domingo, 10 de noviembre de 2019

El Niño del Bote

Se cuenta que en un domicilio que se ubica en Calle Galeana 1976, cerca de lo que es hoy el puente sobre la avenida ayuntamiento. Vivía un matrimonio con su pequeño hijo.

Hubo un tiempo en que el pequeño se mostraba sumamente nervioso y preguntaba a sus padres—¿Quién juega y llora en la azotea todas las noches?— los padres no le tomaban ni la mas mínima importancia, y contestaban: 

—ha de ser un gato ¡duérmete!—, el pobre niño despertaba a media noche, asustado, porque sobre el techo de su cama se escuchaban gemidos, y el sonido de una lata rodando continuamente de un lugar a otro. Llamaba a sus padres, pero estos desde su habitación le ordenaban volver a dormir. Incluso intentaba dormir con ellos, pero también se lo impedían.

Una de tantas ocasiones, el matrimonio fue despertado a mitad de la noche por un grito de terror proveniente de la habitación del niño, y después de eso no pudieron encontrarlo por ningún lado. 

Dieron aviso a las autoridades y al siguiente día, al volver a casa después de un largo día buscando a su hijo hasta que notaron un bote atado con un lazo colgar desde la azotea. Con algo de enojo el hombre logra subir al cobertizo y ve otro bote tirado sobre el techo de la recamara de su hijo, al acercarse encuentra a su hijo en un rincón sentado en cuclillas, abrazando sus piernas con el cuerpo totalmente arañado y su rostro mostrando un gesto de infinito terror…¡Sin vida!.

El matrimonio terminó por mudarse, pero en su nuevo hogar al llegar la media noche los despertó el sonido de un bote rodando en la azotea de la casa nueva y parado frente a su cama, vieron a su hijo quien les decía:

 —Me asusta el ruido de allá arriba.

Después de eso no lo volvieron a ver, pero cada año en el aniversario de su muerte, se escucha el ruido del bote y el llanto del niño.




Calificación:       

sábado, 9 de noviembre de 2019

Caras nuevas

Hola, soy Seth. Estoy escribiendo esta nota, metiéndola en una botella y tirándola al arroyo cerca de mi casa. Escribir me ayuda a mantener mi cordura. Espero que quien sea que lea esto venga a ayudarme.

Empezó hace 1 mes. Yo estaba en mi oficina, en el sótano, viendo repeticiones del viejo programa Misterios de la ciencia 3000. El teléfono sonó a mi lado, pero no le presté atención. Nunca me llamaban, sólo en ocasiones muy raras, normalmente llamaban a mi hermano, y la mitad del tiempo mi sobrino trataba de quitárselo para hablar él mismo.

Mamá gritó desde el piso superior diciéndome que la llamada era para mí. Sí, yo vivo en la casa de mis padres. En fin, contesté el teléfono.

—¿Hola? —dije, poniéndole más atención a las aventuras de robots en la pantalla.

—Ha iniciado—dijo la voz que era un poco más que un gemido, que una suplica. Ni siquiera la conocí.

—¿Disculpe? —dije, preguntándome quién podría estar llamando.

—Ya llegaron, no tengo mucho tiempo Len, me dijiste que te llamara si lo que hicimos causaba problemas.

Ahora un poco preocupado, dije:

—Creo que se ha equivocado de número, yo soy Seth, no Len.

—¡NO SALGAS DE CASA! —gritó la persona.

Completamente asustado, colgué el teléfono. Debió de ser alguna llamada de broma, pero yo no me reía. Algo sacudido, olvidé el asunto.

Mucho después, dejé de ver los vídeos, apagué las luces y subí las escaleras. Estaba totalmente a oscuras, pero conocía el camino. Esta vez la oscuridad parecía un poco más opresiva, pensé. Me sacudí esa idea, y seguí subiendo. Al pasar por la sala, miré por la ventana.

Había gente afuera, en una caminata, o algo así. Miré el reloj y decía 3:00 am.

—Que raro —murmuré.

Llegué a mi cuarto y me quedé dormido. Fui un tonto esa primera noche. Si hubiera conocido lo que vi, me hubiera ahorrado el terror y me hubiera salido de casa.

A la mañana siguiente, mi padre estaba viendo las noticias, lo cual era raro porque mi padre siempre miraba el canal de deportes antes de irse a trabajar. Apenas le puse atención en lo que me ponía la corbata y me dirigía al baño.

Al llevar a cabo mi rutina diaria, un extraño sentimiento se apoderó de mí. Normalmente tenia que pelear por el baño, pero esta vez no había ningún ruido. Me asomé fuera del cuarto y vi que la puerta principal estaba abierta. No había ruido. Me asome afuera y vi a las personas que había visto la noche anterior seguían afuera.

Abrí la puerta.

Inmediatamente sus cabezas se voltearon hacia mí. Me metí de nuevo a casa tan rápido como pude, mientras sentía que algo me agarraba del tobillo. Sus rostros tenían miradas inexpresivas, sus bocas un poco abiertas y derramaban sangre.

