sábado, 21 de septiembre de 2019

Un Niño Especial

Había un niño débil, solitario y enfermo.

Un día estaba en el hospital por su revisión semanal, el quería ser como los demás así que le pregunto al doctor si podía ser como los otros niños, si podía jugar como los demás, este le dijo que él no era como los otros niños, que era especial, así que no debía esforzarse en ser como los otros.

El niño en vez de entristecerse se alegró de oír eso, pensó inocentemente, que si tenía alguna peculiaridad por sobre el resto, dejarían de verlo como alguien aislado y pasaría a ser visto como alguien interesante, por lo que podría llegar a hacer amigos. Aun así no sabía en qué podía ser especial, se cuestionaba que quería decir el médico con sus palabras por lo que busco, busco y busco, pero no pudo encontrar en que era especial. Paralelamente los otros niños se dieron cuenta de que el chico no se les acercaba a ellos y que tampoco tenía intenciones de hacerlo como siempre hacia, eso les molesto ya que estaban acostumbrados a rechazar las peticiones constantes del joven para divertirse con ellos, así que decidieron hacerle una broma para hacerle entrar en la realidad.

Estos aprovecharon el día de padres e hijos que se celebraba en un parque ubicado en los límites del pueblo, alejándose aquellos niños previamente citando al muchacho al mismo lugar para que jugara con ellos encendieron una fogata. Este contrario a lo que pensaban los otros chicos si quería ser visto como uno igual por estos, por lo que acepto dicha invitación, en cuanto llego guiado por el humo proveniente de las llamas le ordenaron que antes de que se uniera a su grupo debería de poner la mano al fuego y mantenerla un buen rato, ya que estos también lo habían hecho previamente para acceder a la pequeña cofradía.

El niño que ya estaba desistiendo en su búsqueda de eso que le hacía especial y a la vez dichoso de la proposición que le hicieron, ingenuamente puso su pequeña mano al fuego, este al instante puso una cara de asombro que hizo reír a los demás niños, mientras se reían ellos veían que, a pesar del tiempo transcurrido el seguía manteniendo su extremidad en las brasas, con una extraña expresión en su rostro, nerviosos o más bien asustados le decían que la sacara que ya no era gracioso, que ya lo habían aceptado, pero el niño seguía inerte, absorto en sus pensamientos.

Dentro de la mente del niño este no sentía calor, no sentía dolor, no sentía nada, nada excepto las carcajadas de los demás niños y por un segundo eso lo hizo reaccionar y contemplo como las llamas de la hoguera habían incrementado y alcanzado a los otros niños, estos lloraban, corrían y gritaban pidiendo ayuda, pero él enseguida bajo la vista hacia su mano, que estaba intacta, luego los niños se tendieron al suelo y dejaron de llorar, correr y gritar.

El niño entonces formo una curva con su boca, había encontrado eso que lo hacía especial.




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viernes, 20 de septiembre de 2019

#085 El Holder de la Tristeza

En cualquier ciudad, en cualquier país ve a alguna institución mental o casa desolada en medio del camino a la que puedas llegar por tus propios medios. Cuando llegues al escritorio pregunta por quien se hace llamar "El portador de la Tristeza", el trabajador se morderá el labio. Vacilante el te guiará a una rústica puerta de hierro oxidado abriéndola ante ti en completo silencio. Cuando estés adentro el trabajador cerrará lenta y silenciosamente.

Oirás muchos gritos de las almas torturadas a unos metros de tí, si en algún momento los gritos se detienen debes comenzar a gritar rápidamente desde el fondo de tus pulmones: "No siento lástima por ti". Si no comienzan a gritar nuevamente, espera una muerte rápida, es inútil correr; Pero si los gritos regresan debes continuar caminando hasta que una luz tenue se vea frente a tí, cuando esto ocurra inmediatamente debes detenerte y mirarla.


