sábado, 20 de julio de 2019

#024 El Holder del Color

En cualquier ciudad, en cualquier país, puedes ir a cualquier institución mental, o casa desolada a la mitad de una carretera olvidada, donde puedas entrar por ti mismo. Dirígete a la recepción y solicita visitar a aquel que se hace llamar "el portador del color". El encargado te mirará y te dará una sonrisa tímida antes de extender su mano hacia ti. Debes esperar exactamente ocho segundos antes de tomarla, o los colores mismos te negarán y no podrás ingresar.

El encargado se pondrá de pie y te llevará a una celda, abrirá la puerta e te pedirá que entres. Dentro de la celda, encontrarás dos niños pequeños, ambos vestidos en tonos grises, su piel y cabellos parecerán como si todo el color hubiera sido drenado de ellos. Uno tendrá el cabello largo y llevará un vestido blanco, mientras que el otro estará con un traje negro y el pelo corto. Procura mirar solo al de blanco a los ojos, porque serán normales; los ojos del niño vestido de negro te llevarán a la locura. Cada uno usará un guante y extenderá ambas manos hacia ti. Puedes tomar la mano enguantada de cada uno; pero si tocas la carne del niño vestido de negro, serás plagado por la peor agonía de todo el universo, pero no morirás, él no te dejará ir. Si tocas la piel del niño vestido de blanco, sentirás más placer del que jamás hayas experimentado, pero pronto él retirará su mano y nunca más volverás a sentir ese placer, sin importar cuanto lo anheles; tu lujuria te matará.

Mantente atento; ya que en cualquier momento, los chicos se mirarán, asentirán y sacudirán sus cabezas, en aquel momento debes rápidamente cerrar los ojos y gritar:

No soy lo que buscas, pero puedo cambiar las mareas.

Una vez que digas esto, ambos reirán y tirarán de tus manos, abrirán con su mano libre una pesada trampilla en el centro del calabozo y te obligarán a descender incómodamente en la oscuridad. Los chicos hablarán al unísono, alardeando sin césar de sus riquezas, de todas las cosas que tienen. Te preguntarán muchas veces si estás celoso; cada vez que pregunten, debes responder que . Tu destino ahora está en manos de estos chicos.

El tramo de escaleras que descenderán será largo, volviéndose cada vez mas estrecho, hasta que eventualmente caminen uno por delante y otro por detrás de ti. Si el chico de negro va por delante, considérate afortunado; la vida ahora está en tu espalda. Pero si regresa, tu muerte será agonizante, te arrojará desde las escaleras hacia el abismo.

Después de lo que te parecerá una eternidad, llegarás al final de las escaleras y ambos niños te empujarán hacia una gran puerta de vidrio. Te mirarán fijamente, las lágrimas correrán por sus pómulos y te dirán que no pueden ir más allá, señalándote la puerta. Debes entrar.

La habitación será de color negro oscuro, salvo por un solo haz de luz directo en su centro. De pie, bañada por la luz, habrá una mujer que, como los niños, estará completamente despojada de color. Tanto su cabello como su vestido alcanzarán la tierra, cada uno tan blanco como su tez. Sus ojos serán totalmente blancos y escleróticos, parecerá que ella está mirándote fijamente. Si te sonríe, la has divertido, y ella iluminará toda la habitación con su luz, te convertirás en uno de los cuerpos retorcidos que conforman la colección debajo de su piso de cristal. Si ella frunce el ceño, se volverá de espaldas e iluminará otra parte de la habitación, despertando a otros siete seres: un hombre riendose que viste solo de negro, un joven lloroso vestido de blanco, un anciano gruñón con ojos rojos y penetrantes, una mujer rodeada de pétalos rosas haciendo muecas extrañas, una niña sin emociones envuelta en verde, un pálido ser humanoide con cabello plateado y un anciano sonriente cubierto de riquezas. Ellos serán tus jueces. Debes elegir él que crees que te dará justicia y caminar hacia él, pregúntale:

¿Cuándo te despojarán de esta tierra?

