domingo, 27 de octubre de 2019

Una Nueva Vida

Había sido un largo día de invierno, estaba decidida a ver la TV hasta dormir. Debido al clima, nuestro sistema de cable tenía muchas interferencias, así que decidí ver un canal local. No había nada interesante, solo noticias, pero una en especial llamó la atención de mis padres, y la mía también. Al ver la primera imagen, mis ojos se llenaron de lágrimas instantáneamente.

En nuestra ciudad, las calles se congelan debido a las bajas temperaturas. Los accidentes de tráfico abundan aquí, ya era algo habitual, pero… las cosas cambian cuando es un ser querido quien está bajo los escombros.

Comenzó a llover, a montones, mientras escuchábamos el reportaje y las lágrimas comenzaban a caer.

Según el reportero, en la tarde, hubo un accidente en la avenida principal. Reconocí esa motocicleta, era la de mi hermano Daniel. Él se había peleado con mis padres esa tarde, así que salió de la casa, se subió a su motocicleta y arrancó, a toda velocidad.

Tuve un mal presentimiento, pero no le di importancia, ellos siempre peleaban.

Entonces, el teléfono sonó; mis padres lo cogieron rápidamente. Era la policía llamando para que fueran a recoger el cuerpo de mi hermano, quien tuvo un horrible accidente por ir a exceso de velocidad. Comencé a llorar, no podía parar, el dolor me carcomía viva. Quería ir con ellos, pero ellos me dijeron que no. Que no estaba preparada para algo así.

Me quedé sola. No podía con el dolor: mi hermano, la única persona a la que podía contarle todo, mi confidente, mi protector, ahora estaba… muerto. Subí a mi cuarto, comencé a ver nuestras fotos; vaya manera de torturarme, pero, a pesar de todo, sentía alivio de alguna forma. Verlo a él, sonriente, cargándome en su espalda como siempre lo hacía, me hacía pensar que, en donde sea que estuviera, se fue con buenos recuerdos, a pesar de la pelea. Sus peleas con mamá eran algo recurrente, siempre peleaban. Él siempre se iba, a toda velocidad, y regresaba al anochecer. Era su forma de bajar su enojo, le encantaba la velocidad. Mi mamá aprovechaba esos ratos libres para escribir, eso la ayudaba. Cuando era de noche y ambos se reencontraban, se abrazaban y se disculpaban. Tristemente, hoy no fue así; pero yo lo sé, si esto no hubiera sucedido, ese abrazo, esa disculpa, todo habría tenido lugar esta noche, y él lo sabía.

Dieron las dos de la mañana y mis padres no regresaban, yo estaba muy preocupada. Mi corazón se aceleraba y mis lágrimas no paraban de salir cada vez que pensaba en lo acontecido. Intentaba calmarme, intentaba dormir. «¿Y si todo es un sueño?», pensé, pero era la realidad. Mis pensamientos me comían viva. Intentaba relajarme, el lugar del accidente no estaba tan cerca. «Quizá por eso tardan tanto, hay que cruzar esa horrible carretera para llegar a la avenida principal», pensé. Cuando miré el reloj nuevamente, ya eran las 2:30 a.m., y justo en medio del silencio, el timbre sonó.

Bajé corriendo, pues afuera llovía, parecía un diluvio.

Tropecé mientras bajaba las escaleras; a veces solía ser muy torpe. Pero me levanté, sin dolor alguno, y seguí corriendo hasta la puerta.

Cuando la abrí, mi sorpresa fue enorme. No sabía qué decir, ni qué hacer; estaba en shock.

—¿Ma… Mamá? ¿Papá? ¿Daniel? ¿Qué sucedió? —pregunté. Estaba sorprendida, pero ellos no respondieron, solo se quedaron allí, inmóviles—. ¿Dany? ¿Estás bien?

—Sí, hermanita. Tranquila, todo está bien —respondió. Su voz se escuchaba más serena, muy diferente.

—¿Papá? ¿Có… Cómo…? —tartamudeaba. Estaba nerviosa, confundida.

—Estaba tendido en el pavimento, tuvimos suerte de poder traerlo —respondió mi padre. Todo se estaba tornando muy extraño.

—Ya basta de preguntas, cariño, es hora de irnos, hemos venido hasta aquí por ti. Estaremos de nuevo todos juntos, en familia, sé que nos has estado esperando —dijo mi madre. No entendía nada.

—¡¿De qué están hablando?! —grité, al mismo tiempo en el que la TV se encendió.