Te sentirás tentado a mirar las caras atormentadas que cuelgan de las paredes pidiendo tu ayuda. No respondas a sus llantos porque si apartas tus ojos de la luz tu mente se romperá al instante y en tu reflexión se saldrán tus ojos.

La luz mostrará a un hombre de pie frente a ti dándote la espalda, la presencia causara que los gritos a tu alrededor disminuyan y él solo responderá a una sola pregunta "¿Quién se salvará cuando se unan?". El se volteará para encontrarse con tu mirada y contestará la pregunta con detalles insoportables, no interrumpas su discurso ya que lo que pasaría si lo haces no podria describirse ni siquiera por el criminal más enfermo de la historia.

Cuando termine te entregará lo que parece ser una piedra ordinaria, mientras se aleja de ti el resplandor de la luz desaparecerá. Las palabras comenzarán a sonar en tu mente: "El que esté libre de pecado arrojará la primera piedra". Cierra tus ojos y cuenta hasta diez, cuando los abras estarás de pie frente al edificio inicial.



La piedra es el objeto 85 de 538. Solo se puede lanzar cuando todos se reúnan.

jueves, 19 de septiembre de 2019

El Árbol - H.P. Lovecraft

Título Original: The Tree
Autor: H. P. Lovecraft
Nacionalidad: EEUU
Año de publicación: Octubre, 1921

El Árbol


En una verde ladera del monte Menalo, en Arcadia, se halla un olivar en torno a las ruinas de una villa. Al lado se encuentra una tumba, antaño embellecida con las más sublimes esculturas, pero sumida ahora en la misma decadencia que la casa. A un extremo de la tumba, con sus peculiares raíces desplazando los bloques de mármol del Pentélico, mancillados por el tiempo, crece un olivo antinaturalmente grande y de figura curiosamente repulsiva; tanto se asemeja a la figura de un hombre deforme, o a un cadáver contorsionado por la muerte, que los lugareños temen pasar cerca en las noches en que la luna brilla débilmente a través de sus ramas retorcidas.

El monte Menalo es uno de los parajes predilectos del temible Pan, el de la multitud de extraños compañeros, y los sencillos pastores creen que el árbol debe tener alguna espantosa relación con esos salvajes silenos; pero un anciano abejero que vive en una cabaña de las cercanías me contó una historia diferente.

Hace muchos años, cuando la villa de la cuesta era nueva y resplandeciente, vivían en ella los escultores Calos y Musides. La belleza de su obra era alabada de Lidia a Neápolis, y nadie osaba considerar que uno sobrepasaba al otro en habilidad. El Hermes de Calos se alzaba en un marmóreo santuario de Corinto, y la Palas de Musides remataba una columna en Atenas, cerca del Partenón. Todos los hombres rendían homenaje a Calos y Musides, y se asombraban de que ninguna sombra de envidia artística enfriara el calor de su amistad fraternal.

Pero aunque Calos y Musides estaban en perfecta armonía, sus formas de ser no eran iguales. Mientras que Musides gozaba las noches entre los placeres urbanos de Tegea, Calos prefería quedarse en casa; permaneciendo fuera de la vista de sus esclavos al fresco amparo del olivar. Allí meditaba sobre las visiones que colmaban su mente, y allí concebía las formas de belleza que posteriormente inmortalizaría en mármol casi vivo. Los ociosos, por supuesto, comentaban que Calos se comunicaba con los espíritus de la arboleda, y que sus estatuas no eran sino imágenes de los faunos y las dríadas con los que se codeaba… ya que jamás llevaba a cabo sus trabajos partiendo de modelos vivos.

Tan famosos eran Calos y Musides que a nadie le extrañó que el tirano de Siracusa despachara enviados para hablarles acerca de la costosa estatua de Tycho que planeaba erigir en su ciudad. De gran tamaño y factura sin par había de ser la estatua, ya que habría de servir de maravilla a las naciones y convertirse en una meta para los viajeros. Honrado más allá de cualquier pensamiento resultaría aquel cuyo trabajo fuese elegido, y Calos y Musides estaban invitados a competir por tal distinción. Su amor fraterno era de sobra conocido, y el astuto tirano conjeturaba que, en vez de ocultarse sus obras, se prestarían mutua ayuda y consejo; así que tal apoyo produciría dos imágenes de belleza sin par, cuya hermosura eclipsaría incluso los sueños de los poetas.

Los escultores aceptaron complacidos el encargo del tirano, así que en los días siguientes sus esclavos pudieron oír el incesante picoteo de los cinceles. Calos y Musides no se ocultaron sus trabajos, aun cuando se reservaron su visión para ellos dos solos. A excepción de los suyos, ningún ojo pudo contemplar las dos figuras divinas liberadas mediante golpes expertos de los bloques en bruto que las aprisionaban desde los comienzos del mundo.

De noche, al igual que antes, Musides frecuentaba los salones de banquetes de Tegea, mientras Calos rondaba a solas por el olivar. Pero, según pasaba el tiempo, la gente advirtió cierta falta de alegría en el antes radiante Musides. Era extraña, comentaban entre sí, que esa depresión hubiera hecho presa en quien tenía tantas posibilidades de alcanzar los más altos honores artísticos. Muchos meses pasaron, pero en el semblante apagado de Musides no se leía sino una fuerte tensión que debía estar provocada por la situación.

Entonces Musides habló un día sobre la enfermedad de Calos, tras lo cual nadie volvió a asombrarse ante su tristeza, ya que el apego entre ambos escultores era de sobra conocido como profundo y sagrado. Por tanto, muchos acudieron a visitar a Calos, advirtiendo en efecto la palidez de su rostro, aunque había en él una felicidad serena que hacía su mirada más mágica que la de Musides… quien se hallaba claramente absorto en la ansiedad, y que apartaba a los esclavos en su interés por alimentar y cuidar al amigo con sus propias manos. Ocultas tras pesados cortinajes se encontraban las dos figuras inacabadas de Tycho, últimamente apenas tocadas por el convaleciente y su fiel enfermero.

Según desmejoraba inexplicablemente, más y más, a pesar de las atenciones de los perplejos médicos y las de su inquebrantable amigo, Calos pedía con frecuencia que le llevaran a la tan amada arboleda. Allí rogaba que lo dejasen solo, ya que deseaba conversar con seres invisibles. Musides accedía invariablemente a tales deseos, aunque con lágrimas en los ojos al pensar que Calos prestaba más atención a faunos y dríadas que a él. Al cabo, el fin estuvo cerca y Calos hablaba de cosas del más allá. Musides, llorando, le prometió un sepulcro aún más hermoso que la tumba de Mausolo, pero Calos le pidió que no hablara más sobre glorias de mármol. Tan sólo un deseo se albergaba en el pensamiento del moribundo: que unas ramitas de ciertos olivos de la arboleda fueran depositadas enterradas en su sepultura… junto a su cabeza. Y una noche, sentado a solas en la oscuridad del olivar, Calos murió.

Hermoso más allá de cualquier descripción resultaba el sepulcro de mármol que el afligido Musides cinceló para su amigo bienamado. Nadie sino el mismo Calos hubiera podido obrar tales bajorrelieves, en donde se mostraban los esplendores del Eliseo. Tampoco descuidó Musides el enterrar junto a la cabeza de Calos las ramas de olivo de la arboleda.

Cuando los primeros dolores de la pena cedieron ante la resignación, Musides trabajó con diligencia en su figura de Tycho. Todo el honor le pertenecía ahora, ya que el tirano no quería sino su obra o la de Calos. Su esfuerzo dio cauce a sus emociones y trabajaba más duro cada día, privándose de los placeres que una vez degustaría. Mientras tanto, sus tardes transcurrían junto a la tumba de su amigo, donde un olivo joven había brotado cerca de la cabeza del yaciente. Tan rápido fue el crecimiento de este árbol, y tan extraña era su forma, que cuantos lo contemplaban prorrumpían en exclamaciones de sorpresa, y Musides parecía encontrarse a un tiempo fascinado y repelido por él.

A los tres años de la muerte de Calos, Musides envió un mensajero al tirano, y se comentó en el ágora de Tegea que la tremenda estatua estaba concluida. Para entonces, el árbol de la tumba había alcanzado asombrosas proporciones, sobrepasando al resto de los de su clase, y extendiendo una rama singularmente pesada sobre la estancia en la que Musides trabajaba. Mientras, muchos visitantes acudían a contemplar el árbol prodigioso, así como para admirar el arte del escultor, por lo que Musides casi nunca se hallaba a solas. Pero a él no le importaba esa multitud de invitados; antes bien, parecía temer el quedarse a solas ahora que su absorbente trabajo había tocado a su fin. El poco alentador viento de la montaña, suspirando a través del olivar y el árbol de la tumba, evocaba de forma extraña sonidos vagamente articulados.

El cielo estaba oscuro la tarde en que los emisarios del tirano llegaron a Tegea. De sobra era sabido que llegaban para hacerse cargo de la gran imagen de Tycho y para rendir honores imperecederos a Musides, por los que los próxenos les brindaron un recibimiento sumamente caluroso. Al caer la noche se desató una violenta ventolera sobre la cima del Menalo, y los hombres de la lejana Siracusa se alegraron de poder descansar a gusto en la ciudad. Hablaron acerca de su ilustrado tirano, y del esplendor de su ciudad, refocilándose en la gloria de la estatua que Musides había cincelado para él.

Y entonces los hombres de Tegea hablaron acerca de la bondad de Musides, y de su hondo penar por su amigo, así como de que ni aun los inminentes laureles del arte podrían consolarlo de la ausencia del Calos, que podría haberlos ceñido en su lugar. También hablaron sobre el árbol que crecía en la tumba, junto a la cabeza de Calos. El viento aullaba aún más horriblemente, y tanto los siracusanos como los arcadios elevaron sus preces a Eolo.

A la luz del día, los próxenos guiaron a los mensajeros del tirano cuesta arriba hasta la casa del escultor, pero el viento nocturno había realizado extrañas hazañas. El griterío de los esclavos se alzaba en una escena de desolación, y en el olivar ya no se levantaban las resplandecientes columnatas de aquel amplio salón donde Musides soñara y trabajara. Solitarios y estremecidos penaban los patios humildes y las tapias, ya que sobre el suntuoso peristilo mayor se había desplomado la pesada rama que sobresalía del extraño árbol nuevo, reduciendo, de una forma curiosamente completa, aquel poema en mármol a un montón de ruinas espantosas.

Extranjeros y tegeanos quedaron pasmados, contemplando la catástrofe causada por el grande, el siniestro árbol cuyo aspecto resultaba tan extrañamente humano y cuyas raíces alcanzaban de forma tan peculiar el esculpido sepulcro de Calos. Y su miedo y desmayo aumentó al buscar entre el derruido aposento, ya que del noble Musides y de su imagen de Tycho maravillosamente cincelada no pudo hallarse resto alguno. Entre aquellas formidables ruinas no moraba sino el caos, y los representantes de ambas ciudades se vieron decepcionados; los siracusanos porque no tuvieron estatua que llevar a casa; los tegeanos porque carecían de artista al que conceder los laureles.

No obstante, los siracusanos obtuvieron una espléndida estatua en Atenas, y los tegeanos se consolaron erigiendo en el ágora un templo de mármol que conmemoraba los talentos, las virtudes y el amor fraternal de Musides.

Pero el olivar aún está ahí, así como el árbol que nace en la tumba de Calos, y el anciano abejero me contó que a veces las ramas susurran entre sí en las noches ventosas, diciéndose una y otra vez: ¡Oιδά! ¡Oιδά!. ¡Yo sé! ¡Yo sé!