En caso de que elijas algún color equivocado, la persona escogida se quedará muy quieta, te sonreirá de forma extraña y pronto sentirás que te deslizas hacia la nada. De dar con la persona correcta, ésta te responderá con un chillido horrible, señalando con temor a la mujer en el centro de la habitación. Los demás te gritarán maldiciones en muchos idiomas diferentes y sentirás un dolor punzante en todo tu cuerpo. Él que hayas elegido dará un paso delante para abrazarte, te susurrará al oído el repugnante relato acerca de tu muerte, sobre como el mundo se irá lentamente desvaneciendo cada uno de tus últimos alientos. No te muevas.

El coro de maldiciones se detendrá y la sala se iluminará, los siete te mirarán. Donde estaba la mujer, ahora habrá una pequeña pluma, como la de una paloma, cambiando su color continuamente.

Esta pluma es el objeto 24 de 538. Con ella podrás quitarles, lo que era suyo, para dar.


viernes, 19 de julio de 2019

#490 El Holder del Amor

En cualquier ciudad, en cualquier país, puedes ir a cualquier hospital y pide visitar a aquel que se hace llamar "el portador del amor", y prepárate para ser absoluta y completamente destruido.

Nadie ha regresado de la búsqueda de este objeto, y si lo han hecho, aquellos buscadores ya no están verdaderamente "viviendo". Son cáscaras, han desaparecido de sus cuerpos absoluta y completamente, dejando mensajes locos esparcidos a través de las paredes de su nuevo hogar, sus cuerpos en ruinas enferman a la vista.

Las cosas que yo llamo "sobrevivientes" ya no tienen la voluntad de vivir y, sin embargo, ya no tienen la fuerza suficiente para terminar con sus vidas. Han descendido a un lugar de pesadillas y horror, un lugar de odio y desesperación. Un lugar donde sus deseos se convierten en tormentos y su desesperación se convierte en hogar. Este lugar está repleto, con habitantes más horribles e inimaginables que los propios Objetos, bestias y monstruos más allá de las palabras que te separarán de mil maneras antes de que terminen con tu vida. Este es el lugar al que este Portador llama hogar, el peor Portador; lo peor en todos los infiernos.

Se han establecido en el camino de un Objeto; una oscura "protección" tanto divina como demoníaca. Puede ahuyentarte de los horrores de tu búsqueda, y puedes creer que conjura tu salvación, pero sabes lo que yo sé: que estás condenado si buscas esto, condenado más allá que con cualquier otro portador del que hayas oído u oirás.

Pero, si crees que puedes avanzar y vencer las pruebas y los horrores que este portador tiene para ofrecer, entonces espero que finalmente pruebes las recompensas de tu búsqueda, porque eres más grande que el más grande y un Dios entre los insectos de los Portadores.

La oscura recompensa que buscas es el objeto 490 de 538. Ésta anhela la compañía del resto.


jueves, 18 de julio de 2019

Lavender Town

El Síndrome de Lavender Town fue un peak en suicidios y enfermedades mentales en niños entre los 7 y 14 años de edad, poco después de la salida al mercado de Pokémon Red and Green en Japón, el 27 de febrero de 1996.

Los rumores dicen que estos trastornos solo ocurrieron después de que los niños que jugaban el videojuego llegaron a Pueblo Lavanda, cuya música de fondo tenía frecuencias extremadamente altas, que los estudios revelaron que solo los niños y adolescentes podían escuchar, debido a que sus oídos son más sensibles a estas frecuencias.

Debido al tono de Pueblo Lavanda, al menos doscientos se suicidaron, y muchos más desarrollaron enfermedades y aflicciones. Los niños que se suicidaron usualmente lo hacían colgando o saltando desde gran altura. Aquellos que no actuaron irracionalmente se quejaron de fuertes dolores de cabeza después de escuchar la canción de Pueblo Lavanda.

Los síntomas eran irritabilidad acompañada de insomnio, adicción al juego y, en muchos casos, sangrado de nariz. Luego de todo esto, los niños sufrían depresión crónica, cosa que, es rara a esa edad, y por último, este mismo estado psicológico de ansiedad y depresión los llevaba al suicidio.


