Se levantó tambaleándose, tomó la vara que estaba a su lado y emprendió el camino. No tuvo que andar por ese campo mucho tiempo pues en el muelle ya lo esperaba un anciano con su transporte.
—Lindo bote.
El anciano se le quedó mirando unos minutos, y después habló.
—¿Despertaste aquí?
—Así es.
No tuvo que decir más para que el anciano aceptara llevarlo al otro lado de ese vertiginoso río. Aquel anciano sintió algo de lástima por su pasajero y preguntó:
—¿Se le ofrece algo, señor?
—Una copa de vino, si no es mucha molestia.
El anciano extendió sus alas y sacó una botella de su manto. Una llama azul comenzó a verse en su mano derecha y una copa apareció en su palma, que se fue llenando lentamente del oscuro líquido.
—Aquí tiene.
Después de decir eso, se dispuso a remar.
El botecillo zarpó hacia el otro lado, la vista era bastante agradable.
El anciano quiso empezar una conversación:
—¿Fue hace mucho?
—¿Disculpe?
—Que si fue hace mucho que murió.
—No, me atropellaron hace un par de días.
—Pues, bienvenido.
—Gracias.
Cuando la pequeña embarcación tocó tierra, el anciano expresó:
—Aquí acaba mi parte, usted tendrá que caminar hasta la puerta.
—Está bien.
Caminó unos momentos por el campo rodeado de hermosas flores, subió un pequeño monte, y ahí estaba, una enorme puerta con las siguientes palabras grabadas:
“Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se va la raza condenada: la justicia animó a mi sublime arquitecto, quien me hizo la divina protestad, la suprema sabiduría y el primer amor. Antes que yo no hubo nada creado, a excepción de lo eterno y yo duro eternamente. ¡Oh, todos los que entráis, abandonad toda esperanza!”
El desdichado hombre quedó perturbado al punto de querer escapar corriendo, pero las puertas se abrieron en ese momento.
Dos enormes demonios salieron a recibirlo con unas cadenas y algunos extraños artilugios de acero; su castigo estaba a punto de comenzar.
El inocente hombre creyó que el Santo Padre lo perdonaría y lo dejaría habitar entre sus sagradas tierras, supongo que hasta sintió un poco de vergüenza por pensar tal cosa, pues hace mucho que Dios no perdona a sus hijos pecadores, y no creo que piense volver a hacerlo jamás.