viernes, 26 de julio de 2019

#027 El Holder del Sueño

En cualquier ciudad, en cualquier país, puedes ir a cualquier hospital por la noche y pedirle a la enfermera jefe poder visitar a aquel que se hace llamar "el portador del sueño". Ella te ignorará y dirá que tiene trabajo que hacer. Pregunta dos veces más sin tartamudear y ella suspirará como si estuviera cansada. Te preguntará si estás seguro, si respondes que no, te despertarás al día siguiente completamente descansado. Si tu respuesta es sí, la enfermera te guiará a una habitación vacía y te pedirá que duermas.

Cuando despiertes, estarás en una mesa de piedra, al comienzo de un largo corredor. Mientras caminas por el pasillo empezarás a sentirte somnoliento, debes resistirte a dormir, ya que lo harías eternamente. Al llegar al final del pasillo, encontrarás una puerta. Ábrela para encontrarte con el portador del sueño.

Verás a un anciano marchito durmiendo pacíficamente. Pisa ligeramente ya que a él no le gusta que lo molesten. No mires debajo de su cama, porque allí está la muerte te hundirás y serás atormentado para siempre. Camina en silencio hasta su cama y susurra en su oído:

¿Por qué nunca descansan?

Espera hasta que se despierte y te cuente la historia de cómo encadenaron su sueño a él, luego te invitará a sentarte junto a él. Hazlo, de lo contrario, te encadenará a su sueño y nunca volverás a estar verdaderamente despierto.

Después de sentarte con él, sacará un pequeño cristal con luz interior de su camisón. Luego lo empujará profundamente en tu pecho. Ignora el dolor, solo así el portador podrá volver a caer en su sueño. Si gritas, deberás reemplazarlo en su tortuoso descanso. Vuelve a la mesa de piedra a dormir. Te encontrarás fuera del hospital después de levantarte.

El cristal es el objeto 27 de 538. Ya no necesitas dormir, ruega para que tus pesadillas no te sigan.


jueves, 25 de julio de 2019

El Corazón Delator - Edgar Allan Poe

Título Original: The Tell Taller Heart
Año de Publicación: 1843
Autor: Edgar Allan Poe


¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.

Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.

Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.

Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás... pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.

Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:

—¿Quién está ahí?

Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.

Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No es más que el viento en la chimenea... o un grillo que chirrió una sola vez". Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.

Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.

Así lo hice —no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado—, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.

Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.

¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.

Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez... nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.

Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.

Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar... ninguna mancha... ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo... ¡ja, ja!

Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?

Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.

Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.

Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara... hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.

Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!

—¡Basta ya de fingir, malvados! —aullé—. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!



Edgar Allan Poe





#026 El Holder de la Perspectiva

James entró en la institución mental, instrucciones en mano. No esperaba que este ridículo ritual funcionara, después de todo, lo único que corría con el riesgo de perder era una hora de su tiempo y tal vez pasar un poco de vergüenza. Se acercó a la mujer que trabajaba en la recepción y le preguntó en voz baja si podía visitar a aquel que se hace llamar "el portador de la perspectiva".

Lo que sucedió a continuación lo sorprendió un poco: la recepcionista asintió solemnemente con la cabeza, justo como las instrucciones decían que lo haría. "Está bien", pensó. "Aparentemente, no soy el primero en intentar algo como esto. Es probable que hayan leído sobre estas cosas y estén jugando conmigo. Tal vez me lleve de vuelta a su sala de descanso o lo que sea para poder presumir a su compañero de trabajo al último idiota que entró pidiendo algo estúpido. Que todos se rían. Dios ¿por qué pensé que esto tenía la menor posibilidad de funcionar? "

Sin embargo, sus pensamientos divagantes y burlones fueron silenciados, una vez que la recepcionista abrió unas grandes puertas dobles con cadenas y vio las largas y estrechas escaleras que subían mucho más arriba de lo que el edificio debería haber permitido físicamente.

"Mierda, estas cosas sí son reales".

James subió las escaleras con precaución. Como era de esperar, una vez que alcanzó cierta altura, comenzó a ver imágenes proyectadas en las paredes. Eran los desastres más grandes y mortales de la humanidad; La destrucción de Pompeya, los estragos de la plaga negra, el Holocausto, el 9/11. Las imágenes mostraron estas tragedias a través de los ojos de todas y cada una de las víctimas. James evitó ser consumido por el dolor y la pena, pues sabía muy bien el precio por dejarse caer en la desesperación. Había llegado demasiado lejos; no podía dejarse fallar ahora.

Después de un largo y agotador ascenso, finalmente llegó a la cima de las escaleras donde lo esperaba una pared de mármol adornada con varias vidrieras diminutas con forma de ojo. Recordó sus instrucciones y puso su ojo izquierdo en la ventana con una perfecta grieta vertical en el medio. En un instante, su punto de vista cambió de su propio cuerpo al de un hombre antiguo en una cámara de piedra ovalada. El hombre estaba usando sus dedos delgados y huesudos para trazar patrones sobre un gran ojo de vidrio. James sintió que su dominio sobre su propia mente se debilitaba, así que antes de perder la cabeza por completo, pensó tan duro como pudo:

"¿Cómo verán ellos el final?"

En un instante, miles de imágenes comenzaron a parpadear ante sus ojos. Eran imágenes de las mismas escenas que había visto al subir las escaleras, solo que esta vez lo vio desde los ojos de observadores externos. Sentimientos de apatía, pena y alegría lo inundaron de golpe. La última imagen que vio era de un infierno infinito; ante esto, no había otra emoción para él que el horror puro y desenfrenado. Ya agotado física y mentalmente por el viaje hasta este punto, James no pudo manejar la tensión y se colapsó donde estaba.


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Ah, otro pobre buscador que no pudo manejar mis visiones. Muy pocos tienen la fuerza mental para ello, ya ves, y por una buena razón; ninguna persona ordinaria ha sido capaz de atestiguar las visiones del fin, y ciertamente menos un aficionado como este. Me desharé de su cuerpo y colocaré su alma dentro de mi ojo de vidrio, donde se unirá a los miles de otros que han fracasado.

Mi ojo de cristal es el objeto 26 de 538. Espera por alguien capaz de ver el mundo a través de su perspectiva.


miércoles, 24 de julio de 2019

Remiel

Nombre: Remiel
Raza: Ángel
Jerarquía (Hebrea): Arcangel



Remiel proviene del Hebreo ( רעמיאל Ra'mi'el ) y significa "El Trueno de Dios". Es uno de los 7 arcángeles del listado del libro de Enoc, en el cual se le describe como "el encargado de los resucitados" ya que es el quien responde hasta cuando deberán esperar los justos por su recompensa o "Hasta que el número de justos esté completo".


Otros Nombres:
  • Latin: Jeremiel - Yeremiel
  • Etíope:  Iyârumial
  • Sírio: Ramielen

El juguete

Lydia exhaló un breve suspiro y abrió la puerta principal. Se quitó el cabello de su cara con el dorso de la mano, levantando a Daisy en sus brazos.

—¡Oh, no fue una fiesta de cumpleaños divertida! —Ella arrulló suavemente, con una sonrisa brillante—. ¿Te gustan tus zapatos nuevos?

Daisy rió alegremente, asintiendo con la cabeza. Saltó de los brazos de su madre, brincando de un lado a otro por el pasillo, con sus relucientes zapatillas brillando mientras saltaba y galopaba.

—¿Quieres jugar con tus juguetes?

—¡Sí mamá! ¡Sí, sí! —Respondió Daisy, saltando arriba y abajo con una energía implacable.

Lydia dejó una de las bolsas de plástico en la otra mano. En el interior, enterrado entre otros juguetes variados, había un teléfono de juguete polvoriento, adornado con una sonrisa de dibujos animados y botones coloridos. Una gruesa capa de polvo se elevó en el aire mientras Lydia soplaba ligeramente toda la superficie del juguete. Qué extraño, pensó Lydia para sí misma. No recordaba haberlo recogido en el lugar de la fiesta.

—Está bien, gatita, vamos a tu habitación.

Con un chillido encantado, Daisy corrió escaleras arriba, haciendo 10 pequeños saltos hasta el segundo piso. Lydia la siguió de cerca, examinando el juguete en sus manos. Estaba un poco desgastado, pero perfectamente adecuado para una niña.

Dejó el teléfono entre un gran grupo de otros juguetes en el piso alfombrado de Daisy.

—Muy bien, Daisy, ¿con cuál quieres jugar primero? ¿El oso de peluche? ¿El robot? —Daisy miró por encima de su mar de juguetes, y finalmente señaló con un dedo rechoncho al teléfono.

—¡Ese! —Ella se rió.

Lydia se agachó para presionar el botón de encendido. Al instante, el pequeño juguete saltó a la vida con un tintineo musical, haciendo que Daisy sonriera de alegría.

De repente, el receptor de plástico vibró.

—Oh-oh! —Lydia dijo con un chirrido—. ¿Quién está al teléfono, Daisy?

Daisy puso el teléfono en su oreja con entusiasmo. Rápidamente, su expresión se volvió de la alegría al miedo. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y sus labios apuntaron hacia abajo con el ceño fruncido. Tiró el teléfono al suelo, en la cúspide de las lágrimas. Lydia arqueó las cejas.

—¿Qué pasa, cariño? ¿No está funcionando?

Daisy se volvió hacia su madre, gesticulando hacia el teléfono.

—El hombre del otro lado está siendo malo conmigo ... —Ella apenas pudo terminar su oración antes de estallar en un ataque de sollozos, lloriqueó y se llevó las manos a la cara.

—... ¿Qué? —Lydia respondió, preocupada. Ella se agachó para levantar el auricular, recogiendo a Daisy en sus brazos.

Una voz ronca respiró en el oído de Lydia. Aturdida, sus ojos se ensancharon con temor.

—Deberías haber cerrado la puerta principal —Dijo la voz, desde una garganta que sonaba como si estuviera llena de vidrios rotos. Lydia gritó, dejando caer el teléfono al suelo. Golpeó el juguete contra la pared con una poderosa patada, rompiéndolo en pedazos contra su talón. Daisy observó con confusión, las lágrimas aún corrían por su rostro.

—Está bien, bebé —dijo Lydia, respirando pesadamente—. Todo está bien ahora.

Besó a Daisy en la frente, meciéndose lentamente de un lado a otro. Pero Lydia se congeló una vez más cuando escuchó 10 golpes rápidos que subían las escaleras desde el pasillo.



Calificación: