lunes, 2 de marzo de 2020

Cómo nuestra familia recibe dinero

Bajo al sótano, compruebo mi entorno. Todo está oscuro, siempre está oscuro. No hay ventanas ni en el sótano ni en la casa.

Mi hijo está atado a la mesa, está nervioso podría decir. Él siempre está nervioso, endeble, al menos no está llorando como la primera vez. Después de muchas rondas de esto, al menos se ha endurecido un poco.

Primero lo primero, anestesia, no soy un monstruo. Le puse la máscara en unos minutos ya no estará consciente, hora de empezar.

El primer corte es siempre el más duro, me preocupa con que lo voy a arruinar. No puedo dañar nada, o no se venderá, hay mucha presión sobre mí.

Empiezo con el corazón, es lo más valioso. El cerebro también lo es, pero los trasplantes de cerebro no existen.

Después de que todo esté vacío, lo pongo en la cama. Limpio mis herramientas. No tienen sangre, pero las bacterias siguen siendo una preocupación.

Cuando termino, puedo escuchar que está empezando a despertarse. No nos lleva mucho tiempo regenerarnos, así que no me sorprende demasiado. Me pongo de pie, y miro la pila en la mesa a mi lado.

—Oh, bien. Has vuelto. ¿Puedes ayudarme a guardar esto?

—¿Enserio mamá? —Puso los ojos en blanco. Los adolescentes son tan perezosos.

—Desde que vinieron de ti, sí.

A regañadientes me ayudó a embolsar las cosas. Los órganos se venderán bien en el mercado negro. Siempre lo hacen. Siempre ganamos suficiente dinero con ellos para vivir cómodamente y obtener la sangre que necesitamos para sobrevivir.

Sí, es un poco asqueroso, pero la alternativa es peor. Después de todo, ni siquiera podemos salir al exterior durante la mitad del día, así que esto es lo que tenemos que hacer.

Finalmente, hemos terminado.

—Trae a tu hermana. Ahora es su turno.



domingo, 1 de marzo de 2020

#365 El Holder del Año

En cualquier ciudad, en cualquier país, ve a cualquier institución mental o centro de rehabilitación al que puedas llegar por tus propios medios. Cuando llegues a la recepción pregunta si puedes ver a quién se hace llamar "El Portador del Año", el trabajador te observará en silencio mientras arquea una ceja, si el blanquea los ojos y vuelve a su trabajo debes salir tan sigilosamente como puedas del edificio. Si lo molestas el hombre llamará a seguridad y te pedirán que abandones el edificio por la fuerza. Pero si luego de poner los ojos en blanco se pone de pie mientras te pregunta: ¿Cuántos de esos psicópatas vendrán aquí? quiero decir... no tiene que ser este lugar. Estás en el lugar correcto. Ellos te mostrarán el complejo, no te preocupes por el tiempo que pases adentro o por recordar el camino de retorno, siéntete libre de observar los alrededores, ya que estas en un lugar seguro y no existen monstruos esperando por ti detrás de las puertas que visitas.

El recepcionista te mostrará entonces una puerta que desafía todas las descripciones terrenales, el solamente te vigilará esperando que abras la puerta, ábrela y lo sentirás sondeando tu mente y buscando en cada rincón de tus pensamientos. La puerta se abrirá y debes dar rápidamente un paso hacia la luz cegadora que emana. Pasarás a través de una barrera que te llevará a un hermoso pueblo, cada paso que des en ese lugar equivaldrá a un mes en la ciudad. Debes dirigirte a el único edificio que posee una puerta azul. Mientras caminas te darás cuenta de que los niños que hay a tu alrededor crecen a un ritmo acelerado, ellos no son capaces de notarte, pero si ves que se comienzan a agredir entre sí debes irte lo antes posible. No prestes atención a cuantos pasos das, pero es necesario que llegues a la puerta antes de que todos los habitantes del pueblo hayan sido asesinados.