Vi a uno de ellos casi en la entrada de mi casa retirando su brazo que trato de agarrarme. Con un horror que casi hizo que me desmayara, reconocí a mi hermano. Golpeando la puerta, la cerré y regresé a la sala.

La televisión reportaba de una enfermedad que se estaba esparciendo desde Canadá hacia el sur, por todos Estados Unidos. La apagué e inútilmente llamé adentro de la casa para saber si había alguien. No hubo respuesta.

Y así comenzó mi solitaria existencia. Las noticias siguieron por algunos días, antes de que los atraparan. Seguí cometiendo los errores más estúpidos, regresando a casa todas las noches. La electricidad seguía funcionando, supongo que alguien dejó el interruptor encendido en la fábrica. O quizás sólo el norte de Nueva Inglaterra ha sido invadida. No lo sé.

El Internet no sirve, lo cual es algo molesto.

Cuando las noticias todavía se transmitían, los llamaban zombis, regresando a ese viejo estado de espera. Supongo que es algo adecuado. Quiero decir, ellos lo hacen mucho y definitivamente están muertos.

Ellos caminan hasta que sus piernas se pudren, luego se arrastran hasta que literalmente se caen a pedazos. Sin embargo, cuando tienen piernas son muy rápidos. Supongo que así fue cómo atraparon a mi familia. Y a la patrulla que llegó a la casa para ver si había algún sobreviviente.

Eso no era algo divertido de ver cada mañana. Voltearon mi auto mientras lo perseguían, así que estoy atrapado. Nuevamente policías al rescate. Realmente ellos no necesitan comida, así que no terminaron de comerse al pobre tipo. Pero lo desmembraron, es por eso que él no pudo levantarse y unirse a ellos.

Sin embargo, podía oírlo rechinar sus dientes inútilmente. Pero estoy en problemas. Veras, ya no tengo comida en casa. Apenas puedo esperar a que todos vuelvan a morir. He hecho un par de expediciones al centro comercial. Por suerte tengo esa colección de espadas.

Cuando corro, todos son muy lentos y no pueden alcanzarme, pero hay tantos que a veces me llena de pánico. Casi me atrapan la última vez. Tiré la puerta principal para entrar, así que ahora el frió se mete todas las noches, y puedo ver a uno de ellos justo afuera de mi casa, a menos de 5 pies de donde escribo esto.

Uno está a salvo dentro de algún lugar. No me preguntes porque se aborrecen de entrar. Sea lo que sea, la razón me ha mantenido vivo. Desafortunadamente, parecen que ellos saben que hay alguien vivo dentro de la casa. No me preguntes cómo, este tipo afuera de mi casa ni siquiera tiene ojos. Quizás pueda escuchar mi corazón, o pueden oler mi sudor. O sangre.

Me pasé algunos días nombrándolos. Reconocí algunas de las caras, así que les puse sus viejos nombres. La misma multitud ha estado aquí por algunas semanas, lentamente decreciendo en números al pudrirse. Pero nunca se han ido. Afuera hay 79 que solían ser hombres y 63 que solían ser mujeres. Una vez para ver que pasaba, le disparé a uno en la cabeza con nuestra escopeta.

Ya saben, para comprobar el viejo dicho de perder la cabeza a un zombi para matarlo definitivamente era cierto. Así que al final obtuve 79 que solían ser hombres y 62 que solían ser mujeres y que decidieron permanecer en pie después de haber perdido el 80% de su cabeza. Y me queda una bala menos.

Ellos esperan, y yo me estoy volviendo loco. Hablo conmigo constantemente y me comí un peluche la noche anterior. El algodón pasó con dificultad, pero se sintió bien tener algo en el estomago otra vez. No hay árboles que den frutos por aquí, y de cualquier forma es noviembre. Y el agua escasea. El agua dejó de fluir hace 8 días, afortunadamente tengo la bañera y en todas las botellas que pude encontrar antes de que ya no hubiera agua.

Ahora la lámpara está brillando mucho, y estoy escuchando un zumbido. Me pregunto si se va a ir la luz.

Bueno, eso no fue divertido. Pérdida total de energía por 4 días. ¿Alguna vez has intentado dormir en la oscuridad sabiendo que hay algo haya afuera que quiere matarte y hacerte uno de ellos a la primera oportunidad que tengan?

Probablemente hasta donde yo sé, estas cosas están por todas partes. ¿Les mencioné a Herschel, el tipo que está afuera de mi casa? Se le cayó una de las piernas, así que está sentado oliéndola. Gracias a Dios que perdieron todas las funciones cerebrales avanzadas. Estoy seguro de que las almas no están atrapadas en esas cosas, y que esto es enfermedad o lo que sea, tratando de esparcirse por sí misma en la población tanto como pueda.

