Había sido un largo día de invierno, estaba decidida a ver la TV hasta dormir. Debido al clima, nuestro sistema de cable tenía muchas interferencias, así que decidí ver un canal local. No había nada interesante, solo noticias, pero una en especial llamó la atención de mis padres, y la mía también. Al ver la primera imagen, mis ojos se llenaron de lágrimas instantáneamente.
En nuestra ciudad, las calles se congelan debido a las bajas temperaturas. Los accidentes de tráfico abundan aquí, ya era algo habitual, pero… las cosas cambian cuando es un ser querido quien está bajo los escombros.
Comenzó a llover, a montones, mientras escuchábamos el reportaje y las lágrimas comenzaban a caer.
Según el reportero, en la tarde, hubo un accidente en la avenida principal. Reconocí esa motocicleta, era la de mi hermano Daniel. Él se había peleado con mis padres esa tarde, así que salió de la casa, se subió a su motocicleta y arrancó, a toda velocidad.
Tuve un mal presentimiento, pero no le di importancia, ellos siempre peleaban.
Entonces, el teléfono sonó; mis padres lo cogieron rápidamente. Era la policía llamando para que fueran a recoger el cuerpo de mi hermano, quien tuvo un horrible accidente por ir a exceso de velocidad. Comencé a llorar, no podía parar, el dolor me carcomía viva. Quería ir con ellos, pero ellos me dijeron que no. Que no estaba preparada para algo así.
Me quedé sola. No podía con el dolor: mi hermano, la única persona a la que podía contarle todo, mi confidente, mi protector, ahora estaba… muerto. Subí a mi cuarto, comencé a ver nuestras fotos; vaya manera de torturarme, pero, a pesar de todo, sentía alivio de alguna forma. Verlo a él, sonriente, cargándome en su espalda como siempre lo hacía, me hacía pensar que, en donde sea que estuviera, se fue con buenos recuerdos, a pesar de la pelea. Sus peleas con mamá eran algo recurrente, siempre peleaban. Él siempre se iba, a toda velocidad, y regresaba al anochecer. Era su forma de bajar su enojo, le encantaba la velocidad. Mi mamá aprovechaba esos ratos libres para escribir, eso la ayudaba. Cuando era de noche y ambos se reencontraban, se abrazaban y se disculpaban. Tristemente, hoy no fue así; pero yo lo sé, si esto no hubiera sucedido, ese abrazo, esa disculpa, todo habría tenido lugar esta noche, y él lo sabía.
Dieron las dos de la mañana y mis padres no regresaban, yo estaba muy preocupada. Mi corazón se aceleraba y mis lágrimas no paraban de salir cada vez que pensaba en lo acontecido. Intentaba calmarme, intentaba dormir. «¿Y si todo es un sueño?», pensé, pero era la realidad. Mis pensamientos me comían viva. Intentaba relajarme, el lugar del accidente no estaba tan cerca. «Quizá por eso tardan tanto, hay que cruzar esa horrible carretera para llegar a la avenida principal», pensé. Cuando miré el reloj nuevamente, ya eran las 2:30 a.m., y justo en medio del silencio, el timbre sonó.
Bajé corriendo, pues afuera llovía, parecía un diluvio.
Tropecé mientras bajaba las escaleras; a veces solía ser muy torpe. Pero me levanté, sin dolor alguno, y seguí corriendo hasta la puerta.
Cuando la abrí, mi sorpresa fue enorme. No sabía qué decir, ni qué hacer; estaba en shock.
—¿Ma… Mamá? ¿Papá? ¿Daniel? ¿Qué sucedió? —pregunté. Estaba sorprendida, pero ellos no respondieron, solo se quedaron allí, inmóviles—. ¿Dany? ¿Estás bien?
—Sí, hermanita. Tranquila, todo está bien —respondió. Su voz se escuchaba más serena, muy diferente.
—¿Papá? ¿Có… Cómo…? —tartamudeaba. Estaba nerviosa, confundida.
—Estaba tendido en el pavimento, tuvimos suerte de poder traerlo —respondió mi padre. Todo se estaba tornando muy extraño.
—Ya basta de preguntas, cariño, es hora de irnos, hemos venido hasta aquí por ti. Estaremos de nuevo todos juntos, en familia, sé que nos has estado esperando —dijo mi madre. No entendía nada.
—¡¿De qué están hablando?! —grité, al mismo tiempo en el que la TV se encendió.
Estaban transmitiendo una noticia, otro accidente más. El reportero decía que hubo un terrible accidente en la congelada Carretera 86. Un tráiler perdió el control y se estrelló contra una Toyota Highlander que iba en exceso de velocidad. Las dos personas que iban en la Toyota perdieron la vida, mientras que el conductor del tráiler resultó con heridas menores. Las víctimas fueron identificadas como Harold y Katherine Robertson. La cara del reportero cambió, cuando por radio le dijeron que ellos eran los padres de Daniel Robertson, otra persona que había muerto por un accidente de tráfico esa misma tarde. En ese momento pude entenderlo casi todo.
—¿Ustedes están muertos? —fue lo único que logré decir.
—Así es, Jes. Ahora es tiempo de irnos, hay mucho por recorrer, hermanita —dijo Daniel. Quería llorar, pero las lágrimas no salían.
—¡Yo no quiero morir todavía! —grité. Estaba muy asustada.
—Cariño, no te llevaríamos si no estuvieras muerta todavía —respondió mi madre, al mismo tiempo que señalaba a las escaleras.
Volteé, y todo comenzaba a tomar sentido. Estaba allí, tendida en el suelo. Mi cabeza estaba abierta, sangrando, en el filo del último escalón. No pude soltar ni una palabra, tampoco pude llorar, realmente no podía sentir nada. Mi cuerpo estaba a unos metros de mí. Pálido, sin moverse; era una pesadilla. Después de eso, mi madre me dijo que era hora de irnos. Mi hermano hizo lo de siempre, se dio la vuelta y yo me subí a su espalda. Pude ver la felicidad en su rostro, pues estábamos todos juntos de nuevo, listos para vivir una nueva vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario