Hace muchos siglos existía un pequeño pueblo en la mitad de la nada, éste tenía una población gigante y lo más importante, un rey.
El nombre del rey no ha sido recordado, pero se dice que fue una persona “devoradora”, posiblemente debido a que además de gobernar el lugar como si fuera un juego, se devoraba la mayoría de la comida que ya no podrían comer los pobres.
Muchos de los recursos no llegaron a durar para los tiempos fuertes por lo que el pueblo y el rey se quedaron sin nada. Fue entonces cuando sin despeinarse, mandó a que buscaran “carne” y otros alimentos para sobrevivir a la escasez que tenían. La búsqueda duró dos semanas, no encontraron nada, los otros pueblos estaban también en escasez de recursos; todo estaba perdido.
Las personas del pueblo comenzaron a debilitarse y a enloquecer, los habitantes destruían, se agredían y estaban dispuestos a cualquier cosa para no morir. El único que no parecía desesperado era el rey ya que aunque no encontraran comida en otro lugar, siempre le encontrarían una solución.
Mientras todo se venía abajo, varias personas fueron desapareciendo misteriosamente sin dejar un rastro o un indicio de su paradero. Pero para el rey ya había una solución, solamente para él había carne y no se tardó un segundo en meditar de donde provenía.
El rey permanecía en su trono esperando la comida, los animales entraron a la cocina, fueron asesinados, faenados y convertidos en el valioso producto.
Desfilaban los sirvientes con platos, cubiertos y en una bandeja de oro, la carne.
El gobernante comenzó a comer: devoraba, desgarraba, rompía y tragaba el líquido rojo que emanaba de su banquete, hasta quedar completamente sucio con esta sustancia.
Los sirvientes comenzaron a retirar los huesos y restos de los animales, mientras que el rey salía feliz y satisfecho del comedor. Al terminar uno de los mozos no pudo evitar preguntarle a su compañero:
—Te puedo hacer una pregunta ¿Que comió exactamente el rey?— preguntó.
—Carne— Respondió un joven que limpiaba detrás de la mesa.
—¿Carne? ¿cómo que carne? en este pueblo nunca ha habido animales— agregó asustado el muchacho.
—No lo sé, aunque me preocupa que los mendigos no hayas salido aún de la cocina.
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