Bajó las escaleras y se aproximó hacia el caldero que giraba en el aire. El contenido era blanquecino, no despedía ningún olor y varios objetos flotaban en la superficie.
Sumergió ambas manos, las sacó de prisa y sorbió lo que pudo. Sabía a vainilla. De repente oyó un alarido que provino del piso de arriba: la estaban llamando a gritos. Se fue corriendo de allí. Esa sería la última vez que probaría una sopa de ese tipo. Sin duda, extrañaría la combinación de huesos humanos, carne podrida y tripas de cordero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario