es posible que ellos atrapen y “corrompan” a alguien? “Veamos, vendes cada vicio conocido por el hombre, adoras al Dios del Mal egipcio, y dices que deseas ser mi amigo especial. Sí, claro. A otro con ese cuento”. Sin embargo, los Setitas no son el Clan de la Corrupción. Son el Clan de la Serpiente. Reclaman para ellos mismos un símbolo antiguo casi universal de la sabiduría y el poder: a veces benévolo, a menudo peligroso.

Como la serpiente en Edén, los Seguidores de Set incitan a otros Vástagos y al ganado a un terrible conocimiento prohibido. “Conocimiento prohibido”. La frase suena extraña en el amanecer del siglo XXI. La ciencia penetra hasta los más lejanos abismos del tiempo y el espacio, desentraña el átomo y reescribe el código de la vida. ¿Qué conocimiento puede parecer “prohibido” para cualquiera excepto para unos pocos chiflados religiosos reaccionarios? El conocimiento del mundo es lo suficientemente seguro. Los frutos de tal conocimiento no pueden hacer nada peor que matarte, no hay mucho que temer en absoluto. Aprender que deseos y depravaciones terribles acechan tras cada rostro humano, especialmente el propio, esto es el conocimiento ante el cual la mente huye.

Sí, algunos Seguidores de Set vuelven a la gente adicta a las drogas, dirigen prostíbulos y chantajean a sus clientes. Todo el mundo tiene que vivir de algo. Sin embargo, el crimen y el vicio sirven meramente como un cebo tentador, atrayendo a estos clientes de las Serpientes a su mercancía verdadera, el conocimiento del bien y el mal. Especialmente el mal. Entra en la guarida de la serpiente. Adéntrate más allá de los adolescentes de ojos vidriosos con brazos llenos de marcas de agujas, de las mujeres y hombres tan ansiosos por venderte sus favores, de los hombres de negocios y políticos desesperados por una ventaja ante la competencia. Entra en el templo del Dios Oscuro, donde la luz de las antorchas resplandece en el oro y el ónice pulido. No temas. Aquí nada puede dañarte… excepto lo que traigas contigo.


martes, 22 de octubre de 2019

Del Amor al Manicomio

Amelia se había divorciado hacía ya algunos meses. Lejos de buscar compañía, fue volviéndose cada vez más huraña y se dedicó enteramente al cuidado de sus hijos, Ludmila y el pequeño Valentín.

En el invierno del 94, el pueblo fue asolado por una extraña enfermedad respiratoria que atacaba principalmente a niños y ancianos. La mortandad fue terrible, se decía que todas las familias habían perdido a alguien, y la de Amelia no fue ajena al brote.

Ella procuró por todos los medios aislar a sus pequeños, pero una noche comenzó la tos de la pequeña Ludmila. Se empecinó en no pedir ayuda y comentó con los vecinos que, con infusiones y muchas mañas, los niños se habían recuperado

Pasó el tiempo, y, aunque el brote había acabado, Amelia se negaba a mostrar a sus niños, diciendo que en su casa estaba mejor, que en la calle podrían enfermar nuevamente. Los vecinos advirtieron pronto la paranoia en la joven madre, pero después de tremenda tragedia, no se podía culpar a nadie de ser demasiado cuidadoso.

El invierno dio paso a la primavera. Llegó el verano y los vecinitos se agolpaban ansiosos en la puerta esperando a que Ludmila saliera a jugar con ellos, pero Amelia los espantaba.

Llegó Marzo y comenzaron las clases, una par de semanas después, las maestras notaron la ausencia de Ludmila; la directora, preocupada, llamó a la casa.

- Hola, querida, ¿cómo estás? ¿Cómo está Ludmila?

-Gracias por preguntar, Ludmila está muy pero muy bien. Yo le estoy dando clases en casa. Usted sabe que soy maestra.

- Ya lo sé, querida, pero la nena está en una etapa en la que necesita estar cerca de otros niños. Me gustaría por lo menos verla un rato al menos, si es posible.

- Por supuesto que puede venir a verla.

Cuando cerró el colegio, la directora tomó por la antigua calle de tierra, golpeó la puerta y Amelia la atendió sonriente. Apenas abrió la puerta, sintió el fortísimo olor a jazmín impregnado en el ambiente.

Se saludaron y la mujer fue hasta el cuarto de Ludmila. A medida que se acercaba, el olor a flores se desvanecía, absorbido por un hedor fétido, putrefacto; tan fuerte era el hedor que debió taparse la nariz con un pañuelo. Abrió la puerta temblorosa, y la vio... Sentada en un rincón, su carne corrupta, consumida por los insectos, con los brazos cruzados y, sobre la mesita, una bandeja con galletas y una taza de chocolate humeante. Corrió despavorida y se topó con Amelia, que sostenía al pequeño Valentin. Con su pecho desnudo y flaco, amamantaba un montón de huesos y trapos.

