martes, 16 de julio de 2019

#042 El Holder de la Estrella

En cualquier ciudad, en cualquier país, ve a alguna institución mental u hospital al que puedas llegar por tus propios medios, pregúntale al hombre del escritorio por quien se hace llamar a sí mismo "El Portador de la Estrella", por algunos segundos verás como el trabajador te mira con desprecio, si él no logra ver la resolución en tu corazón comenzará a reír con arrogancia, si esto pasa huye o los guardias te atraparán y te encerrarán en un pequeño cuarto, en el cual tu destino será escuchar esa risa una y otra vez hasta el día de tu muerte. Si por el contrario ve la determinación en ti, se pondrá de pie y te guiará por un pasillo hasta detenerse frente a una vieja puerta él te dará la llave y se irá sin decir nada. Con la llave en la mano introdúcela en la cerradura y gira, no está cerrado.

Detrás de la puerta, en lugar de una celda hay un pasillo con poca luz debes entrar cerrando la puerta detrás de ti. Mientras recorres el pasillo escucharás risas de niños que juegan, voces extranjeras y cantos de monjes los cuales progresivamente se convierten en maldiciones mientras que los niños que antes reían ahora gritan, estarás a salvo en la medida que esos terribles sonidos sean audibles, pero si tu coraje oscila o el más mínimo temor se apodera de ti en ese corredor, los ruidos se detendrán y si eso pasa debes cerrar los ojos y rezar para que la criatura que acaba de despertar se lleve tu vida en el primer bocado. 

Si sobrevives deberás llegar a una pequeña puerta cerrada, las luces se apagarán a tu alrededor hasta que solo puedas ver la puerta, cuando todo sea obscuridad usa la llave que te dieron y abre la puerta, entrarás a una pequeña celda negra donde hay un hombre encapuchado con túnica roja, el sostiene una vela y mantiene los ojos cerrados mientras canta, se encuentra sentado en medio de un pentáculo dibujado en roja y brillante sangre.

El hedor que produce te hará querer vomitar, pero no deberías hacer más que eso, antes el hombre era una roca humeante. No mires directamente la roca por mucho tiempo o el ardor de la piedra envolverá tu mente y enviará tu cuerpo a arder por la eternidad. Debes mirar la vela y escuchar al anciano.

El sólo responde una pregunta "¿Qué se debe hacer para completar su tarea?". El hombre dejará de cantar y te dirá cinco nombres y cinco preguntas, luego te dice que debes averiguar tu mimo a qué nombre corresponde cada interrogante. Luego el frotará la sangre del pentáculo con su dedo y dibujará una formula, una llave, mas un libro, mas una pluma, mas una palabra garabateada ilegible debes producir un libro con tres óvalos dibujados a su alrededor. El se reirá con ganas y regresará a su asiento, te entregará una piedra ardiente y desde detrás de su túnica sacará un corazón aún latiendo, el cual aplastará con su mano hasta extraer de su interior una hermosa pluma estilográfica la cual te dará. Al mirar atrás encontrarás al anciano muerto con una serena expresión en su rostro, dale el honor de volver al otro mundo con los ojos cerrados ya que éste era el Portador y su aspecto te pudo engañar. Si vuelves a tocarlo te convertirás en un monje maldito para la eternidad, en un momento todo se oscurecerá y te encontrarás nuevamente fuera del hospital.´

Te darás cuenta de que el lápiz no requiere tinta y que esta nunca apesta, notarás que es tu propia sangre la que se drena a través del la pluma al papel. Jamás permitas que este objeto sea destruido o tendrás una horrible y dolorosa muerte. Cada vez que sostengas este objeto escucharás susurros y cantos hasta que mueras o hagas su voluntad.

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Esta pluma es el objeto 42 de 538, te obligará a escribir el tomo maldito con tu propia sangre, hacer esto es una locura, es tu desición continuar con el trabajo o destruir su chance de volver a reunirse...

Nina the Killer

Extraños asesinatos, sin explicación ni pistas del culpable, se han multiplicado tras varios meses. Se tenía bajo sospecha al asesino que se había investigado tiempo atrás, pero se encontró un testigo que asegurada haber sido atacado por un asesino distinto a Jeffry Woods. Aterrorizando distintas ciudades, se desconoce si trabajan juntos o por separado. Por suerte, pudimos conocer al sobreviviente del ataque y temerosamente nos contó desde una reservada cama del hospital lo que había sucedido. He aquí su testimonio:

«Todo sucedió una noche», narró el chico. «Caminaba de mi trabajo a la casa, estaba por unas calles bastante desoladas, había decidido tomar un atajo nuevo, para cambiar la rutina… Gran error. Ya a mitad de camino empecé a sentir que me observaban. Al escuchar pasos, volteé rápidamente buscando que no fuera un ladrón, pero no encontré nada, así que solo tomé todo como producto de mi imaginación, continúe caminando pero la sensación de ser observado se hizo más fuerte. Los pasos los oí más cerca, al voltear observé algo acercarse a mi rostro y por reflejo lo esquivé. De pronto, en un momento veo a una chica de cabello negro y chamuscado, con un mechón púrpura. En ese momento, me dio la impresión de que tendría entre 16 o 17 años, aunque su rostro no parecía ser el de un humano, su piel era de un blanco muy desagradable, sus ojos me miraban con una sed de sangre, tenia las pupilas muy dilatadas, con midriasis y se veía una extraña cocedura en sus ojos. Su sonrisa era sobrehumana, tosca y estaba cortada.

»Me quedé parado durante mucho tiempo, sintiendo la adrenalina correr por mi cuerpo. Ella no soltó ninguna palabra, solo se quedó allí parada por lo que me pareció una eternidad. Finalmente, la chica soltó una frase mientras inclinaba la cabeza de un lado a otro de una forma esquizofrénica y ruidosa, el sonido de sus huesos tronar me heló los nervios:

»Ve a dormir mi príncipe.

»Inmediatamente reaccioné y emprendí carrera en la dirección contraria a la de ella, corrí como nunca, pero no fue suficiente, oí sus pasos, siguiéndome. Sin darme cuenta, recibí de golpe su peso sobre mí, seguido del frío filo de un cuchillo atravesar mi brazo.

»Caí al suelo con un gemido de dolor, la chica me apresó al suelo soltando una histérica carcajada. Saco su cuchillo de mi hombro y rasgo mi camisa, haciendo una extraña caricia en mi abdomen desnudo, observándome con detalle, pero por suerte, escuchamos la voz de un policía que había llegado, estaba apuntándole con un arma. La chica se incorporó rápidamente y el policía soltó varias balas a su dirección, pero ésta las esquivó cubriéndose con los árboles, sin dejar de soltar esa carcajada, se alejó de allí.

»Jamás podré olvidar esa mirada… y mucho menos esa risa…»

Una semana después de la entrevista, encontraron al joven muerto en su casa, mutilado y despedazado por toda la casa, al cuerpo le faltaban varios órganos, los cuales fueron encontrados escondidos en partes muy inaccesibles. La habitación donde se sospecha fue el asesinato, se encontró escrito con sangre en la pared:

No te fuiste a dormir
mi príncipe.

Si se encuentran o conocen a la joven de la descripción, por favor pónganse en contacto de inmediato con la policía.

Extraído del periódico local.


Morella - Edgar Allan Poe

Título Original: Morella
Año de Publicación: Abril 1835

Morella



"El mismo, por si mismo únicamente,
eternamente uno, y solo. (Platón, Symposium)



Consideraba yo a Morella con un sentimiento de profundo y singular afecto. Habiéndola conocido casualmente hace muchos años, mi alma, desde nuestro primer encuentro, ardió con un fuego que no había conocido; pero no era ese fuego el de Eros, y representó para mi espíritu un tormento la convicción de que no podría definir su insólito carácter ni regular su vaga intensidad. Sin embargo, nos tratamos, y el destino nos unió ante el altar; jamás hablé de pasión, ni pensé en el amor. Ella, aun así, huía de la sociedad, y dedicándose a mí, me hizo feliz. Asombrarse es una felicidad, y una felicidad es soñar.

La erudición de Morella era profunda. Como espero mostrar, sus talentos no eran de orden vulgar, y su potencia mental era gigantesca. Lo percibí, y en muchos temas fui su discípulo. No obstante, pronto comprendí que, quizá a causa de haberse educado en Pressburgo ponía ella ante mí un gran número de esos libros místicos que se consideran generalmente como la simple escoria de la literatura alemana. Esas obras constituían su estudio favorito y constante, y si en el transcurso del tiempo llegó a ser el mío también, hay que atribuirlo a la simple, pero eficaz influencia del hábito y del ejemplo.

