lunes, 29 de julio de 2019

#029 El Holder de la Escarcha

En cualquier ciudad, en cualquier país, puedes ir a cualquier institución mental, o casa desolada a la mitad de una carretera abandonada, donde puedas llegar por ti mismo. Dirígete a la recepción y pide visitar a aquel que se hace llamar "el portador de la escarcha". Si el empleado se estremece de forma poco natural, te conducirá por un pasillo a su espalda y, una vez que le hayas dado la espalda, murmurará: "El pobre tonto". El pasillo se enfriará a medida que avanzas, pero no intentes calentarte. No intentes frotar tus manos para producir calor o desearás no haberlo hecho.

Si, en cualquier momento, el frío cesa y el pasillo se calienta, debes dejar de caminar rápidamente y gritar: "¡Para! ¡Esta no es la respuesta!". Si el calor persiste, corre. Corre tan rápido como puedas hacia la salida. Si no lo logras, los fuegos del infierno te consumirán. Si lo logras, no dejes de correr. Huye de la institución, la ciudad, el país, porque los sabuesos del portador tienen tu olor y no descansan.

Si vuelve el frío, continúa por el pasillo hasta que llegues a una puerta hecha de hielo sólido, toca tres veces. Si una voz suave y femenina te invita a entrar, abre la puerta. Si es una voz masculina y brusca, reza por una rápida desaparición.

Dentro de la puerta, encontrarás una habitación hecha de hielo, con estalagmitas y estalactitas congeladas que le dan la apariencia de unas enormes fauces. En el centro de la habitación habrá una mujer con velo y piel blanca como el marfil. No la mires directamente y dí solo una cosa:

¿Qué causó su hibernación?

Ella te contará su historia, una historia de destrucción y devastación, guerra y hambre, vida y muerte, y de un profundo sueño. La historia te enfriará hasta la base de tu existencia, pero nunca mires directamente a la mujer a los ojos. Si lo haces, tu alma quedará congelada por toda la eternidad.

Cuando termine, se quitará el velo, pero no debes mirarla. Su belleza destrozaría tu mente. Si mantienes tus ojos lejos de ella, ella cubrirá sus manos con las tuyas y te susurrará al oído:

La edad de hielo ha terminado.
¿Qué harás?

El mundo explotará en blanco, y cuando baje, estarás fuera de la institución. En tus manos habrá un gran copo de nieve de cristal.

Ese copo de nieve es el objeto 29 de 538. La edad de hielo ha terminado; están empezando a descongelarse.


domingo, 28 de julio de 2019

#079 El Holder de la Carne

En cualquier ciudad, en cualquier país  ve a alguna institución mental o casa desolada en mitad del camino donde puedas llegar por ti mismo. Cuando llegues al mesón debes buscar con cuidado a algún trabajador que esté comiendo carne, busca a quién parezca estar satisfecho o a punto de estarlo, ya que si le preguntas a alguien que aún no haya comido podría resultar en que te devoren para el almuerzo. Pídele a ese trabajador que te lleve con "El Portador de la Carne", con una apagada voz y la boca llena de comida el señalará el medio de la habitación, donde verás una vaca muerta que antes no estaba ahí, el animal tendrá un corte profundo desde la garganta hasta la entrepierna, el hombre te hará un gesto para que entres ahí.

Mientras te arrastras en la vaca muerta tendrás que deslizarte por un apretado y carnoso tubo mientras los movimientos musculares detrás de la capa viscosa forzan el camino. Debes intentar mantener la misma posición ya que mucho movimiento puede causar que te expulsen del tubo violentamente hacia unas grandes y dientudas fauces que masticarán tu cuerpo hasta que no quede más que el pellejo. Si pasas por la salida correcta, caerás hacia el piso de lo que parece ser una catedral completamente decorada con huesos, carne y órganos.  Hay ojos de todas las formas y tamaños mirándote fijamente desde todas partes, hacia el fondo el piso se arquea en una subida y una bajada formando una gran caja torácica que contiene unos grandes pulmones y un corazón. Insertada en la pared negra del fondo se encuentra incrustad un gigantesco frasco de vidrio que contiene un pulsante cerebro rodeado de fluidos. Sus largos nervios cuelgan como telarañas alrededor de todo el lugar, cubriendo las paredes y hacia arriba.

Sin previo aviso dos largos, anchos y musculosos brazos sin piel, con garras en la punta de los dedos comenzarán a emerger de las paredes. Ambos brazos te tomarán fuertemente intentes huir o no, es imposible escapar de su alcance. Si no haces la pregunta correcta o no logras hacerla serás desgarrado parte por parte y forzado a permanecer vivo para sentir cada momento de ese dolor y ser re-ensamblado como parte de la catedral viviente sin poder morir ni estar completamente vivo siendo uno con la edificación incapaz de hablar o gritar aunque quieras hacerlo. Si no quieres sufrir este horrible destino debes preguntarle: "¿Por qué desprecian la vida?

En un segundo el cerebro abrirá tu cráneo indoloramente, tomará un pellizco de su propia masa gris y la insertará en la tuya; cuando esto ocurra te darás cuenta con el mayor de los detalles de cada pequeña pieza que forma la vida. Todos los conocimientos y logros del hombre serán completamente inútiles en comparación a esto, muchos han enloquecido con esto y si no puedes manejarlo enloquecerás también compartiendo su destino, destrozando tu propio cerebro y dispersando todos tus pensamientos en el cosmos donde jamás volverán a ensamblarse, pero si logras mantenerte tranquilo y concentrado con esta información que es posiblemente el secreto mejor guardado de todos los universos conocidos y desconocidos... Y jamas debe ser compartido con nadie que no sea un verdadero dios a menos que quieras invocar la prematura muerte del hombre.

Si lograste conservar tu determinación el cerebro te dejará ir, no pierdas el tiempo ya que el siempre se verá tentado a agregar más carne a la suya, debes escapar del mismo modo en el que entraste, mientras te deslizas encontrarás un callejón sin salida. Te encontrarás a ti mismo debajo de las sábanas de tu propia cama hacia atrás con los pies en las almohadas.



Ese trozo de conocimiento es el objeto 79 de 538, la vida es lo que tu haces con ella así que hazlo bien.


sábado, 27 de julio de 2019

#028 El Holder de la Claridad

En cualquier ciudad, en cualquier país, puedes ir a cualquier institución mental, o casa desolada a la mitad de una carretera abandonada, donde puedas llegar por ti mismo. Dirígete a la recepción y pide visitar a aquel que se hace llamar "el portador de la claridad". El empleado comenzará a charlar sobre su vida contigo, haciendo bromas internas y referencias que solo él entenderá. Mientras tanto, te encaminará hacia el área recreativa del edificio. Abrirá una escotilla debajo de una mesa y, de repente, guardará silencio con una expresión sombría en su rostro. Mira hacia abajo en el agujero, y verás una gran cantidad de luces que se encienden y apagan. Te sentirás dubitativo y confundido, pero debes entrar.

Pareciera que esta habitación no tiene principio ni fin, las luces parpadearán de forma esporádica y encontrarás que pequeños objetos voladores revolotean frente a ti, en tus ojos, nariz y boca. El aire se llenará con un horrible zumbido que lo consumirá todo y no te permitirá escuchar ni siquiera tus propios gritos. Solo debes caminar, si por alguna razón los objetos dejan de moverse o las luces mantienen su brillo, debes gritar:

¡No sabrán que estoy aquí, ya que he cubierto mis huellas!

Si la calma se mantiene, es demasiado tarde para ti, ya ha comenzado. Si el horrible desconcierto regresa, sigue adelante. En tus andanzas, te encontrarás con una puerta. Es tu última oportunidad para volver; cuando estés listo, entra. La habitación te parecerá eterna, solo el piso mantendrá tu mente intacta.