- ¿Cómo la vio a Ludmila?

- Mejor de lo que esperaba, querida.

Contuvo el llanto hasta salir de la casa. Corrió hasta la comisaría para contar lo sucedido.

Amelia fue internada en el hospital psiquiátrico "El Sauce". Hasta el día de hoy, deambula por los pasillos del psiquiátrico, amamantando a un montón de trapos mugrientos y llamando Ludmila a toda joven que se le acerque.


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lunes, 21 de octubre de 2019

El Espantapájaros en el Trigal

Genaro estaba durmiendo tranquilamente en su cama, hasta que una serie de sonidos hicieron que abriera los ojos. Prendió la lámpara de su buró para tomar su teléfono y ver qué hora era. El celular decía que eran las tres de la mañana.

Su esposa le cuestionó el porqué de esta conducta a lo que el hombre le dijo que tal vez había alguien merodeando en el trigal. Sin embargo, su esposa replicó que si eso fuera, su can ya los habría alertado, pues en el pasado “la pantera” (así le llamaban a su perro) detuvo a dos ladrones y a uno de ellos hasta lo mordió.

Pese a todo, su marido se levantó de la cama y fue hasta el armario que era el lugar en donde guardaba su rifle. Lo cargó y salió sigilosamente de la propiedad. El primer paso fue ir al patio en donde generalmente descansaba “la pantera”. Encontró a su perro echado, con las orejas sobre sus ojos y un semblante de terror espeluznante. Algo muy raro en un animal de su envergadura.

Cuando Genaro le retiró las orejas de los ojos, pudo observar que el perro tenía la vista fija en el trigal. Ayudado por la luna llena, el hombre fue caminando dando pasos cortos hasta internarse en lo profundo de que el campo. De pronto vio cómo algo corrió y se ocultó entre las espigas de trigo.

Lo siguió con la mirada y notó que se detuvo en una esquina. El granjero fue hacia allá gritándole fuertemente que levanta las manos, pues si no lo hacía lo obligaría a disparar su arma.

El bandolero alzó los brazos, más el dueño de la granja no pudo disparar debido al inmenso pavor que sintió al enterarse de que aquel era un espantapájaros con vida. El rostro de esta figura de paja era algo nunca antes visto. Tenía nariz de cerdo, ojos de serpiente boca de lagarto. El monstruo soltó una fuerte carcajada y se alejó riendo de ahí.

Actualmente la granja está abandonada: ni Genaro ni su esposa dudaron un solo segundo en abandonar ese sitio.



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domingo, 20 de octubre de 2019

La Peor Pesadilla de un Padre

Al principio tan solo era un sentimiento extraño de sentirse observado. Con el tiempo, podía ver presencias por el rabillo del ojo. Me trataba de convencer que sólo eran juegos de luces y sombras, hasta que empecé a verlo en todas partes…

“No somos un culto, señor Alexander.” El pequeño hombre maya dijo. “Somos más un grupo religioso de ayuda. Ayudamos a padres de niños que han desparecido a encontrar un cierre.”

“¿Cómo hacen eso?” Pregunté.

“Lo llamamos Q’echi. Es una antigua invocación ritual del espíritu. Guiamos los caminos de la muerte y de los vivos hasta que se encuentran.”

“No sé si mi hija está muerta. Michelle se saltó el toque de queda una noche, y desapareció. Creo que huyó. Parte de mí quiere pensar que sigue con vida, pero…”

Intenté aguantar mis lágrimas.

“Han pasado ya cinco años.”

Puedo dar algunos detalles ahora. Es un amasijo de miembros aglutinados a un torso de ángulos extraños. El cabello es largo y cubre su rostro, o tal vez sea su nuca.

Cada vez que lo veo, me estremezco.

“Es una chica preciosa.” El maya dice tomando la fotografía que le he dado. “¿Qué edad tiene?”

“Tenía diecisiete cuando se tomó esa fotografía.” Digo. “¿Puede ayudarme?”

“Debe de entender que aquello que pregunta no es para los débiles de corazón. Si algo malo le ocurriera a usted, no me hago responsable.”

Agarro la botella de nuevo. Mi esposa amenazó con dejarme y yo vi el farol.

Estoy solo ahora, solo yo… Esta botella y esa… Cosa.

A pesar de estar ebrio, puedo verla con facilidad ahora. Podría decir que es una mujer pero hay pedazos de su carne que faltan, exponiendo huesos y entrañas.

Huele a pantano y a carne podrida.

Se agazapa a los pies de mi cama, mirándome.

“¿Michelle?” Preguntó.

Empieza a arrastrarse hacia mí, como un insecto deforme. Me hundo en la cama tanto como el colchón me lo permite.

“Lo que va a experimentar ahora son todas las emociones de su hija antes de su muerte. Experimentará sus miedos, su dolor y todo su terror. Quiero advertirlo señor Alexander. Pocos son los que pueden soportar esto. En cualquier caso, si decide abrazarlo sentirá una conexión con su hija por última vez… Y sabrá lo que le ha pasado.”

Cada fibra de mí me está gritando que huya, pero debo de saberlo.

Esa cosa esta sobre mí.

Cierro mis ojos.

Eso es Michelle.

Mi niñita fue secuestrada, violada, y colgada sobre un puente para ser devorada

aún viva por los animales del río.

viva por los animales del río.

Pero eso no es lo que me mantiene despierto en las noches.

Lo que lo hace, es que a pesar de su terrible sufrimiento, murió odiándome…



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sábado, 19 de octubre de 2019

Cafetería

Nosotros veíamos los mismos rostros yendo de paso cada día, mi leal esposa y yo. Espectros de caras pálidas y macilentas deambulando por nuestras ventanas. Su habla distorsionada, casi fantasmagóricamente. Enseñaban letreros, aunque la mayoría convergían en mensajes similares: «Trabajaré por comida», «Aliméntame», «¿Tienes cambio?». Cómo no podías sentir pena por los mendigos y vagabundos de las calles cuando dirigías una respetada cafetería familiar.

Estando sus rostros mugrientos, supusimos que no podríamos alimentarlos gratuitamente. Entonces los clientes habituales demandarían el mismo trato, siendo tan injusto. Pero, al mismo tiempo, no podíamos dejarlos a que se pudrieran tampoco. Teníamos que ayudarlos. Vimos de nuevo la fotografía de nuestro hijo, quien fue a la guerra y su cuerpo nunca fue recuperado, y así es como la idea aterrizó.

Al día siguiente, cuando la noche llegaba a un paso lento, dejamos entrar a este hombre. Se introdujo como Fernando... Fernando era una de esas personas. Había estado durmiendo en callejones y en las afueras de la ciudad por años luego de que fue desahuciado y perdió su hogar, incapaz de proveer para sí mismo a razón de la inestabilidad económica nacional. Ordenó costillas de res, la especialidad de la cafetería.

En la cocina, en tanto mi esposa preparaba la comida del hombre, ella me preguntó si lo que hacíamos estaba bien —nuestro método, si esta era verdaderamente la forma de guiarlos—. Luego de una larga discusión, le aseguré que Fernando estaría agradecido por la manera en la que lo ayudaríamos.

Sus ojos destellaron en cuanto trajimos el platillo y comenzó a devorarlo ávidamente. Era alguien muy hambriento; nos preguntamos cuándo fue la última vez que tuvo una comida decente. Su boca se veía casi mecánica por la forma veloz en la que mordía y masticaba cada bocado. En medio de una pequeña sonrisa, nos agradeció por la maravillosa cena. Le sonreímos de vuelta, por cortesía más que otra cosa.

Se desmayó y, horas más tarde, fue declarado muerto por las autoridades. Lo encubrimos bien. Después de todo, resultó que el hombre tenía una enfermedad terminal y pudo haber muerto cualquier día. Un toque de suerte ahí.

El segundo. El tercero. El cuarto. Todas estas almas en pena que fueron acalladas. Lejos del sufrimiento de las calles, enfermedad y hambruna.

Nuestros esfuerzos fueron paralizados, sin embargo, luego de que cierto cliente fue recibido. Hasta el día de hoy nos resulta difícil suprimir la memoria que nos tormenta por lo que hicimos esa noche.

Nos dijo que su nombre era Rafael en tanto le permitíamos entrar. Era un hombre bastante desarreglado, vestido en ropajes sucios hechos jirones. Era desagradable para la vista el solo observar a este pobre desgraciado por tanto tiempo. Le dimos un gran platillo de filete para cenar y, como el resto, no pareció notar que había sido untado en veneno.

Cómo lo amó. Nos dijo que le recordaba a la técnica de su mamá. Sonreímos en unísono y esperamos. Esperamos, y pronto el efecto llegó mientras vimos sus ojos cerrarse por última vez.

Lo ubicamos a un par de kilómetros de nuestra locación, en donde fue declarado muerto. Hasta ese momento, nunca llegaron a sospechar nada de nosotros, al menos no hasta que nos entregamos.

El hombre, aparentemente, sufría de amnesia tras un accidente muchos años atrás. El médico forense comunicó que el vagabundo utilizaba una placa de identificación militar alrededor de su cuello, y mi corazón dio un vuelco cuando se nos mencionaron sus datos. Estaba confundido primero, pero luego me relampagueó, pues descubrimos que nuestro pobre y querido hijo nunca murió en la guerra después de todo.




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