No sé si lo has notado, lector, pero a los animales no parecen afectarles. Es un pequeño alivio. Por supuesto, mueren si comen la carne, pero no se levantan de nuevo después de morir. Es raro, ¿no lo creen? Me está dando mucha hambre y me estoy desesperando.

Quizás, solo quizás, si recargo la vieja 22 y mato a una ardilla de afuera. ¿Pero como la metería a la casa?

Por otra parte, soy un poco más optimista que tú, quien quiera que seas. La energía no pudo haber regresado de no haber gente allá afuera, tratando de restaurar el orden. Me siento con suerte, es hora de tomar una espada e ir a tirar esto al rió.

Quizás todo esto ya casi termina. Tal vez...

Por otra parte, si es que ya casi acabo.

¿Por qué hay caras nuevas allá afuera?


viernes, 8 de noviembre de 2019

Mothman

Localización: Mundial
Nombre: Mothman, Hombre Buho
Origen: Desconosido
Aspecto: Humanoide
Clasificación: Críptido Alado
Temperamento: Desconocido
Tamaño: 2 a 3 m
Primer Reporte: año 1966 
Población: Desconocida
Lugares de Avistamiento: Point Plaisent (Virginia Occidental); Chihuahua, Mexico; Georgia; Ucrania; Santiago, Chile; 







Información:

Mothman o el Hombre Polilla (también llamado a veces Hombre-Buho) es un críptido caracterizado por poseer una forma antropomorfa y alada, además de una estatura algo mayor de dos metros, según relatan quienes han logrado avistarlo.

Según los relatos recopilados por testigos, este ser de enorme estatura posee unos grandes ojos rojos que parecen estar en una cabeza muy poco definida, que se une inmediatamente al torso y se cubre con una vestimenta o pelaje negro, grandes alas que caen desde sus hombros como una capa, haciéndolo parecer una enorme polilla o Buho. 

Sus apariciones suelen estar ligadas a grandes catástrofes y esta criatura es conocida por ser un "heraldo de desgracias y muerte" (al igual que las Banshee)

La noche del 14/11/1966 fue el primer avistamiento de Mothman en Point Pleasant, Virginia. Por un par de transeuntes que mientras observaban un antiguo deposito de explosivos utilizados en la segunda guerra mundial, pudieron observar a la criatura de 2 metros de altura aproximadamente. Los testigos afirman que la criatura emitió un agudo grito. Jamás se encontraron evidencias de este suceso en búsquedas posteriores. 

Posteriormente sería avistado en 1976 y 1978 por aproximadamente 6 personas, que afirman haberlo divisado en la region de Cornualles en inglaterra donde posteriormente se registro un aumento de actividad Ovni en la zona.

En marzo de 2009, en la ciudad de Chihuahua  fue visto por varias personas de la localidad. Su aparición causó revuelo cuando casi un mes después en México estalló una epidemia de gripe A que causó la muerte de varias personas.

Se habla también que poco antes del desastre nuclear de Pripyat Mothman fue visto en Georgia y alrededores de Ucrania, se comenta que se antepone a los momentos fatídicos.

Desde septiembre de 2013, Mothman ha sido avistado por varias personas en forma separada en la ciudad de Santiago de Chile.​ Él, junto a sus amigos, observó el 29 de septiembre de 2013, a eso de las 20:30 horas, a una enigmática criatura de dos metros y de largas alas, sobrevolando el Parque Bustamante, en la céntrica comuna de Providencia.

Las últimas apariciones documentadas de el Hombre Polilla datan del 2 de mayo de 2017 en Chicagopdonde tres testigos en distintos lugares e independientemente reportaron a un misterioso ser en un lapsus de 4 horas, todos los testigos afirmaron que el enorme ser era semejante a un inmenso Buho, además se reportaron avistamientos OVNI en dicho lugar.

Durante el año 2018 se han reportado avistamientos en chicago sumando más de 55 encuentros en esta zona.





jueves, 7 de noviembre de 2019

Hechos tocantes al difunto Arthur Jermyn y su familia - H. P. Lovecraft

Título Original: Facts Concerning the Late Arthur Jermyn and his Family.
Autor: H. P. Lovecraft.
Nacionalidad: Estados Unidos.
Año de publicación: 1921.

I


La vida es algo espantoso; y desde el trasfondo de lo que conocemos de ella asoman indicios demoníacos que la vuelven a veces infinitamente más espantosa. La ciencia, ya opresiva en sus tremendas revelaciones, será quizá la que aniquile definitivamente nuestra especie humana —si es que somos una especie aparte—; porque su reserva de insospechados horrores jamás podrá ser abarcada por los cerebros mortales, en caso de desatarse en el mundo. Si supiéramos qué somos, haríamos lo que hizo sir Arthur Jermyn, que empapó sus ropas de petróleo y se prendió fuego una noche. Nadie guardó sus restos carbonizados en una urna, ni le dedicó un monumento funerario, ya que aparecieron ciertos documentos, y cierto objeto dentro de una caja, que han hecho que los hombres prefieran olvidar. Algunos de los que le conocían niegan incluso que haya existido jamás.