Estaban transmitiendo una noticia, otro accidente más. El reportero decía que hubo un terrible accidente en la congelada Carretera 86. Un tráiler perdió el control y se estrelló contra una Toyota Highlander que iba en exceso de velocidad. Las dos personas que iban en la Toyota perdieron la vida, mientras que el conductor del tráiler resultó con heridas menores. Las víctimas fueron identificadas como Harold y Katherine Robertson. La cara del reportero cambió, cuando por radio le dijeron que ellos eran los padres de Daniel Robertson, otra persona que había muerto por un accidente de tráfico esa misma tarde. En ese momento pude entenderlo casi todo.

—¿Ustedes están muertos? —fue lo único que logré decir.

—Así es, Jes. Ahora es tiempo de irnos, hay mucho por recorrer, hermanita —dijo Daniel. Quería llorar, pero las lágrimas no salían.

—¡Yo no quiero morir todavía! —grité. Estaba muy asustada.

—Cariño, no te llevaríamos si no estuvieras muerta todavía —respondió mi madre, al mismo tiempo que señalaba a las escaleras.

Volteé, y todo comenzaba a tomar sentido. Estaba allí, tendida en el suelo. Mi cabeza estaba abierta, sangrando, en el filo del último escalón. No pude soltar ni una palabra, tampoco pude llorar, realmente no podía sentir nada. Mi cuerpo estaba a unos metros de mí. Pálido, sin moverse; era una pesadilla. Después de eso, mi madre me dijo que era hora de irnos. Mi hermano hizo lo de siempre, se dio la vuelta y yo me subí a su espalda. Pude ver la felicidad en su rostro, pues estábamos todos juntos de nuevo, listos para vivir una nueva vida.





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sábado, 26 de octubre de 2019

Regla N°86

Existen ciertas reglas en este mundo que debemos respetar. No siempre estamos de acuerdo con ellas, y raramente se encuentran de acuerdo con nosotros, pero si sobrevivimos para ver un mañana, necesitamos poner nuestros propios sentimientos de un lado y simplemente aceptar las cosas por como son.

Toma la Regla #86, por ejemplo.

La Regla #86 establece que por cada vez que alguien pronuncie tu nombre, se crea un duplicado de ti. Considera esto.

Cada vez que tus padres te regañan pronunciando tu nombre completo, le dan vida a otro tú. Cada vez que alguien en la oficina del doctor te dice que el doctor está listo para verte, en algún lugar del mundo, nace otro. Cada vez que un amante grita tu nombre durante un arranque de pasión… es uno más.

Piensa en ello. Piensa que esto se da por hecho. Esto es un hermoso regalo que te fue dado por tus Ancestros y Antepasados. Tu nombre.

Imagina vivir en un mundo donde tu nombre es una maldición en vez de un regalo.

Para nosotros, tu nombre “te” utiliza.

Te persigue. Lucha por la supervivencia. Tratando de robar tu vida para salvar la misma. Después de todo, ¿Quién es tu “yo real” cuando todos poseen el mismo nombre?

Pero bueno… esas son las reglas. Solo una más dentro de un sin fin de leyes que rigen la deformación, alterando y disminuyendo nuestro mundo, poco a poco, pieza por pieza, un nombre a la vez. Solo quiero que pienses en ello. Recuérdelo cada vez que firmes un cheque. Cuando te presentes ante los demás.

Cuando nombres a tu hijo recién nacido. Recuerda la Regla #86, y recuerda que te estamos observando, y estamos esperando.

Cada mundo tiene reglas. Pruebas tus propios límites cada día. Algún día encontrarás la forma de romper esas reglas, y al hacerlo, nos dejarás entrar.

Y entonces tendrás que aprender las reglas de nuevo. Nos vemos luego.





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viernes, 25 de octubre de 2019

Te Quiero

Hola, me saludaste la semana pasada. No sé si me recuerdes, pero yo a ti sí, recuerdo haberte visto caminar hasta tu casa. Recuerdo cómo pasaste junto a mí en el salón de clases y también recuerdo que no volviste a hablarme, pero aún así yo esperaré.

Ha pasado el tiempo; aproximadamente más de un mes sin que me hables y no entiendo el por qué. La verdad creo que ya no quieres verme. Cada vez que trato de hablarte me ignoras y finges que no estoy.

Por eso y más te mereces lo que está pasando en este momento, porque no importa qué tan fuerte grites o cuánto pienses que esto no es más que una pesadilla. Esto es real y no hay escape: asústate, grita, implora si quieres, pero así como no me escuchaste... Ni Dios ni yo te escucharemos. Dejaré que él te lleve a tu fin; dejaré que te despedace lenta y dolorosamente mientras observo aquí, sentado en el fondo de la habitación.

Pero no creas que te hago esto porque te odio. Jamás podría odiarte con esa sonrisa tan perfecta, con esos ojos brillantes como dos estrellas y con esa voz tan melodiosa. Te hago esto porque te amo, te quiero y por eso deseo que estemos juntos para siempre ¡¿Qué mejor para asegurar la eternidad que la muerte?! Así que ahora despierta y ven conmigo. Quédate aquí hasta que te deje de querer y vaya con alguien más.