Howard Phillips Lovecraft




miércoles, 18 de septiembre de 2019

Tzimisce

Como todos los clanes, los Tzimisce remontan sus orígenes a Enoch, la ciudad que Caín, el Primer Vampiro, construyó. Para aliviar su soledad Abrazó a tres chiquillos, que a su vez se convirtieron en los progenitores de la Tercera Generación de los Vástagos, mejor conocida como los Antediluvianos. Contrariamente a los rumores extendidos por otros clanes, y entre los jóvenes Tzimisce, el Antediluviano del clan de los Demonios no nació en las agrestes tierras de los Cárpatos, sino en Mesopotamia. Como ocurre con los Antediluvianos, el nombre del Progenitor se desconoce y la palabra Tzimisce es sencillamente un nombre conveniente surgido de las nieblas medievales, que significa “La Bestia” o “El Monstruo”, provocado por el temor y la desconfianza de otros vampiros hacia sus extraños congéneres. Monstruos, Demonios, Engendros son apodos frecuentes para los vampiros del Clan, de los cuales muchos miembros se regocijan. Sin embargo, en los primeros tiempos, eran conocidos mediante otros epítetos menos despectivos, como “Escultores” y “Dragones”.

De hecho aún en nuestros días, algunos antiguos orgullosos de su linaje prefieren utilizar el nombre de “Dracul”, que puede interpretarse indistintamente como Dragón o Demonio. Para los Tzimisce, el Dragón en sus diversas formas constituye un símbolo del cambio que tanto aprecian, no tanto por su apariencia sino por su potencial. De todos los Vástagos son sin duda el linaje que mayor influencia ha ejercido sobre la definición de la figura del vampiro: strigoi, moroii, varcolaci, pricolici, oper, vidme, diavoloace y muchos nombres más han sido adoptados por el folclore mortal para describir las depredaciones de los terribles descendientes de Tzimisce. En las leyendas del clan el progenitor Tzimisce recibe a menudo el nombre de El Mayor o el Mas Viejo, para indicar su ascendencia sobre sus descendientes. Sin embargo, algunos eruditos consideran que tal vez podría referirse a que Tzimisce fue Abrazado a una edad muy avanzada, siendo en los cómputos mortales el mayor de los Antediluvianos. Según la mayoría de las fuentes de los historiadores Tzimisce, el progenitor fue Abrazado por Enosh o Ynosh el Sabio, que por aquella época buscaba un medio de liberarse de las caóticas impurezas que creía asociadas a la Bestia de los vampiros y a su frenesí. Si conseguía purificarse, el dominio de la Bestia sobre su alma se debilitaría e incluso podría llegar a desaparecer. Mediante su fuerza de voluntad y un gran esfuerzo Ynosh extrajo las cualidades más caóticas y primordiales de su cuerpo y las escupió en un recipiente mortal, Tzimisce, que por entonces era un mago, vidente y oráculo de cierta reputación. Se desconoce si Tzimisce fue Abrazado por la fuerza o si se sometió al Abrazo voluntariamente. En cualquier caso parece que Ynosh creía que su chiquillo no sobreviviría y que su esencia maldita lo consumiría por completo.

Sin embargo, para su sorpresa, Tzimisce no sólo consiguió sobrevivir sin convertirse en un terrible monstruo, al menos no visiblemente, y el nuevo vampiro no mostraba mayor degeneración ni ferocidad que sus hermanos. Se dice que en un acto de compasión Ynosh permitió vivir a su nuevo chiquillo, pero no es descartable la posibilidad de que tal vez el hijo de Caín hubiera previsto el resultado de su “experimento”. Es posible que los poderes mágicos de Tzimisce le hubieran ayudado a sobrellevar la transformación que previsiblemente iba a causar su destrucción. La mezcla del Don de Caín con el suyo propio le proporcionó una nueva visión y el deseo de Trascender su estado. Pero el experimento de Ynosh también tuvo otra consecuencia inesperada: proporcionó a Tzimisce una naturaleza fluida y el poder de controlar la carne como si fuera arcilla viviente - con un enorme potencial que le daría el sobrenombre de Escultor. El Más Viejo fue uno de los primeros Antediluvianos, aunque a menudo permaneció apartado de sus hermanos, que lo consideraban “extraño”. Algunos incluso murmuraron contra él y sus poderes de hechicero y afirmaron que había pactado con demonios. Pero Tzimisce se despreocupó, concentrado en sus propios estudios y conocimientos y vio lo que el Destino tenía deparado para los vampiros. Los mortales prosperaban y aumentaban en número, mientras que los vampiros se estancaban o degeneraban. Finalmente los mortales gobernarían, obligando a los Cainitas a ocultarse en las sombras.