Arthur Jermyn salió al páramo y se prendió fuego después de ver el objeto de la caja, llegado de África. Fue este objeto, y no su raro aspecto personal, lo que le impulsó a quitarse la vida. Son muchos los que no habrían soportado la existencia, de haber tenido los extraños rasgos de Arthur Jermyn; pero él era poeta y hombre de ciencia, y nunca le importó su aspecto físico. Llevaba el saber en la sangre; su bisabuelo, Sir Robert Jermyn, baronet, había sido un antropólogo de renombre; y su tatarabuelo, sir Wade Jermyn, uno de los primeros exploradores de la región del Congo, y autor de diversos estudios eruditos sobre sus tribus animales, y supuestas ruinas. Efectivamente, sir Wade estuvo dotado de un celo intelectual casi rayano en la manía; su extravagante teoría sobre una civilización congoleña blanca le granjeó sarcásticos ataques, cuando apareció su libro, Reflexiones sobre las diversas partes de África. En 1765, este intrépido explorador fue internado en un manicomio de Huntingdon.

Todos los Jermyn poseían un rasgo de locura, y la gente se alegraba de que no fueran muchos. La estirpe carecía de ramas, y Arthur fue el último vástago. De no haber sido así, no se sabe qué habría podido ocurrir cuando llegó el objeto aquel. Los Jermyn jamás tuvieron un aspecto completamente normal; había algo raro en ellos, aunque el caso de Arthur fue el peor, y los viejos retratos de familia de la Casa Jermyn anteriores a sir Wade mostraban rostros bastante bellos. Desde luego, la locura empezó con sir Wade, cuyas extravagantes historias sobre África hacían a la vez las delicias y el terror de sus nuevos amigos. Quedó reflejada en su colección de trofeos y ejemplares, muy distintos de los que un hombre normal coleccionaría y conservaría, y se manifestó de manera sorprendente en la reclusión oriental en que tuvo a su esposa. Era, decía él, hija de un comerciante portugués al que había conocido en África, y no compartía las costumbres inglesas. Se la había traído, junto con un hijo pequeño nacido en África, al volver del segundo y más largo de sus viajes; luego, ella le acompañó en el tercero y último, del que no regresó. Nadie la había visto de cerca, ni siquiera los criados, debido a su carácter extraño y violento. Durante la breve estancia de esta mujer en la mansión de los Jermyn, ocupó un ala remota, y fue atendida tan sólo por su marido. Sir Wade fue, efectivamente, muy singular en sus atenciones para con la familia; pues cuando regresó de Africa, no consintió que nadie atendiese a su hijo, salvo una repugnante negra de Guinea. A su regreso, después de la muerte de lady Jermyn, asumió él enteramente los cuidados del niño.

Pero fueron las palabras de sir Wade, sobre todo cuando se encontraba bebido, las que hicieron suponer a sus amigos que estaba loco. En una época de la razón como e! siglo XVIII, era una temeridad que un hombre de ciencia hablara de visiones insensatas y paisajes extraños bajo la luna del Congo; de gigantescas murallas y pilares de una ciudad olvidada, en ruinas e invadida por la vegetación, y de húmedas y secretas escalinatas que descendían interminablemente a la oscuridad de criptas abismales y catacumbas inconcebibles. especialmente, era una temeridad hablar de forma delirante de los seres que poblaban tales lugares: criaturas mitad de la jungla, mitad de esa ciudad antigua e impía... seres que el propio Plinio habría descrito con escepticismo, y que pudieron surgir después de que los grandes monos invadiesen la moribunda ciudad de las murallas y los pilares, de las criptas y las misteriosas esculturas. Sin embargo, después de su último viaje, sir Wade hablaba de esas cosas con estremecido y misterioso entusiasmo, casi siempre después de su tercer vaso en el Knight’s Head, alardeando de lo que había descubierto en la selva y de que había vivido entre ciertas ruinas terribles que él sólo conocía. Y al final hablaba en tales términos de los seres que allí vivían, que le internaron en el manicomio. No manifestó gran pesar, cuando le encerraron en la celda enrejada de Huntingdon, ya que su mente funcionaba de forma extraña. A partir de! momento en que su hijo empezó a salir de la infancia, le fue gustando cada vez menos el hogar, hasta que últimamente parecía amedrentarle. El Knight’s Head llegó a convertirse en su domicilio habitual; y cuando le encerraron, manifestó una vaga gratitud, como si para él representase una protección. Tres años después, murió.