Mis convicciones no estaban en modo alguno basadas en el ideal, y no se descubriría, como no me equivoque por completo, ningún tinte del misticismo de mis lecturas, ya fuese en mis actos o ya fuese en mis pensamientos.

Persuadido de esto, me abandoné sin reserva a mi esposa, y me adentré con firme corazón en el laberinto de sus estudios. Y entonces —cuando, sumiéndome en páginas terribles, sentía un espíritu aborrecible encenderse dentro de mí— venía Morella a colocar su mano fría en la mía, y hurgando las cenizas de una filosofía muerta, extraía de ellas algunas graves y singulares palabras que, dado su extraño sentido, ardían por sí mismas sobre mi memoria. Y entonces, hora tras hora, permanecía al lado de ella, sumiéndome en la música de su voz, hasta que se infestaba de terror su melodía, y una sombra caía sobre mi alma, y palidecía yo, y me estremecía interiormente ante aquellos tonos sobrenaturales. Y así, el gozo se desvanecía en el horror, y lo más bello se tornaba horrendo, como Hinnom se convirtió en Gehena.

Resulta innecesario expresar el carácter exacto de estas disquisiciones que, brotando de los volúmenes que he mencionado, constituyeron durante tanto tiempo casi el único tema de conversación entre Morella y yo. Los enterados de lo que se puede llamar moral teológica las concebirán fácilmente, y los ignorantes poco comprenderían. El vehemente panteísmo de Fichte, la palingenesia modificada de los pitagóricos, y por encima de todo, las doctrinas de la identidad tal como las presenta Schelling, solían ser los puntos de discusión que ofrecían mayor belleza a la imaginativa Morella. Esta identidad llamada personal, la define con precisión mister Locke, creo, diciendo que consiste en la cordura del ser racional. Y como por persona entendemos una esencia inteligente, dotada de razón, y como hay una conciencia que acompaña siempre al pensamiento, es ésta la que nos hace a todos ser eso que llamamos nosotros mismos, diferenciándonos así de otros seres pensantes y dándonos nuestra identidad personal. Pero el principium individuationis —la noción de esa identidad que en la muerte se pierde o no para siempre— fue para mí en todo tiempo una consideración de intenso interés, no sólo por la naturaleza pasmosa y emocionante de sus consecuencias, sino por la manera especial y agitada como la mencionaba Morella.

Pero realmente había llegado ahora un momento en que el misterio del carácter de mi esposa me oprimía como un hechizo. No podía soportar por más tiempo el contacto de sus pálidos dedos, ni el tono profundo de su palabra musical, ni el brillo de sus melancólicos ojos. Y ella sabía todo esto, pero no me reconvenía.

Parecía tener conciencia de mi debilidad o de mi locura, y sonriendo, las llamaba el Destino. Parecía también tener conciencia de la causa, para mí desconocida, de aquel gradual desvío de mi afecto; pero no me daba explicación alguna ni aludía a su naturaleza. Sin embargo, era ella mujer, y se consumía por días. Con el tiempo, se fijó una mancha roja constantemente sobre sus mejillas, y las venas azules de su pálida frente se hicieron prominentes. Llegó un instante en que mi naturaleza se deshacía en compasión; pero al siguiente encontraba yo la mirada de sus ojos pensativos, y entonces sentíase mal mi alma y experimentaba el vértigo de quien tiene la mirada sumida en algún aterrador e insondable abismo.

¿Diré que anhelaba ya con un deseo fervoroso y devorador el momento de la muerte de Morella? Así era; pero el frágil espíritu se aferró en su envoltura de barro durante muchos días, muchas semanas y muchos meses tediosos, hasta que mis nervios torturados lograron triunfar sobre mi mente, y me sentí enfurecido por aquel retraso, y con un corazón demoníaco, maldije los días, las horas, los minutos amargos, que parecían alargarse y alargarse a medida que declinaba aquella delicada vida, como sombras en la agonía de la tarde.