Dentro del edificio estarán todas las personas que murieron antes de que entraras, ellos se acercarán a ti llevando cada uno un objeto distinto, debes saber desde ya que si alguien porta un calendario grande, tu búsqueda estaba destinada a fallar. No podrás moverte ya que quien lleva el calendario lo abrirá y de su interior las letras saldrán como cadenas de las páginas mientras trituran tu cuerpo como si se tratara de un oxidado rallador de queso.
Si ninguno de los presentes tiene un calendario, ignóralos, el Portador no se encuentra entre ellos, pero si está observando tus acciones. Camina a través de estas personas, no actuarán cuando pases. Este edificio es el ayuntamiento de la ciudad, si miras a la parte posterior de la sala, verás una pizarra de anuncios que tiene un calendario cubierto de numerosas escrituras que indican fechas importantes y eventos en la ciudad, si avanzas hasta la fecha de tu cumpleaños verás que ese día tiene escrito "Sacrificio Infantil". Inmediatamente luego de ver esto debes arrancar el calendario de la pared, revelando un portal oculto detrás de el. Entra al portal tan rápido como puedas, ya que el Portador está buscando la manera de cerrar tu paso, apreta fuertemente el calendario en tus manos mientras caes ya que podrás caer un minuto o un milenio, como sea, lo único que guiará tu camino a través de tu caída al olvido es ese calendario.

Si fuiste lo suficientemente rápido para entrar al portal te encontrarás en el piso, debajo del escritorio del recepcionista a quién le hablaste al ingresar, el te fulminará con la mirada mientras agrega: "Te tomó lo suficiente".
Levántate rápidamente de debajo del escritorio y espera que nadie vea cuando te vallas. El chisme se propaga rápido. Dirígete al lugar que llamas hogar, verás en el mostrador de la cocina, al lado de la cafetera una pequeña agenda planificadora con algo escrito en un extraño idioma en su interior.




Esa agenda es el objeto 365 de 538, el último día marcado en ella es tu cumpleaños y aún no tiene "planes" escritos.

sábado, 29 de febrero de 2020

Tails Doll

Todo sucedió en Los Ángeles, California. Allí, cierta noche la madre de un niño subió a buscar a su hijo para la cena. Como de costumbre, el niño estaba jugando con la Sega Saturn en su habitación. La puerta estaba cerrada y el niño no contestaba, por lo que la madre abrió la puerta y entonces… Ahí, tirado sobre el suelo y con espuma saliendo de sus labios cianóticos, su querido hijo yacía con las pupilas dilatadas y la mirada puesta en ningún lugar. Estaba muerto y el tema de "Can you feel the Sunshine?" se repetía una y otra vez como música de fondo, irónicamente alegre para aquella trágica escena.

Cuando la policía vino, la madre firmó una declaración, donde, entre otras cosas, aseguraba que su hijo pasaba demasiado tiempo jugando con el Sega Saturn. Además, mencionó que su hijo se había obsesionado con la idea de desbloquear un personaje secreto.

Tras realizarle un autopsia se descubrió que el niño había muerto asfixiado durante un ataque epiléptico, cosa que hasta cierto punto llamaba la atención, pues no habían antecedentes mórbidos de epilepsia en la familia.

Durante el funeral, la madre del niño fallecido siguió la costumbre estadounidense de regalar las pertenencias del difunto a sus amigos de vecindario y escuela, dando el Sega Saturn a un chico que había sido el mejor amigo de su hijo. Ya en su casa, el mejor amigo del difunto encendió el Sega Saturn y vio que este tenía metido el juego de Sonic R. El juego le agradaba, así que no lo quitó y apenas lo inició, pudo ver que lo último que su amigo hizo antes de morir, había sido desbloquear a Tails Doll.