Philip, el hijo de Wade Jermyn, fue una persona extraordinariamente rara. A pesar del gran parecido físico que tenía con su padre, su aspecto y comportamiento eran en muchos detalles tan toscos que todos acabaron por rehuirle. Aunque no heredó la locura como algunos temían, era bastante torpe y propenso a periódicos accesos de violencia. De estatura pequeña, poseía, sin embargo, una fuerza y una agilidad increíbles. A los doce años de recibir su título se casó con la hija de su guardabosque, persona que, según se decía, era de origen gitano; pero antes de nacer su hijo, se alistó en la marina de guerra como simple marinero, lo que colmó la repugnancia general que sus costumbres y su unión habían despertado. Al terminar la guerra de América, se corrió el rumor de que iba de marinero en un barco mercante que se dedicaba al comercio en Africa, habiendo ganado buena reputación con sus proezas de fuerza y soltura para trepar, pero finalmente desapareció una noche, cuando su barco se encontraba fondeado frente a la costa del Congo.

Con el hijo de sir Philip Jermyn, la ya reconocida peculiaridad familiar adoptó un sesgo extraño y fatal. Alto y bastante agraciado, con una especie de misteriosa gracia oriental pese a sus proporciones físicas un tanto singulares, Robert Jermyn inició una vida de erudito e investigador. Fue el primero en estudiar científicamente la inmensa colección de reliquias que su abuelo demente había traído de Africa, haciendo célebre el apellido en el campo de la etnología y la exploración. En 1815, sir Robert se casó con la hija del séptimo vizconde de Brightholme, con cuyo matrimonio recibió la bendición de tres hijos, el mayor y el menor de los cuales jamás fueron vistos públicamente a causa de sus deformidades físicas y psíquicas. Abrumado por estas desventuras, el científico se refugió en su trabajo, e hizo dos largas expediciones al interior de Africa. En 1849, su segundo hijo, Nevil, persona especialmente repugnante que parecía combinar el mal genio de Philip Jermyn y la hauteur de los Brightholme, se fugó con una vulgar bailarina, aunque fue perdonado a su regreso, un año después. Volvió a la mansión Jermyn, viudo, con un niño, Alfred, que sería con el tiempo padre de Arthur Jermyn.

Decían sus amigos que fue esta serie de desgracias lo que trastornó el juicio de Sir Robert Jermyn; aunque probablemente la culpa estaba tan sólo en ciertas tradiciones africanas. El maduro científico había estado recopilando leyendas de las tribus onga, próximas al territorio explorado por su abuelo y por él mismo, con la esperanza de explicar de alguna forma las extravagantes historias de sir Wade sobre una ciudad perdida, habitada por extrañas criaturas. Cierta coherencia en los singulares escritos de su antepasado sugería que la imaginación del loco pudo haber sido estimulada por los mitos nativos. El 19 de octubre de 1852, el explorador Samuel Seaton visitó la mansión de los Jermyn llevando consigo un manuscrito y notas recogidas entre los onga, convencido de que podían ser de utilidad al etnólogo ciertas leyendas acerca de una ciudad gris de monos blancos gobernada por un dios blanco. Durante su conversación, debió de proporcionarle sin duda muchos detalles adicionales, cuya naturaleza jamás llegará a conocerse, dada la espantosa serie de tragedias que sobrevinieron de repente. Cuando sir Robert Jermyn salió de su biblioteca, dejó tras de sí el cuerpo estrangulado del explorador; y antes de que consiguieran detenerle, había puesto fin a la vida de sus tres hijos: los dos que no habían sido vistos jamás, y el que se había fugado. Nevil Jermyn murió defendiendo a su hijo de dos años, cosa que consiguió, y cuyo asesinato entraba también, al parecer, en las locas maquinaciones del anciano. El propio sir Robert, tras repetidos intentos de suicidarse, y una obstinada negativa a pronunciar un solo sonido articulado, murió de un ataque de apoplejía al segundo año de su reclusión.

Sir Alfred Jermyn fue baronet antes de cumplir los Cuatro años, pero sus gustos jamás estuvieron a la altura de su título. A los veinte, se había unido a una banda de músicos, y a los treinta y seis había abandonado a su mujer y a su hijo para enrolarse en un circo ambulante americano. Su final fue repugnante de veras. Entre los animales del espectáculo con el que viajaba, había un enorme gorila macho de color algo más claro de lo normal; era un animal sorprendentemente tratable y de gran popularidad entre los artistas de la compañía. Alfred Jermyn se sentía fascinado por este gorila, y en muchas ocasiones los dos se quedaban mirándose a los ojos largamente, a través de los barrotes. Finalmente, Jermyn consiguió que le permitiesen adiestrar al animal asombrando a los espectadores y a sus compañeros con sus éxitos. Una mañana, en Chicago, cuando el gorila y Alfred Jermyn ensayaban un combate de boxeo muy ingenioso, el primero propinó al segundo un golpe más fuerte de lo habitual, lastimándole el cuerpo y la dignidad del domador aficionado. Los componentes de «El Mayor Espectáculo del Mundo» prefieren no hablar de lo que siguió. No se esperaban el grito escalofriante e inhumano que profirió sir Alfred, ni verle agarrar a su torpe antagonista con ambas manos, arrojarle con fuerza contra el suelo de la jaula, y morderlo furiosamente en su peluda garganta. Había cogido al gorila desprevenido; pero éste no tardó en reaccionar; y antes de que el domador oficial pudiese hacer nada, el cuerpo que había pertenecido a un baronet había quedado irreconocible.

martes, 5 de noviembre de 2019

La Bestia en la Cueva - H. P. Lovecraft

Título Original: The Beast in the Cave.
Autor: H. P. Lovecraft.
Nacionalidad: Estados Unidos.
Año de publicación: 1918.