Pero una noche de otoño, cuando permanecía quieto el viento en el cielo, Morella me llamó a su lado. Había una oscura bruma sobre toda la tierra, un calor fosforescente sobre las aguas, y entre el rico follaje de la selva de octubre, hubiérase dicho que caía del firmamento un arco iris.

—Éste es el día de los días —dijo ella, cuando me acerqué—; un día entre todos los días para vivir o morir. Es un día hermoso para los hijos de la tierra y de la vida, ¡ah, y más hermoso para las hijas del cielo y de la muerte!

Besé su frente, y ella prosiguió:

—Voy a morir, y a pesar de todo, viviré.

—¡Morella!

—No han existido nunca días en que hubieses podido amarme; pero a la que aborreciste en vida la adorarás en la muerte.

lunes, 15 de julio de 2019

Berenice - Edgar Allan Poe

La desdicha es diversa. La desgracia cunde multiforme sobre la tierra. Desplegada sobre el ancho horizonte como el arco iris, sus colores son tan variados como los de éste y también tan distintos y tan íntimamente unidos. ¡Desplegada sobre el ancho horizonte como el arco iris! ¿Cómo es que de la belleza he derivado un tipo de fealdad; de la alianza y la paz, un símil del dolor? Pero así como en la ética el mal es una consecuencia del bien, así, en realidad, de la alegría nace la pena. O la memoria de la pasada beatitud es la angustia de hoy, o las agonías que son se originan en los éxtasis que pudieron haber sido.

Mi nombre de pila es Egaeus; no mencionaré mi apellido. Sin embargo, no hay en mi país torres más venerables que mi melancólica y gris heredad. Nuestro linaje ha sido llamado raza de visionarios, y en muchos detalles sorprendentes, en el carácter de la mansión familiar en los frescos del salón principal, en las colgaduras de los dormitorios, en los relieves de algunos pilares de la sala de armas, pero especialmente en la galería de cuadros antiguos, en el estilo de la biblioteca y, por último, en la peculiar naturaleza de sus libros, hay elementos más que suficientes para justificar esta creencia.

Los recuerdos de mis primeros años se relacionan con este aposento y con sus volúmenes, de los cuales no volveré a hablar. Allí murió mi madre. Allí nací yo. Pero es simplemente ocioso decir que no había vivido antes, que el alma no tiene una existencia previa. ¿Lo negáis? No discutiremos el punto. Yo estoy convencido, pero no trato de convencer. Hay, sin embargo, un recuerdo de formas aéreas, de ojos espirituales y expresivos, de sonidos musicales, aunque tristes, un recuerdo que no será excluido, una memoria como una sombra, vaga, variable, indefinida, insegura, y como una sombra también en la imposibilidad de librarme de ella mientras brille el sol de mi razón.

En ese aposento nací. Al despertar de improviso de la larga noche de eso que parecía, sin serlo, la no-existencia, a regiones de hadas, a un palacio de imaginación, a los extraños dominios del pensamiento y la erudición monásticos, no es raro que mirara a mi alrededor con ojos asombrados y ardientes, que malgastara mi infancia entre libros y disipara mi juventud en ensoñaciones; pero sí es raro que transcurrieran los años y el cenit de la virilidad me encontrara aún en la mansión de mis padres; sí, es asombrosa la paralización que subyugó las fuentes de mi vida, asombrosa la inversión total que se produjo en el carácter de mis pensamientos más comunes. Las realidades terrenales me afectaban como visiones, y sólo como visiones, mientras las extrañas ideas del mundo de los sueños se tornaron, en cambio, no en pasto de mi existencia cotidiana, sino realmente en mi sola y entera existencia.

Berenice y yo éramos primos y crecimos juntos en la heredad paterna. Pero crecimos de distinta manera: yo, enfermizo, envuelto en melancolía; ella, ágil, graciosa, desbordante de fuerzas; suyos eran los paseos por la colina; míos, los estudios del claustro; yo, viviendo encerrado en mí mismo y entregado en cuerpo y alma a la intensa y penosa meditación; ella, vagando despreocupadamente por la vida, sin pensar en las sombras del camino o en la huida silenciosa de las horas de alas negras. ¡Berenice! Invoco su nombre... ¡Berenice! Y de las grises ruinas de la memoria mil tumultuosos recuerdos se conmueven a este sonido. ¡Ah, vívida acude ahora su imagen ante mí, como en los primeros días de su alegría y de su dicha! ¡Ah, espléndida y, sin embargo, fantástica belleza! ¡Oh sílfide entre los arbustos de Arnheim! ¡Oh náyade entre sus fuentes! Y entonces, entonces todo es misterio y terror, y una historia que no debe ser relatada. La enfermedad (una enfermedad fatal) cayó sobre ella mientras yo la observaba, el espíritu de la transformación la arrasó, penetrando en su mente, en sus hábitos y en su carácter, y de la manera más sutil y terrible llegó a perturbar su identidad. ¡Ay! El destructor iba y venía, y la víctima, ¿dónde estaba? Yo no la conocía o, por lo menos, ya no la reconocía como Berenice.

Entre la numerosa serie de enfermedades provocadas por la primera y fatal, que ocasionó una revolución tan horrible en el ser moral y físico de mi prima, debe mencionarse como la más afligida y obstinada una especie de epilepsia que terminaba no rara vez en catalepsia, estado muy semejante a la disolución efectiva y de la cual su manera de recobrarse era, en muchos casos, brusca y repentina. Entretanto, mi propia enfermedad -pues me han dicho que no debo darle otro nombre-, mi propia enfermedad, digo, crecía rápidamente, asumiendo, por último, un carácter monomaniaco de una especie nueva y extraordinaria, que ganaba cada vez más vigor y, al fin, obtuvo sobre mí un incomprensible ascendiente. Esta monomanía, si así debo llamarla, consistía en una irritabilidad morbosa de esas propiedades de la mente que la ciencia psicológica designa con la palabra atención. Es más que probable que no se me entienda; pero temo, en verdad, que no haya manera posible de proporcionar a la inteligencia del lector corriente una idea adecuada de esa nerviosa intensidad del interés con que en mi caso las facultades de meditación (por no emplear términos técnicos) actuaban y se sumían en la contemplación de los objetos del universo, aun de los más comunes.

#015 El Holder del Pasado

En cualquier ciudad, en cualquier país, puedes ir a cualquier institución psiquiátrica o casa desolada donde puedas llegar por ti mismo. Dirígete a la recepción y pide visitar a aquel que se hace llamar "el portador del pasado". Cuando pronuncies la última sílaba de tu oración, los ojos del empleado deberían abrirse de par en par y mirarte como si estuviera tratando de ver más allá de tu piel, en tu alma. No hagas preguntas, porque él no te hablará, y en el caso de que le hables, desearás no haberlo hecho. Te llevará por un largo pasillo y caminarás con él durante lo que parecen horas. Mira hacia el frente todo el tiempo, porque si miras el piso, las paredes o el techo del pasillo, te encontrarás con un callejón sin salida y el recepcionista te perseguirá con una sed infernal de sangre hasta que estés completamente destripado.

Después de exactamente 350 pasos, el trabajador se detendrá, se dará la vuelta y sacará un reloj de su bolsillo. Hará retroceder el dial una hora y en ese momento, tendrás una hora para completar su tarea. Si no lo haces, entonces no hay palabras para describir tu destino. Las luces se apagarán durante exactamente 3 segundos, y cuando se vuelvan a encender, estarás en una habitación sin puertas, con un tragaluz de color rojo con forma de pentagrama. Ésta arrojará una estrella de color rojo sangre en el centro de la habitación donde se encontrará una mesa de madera bastante astillada con dos asientos. Sientate en el silla más cercana a ti. Mire hacia adelante, un hombre con cabello negro largo y sucio debería haber aparecido boca abajo sobre la mesa. Él responderá a una pregunta:

¿Dónde estuvo Él en otro tiempo?

El hombre no te responderá sobre un lugar que puedas encontrar en algún mapa, sino que describirá la habitación con un detalle dolorosamente grotesco. Presta mucha atención, la luz roja iluminará completamente las paredes. Habrán picas con las cabezas todavía vivas de anteriores buscadores como tú. Tienes el resto de la hora para sentarte en el trono que está al otro lado de la mesa. Te sugiero que te armes; fuertemente.

Su trono es el objeto 15 de 538. Si los reúnes, Él podrá regresar una vez más .