jueves, 3 de octubre de 2019

Polaris - H.P. Lovecraft

Título Original: Polaris
Autor: H. P. Lovecraft
Nacionalidad: EEUU
Año de publicación: 1920



Polaris

El resplandor de la Estrella Polar penetra por la ventana norte de mi cámara. Allí brilla durante todas las horas espantosas de negrura. Y durante el otoño, cuando los vientos del norte gimen y maldicen, y los árboles del pantano, con las hojas rojizas, susurran cosas en las primeras horas de la madrugada bajo la luna menguante y cornuda, me siento junto a la ventana y contemplo esa estrella. En lo alto tiembla reluciente Casiopea, hora tras hora, mientras la Osa Mayor se eleva pesadamente por detrás de esos árboles empapados de vapor que el viento de la noche balancea.

Antes de romper el día, Arcturus parpadea rojozo por encima del cementerio de la loma, y la Cabellera de Berenice resplandece espectral allá, en el oriente misterioso; pero la Estrella Polar sigue mirando con recelo, fija en el mismo punto de la negra bóveda, parpadeando espantosamente como un ojo insensato y vigilante que pugna por transmitir algún extraño mensaje, aunque no recuerda nada, salvo que un día tuvo un mensaje que transmitir. Sin embargo, cuando el cielo se nubla, consigo conciliar el sueño.

Nunca olvidaré la noche de la gran aurora, cuando jugaban sobre el pantano los horribles centelleos de la luz demoníaca. Después de los destellos llegaron las nubes, y luego el sueño.

Y bajo una luna menguante y cornuda, vi la ciudad por primera vez. Se asentaba, callada y soñolienta, sobre una meseta que se alzaba en una depresión entre picos extraños. Sus murallas eran de horrible mármol, al igual que sus torres, columnas, cúpulas y pavimentos. En las calles había columnas de mármol en cuya parte superior se alzaban esculpidas imágenes de hombres graves y barbados. El aire era cálido y manso. Y en lo alto, apenas a diez grados del cénit, brillaba vigilante esa Estrella Polar.

Mucho tiempo estuve contemplando la ciudad sin que llegara el día. Cuando el rojo Aldebarán, que parpadea a baja altura sin ponerse, llevaba ya hecho un cuarto de su camino por el horizonte, vi luz y movimiento en las casas y las calles. Formas extrañamente vestidas, a un tiempo nobles y familiares, deambulaban bajo la luna menguante y cornuda; los hombres hablaban sabiamente en una lengua que yo entendía, si bien era distinta de la que conocía.

Y cuando el rojo Aldebarán hubo recorrido más de la mitad de su trayecto, volvió el silencio y la oscuridad.

Al despertar ya no fui el de antes. Había quedado grabada en mi memoria la visión de la ciudad, y en mi alma había despertado un recuerdo brumoso, de cuya naturaleza no estaba entonces seguro. Después, en las noches de cielo nublado en que podía dormir, vi con frecuencia la ciudad; unas veces bajo los rayos cálidos y dorados de un sol que nunca se ponía y giraba alrededor del horizonte. Y en las noches claras, la Estrella Polar miraba de soslayo como no lo había hecho nunca.

Gradualmente, empecé a preguntarme cuál podía ser mi sitio en aquella ciudad de la extraña meseta entre extraños picos. Contento al principio de contemplar el paisaje como una presencia incorpórea que todo lo observaba, deseé luego definir mi relación con ella, y hablar con los hombres graves que a diario discutían en las plazas. Me dije a mí mismo:

—Esto no es un sueño; pues, ¿por qué medio puedo probar que es más real esa otra vida de las casas de piedra y ladrillo, al sur del siniestro pantano y del cementerio de la loma, donde cada noche la Estrella Polar atisba furtiva por mi ventana?

Una noche, mientras escuchaba el discurso en la gran plaza de numerosas estatuas, experimenté un cambio, y noté que al fin tenía forma corporal. Pero no era un extraño en las calles de Olathoe, la ciudad de la meseta de Sarkia, situada entre los picos Noton y Kadiphonek. Era mi amigo Alos quien hablaba, y su discurso era grato a mi alma, ya que era el discurso del hombre sincero y del patriota.

Esa noche tuve noticia de la caída de Daikos y del avance de los inutos, demonios achaparrados, amarillos y horribles que cinco años antes habían surgido del desconocido occidente para asolar los confines de nuestro reino y sitiar muchas de nuestras ciudades. Una vez tomadas las plazas fortificadas al pie de las montañas, su camino quedaba ahora expedito hacia la meseta, a menos que cada ciudadano resistiese con la fuerza de diez hombres. Pues las rechonchas criaturas eran poderosas en las artes de la guerra, y no conocían aquellos escrúpulos de honor que impedían a nuestros hombres altos y de ojos grises, habitantes de Lomar, emprender una conquista despiadada.

Mi amigo Alos mandaba todas las fuerzas de la meseta, y en él se cifraba la última esperanza de nuestro país. En este momento hablaba de los peligros que había que afrontar y exhortaba a los hombres de Olathoe, los más bravos de los lomarianos, a perpetuar la tradición de sus antepasados, quienes al verse obligados a abandonar Zobna y desplazarse hacia el sur ante el avance de los hielos (incluso nuestros descendientes tendrán que dejar un día las tierras de Lomar), barrieron gallarda y victoriosamente a los gnophkehs, caníbales velludos y de largos brazos que se oponían a su paso.

Alos me había rechazado como guerrero, ya que era débil y propenso a extraños desmayos cuando me sometía a la fatiga y al esfuerzo. Pero mis ojos eran los más agudos de la ciudad, a pesar de las largas horas que yo dedicaba cada día al estudio de los manuscritos Pnakóticos y del saber de los Padres Zbanarianos; de modo que mi amigo, no queriendo condenarme a la inacción, me concedió el penúltimo deber en importancia: me envió a la atalaya de Thapnen para hacer allá de ojos de nuestro ejército. En caso de que los inutos intentasen conquistar la ciudadela por el estrecho paso que hay detrás del pico de Noth, y sorprender por allí a la guarnición, yo debía encender la señal de fuego que advertía a los soldados que aguardaban, y salvar la ciudad de su inmediata destrucción.

Subí solo a la torre, ya que los hombres fuertes eran todos necesarios abajo en los desfiladeros. Tenía el cerebro dolorosamente embotado por la excitación y el cansancio, ya que no había dormido desde hacía muchos días; pero mi resolución era firme, pues amaba mi tierra natal de Lomar, y la marmórea ciudad de Olathoe, situada entre los picos Noton y Kadiphonek.

Pero cuando estaba en la cámara más alta de la torre, percibí la luna roja, siniestra, menguante, cornuda, temblando entre los vapores que flotaban sobre el lejano valle de Banof. Y a través de su abertura del techo brilló la pálida Estrella Polar, parpadeando como si estuviera viva, y mirando furtiva como un demonio de tentación. Creo que su espíritu me susurró consejos malvados, sumiéndome en traidora somnolencia con una rítmica y condenable promesa que repetía una y otra vez:

—Duerme, vigía, hasta que las esferas giren veintiséis mil años Y yo regrese al lugar donde ahora ardo. Después, otros astros surgirán En el eje de los cielos astros que sosieguen, astros que bendigan Sólo cuando mi órbita concluya turbará el pasado tu puerta.

En vano traté de vencer mi somnolencia, intentando relacionar estas extrañas palabras con alguno de los saberes celestes que yo había aprendido en los manuscritos Pnakóticos. Mi cabeza, pesada y vacilante, se dobló sobre mi pecho; y cuando volví a mirar, fue en un sueño, y la Estrella Polar sonreía burlonamente a través de una ventana, por encima de los horribles y agitados árboles de un pantano soñado.

Y aún continúo soñando.

En mi vergüenza y desesperación, grito a veces frenéticamente, suplicando a las criaturas soñadas de mi alrededor que me despierten, no vaya a ser que los inutos suban furtivamente por detrás del pico de Noton y tomen la ciudadela por sorpresa; pero estas criaturas son demonios: se ríen de mí y me dicen que no sueño.

Se burlan mientras duermo; entretanto, puede que los enemigos achaparrados y amarillos se estén acercando a nosotros con sigilo. He faltado a mi deber y he traicionado a la marmórea ciudad de Olathoe. He sido desleal a Alos, mi amigo y capitán. Sin embargo, estas sombras de mis sueños se burlan de mí. Dicen que no existe ninguna tierra de Lomar, salvo en mis nocturnos desvaríos; que en esas regiones donde la Estrella Polar brilla en lo alto, y donde el rojo Aldebarán se arrastra lentamente por el horizonte, no ha habido otra cosa que hielo y nieve durante milenios, ni otros hombres que esas criaturas rechonchas y amarillas, marchitas por el frío, que se llaman esquimales.

Y mientras escribo en mi culpable agonía, frenético por salvar a la ciudad cuyo peligro aumenta a cada instante, y lucho en vano por liberarme de esta pesadilla en la que parece que estoy en una casa de piedra y de ladrillos, al sur de un siniestro pantano y un cementerio en lo alto de una loma, la Estrella Polar, perversa y monstruosa, mora desde la negra bóveda y parpadea horriblemente como un ojo insensato que pugna por transmitir algún mensaje; aunque no recuerda nada, salvo que un día tuvo un mensaje que transmitir.





Howard Phillip Lovecrat

#472 El Holder del Último Sueño

Regresa a donde sea que vivas o mejor dicho, el lugar al cual llamas hogar. Cierra todas las persianas, puertas y apaga todas las luces, televisores y básicamente cualquier cosa que pueda distraerte. Ve a tu dormitorio, acuéstate y sumérgete. Este será un sueño normal, predecible y relajante pero cuando te despiertes no te levantes, debes quedarte acostado una vez más hasta que te vuelvas a dormir. Como acabas de despertar puede tomar un largo tiempo pero debes continuar.

Repite este ciclo, cada vez te tomará más tiempo conseguir dormirte, pero como tu cuerpo no estará acostumbrado a la situación comenzarás a tener sueños entre cortados, granulados y perturbadores los cuales se desvanecerán dentro y fuera de tu cabeza, mientras entran y salen distorsionándose y retorciéndose pareciendote casi ajenos. Será como una vieja cinta de VHS que intenta sintonizarse , con errores y líneas volando sobre una imagen que simplemente no puede seguir.

Pronto la estática consumirá todo y sentirás que ya no observas este mundo... Te convertirás en parte de él. Será una ubicación simple, una escuela, el patio de un colegio o algo similar. Entrarás desenfocandote como si realmente se estuviera sintonizando con tu mente. Explora este mundo, tócalo, huélelo, escúchalo. Nada parecerá correcto, sin embargo tampoco parece incorrecto en la superficie. De todos modos tendrás una sensación de frío y hundimiento en el estómago.

Eventualmente serás golpeado en el hombro, te conviene evitar voltearte ya que una mano se extenderá a tu lado y en ella habrá dos pequeños tubos de vidrio. Uno estará lleno de arena roja y el otro de arena azul. Estas serán las únicas cosas verdaderamente claras en este mundo. Toma ambos tubos y agradece en silencio a la figura. La habitación se oscurecerá y aparecerás despierto en tu cama.

Levántate de tu cama, camina hacia la puerta más cercana y ábrela, en lugar de lo que debería ser tu armario, sala de estar o baño, verás lo que parece un avión nuevo. Se sentirá como si estuviera flotando en el espacio con estrellas, planetas, nebulosas y otros objetos celestes que te rodean. Disfrútalo todo porque realmente será una hermosa vista. A medida que miras cada uno se atenuará lentamente, esto puede tomar horas, pero pronto el cielo se volverá negro, a excepción de un par de tenues estrellas brillando a la distancia.

"¿Qué me has traído?... Una voz en auge llamará, con las estrellas restantes iluminando al ritmo de sus palabras. El Gran volumen sacudirá el cielo dispersando las estrellas como si los muros de la existencia se derrumbaran.

Extiende tu mano y ábrela, adentro estarán tus tubos de arena, ambos parecerán flotar sobre tu palma. Debes elegir cual abrir, extiende la arena en todo el lugar... el polvo se irá volando en patrones, brillando ya que cubre los extremos del universo. Toma el otro frasco y ponlo en tu bolsillo. Todo se iluminará nuevamente, sonreirá y se inclinará agradeciendo a la voz por su ayuda. Camina hacia la puerta y vuelve a entrar en tu habitación.

Toma el tubo que no entregaste y vértelo encima de tu cama, entra y duerme a la deriva.

Ahora... si mantuviste el tubo rojo, soñarás con algunas de las pesadillas más brutales e inquietantes que jamás hayas experimentado; el tiempo fluirá como de costumbre y cualquier dolor o tristeza que experimentes será tan real como estar despierto. Solo mantente vivo a toda costa, porque si mueres en tu sueño nunca despertarás.
El tubo azul es todo lo contrario, tendrás un sueño increíble y bailarás para siempre con amigos, todo lo que desees o puedas haber deseado será tuyo, jamás volverás a experimentar tanta dicha.

Ahora parece que no hay razón para no tomar el tubo azul, pero debes tener en cuenta que de lo que sea que elijas el resto de la humanidad recibirá lo que regalaste y lo experimentarán durante todo el largo año que se aproxima. ¿Quieres recompensar al planeta o torturarlos? ¿Es un regalo o un castigo? ¿ Experimentarias alguna culpa al caminar por las calles deprimidas y lúgubres mientras la noche comienza a caer?. Esta es tu elección y solo tuya. Recuerda, una noche de felicidad contra mucho dolor para la humanidad.

Cuando despiertes de este sueño levantate y dobla la sábana sobre la que derramaste arena. Siempre que te cubras con esta sábana a partir de ahora permanecerás despierto y no fatigado. Al usarlo, tu cuerpo podría doler y tu espíritu sufrir, pero tus ojos no se cansarán.



Esta capa es el objeto 472 de 538. Con ella nunca volverás a soñar, porque has estado en la cima de lo sublime.

¿Crees estar Solo?

Muy buenas noches, tardes o días; depende de cuando estes leyendo esto, quiero decirte algo tú, el lector detrás del monitor de tu computador que buscando salir del aburrimiento o por sencilla curiosidad llegaste hasta aquí.

Tú, el que lee esta historia buscando un susto o algo escalofriante que te dificulte el sueño esta noche, pero con la esperanza de que lo escrito aquí, sea falso…

Mi querido lector, no sé si esto te asuste pero, quiero preguntarte, ¿estás solo...?

Tal vez sí, tal vez no, pero de seguro la persona que los acompaña sea tan callada que su presencia parezca invisible, haciendote creer que estás solo o son esos compañeros tan molestos que prefieres encerrarte antes que estar con ellos.

Ahora solo me dirijo a las personas que están solas en casa o en su cuarto, a las que no, pues para no estar aburridos sigan leyendo.

Para aquellos o aquellas que estén solos (a), debo de preguntarles… ¿Creen estar solos/as?

¿Sí...? Pues mi querido lector o lectora, me temo de que no es así, no estás solo/a, no lo estás, jamás lo has estado en realidad.

Ahora pensarás… ¿Qué carajo está tratando de decir?

Pues yo responderé con una pregunta, o mejor dicho, algunas preguntas…

  • ¿Alguna vez de niño o tal vez ahora, no has sentido cómo si alguien te mirara por encima del hombro?
  • ¿Piensas a ver visto algo por le rabillo del ojo, pero al voltear la cabeza ya no está?
  • ¿Cuándo duermes de un lado (ya sea derecha o izquierda) sientes que algo esta a tu lado, pero como siempre al voltear no hay nada?
Si has respondido sí a todo… Felicidades… Ahora tienes la prueba de que jamás ha estado solo/a…

No quiero sonar presumida… Pero… Creo que al leer eso, te he causado un pequeño escalofrío ¿Cierto?

Si te preguntas a que llego con todo esto…

Te lo diré…

Tú que estás solo/a en casa o en tu cuarto, he venido a decirte, que no estás solo/a. No lo has estado desde que naciste, eso está detrás de ti en este momento, no es tu ángel de la guarda, no, claro que no… Tranquilo/a no te hará nada…

Mientras no voltees…

Si lo hiciste, pues… Mi querido lector tengo que decirte, que ahora eso está a tu lado, no le gusta que voltees a verlo, le da la impresión de que has logrado verlo y eso no le gusta…

Recalco, no te hará nada… No hay razón para hacerlo, está ahí para hacerte compañía, no para atacarte, no aún…

Si no me crees, pues, lástima, pero quiero decirte una cosa, no me puedes negar que en este preciso instante, sientes como algo te esta mirando desde detrás del hombro…




Calificación: 

miércoles, 2 de octubre de 2019

Capadocios

Solo Cappadocius recuerda el tiempo en que se alzaba la ciudad de Enoch, habiéndolo presenciado todo tan claramente como si lo hubiese escrito él. Cappadocius no Abrazó a ningún chiquillo durante las noches del reino de Enoch, ni tampoco en la época de la Segunda Ciudad. Cappadocius no era un solitario como Caín, pues el Abrazo no era una maldición para nuestro fundador. Más bien, le dio la oportunidad de estudiar la cuestión que embruja a los hombres hasta el día de hoy: el misterio de la muerte. Fascinado por las complejidades de la no-vida, Cappadocius consagró sus horas de vigilia a desvelar sus secretos. Aprendió y estudió y experimentó a lo largo de los años, mientras los demás chiquillos de Caín luchaban y quemaban y destruían. Se guardó sus descubrimientos para sí, compartiéndolos a veces con Ventrue y Saulot, pues no quería cargar a otros con el peso de resolver el enigma del corto ciclo de la vida. Muchos Capadocios creen también que el fundador del clan no quería compartir su sabiduría y la mantuvo en secreto.