Aunque Pueblo Lavanda suena diferente según el juego, esta histeria masiva fue causada por el primer juego de Pokémon lanzado. Después del incidente de Lavender Town, los programadores arreglaron la música del tema del pueblo para que fuera más baja, y desde entonces aparentemente los niños ya  no son afectados por ella.

Anexo:




Calificación: 

miércoles, 17 de julio de 2019

La Máscara de la Muerte Roja - Edgar Allan Poe

Título original: The Mask of the Red Death.
Año de publicación: 1842.
Autor: Edgar Allan Poe.

Hacía tiempo que la Muerte Roja devastaba el país. Nunca hubo peste tan mortífera ni tan horrible. La sangre era su emblema y su sello, el rojo horror de la sangre. Se sentían dolores agudos y un vértigo repentino, y luego los poros exudaban abundante sangre, hasta acabar en la muerte. Las manchas escarlatas en el cuerpo, y sobre todo en el rostro de la víctima, eran el estigma de la peste que le apartaban de toda ayuda y compasión de sus congéneres. En media hora se cumplía todo el proceso: síntomas, evolución y término de la enfermedad.

Pero el príncipe Próspero era intrépido, feliz y sagaz. Con sus dominios ya medio despoblados, llamó un día a su presencia a un millar de amigos sanos y joviales de entre las damas y caballeros de su corte, y con ellos se recluyó en el apartado retiro de una de sus abadías amuralladas. Era un conjunto de edificios amplio y magnífico, concebido por el gusto excéntrico, aunque majestuoso, del propio príncipe. Lo rodeaba una alta y sólida muralla. La muralla tenía portones de hierro. Una vez dentro los cortesanos, se trajeron fraguas y enormes martillos y se soldaron los cerrojos. Decidieron que no hubiese modo alguno de entrar o salir, si alguien de pronto se dejaba llevar por la desesperación o la locura. Había abundancia de provisiones. Con tales precauciones los cortesanos podían desafiar el contagio. Que el mundo de fuera se ocupase de sí mismo. Había bufones, había trovadores, había bailarinas, había músicos, había Belleza, había vino. Dentro había todo eso, y también seguridad.

Fuera, estaba la Muerte Roja.

Fue hacia el final del quinto o sexto mes de su encierro, y mientras la peste se cebaba con furia en el exterior, cuando el príncipe Próspero ofreció a sus mil amigos un baile de máscaras de rara vistosidad.

Aquel baile fue un espectáculo voluptuoso. Pero permítaseme hablar primero de los salones en que se celebró. Eran siete: todo un ámbito imperial. Hay muchos palacios, sin embargo, en los que salones así ofrecen una perspectiva larga y lineal, con puertas corredizas que se desplazan casi hasta las mismas paredes de uno y otro lado, de modo que apenas nada interrumpe la vista en todo su longitud. El caso era aquí muy distinto, como cabría esperar de la afición del duque por lo extravagante. La distribución de las salas era tan irregular que apenas se contemplaban más de una al mismo tiempo. Cada veinte o treinta metros se producía un giro brusco, y con cada giro un efecto novedoso. A derecha e izquierda,en medio de la pared, una ventana gótica alta y estrecha se asomaba a un corredor cerrado que enmarcaba las sinuosidades del conjunto, con vidrieras cuyos colores variaban de acuerdo con los tonos dominantes en la decoración del salón al que se abrían. El del extremo oriental, por ejemplo, estaba decorado en azul, y las vidrieras en azul vivo. La ornamentación y los tapices del segundo eran de color púrpura, y pupúreos eran allí los cristales. El tercero era todo él verde, lo mismo que las ventanas. Los muebles y la iluminación del cuarto eran anaranjados; el quinto, blanco; el sexto, violeta. La séptima estancia era un denso sudario de tapices de terciopelo negro que cubrían el techo y las paredes, y caían en pesados plieges sobre una alfombra del mismo tinte y textura.

Pero sólo en esta habitación el color de las ventanas difería del decorado. Las vidrieras eran aquí de un tono escarlata, un rojo oscuro de sangre. Ahora bien, en ninguna de las siete cámaras había lámpara o candelabro alguno, entre la abundancia de adornos dorados que había por todas partes o que colgaban de los techos. No había luz ninguna que procediera de una lámpara o vela en todo el conjunto de habitaciones. Pero en el corredor que envolvía los salones había, frente a cada ventana, un pesado trípode con un brasero de fuego que, al proyectar su resplandor a través de las vidrieras, inundaba de luz la estancia. Se producía así una profusión llamativa de formas fantásticas. Pero en la habitación negra, o de poniente, el efecto del fuego a través de los cristales de sangre sobre los tapices negros resultaba de lo más siniestro, y daba un aire tan irreal a los rostros de los que allí entraban que muy pocos se atrevían a dar siquiera un paso en aquella estancia.

También era aquí donde se encontraba, contra el muro oeste, un gigantesco reloj de ébano. El péndulo oscilaba con un sonido grave, monótono y apagado, y cuando el minutero había recorrido toda la esfera y llegaba el momento de marcar la hora, de sus pulmones metálicos surgía un sonido límpido, potente, profundo y muy musical, pero de nota y énfasis tan peculiares que, a cada hora, los músicos se veían obligados a detenerse un momento para escucharlo, lo que obligaba a su vez a quienes bailaban a interrumpir el vals; y se producía un breve desconcierto en la alegría de todos; y, mientras sonaba el carillón, se veía cómo los más frívolos palidecían y los más sosegados por los años se pasaban la mano por la frente como perdidos en ensueños o en meditación. Aunque cuando cesaban los últimos ecos, una risa leve se apoderaba a la vez de toda la concurrencia; los músicos se miraban y sonreían como burlándose de sus propios nervios y desconcierto, y se susurraban mutuas promesas de que las siguientes campanadas no les causarían ya la misma impresión; pero luego, al cabo de sesenta minutos (que son tres mil seiscientos segundos de Tiempo que vuela), de nuevo sonaba el carillón, y volvía a repetirse la misma meditación, y el mismo desconcierto y nerviosismo de antes.

Pero a pesar de todo, era una fiesta alegre y magnífica. Los gustos del duque eran peculiares. Tenía un buen ojo para los colores y los efectos. Desdeñaba las convenciones de la moda. Sus planes eran atrevidos y apasionados, y un viso de barbarie iluminaba sus proyectos. Algunos le habrían tenido por loco. Sus seguidores no lo creían así. Pero era necesario oírle, y verle, y tocarle, para estar seguro.

Con ocasión de esta magna fiesta, había supervisado personalmente casi toda la decoración de los siete salones; y había sido su propio gusto el que había inspirado los disfraces. No os quepa duda de que eran extravagantes. Abundaba la ostentación y el brillo, lo ilusorio y lo picante..., mucho de lo que después se ha visto en Hernani. Había figuras arabescas, con miembros y atuendos grotescos. Había fantasías delirantes como sólo los locos imaginan. Había mucha belleza, mucha voluptuosidad, mucho de estrafalario, algo de terrible, y no poco de lo que podría haber ofendido. De hecho, por las siete estancias se paseaba majestuosamente una muchedumbre de sueños. Y estos -los sueños- se revolvían por las habitaciones, tiñéndose del color de cada una, y haciendo que la música desenfrenada de la orquesta pareciera el eco de sus pasos. Y entonces suena el reloj de ébano en el salón de terciopelo. Y por un momento todo se aquieta, todo se acalla salvo la voz del reloj. Los sueños quedan congelados y estáticos. Pero el eco de las campanadas se apaga -na han durado sino un instante- y una risa leve, a medias reprimida, queda flotando tras él. Y surge de nuevo la música, y viven los sueños, y se revuelven de un lado a otro más alegres que nunca, teñidos por las ventanas multicolores por las que penetra el resplandor de los trípodes. Pero en el salón de poniente, ninguno de los enmascarados se atreve ahora a entrar, porque la noche ya se desvanece y una luz más rojiza se filtra por los cristales de color sangre; y la negrura de los tapices espanta; y quien aventura sus pasos sobre la negra alfombra escucha un sordo tictac, más solemne y enfático que el que llega a oídos de quienes se entregan a la alegría en las salas más distantes.

Pero las otras habitaciones estaban abarrotadas, y en ellas latía febrilmente el ansia de la vida. Prosiguió así el torbellino festivo, hasta que al cabo el reloj inició las campanadas de la medianoche. Y cesó entonces la música, como ya he dicho; y los que bailaban interrumpieron el vals; y, como en otras ocasiones, todo quedó desasosegadamente detenido. Pero ahora eran doce las campanadas que tenían que sonar; y ocurrió así, quizá, que al disponer de más tiempo, más grave se tornó la reflexión de quienes en la concurrencia ya estaban pensativos. Y también ocurrió así, quizá, que antes de que el último eco de la ultima campanada hubiera desaparecido en el silencio, muchos ya habían reparado en la presencia de una figura enmascarada que hasta entonces no había llamado la atención de nadie. Y de boca se extendió el rumor de esta nueva presencia, y al poco se alzó en toda la compañía un susurro, un murmullo de desaprobación y sorpresa, luego, por último, de terror, de horror y de asco. En una congregación fantasmagórica como la que he pintado, bien se puede suponer que ningún atuendo ordinario habría causado tal sensación. De hecho, esa noche la libertad en los disfraces era prácticamente ilimitada; pero la figura en cuestión había rizado el rizo, superando incluso los límites del gusto permisivo del príncipe. Hay fibras aún en el corazón de los más osados que no pueden tocarse sin que se emocionen. Hasta los casos perdidos, para quienes la vida y la muerte son una misma broma, creen que hay ciertos asuntos con los que no se puede bromear. En todos los asistentes, desde luego, se apreciaba ahora la sensación intensa de que el disfraz y el porte del extraño carecían de todo ingenio y decoro. Era una figura alta y lúgubre, amortajada de la cabeza a los pies con el atuendo de la tumba. La máscara que ocultaba representaba tan fielmente el semblante rígido de un cadáver que al observador más atento le resultaría difícil descubrir el engaño. Aun así, todo esto lo habría soportado, si no aprobado, aquella alocada concurrencia. Pero el enmascarado había llegado incluso a asumir el aspecto de la Muerte Roja. La sangre le salpicaba la vestimenta..., y su ancha frente, y todas sus facciones, aparecían moteadas por el horror escarlata.

Cuando la mirada del príncipe Próspero se detuvo en este espectro (que se paseaba lento y solemne, como para dar mayor empaque a su figura), se le notó una convulsión, en un primer momento con un fuerte estremecimiento de horror o repugnancia; pero enseguida, el rostro se le encendió de ira.

¿Quien se ha atrevido...? preguntó con voz ronca a los cortesanos que le acompañaban—: ¿Quién se ha atrevido a insultarnos con esta burla blasfema? ¡Cogedle y quitarle la máscara, y así sabremos a quien hay que colgar de una almena al amanecer!

Cuando pronunció estas palabras, el príncipe Próspero se hallaba en el salón azul, que daba al oriente. Y su eco recorrió alto y claro las siete estancias, porque el príncipe era un hombre robusto y osado, y un gesto suyo había acallado ya la música.

Era en el salón azul donde se hallaba el príncipe, en compañía de un grupo de pálidos cortesanos. Al principio, cuando habló, dieron éstos un primer paso hacia el intruso, que entonces estaba próximo a ellos, y que ahora se acercaba mas aún, con porte deliberado y majestuoso. Pero cierto miedo indecible que la insensata arrogancia de la máscara había inspirado a todo el grupo impidió que nadie le pusiera la mano encima; asi que, sin estorbo alguno, pasó apenas a un metro del príncipe; y, mientras en los salones la numerosa concurrencia, como movida por un mismo resorte, se hacía a un lado buscando el refugio de las paredes, el enmascarado siguió andando con el mismo paso solemne y mesurado que desde el comienzo le había distinguido, pasando de la sala azul a la púrpura, de la púrpura a la verde, de la verde a la de color naranja, de ésta a la blanca, e incluso de aquí a la morada, sin que nadie hiciera el menor intento de detenerle. Fue entonces, sin embargo, cuando el príncipe Próspero, fuera de sí y avergonzado por su cobardía pasajera, cruzó veloz los seis salones, sin que nadie le siguiera por el terror mortal que de todos se había apoderado. Blandía una daga desenvainada, y se acercó impetuoso y rápido a muy poco distancia de la figura que seguía su camino, cuando ésta, que ya había llegado al salón de terciopelo, giró de pronto y le hizo frente. Hubo un grito agudo, y la daga reluciente cayó en la alfombra negra sobre la que, al instante, caía postrado por la muerte el príncipe Próspero. Después, llevados por el valor enloquecido de la desesperación, un amplio grupo entró en avalancha en el salón negro, en el que la alta figura seguía inmóvil y erguida bajo la sombra del reloj de ébano; pero al ponerle la mano encima al enmascarado, un horror innombrable les cortó el aliento y descubrieron que la mortaja y la máscara cadavérica que habían tratado con violenta rudeza no estaban habitadas por ninguna forma tangible.

Y reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche. Y uno a uno fueron cayendo los presentes en los salones antes festivos, ahora bañados en sangre, y cada uno hallaba la muerte en la desesperada postura en que caía. Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del último cortesano. Y las llamas de los trípodes se extinguieron. Y de todo se adueñó la Tiniebla, la Corrupción y la Muerte Roja.





#324 El Holder de la Desesperación

En cualquier ciudad, en cualquier país ve a cualquier lugar seguro (escuela, hospital, asilo, estación de policía, estación de bomberos etc.) y dirígete a la recepción.

Asegúrate de no tener armas ni mal humor ese día, si tu intención es encontrar el objeto escondido ahí el recepcionista lo sentirá y se acercará a ti. El empleado te dará el abrazo más cálido y reconfortante que jamás hayas sentido, te sentirás amado, reconfortado y aceptado como nunca antes, pero no debes dejarte llevar por esa sensación, aleja al empleado suavemente y dile "Lo siento pero estoy aquí por una razón importante". Si tu corazón es verdadero y eres digno, el trabajador apuntará a una puerta. Si eso no sucede te recomiendo armarte lo más que puedas, si el recepcionista apunta alguna puerta, cualquiera, entra.

Cierra la puerta en cuanto estés dentro y notarás que el cuarto parece una la oficina de algún consejero de escuela, solo que está cubierta de sangre y en el piso están los cadáveres de los que se rindieron muy pronto. Camina hacia el escritorio y siéntate en una de las dos sillas, el consejero aparecerá ante ti y te preguntará por la situación de tu negocio, con una voz calmada y fría debes responder esto exactamente: "Mi situación es desesperada, porque si sen encuentran todo está perdido". El hombre se acercará para acariciarte la cara y su mano se convertirá en una afilada garra... No te resistas, no importa lo profundo que te corte, el consejero luego asentirá y dirá: "¿Cuáles son tus intenciones?", debes contestar:"Proteger a quienes abrazan la paz y amor". Luego buscará debajo del escritorio y producirá un pequeño libro, este libro sin embargo, contiene todos los espantosos relatos detallados de cada momento a lo largo de la historia de la humanidad, la situación de alguien era tan desesperada que por abuso, adicciones o algún otro vicio haya considerado rendirse.

El consejero te leerá este libro de modo que sentirás cada situación como si la estuvieras viviendo, la mayoría de los buscadores terminan sus vidas en esta historia, lo que resultó en los cientos de cadáveres que llenan las paredes. Si logras completar la prueba, el hombre cerrará el libro y con un brillo sobrenatural, cuando el consejero regrese a su escritorio a buscar otra cosa, el mostrará su verdadera forma, no importa lo horrible que sea debes mirarlo a los ojos y decir: "Gracias, ya se que hacer".

El consejero tomará un objeto de debajo de su escritorio, una pequeña navaja y tallará tu nombre en la portada del libro antes de entregártelo, desde ahora tu sabrás sobre cada intento de suicidio de las personas que conoces y tienes el poder de hacerlos cambiar de opinión al instante, pero al hacerlo sentirás su dolor.



La navaja es el Objeto 324 de 538, para mantenerlos alejados debes convertirte en el angel guardián de los que sufren.