Habrá un hombre cuya forma completa estará atravesada con largos clavos y estacas, cada centímetro de su cuerpo tendrá un agudo solevantamiento de metal o madera. Mantendrá su boca abierta por unos alfileres que le forzarán una sonrisa en los labios; sus erráticos ojos te buscarán sin éxito, una estaca enterrada en su nuca le impedirá alzar la cabeza. Su lengua se retorcerá a tu llegada. Él responderá a una sola pregunta:

¿Por qué toman forma?

A pesar de la estaca, sus ojos se fijarán en ti y su lengua se mantendrá inmóvil. En un horrible discurso de gárgaras, te recitará la creación de cada objeto y el propósito de cada uno. La descripción te inducirá a vomitar en cada oración, y la historia se vuelve más descabellada.

Encontrarás un cuchillo de filete oxidado y desgastado en tu mano. Debes eliminar su retorcida lengua, con sus patéticos y asfixiados gritos haciendo eco a través de tu alma. Por unos momentos, te parecerá patético y tendrás el impulso de querer ayudarlo, pero no lo haga, o lo reemplazarás.

Su lengua es el objeto 28 de 538. Ellos volverán a reunirse; sólo tú sabrás por qué.


viernes, 26 de julio de 2019

#027 El Holder del Sueño

En cualquier ciudad, en cualquier país, puedes ir a cualquier hospital por la noche y pedirle a la enfermera jefe poder visitar a aquel que se hace llamar "el portador del sueño". Ella te ignorará y dirá que tiene trabajo que hacer. Pregunta dos veces más sin tartamudear y ella suspirará como si estuviera cansada. Te preguntará si estás seguro, si respondes que no, te despertarás al día siguiente completamente descansado. Si tu respuesta es sí, la enfermera te guiará a una habitación vacía y te pedirá que duermas.

Cuando despiertes, estarás en una mesa de piedra, al comienzo de un largo corredor. Mientras caminas por el pasillo empezarás a sentirte somnoliento, debes resistirte a dormir, ya que lo harías eternamente. Al llegar al final del pasillo, encontrarás una puerta. Ábrela para encontrarte con el portador del sueño.

Verás a un anciano marchito durmiendo pacíficamente. Pisa ligeramente ya que a él no le gusta que lo molesten. No mires debajo de su cama, porque allí está la muerte te hundirás y serás atormentado para siempre. Camina en silencio hasta su cama y susurra en su oído:

¿Por qué nunca descansan?

Espera hasta que se despierte y te cuente la historia de cómo encadenaron su sueño a él, luego te invitará a sentarte junto a él. Hazlo, de lo contrario, te encadenará a su sueño y nunca volverás a estar verdaderamente despierto.

Después de sentarte con él, sacará un pequeño cristal con luz interior de su camisón. Luego lo empujará profundamente en tu pecho. Ignora el dolor, solo así el portador podrá volver a caer en su sueño. Si gritas, deberás reemplazarlo en su tortuoso descanso. Vuelve a la mesa de piedra a dormir. Te encontrarás fuera del hospital después de levantarte.

El cristal es el objeto 27 de 538. Ya no necesitas dormir, ruega para que tus pesadillas no te sigan.


jueves, 25 de julio de 2019

El Corazón Delator - Edgar Allan Poe

Título Original: The Tell Taller Heart
Año de Publicación: 1843
Autor: Edgar Allan Poe


¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.

Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.

Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.

Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás... pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.

Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:

—¿Quién está ahí?

Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.

Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No es más que el viento en la chimenea... o un grillo que chirrió una sola vez". Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.

Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.

Así lo hice —no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado—, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.

Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.

¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.

Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez... nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.

Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.

Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar... ninguna mancha... ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo... ¡ja, ja!

Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?

Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.

Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.

Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara... hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.

Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!

—¡Basta ya de fingir, malvados! —aullé—. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!



Edgar Allan Poe