Esto último se conoció gracias al usuario IRon7HuMB, quien en un foro de internet publicó la susodicha historia asegurando que él era el mejor amigo del chico muerto. La gente le creyó y entonces la noticia comenzó a regarse de manera asombrosa, suscitando a su alrededor el montón de historias (muchas supuestamente reales) que hicieron nacer la leyenda de Tails Doll. Pero, entre este montón de historias, hay una que ha trascendido por encima de las demás y que se ha viralizado, siendo copiada literalmente en muchísimas páginas. Aquella historia pretende explicar el origen del espectral Tails Doll y es supuestamente verdadera aunque en general la gente piensa que es un fake. Dice así en la difundidísima versión basada en el relato escrito por el usuario Nursekiller:


‹‹En Estados Unidos durante la década de los ochenta tuvieron lugar una serie de asesinatos que la policía nunca logró explicar. La matanza más brutal de todas sucedió en una casa donde murieron cinco personas de una forma inhumana y otras dos resultaron gravemente heridas. En la pared se podían leer dos letras escritas con sangre: "TD". La Policía interrogó a los supervivientes para intentar averiguar qué había sucedido. Uno de los heridos antes de morir aseguró que había sido atacado por un oso con ojos de fuego que estaba cubierto de sangre y que no paraba de saltar. El único superviviente sufrió alucinaciones y pesadillas durante el resto de su vida.

Los medios de comunicación dedicaron un amplio espacio dentro de sus telediarios a este asesino sanguinario, el cual incrementaba su popularidad matando y firmando las paredes con las letras "TD", escritas con la sangre de sus víctimas.

La gente de la ciudad dormía todas las noches atemorizada. Los asesinatos sucedían y nadie lograba atrapar al autor de las matanzas.

Una noche más, una pareja de oficiales lograron divisar una figura extraña en las sombras escribiendo las letras "TD" en la pared de un oscuro callejón durante un turno rutinario. No dudaron en abalanzarse sobre el sospechoso, pero este se dio cuenta y escapó corriendo. Los policías pidieron refuerzos y lograron seguirle hasta un cementerio cercano gracias a la estela de sangre que el asesino dejaba a su paso.

Al entrar en el cementerio, los policías no tomaron las debidas precauciones. Les dominaba el ansia de atrapar cuanto antes al criminal, que tantos conocidos se había llevado por delante, y ese fue su error. De repente, uno de ellos cayó al suelo, sangrando a borbotones por la garganta, le había caído un machetazo en el cuello. Su compañero intentó auxiliarlo, pero el oficial ya había muerto. Sin embargo, el policia logró sacar una foto con una de las primeras cámara policiales a la zona oscura del camposanto, donde estaban las tumbas de los muertos, donde se debía encontrar el criminal. Cuando reveló el carrete la sorpresa fue enorme: al lado de una de las tumbas se podía apreciar la silueta de un oso de peluche con una luz roja en la cabeza portando un hacha en su mano izquierda. La foto se hizo pública y los rumores se extendieron. Muchos de los habitantes de la ciudad llegaron a creer que se trataba de un demonio, y tanto es así que la Iglesia decidió tomar parte en el asunto y propuso una serie de ritos y oraciones para intentar combatir con la fe al causante de las desgracias.

Se llevaron a cabo múltiples misas, rezos y procesiones sin que el asesino cesase, hasta que un día, TD apareció de la nada y se situó delante de la atemorizada multitud. Lloraba sangre e increpaba a gritos a todos los que oraban. El sacerdote se acercó sin titubear al muñeco de trapo y lo roció con agua bendita, y en ese instante, TD comenzó a expulsar sangre por todas sus extremidades hasta que se arrodilló y explotó delante de la gente.

El demonio fue vencido y la gente pudo volver a dormir tranquila para siempre, o al menos eso creían hasta que en 1998 ocurrió un asesinato similar a los anteriores, en el que aparecía escrito en el propio cadáver:

Muchas gracias por vuestro miedo; y a SEGA por resucitarme. A partir de ahora no tendré cuerpo ya que soy el Tails Doll.››



Sobre la historia anterior muchos investigaron y no encontraron nada, tal y como sucedió con quien escribió cierta entrada en clubpenguin568.obolog.com y dijo que habló con mucha gente y nadie recordaba a ningún asesino "TD" en los años 80. Así mismo, afirmó que él, y unos colegas suyos habían buscado archivos sobre "TD" en hemerotecas en inglés, no encontrando absolutamente nada…