La Bestia en la Cueva


La horrible conclusión que había ido gradualmente imponiéndose en mi mente confundida y reacia resultaba ahora de una espantosa certeza. Estaba perdido, completa y descorazonadoramente perdido en las vastas y laberínticas profundidades de la cueva Mammoth. Hacia donde me volviese, por más que forzase la vista no lograba distinguir nada que pudiera servirme de pista para encontrar el camino de salida. Mi intelecto ya no albergaba dudas sobre que nunca más llegaría a contemplar la bendita luz del día, ni a deambular por las amables colinas y valles del hermoso mundo exterior. La esperanza se había esfumado. Pero, condicionado como estaba por una vida de estudios filosóficos, obtuve no poca satisfacción de mi desapasionada postura; ya que aunque había leído suficiente acerca del salvaje frenesí que acomete a las víctimas de sucesos similares, yo no experimenté nada parecido, sino que mantuve la calma apenas descubrí que me había perdido.

Tampoco el pensamiento de haber errado más allá del alcance de una búsqueda normal me hizo ni por un momento perder la calma. Si había de morir, reflexionaba, entonces esta caverna terrible pero majestuosa me resultaría un sepulcro tan grato como el que pudiera brindarme un camposanto; una idea que me provocaba tranquilidad antes que desesperación.

La muerte por inanición sería mi destino; de eso estaba convencido. Yo sabía que algunos habían enloquecido en similares circunstancias, pero sentía que tal no sería mi fin. Mi desgracia no era fruto sino de mi propia voluntad, ya que, a escondidas del guía, me había despegado voluntariamente del grupo visitante y, deambulando cerca de una hora a través de las prohibidas galerías de la cueva, me había encontrado luego incapaz de desandar los intrincados vericuetos recorridos tras abandonar a mis compañeros.

Mi antorcha comenzaba ya a flaquear y pronto me hallaría sumido en la negrura total y casi palpable de las entrañas de la tierra. Mientras permanecía al resplandor de la menguante y temblorosa luz, especulé ocioso sobre las circunstancias exactas en que se produciría mi cercano fin. Recordé las historias sobre la colonia de tuberculosos que, habiéndose instalado en esta gigantesca gruta buscando la salud en su temperatura uniforme y suave, su aire puro y su pacífica tranquilidad, habían, sin embargo, muerto en circunstancias extrañas y terribles. Yo había mirado los tristes restos de sus chozas destartaladas al pasar con el grupo, preguntándome qué antinatural efecto podría lograr una larga estancia en esta caverna inmensa y silenciosa sobre alguien como yo, saludable y vigoroso. Ahora, me dije tétricamente, había llegado la ocasión de comprobar tal respecto, a no ser que la falta de comida acelerase mi tránsito.

Según se esfumaban en la oscuridad los últimos e intermitentes resplandores de mi antorcha, resolví no dejar piedra sobre piedra, ni desdeñar cualquier posible medio de escapar; así que prorrumpí en una sucesión de gritos tremendos, a pleno pulmón, con la vana esperanza de llamar la atención del guía. Sin embargo, mientras vociferaba, tuve la sensación de que mis gritos resultaban un despropósito, y que mi voz, aumentando y reverberando por las innumerables paredes del negro laberinto circundante, no llegaba a otros oídos que los míos. Sin embargo, a una, mi atención se volvió sobresaltada hacia un sonido de suaves pasos que imaginé escuchar acercándoseme sobre el suelo rocoso de la cueva. ¿Era inminente mí salvación? ¿No habían sido entonces todos mis horribles temores otra cosa que naderías, y el guía, habiéndose percatado de mi inexplicable ausencia, había seguido mi rastro, buscándome a través de este laberinto calcáreo. Mientras aquellas preguntas felices brotaban en mi interior, estuve a punto de reanudar mis gritos para acelerar mi descubrimiento; pero en un instante mi alegría se trocó en horror al volver a escuchar, ya que mis siempre agudos oídos, ahora afinados aún más por el completo silencio de la cueva, dieron a mi entumecido entendimiento la inesperada y espantosa certeza de que aquellas pisadas no sonaban como las de un ser humano. En la quietud ultraterrena de esa subterránea región, la aparición del guía con su calzado hubiera resultado como una serie de golpes claros e incisivos. Aquellos sonidos eran blandos y sigilosos, como los que podrían producir las zarpas almohadilladas de un felino. Además, a veces, escuchando cuidadosamente, me parecía distinguir el paso no de dos, sino de cuatro pies.