***
Hola, ¿me recuerdas?

Me saludaste hace poco en la calle...



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jueves, 24 de octubre de 2019

Sombras que Caminan

¿Alguna vez no se han sentido observados o perseguidos, como si los estuvieran acechando? Aunque no lo crean, para mí es común ver cosas que otros no ven.

Todo comenzó cuando era pequeño y jugaba con mis peluches; a la mañana siguiente no estaban donde debían. A veces veía siluetas oscuras que caminaban alrededor mío y de vez en cuando podía ver una especie de ojos mirándome. Como siempre, mi padre no creía que fuera de verdad y decía que solo estaba en mi cabeza, cosa que nunca creí.

Hace poco volví a ver las sombras y esta vez hablaban, me decían que los acompañara, que si los seguía entraría en un mundo distinto, pero mucho mejor. Así que los seguí y cuando llegué al supuesto mundo perfecto que me habían mencionado, me di cuenta de que no era nada de lo que habían dicho.

Parecían esclavos, tenían que hacer trabajos forzados o si no recibían una tortura. Claro, era el infierno, las voces en mi cabeza eran demonios que solo querían mi alma. Empecé a sentir que ellos trataban de llevarme allí, me empujaban... Pero logré soltarme y escapar.

Nadie me creyó; a veces me veían luchando, como si estuvieran llevándome. Debido a eso estoy en el manicomio.

No puedo recibir visitas, ya que dicen que soy violento, pero en realidad ellos me visitan: los demonios vienen cada noche a tratar de llevarse mi alma.




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miércoles, 23 de octubre de 2019

La Fabrica del Diablo

Las linternas proyectaban su haz de luz en la nave desierta. Los dos vigilantes escudriñaban el rincón donde uno de ellos había escuchado un ruido.

—¿Ves algo?

—No, nada. Creo que empiezas a estar obsesionado.

—Es porque tú eres nuevo, Marcos, seguramente si supieras lo mismo que sé yo…

—¡Cuenta, cuenta! —le apremió el novato.

Enrique bajó el tono de voz y le informó a su compañero:

—¿Sabías que llevamos, entre los que hacemos esta ronda, más de seis bajas por depresión?

Marcos puso tal rostro de sorpresa, que su compañero comprendió que no debía estar al corriente de la situación. Enrique prosiguió relatando la historia…

—Antonio, por ejemplo, me comentó que padecía estrés debido a los ruidos que se oían por la noche; parecían los lamentos de un hombre que, a veces, derivaban en silbido… Pero lo más traumático llegó cuando escuchó la respiración de una persona muy cerca de su oído y hasta llegó a sentir el calor de su aliento.

—¡Joder, Enrique!… ¡Es para acojonarse! Pero bueno, ¡sigue!, ¡sigue! —Marcos estaba cada vez más inquieto.

—¿Tú sabías que en esta fábrica estuvieron mucho tiempo sin sufrir ningún robo? Lo más curioso es que siendo uno de los barrios más peligrosos, no tenían a nadie para protegerla. Según una leyenda que circula desde hace tiempo, el dueño de la fábrica hizo un pacto con el diablo nada menos, para que no ocurriese nada en estas naves. Al parecer, Lucifer aceptó el trato y envió un perro horrible, con las fauces de un monstruo y la envergadura de un ca- ballo que arrastraba sus mugrientas garras por cada rincón de este horrible lugar. El trato no fue gratuito. A cambio, Lucifer exigió el alma de un vigilante al año. Cada doce meses el propietario de la fábrica contrataba a un guarda nocturno y a los pocos días… ¡Lo encontraban muerto!

—Lo único que me dijeron al respecto es que la empresa ha cambiado de dueño… ¿Es verdad? —preguntó Marcos intrigado.

—Sí, en efecto, y por eso hace dos años que no encuentran el cadáver de uno de los nuestros, pero lo cierto es que los extraños sonidos se siguen escuchando.

Un nuevo ruido alertó a Enrique que, automáticamente, dirigió hacia ese punto el foco de luz de la linterna intentando descubrir de dónde provenía. Se acercó al rincón iluminado pero no advirtió nada anómalo. El silencio reinante comenzó a inquietarle.

—¿Marcos? ¿Estás ahí?

Nadie le respondía. Enrique enfocó un bulto en el suelo, justo en el lugar donde estuvieron unos segundos antes. Al acercarse descubrió con horror que los ojos de su compañero miraban al vacío. Le cogió la muñeca derecha para comprobar el pulso. No cabía duda.

¡Marcos estaba muerto! Lo que más impresionó a Enrique es que su compañero estaba cubierto de rasguños y rasgaduras. Era como si una enorme bestia lo hubiera atacado con sus afiladas garras.





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