Cuando el Diluvio cayó sobre la Tierra, el fundador no estaba más cerca de contestar el eterno enigma. Cuando llegó la traición parricida que precipitó la caída de la Segunda Ciudad, Cappadocius se dio cuenta de que la respuesta se le mostraba esquiva porque no comprendía la pregunta. Por lo tanto, Cappadocius decidió crear chiquillos. Huyendo de la ruina de la Segunda Ciudad a su tierra natal, hoy en manos de los turcos seleucidas, Cappadocius Abrazó al primero de su progenie, un simple viajero llamado Caias Koine. Fue entonces cuando Cappadocius tuvo por primera vez sus visiones precognitivas. En ella, nuestro fundador se vio rodeado por un grupo de sus chiquillos, que se lamentaban por la pérdida de algo desconocido.

Compartiendo su sueño con su chiquillo Caias Koine, ambos abordaron aquel nuevo misterio con una pasión que rivalizaba con la de su búsqueda de una respuesta al enigma de la muerte. Cappadocius y Caias crearon a más progenie para que les ayudasen en sus estudios, incluyendo a Japheth y Lazarus, que les consolaron a lo largo de los milenios y les ayudaron a buscar las respuestas que les eludían. Viajaron por todo el mundo, contemplando la ascensión y caída de los reinos, alimentándose cuando lo necesitaban y descubriendo nuevas pistas a cada paso. Cappadocius habló con Zoroastro y Buda, recibiendo más conocimientos de estos profetas en su búsqueda del misterio eterno. Recorrió las tierras de Babilonia con el gran Nebuchadnezzar y vio los Jardines Colgantes. Conversó con Alejandro el Bárbaro e inquirió a Tolomeo. Tuvo largas charlas con Antíoco de Seleucida y con la horda de pensadores griegos. Ninguno le dio las respuestas que necesitaba...


El Vagón sin Salida

Esa mañana desperté. Mi madre se había enfadado conmigo, así que no le pedí que me llevara. En su lugar, cogí dinero y me fui en tren. Recuerdo que aquel día estaba feliz, había pasado el día con mi novio y me desperté con un poco de resaca. Pero eso no me bastó para estar sin él. 

En el vagón que entré no había nadie, algo que me extrañó un poco. Era bastante nuevo, con los cristales oscuros por fuera, y visibles por dentro. Sonaba una musiquita bastante comercial, algo que no me agradaba mucho. Sinceramente, prefería a Nirvana en ese momento. Pensaba en cómo me vestiría al día siguiente, ya que era noche buena y había cena con la familia. Sería la primera vez que iría con un novio. Hacía bastante frío en ese momento. Llevaba puesto un pantalón tejano por encima de una camiseta, la cual ponía "I choose you". Encima, llevaba una chaqueta estilo rapera. Me extrañaba que el vagón estuviera tan solo por la mañana, pero aún así decidí no prestarle atención.

Cuando llegué a la estación, aún me extrañó más que no subiera nadie. En la próxima estación tuve que bajar. Sentí un aliento cálido, pero que me helaba la piel, duró aproximadamente diez segundos que se hicieron eternos.

Cuando tenía 15 años empecé a tratar de recordar con exactitud ese día. No pude, se había borrado de mi mente. ¿Qué habría hecho? Solo sabía que ese día lo pasé con Jorge, mi novio.

Se escucharon ruidos de pasos en mi casa, me asusté porque en casa solo estaba yo. Fui corriendo hasta... ¡Dios mío! Era un horrendo ser con una lengua gigantesca saliendo de su boca, sin ojos ni nariz. Vestía con un traje y era horriblemente alto, tal vez midiera 2,19 metros. Me agarró con un tentáculo. Yo intenté huir, pero no pude, no me dejaba respirar y me desmayé...

Ahora estoy en el vagón, pero esta vez no hay puertas ni ventanas, no hay asientos tampoco. Necesito ver a mis padres, a Jorge. Necesito... estar viva.




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