Con todo, queda al lector el beneficio de la duda y la posibilidad de descargar el Sonic R para PC a ver qué mismo pasa con el temido Tails Doll.


viernes, 28 de febrero de 2020

#402 El Holder de la Esperanza Perdida

Este fragmento de una nota ensangrentada fue encontrado en el baño público de una estación poco concurrida:

"Mi nombre es Zachary y soy un buscador... No tengo mucho tiempo, me persiguen. Cometí un error y ahora me persiguen. Estoy dedicando mis últimos alientos a asegurarme de que nadie más compartirá mi destino. A menos que exista otro estúpido con la determinación de encontrar La esperanza Perdida. 

Fui a ver a un hombre sin hogar y le pregunté si conocía a quien se hace llamar "El Portador de la Última Esperanza". No es necesario buscar a una persona sin casa para buscar a este portador, también podrías hablar con alguien a punto de suicidarse o quien haya perdido su ser más amado en el mundo, solo es necesario que le preguntes a alguien que se encuentre desesperanzado.
El hombre señaló una puerta cercana, que conducía a una gran ciudad o lo que alguna vez fue una gran ciudad, dejando atrás un páramo. No se qué le ocurrió a este sitio o a sus habitantes, pero no parece haber sido un lugar más agradable antes. 

Esa ciudad era como un laberinto, conseguí un libro sin marcar en el que había un directorio que fácilmente me llevó a mi destino, si estás loco como para intentarlo conseguir este libro será tu misión. 

Me encontraba de pie frente a un edificio de departamentos, entré y me dirigí a la puerta 402 sin detenerme a mirar ninguna otra habitación. En el cuarto había un anciano sentado delante de un escritorio escribiendo una hoja de papel, podría apostar que el bolígrafo es el objeto 402, pero no estoy seguro de ello. El Portador se veía gentil y amable por lo que bajé la guardia.

Este no es como los otros Portadores, el realmente conversará contigo. Pase un tiempo agradable con él, conversamos cerca de una hora antes de que me animara a hacer la pregunta que me llevó hasta ese ser: ¿Hay alguna Esperanza?

La respuesta del hombre habría enloquecido a la mayoría quienes conozco. Demonios, casi desearía haberme vuelto loco, porque eso significaría que las cosas que me persiguen no son reales.

Fue cuando terminó su relato que cometí mi error fatal. Hagas lo que hagas, bajo ninguna circunstancia debes ..."



No se encontró ningún cuerpo o rastro de la pobre alma que escribió la nota.


jueves, 27 de febrero de 2020

Dagón - H.P. Lovecraft

Título Original: Dagón
Autor: H.P. Lovecraft
Nacionalidad: Estadounidense
Año de publicación: 1919


Dagón

Escribo esto bajo una fuerte tensión mental, ya que cuando llegue la noche habré dejado de existir. Sin dinero, y agotada mi provisión de droga, que es lo único que me hace tolerable la vida, no puedo seguir soportando más esta tortura; me arrojaré desde esta ventana de la buhardilla a la sórdida calle de abajo. Pese a mi esclavitud a la morfina, no me considero un débil ni un degenerado. Cuando hayan leído estas páginas atropelladamente garabateadas, quizá se hagan idea (aunque no completa) de por qué debo buscar el olvido o la muerte.

Fue en una de las zonas más abiertas y menos frecuentadas del anchuroso Pacífico donde el paquebote en el que iba yo de sobrecargo cayó apresado por un corsario alemán. La gran guerra estaba entonces en sus comienzos, y las fuerzas oceánicas de los hunos aún no se habían hundido en su degradación posterior; así que nuestro buque fue capturado legalmente, y nuestra tripulación tratada con toda la deferencia y consideración debidas a unos prisioneros navales. En efecto, tan liberal era la disciplina de nuestros opresores, que cinco días más tarde conseguí escaparme en un pequeño bote, con agua y provisiones para bastante tiempo.