Ahora ya estaba convencido de que mis gritos habían despertado y atraído a alguna bestia salvaje, quizás un puma extraviado por accidente en el interior de la cueva. Quizás, reflexioné, el Todopoderoso me había designado una muerte más rápida y misericordiosa que el hambre. Aunque el instinto de conservación, nunca apagado por completo, se conmovió en mi ser y, a pesar de que evitar el peligro que se acercaba podía depararme un final más largo e inclemente, me dispuse, sin embargo, a vender la vida lo más cara posible. Por extraño que pueda parecer, mi mente no concebía otra intención en el visitante que la de una clara hostilidad. En consecuencia, permanecí inmóvil, esperando que la bestia desconocida, a falta de un sonido que la guiase, perdiese mi dirección y pasase de largo. Pero esa esperanza iba a revelarse infundada, ya que aquellas extrañas pisadas avanzaban implacables; sin duda, el animal me olfateaba y, en una atmósfera tan absolutamente limpia de cualquier influencia contaminante como resulta la de una cueva, podía sin duda seguirme hasta gran distancia.

Por consiguiente, viendo que debía armarme para defenderme de un extraño e invisible ataque en la oscuridad, tanteé en busca de los mayores de entre los fragmentos de roca dispersos por doquier en el suelo de la caverna circundante y, empuñando uno en cada mano, listos para ser usados, esperé resignado los inevitables sucesos. Mientras, el odioso paso de garras se acercaba. La conducta de esa criatura era realmente extraña. Casi todo el tiempo, los movimientos parecían propios de un cuadrúpedo, moviéndose con una curiosa descoordinación entre miembros delanteros y traseros; y, sin embargo, durante algunos pocos y cortos intervalos, me pareció que caminaba sobre dos patas tan sólo. Me pregunté qué clase de animal tenía delante; debía tratarse, suponía, de alguna infortunada bestia que había pagado la curiosidad de indagar a las puertas de la temible gruta con una reclusión de por vida en esas interminables profundidades. Sin duda, se alimentaba de peces ciegos, murciélagos y ratas de la cueva, así como de los peces comunes que nadan en los manantiales del río Verde, el cual comunica por vías ocultas con las aguas de la caverna. Llené mi terrible espera haciendo grotescas conjeturas sobre los efectos que una vida cavernaria pudieran haber causado sobre la estructura física de la bestia, recordando las espantosas apariencias que la tradición local achacaba a los tuberculosos muertos tras una larga residencia en la cueva. Entonces, con un sobresalto, recordé que, aun en el caso de lograr matar a mi antagonista, nunca llegaría a contemplar su apariencia, dado que mi antorcha se había extinguido hacía tiempo y no tenía encima ni una cerilla. La tensión mental se volvía ahora espantosa. Mi imaginación desbocada conjuraba formas odiosas y temibles en la siniestra oscuridad circundante, que parecían ya casi presionarme. Las espantosas pisadas se acercaban, cerca, más cerca. Creo que debí lanzar un grito, aunque de haber sido en verdad tan timorato como para hacerlo, mi voz apenas debió responderme. Estaba petrificado, clavado al sitio. Dudaba de que mi brazo derecho me respondiera lo bastante como para disparar sobre el ser llegado el momento crucial. El inexorable, pat, pat, de pisada está al alcance de la mano, ya muy cerca. Podía oír el trabajoso resuello del animal, y, aterrorizado como estaba, aún llegué a comprender que venía de muy lejos y estaba por tanto fatigado. Repentinamente se rompió el maleficio. Mi brazo derecho, guiado por mi siempre fiable oído, lanzó con todas sus fuerzas el pedazo de caliza, de bordes agudos, que sostenía, impulsándolo hacia el lugar de la oscuridad de donde provenían resuello y pisadas; y, por increíble que parezca, estuvo a punto de alcanzar su objetivo, ya que escuché brincar al ser, yendo a cierta distancia y pareciendo detenerse allí.

