Lo había conocido en Facebook. Parecía un buen tipo, su foto de perfil no mostraba mucho, más allá de unos ojos azules cuya expresión no podía descifrar. Tampoco tenía demasiadas fotos en su perfil. Misterioso y evasivo, así era como Madison describía a Ted Perkins, joven de 21 años residente en Arizona. Lo único que esperaba era que no se tratara de un viejo gordo y pervertido que se hiciera pasar por un muchacho. Eso sería patético.
¿Cuándo vas a dejar que te vea?, le escribió en la pequeña ventana del chat que se despegó en la esquina inferior de su pantalla. Ted se tardó en responder. Como de costumbre.
¿Para qué quieres verme?
Solo curiosidad, hemos estado hablando durante más de tres meses, le respondió Madison, riendo para sus adentros.
Aunque existiera la posibilidad de que Ted fuera en realidad viejo y gordo, debía admitir que su charla siempre era interesante, la hacía reír y también sentir en confianza. Lo suficiente como para contarle cosas sobre su vida. Cosas como su horario de la escuela, el instituto al que asistía y como era su casa ubicada en un pequeño suburbio, donde nunca pasaba nada.
¿De verdad te gustaría verme?, le preguntó Ted.
Pues claro bobo, ¡si llevo pidiéndotelo desde hace semanas!, le contestó ella, rodando los ojos. Había que ver que el chico a veces le daba demasiadas vueltas al asunto.
¿No serás un viejo pervertido que trata de engañarme, no?, le insistió, en broma, mientras reía echada sobre el edredón rosa de su cama.
Pasaron cinco minutos sin que Ted respondiese. Madison se había dedicado a comentar las fotos de sus amigas, cuando el chat volvió a parpadear. Su amigo virtual había escrito tres simples palabras.
Te estoy mirando.
Sí, claro, replicó ella, tomándoselo a broma.
Es en serio. Puedo verte.
Vale, ¿qué llevo puesto?
Madison sonrió socarronamente y le dio a la foto de la borrachera que Tammy se había pegado la semana pasada. Si sus padres se enteraran, seguro la dejaban sin salir el resto de su vida. Volvió a mirar el chat y la respuesta de Ted la congeló.
Un top celeste y unos shorts con lunares verdes.
Por un instante, Madison se incorporó y miró hacia todas partes, nerviosa. Vale, siempre cabía la posibilidad de que Ted hubiera adivinado, aunque fue muy específico en los detalles de su prenda inferior.
¿Hackeaste mi cámara web?, escribió, enojada.
Te estoy mirando.
Esto no es gracioso.
Madison bufó. El muy idiota le había hackeado la computadora, era la única explicación. No volvería a confiar en él.
El sonido de un celular hizo eco en el dormitorio. Excepto que no era su teléfono... Madison lo tenía a un lado y ni siquiera estaba encendido. Un escalofrío le recorrió la columna cuando el ruido volvió a repetirse. Miró hacia su armario. Lentamente, se puso de pie y alargó la mano para abrir la puerta. Pero alguien más la abrió desde dentro.
Un tipo con una máscara de cabra la miró desde adentro.
—Sorpresa, Madison.
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