Cuando al fin me encontré libre y a la deriva, tenía muy poca idea de cuál era mi situación. Navegante poco experto, sólo sabía calcular de manera muy vaga, por el sol y las estrellas, que estaba algo al sur del ecuador. No sabía en absoluto en qué longitud, y no se divisaba isla ni costa alguna. El tiempo se mantenía bueno, y durante incontables días navegué sin rumbo bajo un sol abrasador, con la esperanza de que pasara algún barco, o de que me arrojaran las olas a alguna región habitable. Pero no aparecían ni barcos ni tierra, y comencé a desesperar en mi soledad, en medio de aquella ondulante e ininterrumpida inmensidad azul.

El cambio ocurrió mientras dormía. Nunca llegaré a conocer los pormenores; porque mi sueño, aunque poblado de pesadillas, fue ininterrumpido. Cuando desperté finalmente, descubrí que me encontraba medio succionado en una especie de lodazal viscoso y negruzco que se extendía a mi alrededor, con monótonas ondulaciones hasta donde alcanzaba la vista, en el cual se había adentrado mi bote cierto trecho.

Aunque cabe suponer que mi primera reacción fuera de perplejidad ante una transformación del paisaje tan prodigiosa e inesperada, en realidad sentí más horror que asombro; pues había en la atmósfera y en la superficie putrefacta una calidad siniestra que me heló el corazón. La zona estaba corrompida de peces descompuestos y otros animales menos identificables que se veían emerger en el cieno de la interminable llanura. Quizá no deba esperar transmitir con meras palabras la indecible repugnancia que puede reinar en el absoluto silencio y la estéril inmensidad. Nada alcanzaba a oírse; nada había a la vista, salvo una vasta extensión de légamo negruzco; si bien la absoluta quietud y la uniformidad del paisaje me producían un terror nauseabundo.

El sol ardía en un cielo que me parecía casi negro por la cruel ausencia de nubes; era como si reflejase la ciénaga tenebrosa que tenía bajo mis pies. Al meterme en el bote encallado, me di cuenta de que sólo una posibilidad podía explicar mi situación. Merced a una conmoción volcánica el fondo oceánico había emergido a la superficie, sacando a la luz regiones que durante millones de años habían estado ocultas bajo insondables profundidades de agua. Tan grande era la extensión de esta nueva tierra emergida debajo de mí, que no lograba percibir el más leve rumor de oleaje, por mucho que aguzaba el oído. Tampoco había aves marinas que se alimentaran de aquellos peces muertos.

Durante varias horas estuve pensando y meditando sentado en el bote, que se apoyaba sobre un costado y proporcionaba un poco de sombra al desplazarse el sol en el cielo. A medida que el día avanzaba, el suelo iba perdiendo viscosidad, por lo que en poco tiempo estaría bastante seco para poderlo recorrer fácilmente. Dormí poco esa noche, y al día siguiente me preparé una provisión de agua y comida, a fin de emprender la marcha en busca del desaparecido mar, y de un posible rescate.

A la mañana del tercer día comprobé que el suelo estaba bastante seco para andar por él con comodidad. El hedor a pescado era insoportable; pero me tenían preocupado cosas más graves para que me molestase este desagradable inconveniente, y me puse en marcha hacia una meta desconocida. Durante todo el día caminé constantemente en dirección oeste guiado por una lejana colina que descollaba por encima de las demás elevaciones del ondulado desierto. Acampé esa noche, y al día siguiente proseguí la marcha hacia la colina, aunque parecía escasamente más cerca que la primera vez que la descubrí. Al atardecer del cuarto día llegué al pie de dicha elevación, que resultó ser mucho más alta de lo que me había parecido de lejos; tenía un valle delante que hacía más pronunciado el relieve respecto del resto de la superficie. Demasiado cansado para emprender el ascenso, dormí a la sombra de la colina.