Reajustando el tiro, lancé el segundo proyectil, esta vez con mejores resultados, ya que lleno de alegría oí cómo la criatura caía de una forma que sonaba a desplome, quedando sin lugar a dudas tendida e inmóvil. Casi desbordado por el tremendo alivio consiguiente, me recosté tambaleándome contra la pared. El resuello proseguía, pesado, boqueando inhalaciones y exhalaciones; así que comprendí que no había hecho otra cosa que herir a la criatura. Y cualquier deseo de examinar al ser se esfumó. Por fin, algo semejante al miedo ultraterreno y supersticioso se alojó en mi cerebro y no me aproximé al cuerpo, ni seguí cogiendo hiedras para rematarlo. En vez de eso, eché a correr tan rápido como pude y, tanto como me lo permitía mi frenético estado, por donde había llegado. Bruscamente escuché un sonido o, mejor, una sucesión regular de sonidos. Al instante siguiente se habían convertido en un golpeteo claro y metálico. Ahora no había duda. Era el guía. Y entonces grité, chillé, vociferé, incluso aullé de alegría contemplando en los techos abovedados la luminosidad débil y resplandeciente que yo sabía era el reflejo del brillo de una antorcha aproximándose. Corrí al encuentro del resplandor y, antes de comprender del todo lo que hacía, estaba a los pies del guía, abrazándole las botas, balbuceando a pesar de mi reserva ostentosa de una forma que resultaba de lo más insensata y estúpida, barbotando mi terrible historia y, a la vez, aturullando a mi oyente con mis demostraciones de gratitud. El guía había notado mi ausencia cuando el grupo volvió a la entrada de la cueva y, llevado por su intuitivo sentido de la orientación, había procedido a realizar una exploración exhaustiva de los pasadizos frente a los que me viera por última vez, localizando mi paradero tras una búsqueda de unas cuatro horas.

Cuando me lo hubo contado, yo, envalentonado por la luz de su antorcha y por su compañía, comencé a pensar en la extraña bestia a la que había herido unos metros más atrás, en la oscuridad, y sugerí que fuéramos a ver, con ayuda del hacha, qué clase de criatura había yo abatido. Así que me volví sobre mis pasos, esta vez con un valor que nacía del estar acompañado, hasta el escenario de mi terrible experiencia. Pronto descubrimos un cuerpo blanco en el suelo, más blanco aún que la propia caliza resplandeciente. Avanzando con precaución, prorrumpimos en simultáneas exclamaciones de asombro, ya que de todos los monstruos antinaturales que pudiéramos haber contemplado en nuestra vida, éste resultaba con mucho el más extraño. Parecía ser un mono antropoide de grandes dimensiones, escapado quizás de algún circo ambulante. Su pelaje era blanco como la nieve, debido sin duda a la acción decolorante de una larga existencia en los recintos negros como la tinta de la cueva, pero asimismo aquel pelo era sorprendentemente ralo, faltando por doquier, excepto en la cabeza, donde era tan largo y abundante que caía sobre sus hombros en profusión considerable. El rostro permanecía oculto, ya que la criatura estaba boca abajo. El ángulo de los miembros era también muy singular, explicando empero la alteración de uso que yo antes notara y por la cual la bestia empleaba unas veces cuatro zarpas para desplazarse y otras sólo dos. Las manos o pies no eran prensiles, algo que atribuí a su larga estancia en la cueva que, como antes dije, parecía probada por aquella blancura completa y casi ultraterrena tan característica de toda su anatomía. No parecía dotada de cola.

La respiración se había vuelto ahora sumamente débil, y el guía había empuñado su pistola con la evidente intención de rematar a la criatura, cuando un inesperado sonido lanzado por esta última le hizo abatir el arma sin usarla. Aquel sonido era de naturaleza difícil de explicar. No era como los tonos normales que emiten las especies de simios conocidas, y me pregunté si aquella cualidad antinatural no sería el fruto de una larga estancia en silencio total, roto al fin por la sensación provocada por la llegada de luz, algo que la bestia no había visto desde su llegada a la cueva. El sonido, que de lejos puede definirse como una especie de profundo charloteo, proseguía débilmente. De repente, un fugaz espasmo de energía pareció estremecer el cuerpo de la bestia. Las zarpas se movieron convulsivamente y los miembros se contrajeron. Con un espasmo, el cuerpo blanco rodó hasta que el rostro giró en nuestra dirección. Por un instante me vi tan abrumado por lo que mostraban aquellos ojos, que no vi nada más. Eran negros, esos ojos; profundos, tremendamente negros, contrastando espantosamente con la nívea blancura de cabello y carnes. Como en otros moradores de cavernas, estaba profundamente hundidos en las órbitas y carecían completamente de iris. Mirando más detenidamente, vi que se encontraban en un rostro que era menos prognato que el de cualquier mono normal e infinitamente más peludo. La nariz era bastante distinta.

Mientras observábamos la extraña visión que teníamos ante los ojos, los gruesos labios se abrieron y brotaron algunos sonidos, tras lo cual el ser se relajó y murió.

El guía se aferró a la manga de la chaqueta, temblando con tanta violencia que la luz se estremeció espasmódicamente, proyectando sombras extrañas y móviles sobre los muros de alrededor.

Yo no hice gesto, sino que permanecí envaradamente quieto, los ojos espantados fijos sobre el suelo de delante.

Y entonces se disipó el miedo, suplantado por asombro, espanto, comprensión y reverencia, ya que los sonidos lanzados por la figura herida que yacía sobre el suelo calcáreo nos habían susurrado la terrible verdad. La criatura que yo había matado, la extraña bestia de la inexplorada caverna, era o había sido en tiempos, ¡¡¡un HOMBRE!!!