Era inevitable. Asimismo, con el paso del tiempo, Tzimisce percibió que su sed de sangre aumentaba y la esencia de bestias y mortales ya no saciaba sus apetitos como antes, demandando más y más, y el ansia parecía aumentar década tras década. Finalmente la sangre de los mortales ya no podría sustentarla, y tendría que recurrir a la vitae de los vampiros y si transcurrieran suficientes eones podría incluso llegar a perecer. Con estos pensamientos en mente, el Más Viejo pasó los años meditando en reclusión, cambiando y adaptando formas mortales y legendarias, buscando una forma de liberarse de su sed maldita. Estudió la antigua hechicería, esperando encontrar respuestas pero no conseguía dominar las necesidades de la Bestia, porque aunque podía cambiar de forma no podía cambiar su esencia: la adaptación de los mortales le estaba vedada en su nuevo estado. La búsqueda de Tzimisce lo llevó a distanciarse cada vez más de sus hermanos y hermanas, que sentían cierto temor hacia él, viendo como ignoraba por completo a los mortales que eran simple ganado para su sustento y como podía utilizar la carne, el hueso y las entrañas como el hilo de un telar. En algunas leyendas se cuenta que sus hermanos se aterrorizaron cuando se enfrentó a Nosferatu el vanidoso y retorció su belleza es una tosca parodia que transmitiría a sus descendientes. Otras leyendas dicen que fue Tzimisce quien dio a Arikel su belleza ultraterrenal, pero comúnmente está aceptado que fue Caín quien maldijo a todos los clanes, aunque los Tzimisce consideran al Primer Vampiro inferior al Más Viejo.


#035 El Holder del Miedo

En cualquier ciudad, en cualquier país ve a cualquier institución mental o casa desolada en medio del camino a la que puedas llegar por tus propios medios, cuando llegues al mostrador pregunta por quien se hace llamar "El Portador del Miedo". Si es el momento adecuado el asistente te guiará hacia un clóset sin suelo donde, con una sonrisa maliciosa, te empujará al vacío cerrando la puerta.

Mientras caes por el abismo no sentirás miedo, si lo haces golpearás el piso inmediatamente y te encontrarás con una muerte espantosa. Si permaneces resuelto, tu caída se volverá cada vez más lenta, dejándote en una oscura habitación en la cual solo debes hablar para hacer una pregunta: "¿Cuál es su arma?".

Inmediatamente la habitación se iluminará, rodeándote estará todo aquello que temes y en el centro verás a una criatura que te causara el mayor temor, No debes encogerte ni alejarte de esa criatura o te desmembrará de la forma más dolorosa posible.

Deberás mirar fijamente a tu mayor temor mientras el te cuenta una historia con un detalle insoportable, te contará todos los miedos del mundo desde los más pequeños a los más grandiosos en todo su horror. Ahora puedes confesarle todos tus miedos a la criatura sin mirar alrededor de la habitación, si te pierdes incluso uno serás consumido por tu propio terror, sin dejar nada más que un cáscara vacía.

Si confesas todos tus temores la criatura gritará y éste grito te enviará a través de la pared detrás de ti. Cuando dejes de moverte verás el clóset de antes y en él habrá un espejo.


Ese espejo es el objeto 35 de 583. Refleja tu miedo mpas grande y esa es su arma.