No sé por qué, mis sueños fueron extravagantes esa noche; pero antes que la luna menguante, fantásticamente gibosa, hubiese subido muy alto por el este de la llanura, me desperté cubierto de un sudor frío, decidido a no dormir más. Las visiones que había tenido eran excesivas para soportarlas otra vez. A la luz de la luna comprendí lo imprudente que había sido al viajar de día. Sin el sol abrasador, la marcha me habría resultado menos fatigosa; de hecho, me sentí de nuevo lo bastante fuerte como para acometer el ascenso que por la tarde no había sido capaz de emprender. Recogí mis cosas e inicié la subida a la cresta de la elevación.

Ya he dicho que la ininterrumpida monotonía de la ondulada llanura era fuente de un vago horror para mí; pero creo que mi horror aumentó cuando llegué a lo alto del monte y vi, al otro lado, una inmensa sima o cañón, cuya oscura concavidad aún no iluminaba la luna. Me pareció que me encontraba en el borde del mundo, escrutando desde el mismo canto hacia un caos insondable de noche eterna. En mi terror se mezclaban extraños recuerdos del Paraíso perdido, y la espantosa ascensión de Satanás a través de remotas regiones de tinieblas.

Al elevarse más la luna en el cielo, empecé a observar que las laderas del valle no eran tan completamente perpendiculares como había imaginado. La roca formaba cornisas y salientes que proporcionaban apoyos relativamente cómodos para el descenso; y a partir de unos centenares de pies, el declive se hacía más gradual. Movido por un impulso que no me es posible analizar con precisión, bajé trabajosamente por las rocas, hasta el declive más suave, sin dejar de mirar hacia las profundidades estigias donde aún no había penetrado la luz.

De repente, me llamó la atención un objeto singular que había en la ladera opuesta, el cual se erguía enhiesto como a un centenar de yardas de donde estaba yo; objeto que brilló con un resplandor blanquecino al recibir de pronto los primeros rayos de la luna ascendente. No tardé en comprobar que era tan sólo una piedra gigantesca; pero tuve la clara impresión de que su posición y su contorno no eran enteramente obra de la Naturaleza. Un examen más detenido me llenó de sensaciones imposibles de expresar; pues pese a su enorme magnitud, y su situación en un abismo abierto en el fondo del mar cuando el mundo era joven, me di cuenta, sin posibilidad de duda, de que el extraño objeto era un monolito perfectamente tallado, cuya imponente masa había conocido el arte y quizá el culto de criaturas vivas y pensantes.

Confuso y asustado, aunque no sin cierta emoción de científico o de arqueólogo, examiné mis alrededores con atención. La luna, ahora casi en su cenit, asomaba espectral y vívida por encima de los gigantescos peldaños que rodeaban el abismo, y reveló un ancho curso de agua que discurría por el fondo formando meandros, perdiéndose en ambas direcciones, y casi lamiéndome los pies donde me había detenido. Al otro lado del abismo, las pequeñas olas bañaban la base del ciclópeo monolito, en cuya superficie podía distinguir ahora inscripciones y toscos relieves. La escritura pertenecía a un sistema de jeroglíficos desconocido para mí, distinto de cuantos yo había visto en los libros, y consistente en su mayor parte en símbolos acuáticos esquematizados tales como peces, anguilas, pulpos, crustáceos, moluscos, ballenas y demás. Algunos de los caracteres representaban evidentemente seres marinos desconocidos para el mundo moderno, pero cuyos cuerpos en descomposición había visto yo en la llanura surgida del océano.

Sin embargo, fueron los relieves los que más me fascinaron. Claramente visibles al otro lado del curso de agua, a causa de sus enormes proporciones, había una serie de bajorrelieves cuyos temas habrían despertado la envidia de un Doré. Creo que estos seres pretendían representar hombres... al menos, cierta clase de hombres; aunque aparecían retozando como peces en las aguas de alguna gruta marina, o rindiendo homenaje a algún monumento monolítico, bajo el agua también. No me atrevo a descubrir con detalle sus rostros y sus cuerpos, ya que el mero recuerdo me produce nauseas. Más grotescos de lo que podría concebir la imaginación de un Poe o de un Bulwer, eran detestablemente humanos en general, a pesar de sus manos y pies palmeados, sus labios espantosamente anchos y fláccidos, sus ojos abultados y vidriosos, y demás rasgos de recuerdo menos agradable.

Curiosamente, parecían cincelados sin la debida proporción con los escenarios que servían de fondo, ya que uno de los seres estaba en actitud de matar una ballena de tamaño ligeramente mayor que él. Observé, como digo, sus formas grotescas y sus extrañas dimensiones; pero un momento después decidí que se trataba de dioses imaginarios de alguna tribu pescadora o marinera; de una tribu cuyos últimos descendientes debieron de perecer antes que naciera el primer antepasado del hombre de Piltdown o de Neanderthal. Aterrado ante esta visión inesperada y fugaz de un pasado que rebasaba la concepción del más atrevido antropólogo, me quedé pensativo, mientras la luna bañaba con misterioso resplandor el silencioso canal que tenía ante mí.

Entonces, de repente, lo vi. Tras una leve agitación que delataba su ascensión a la superficie, la entidad surgió a la vista sobre las aguas oscuras. Inmenso, repugnante, aquella especie de Polifemo saltó hacia el monolito como un monstruo formidable y pesadillesco, y lo rodeó con sus brazos enormes y escamosos, al tiempo que inclinaba la cabeza y profería ciertos gritos acompasados. Creo que enloquecí entonces.

No recuerdo muy bien los detalles de mi frenética subida por la ladera y el acantilado, ni de mi delirante regreso al bote varado... Creo que canté mucho, y que reí insensatamente cuando no podía cantar. Tengo el vago recuerdo de una tormenta, poco después de llegar al bote; en todo caso, sé que oí el estampido de los truenos y demás ruidos que la Naturaleza profiere en sus momentos de mayor irritación.

Cuando salí de las sombras, estaba en un hospital de San Francisco; me había llevado allí el capitán del barco norteamericano que había recogido mi bote en medio del océano. Hablé de muchas cosas en mis delirios, pero averigüé que nadie había hecho caso de las palabras. Los que me habían rescatado no sabían nada sobre la aparición de una zona de fondo oceánico en medio del Pacífico, y no juzgué necesario insistir en algo que sabía que no iban a creer. Un día fui a ver a un famoso etnólogo, y lo divertí haciéndole extrañas preguntas sobre la antigua leyenda filistea en torno a Dagón, el Dios-Pez; pero en seguida me di cuenta de que era un hombre irremediablemente convencional, y dejé de preguntar.

Es de noche, especialmente cuando la luna se vuelve gibosa y menguante, cuando veo a ese ser. He intentado olvidarlo con la morfina, pero la droga sólo me proporciona una cesación transitoria, y me ha atrapado en sus garras, convirtiéndome irremisiblemente en su esclavo. Así que voy a poner fin a todo esto, ahora que he contado lo ocurrido para información o diversión desdeñosa de mis semejantes. Muchas veces me pregunto si no será una fantasmagoría, un producto de la fiebre que sufrí en el bote a causa de la insolación, cuando escapé del barco de guerra alemán. Me lo pregunto muchas veces; pero siempre se me aparece, en respuesta, una visión monstruosamente vívida.

No puedo pensar en las profundidades del mar sin estremecerme ante las espantosas entidades que quizá en este instante se arrastran y se agitan en su lecho fangoso, adorando a sus antiguos ídolos de piedra y esculpiendo sus propias imágenes detestables en obeliscos submarinos de mojado granito. Pienso en el día que emerjan de las olas, y se lleven entre sus garras de vapor humeantes a los endebles restos de una humanidad exhausta por la guerra... en el día en que se hunda la tierra, y emerja el fondo del océano en medio del universal pandemonio.

Se acerca el fin. Oigo ruido en la puerta, como si forcejeara en ella un cuerpo inmenso y resbaladizo. No me encontrará. ¡Dios mío, esa mano! ¡La ventana! ¡La ventana!



H.P. Lovecraft