lunes, 7 de octubre de 2019

El Despellejador

Mi mejor amigo murió la noche anterior y sé que la culpa fue de esa maldita cosa a la que llaman el despellejador. La primera vez que me habló de él fue hace dos semanas, cuando lo soñó por primera vez.

En aquella ocasión, me relató que había visto una figura andrógena y alta, con una multitud de extremidades alargadas; y que en lugar de pies solo tenía manos. Aquella cosa estaba desnuda, con piel que parecía desprenderse, como la de una serpiente mudando. No tenía ojos, solo una boca que se alargaba tanto como él quería.

Recuerdo el terror que expresó cuando me contó todo sobre él, especialmente el miedo en sus ojos al rememorar un episodio en uno de sus tantos sueños en el que la horripilante criatura demostraba su velocidad, como si quisiera advertirle que no podría escapar de él por más rápido que corriese.

Luego siguió confiándome otras cosas, me dijo que comenzó a verlo más seguido, ya no aparecía solamente en sus sueños si no en cada lugar al que iba. Narraba como siempre se manifestaba con aquella sonrisa siniestra, desapareciendo al instante, y volviendo a aparecer acto después aunque más cerca en cada ocasión.

Así que ayer decidí pasar la noche en su casa para que no estuviera tan aterrado mientras sus padres salían de paseo, esperando que quizás yo pudiera consolarlo y decirle que todo estaría bien, que tal vez aquella cosa que creía ver no era real.

Fue a media noche cuando desperté y mi amigo me tomaba de la mano.

"Sé lo que quiere" susurró.

Recuerdo como habló suavemente, con miedo en sus palabras. Volteé para verlo, pensando que estaría mirándome; pero en lugar de eso sus ojos estaban fijos en el techo. Así que hice la peor cosa posible: miré hacia arriba y finalmente lo vi por mí mismo, supe lo que quería.

La puta monstruosidad estaba adherida al techo sonriendo, con sus colmillos afilados como agujas, brillando en la oscuridad. La criatura llevaba "parches" de piel de varios colores y cada uno tenía un rango distinto de "frescura".

Averigüé más tarde que la cosa despellejaba a sus víctimas provocándolas y fastidiándolas antes de tomar su piel.

Observé como la criatura se dejó caer en la cama, ignorándome y dándole especial atención a mi amigo, quien gritaba de terror. Cerré los ojos tan fuerte como pude, pero aún así fui capaz de escuchar lo que ocurrió... Pude oír los gritos de mi amigo mientras la criatura lo arrastraba de la cama hacia el pasillo más allá de la puerta.

Tal vez podría haberlo ayudado, pero creo que eso ya no importa.

Han pasado dos semanas y esa cosa está ahí afuera, la puedo mirar desde de la ventana. Está con aquella maldita sonrisa. Y sé lo que quiere.



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domingo, 6 de octubre de 2019

La Risa del Duende

Cada día más personas afirman la existencia de seres sobrenaturales, como es el caso de por ejemplo, los duendes. Tanto es así, que existen todo tipo de cuentos populares que llegaron a nuestros días y nos indican la existencia de los mismos.

Laura era una joven de apariencia valiente, que afirmaba no temer a nada. Vivía en un pequeño pueblo de Chile y cada día iba sola al colegio. De hecho, desde que tenía apenas 8 años de edad, regresaba a casa en la compañía de su hermano pequeño que tenía 7 años.

Un día, cuando Laura y Joaquín regresaban a casa desde el colegio, escucharon un ruido que no habían escuchado antes. Era una risa, que aunque tenía cierta similitud con la de cualquier animal salvaje, presentaba bastantes particularidades, porque sonaba como la voz de su padre, Luis.

Laura, que tenía un defecto y es que era bastante curiosa con todo tipo de circunstancias, decidió dejar a su hermano en una esquina y acercarse al final de una calle para comprobar si era su padre que los había seguido para gastarles una broma. Sin embargo, algo agarró fuertemente a Laura y se la llevó, ante la mirada atónita de su hermano Joaquín, que se quedó completamente petrificado.

Después de aquel suceso, Joaquín volvió a casa pero tenía tantísimo miedo de aquello que había visto al final de la calle, que apenas podía explicar lo sucedido a sus padres. Con el paso de las horas, finalmente pudo explicar lo que vio con sus propios ojos a sus progenitores y se organizó una búsqueda para traer de nuevo a la joven a su hogar, entre los vecinos de la población.

Días de búsqueda después, se pudo recuperar la mochila de la joven Laura y un charco de color rojizo, fue visto cerca del lugar, pero nunca más se volvió a saber de Laura.

Hoy día, los niños ya no van solos al colegio, sino que son sus padres los que los acompañan o bien llevan en sus vehículos, ante la posibilidad de algo malévolo en las calles de la población. Sin embargo, a pesar de haber tomado infinidad de medidas para preservar a los pequeños del futuro desconocido que le sucedió a Laura, cada año con la llegada de la Navidad desaparecen 7 niños y se piensa que se trata de un duende que los captura para que trabajen en su mina.

Si escuchas una risa que te suena familiar, por favor, no te acerques y simplemente corre con todas tus fuerzas.



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sábado, 5 de octubre de 2019

Le Puede Suceder a Cualquiera

Ocurrió en mi primer año de universidad. Estaba contentísima de poder ir a vivir lejos de mis padres finalmente. Estaba harta de que no me dejaran apenas salir de fiesta o tener novio. Eran demasiado controladores y no me dejaban tener mi propia vida, pero ahora que vivo sola en un apartamento cerca de mi universidad, todo eso cambió por completo. Empecé a salir de fiesta por lo menos tres noches cada semana, y por supuesto, volviendo a casa sobre las seis de la mañana muy borracha, y sobretodo, contenta de que nadie pudiera decirme nada.

Sin embargo hubo una noche que me arrepentiría de llevar unos cubatas de más. Estaba con unas amigas en una discoteca que no había estado antes. No recuerdo exactamente cuanto había bebido aquella noche, pero por lo menos llevaba medio litro de alcohol. Todo me tambaleaba y sin saber por qué me encontraba hablando con desconocidos.

Me puse a bailar y caí al suelo. En una situación normal sería vergonzoso, pero de fiesta es divertido. Intenté levantarme pero no pude. Entonces se acercó un completo desconocido y me ayudó a levantarme, luego me ofreció a salir juntos a tomar aire y acepté. No vi a ninguna de mis amigas por el camino, pero me daba igual donde estaban, yo sólo quería pasarlo bien. Estuve un rato conversando con aquel hombre tan amable que me ayudó previamente, y a pesar de que iba muy borracha, pudimos establecer una conversación interesante y divertida.

Noté que él no había bebido nada, aun así parecía disfrutar de la fiesta. Me contó sobre su vida: estudiaba física cuántica nuclear en la misma ciudad que yo; le gustaba ir en bicicleta y ver películas de comedia. Yo le conté todo lo que se me vino a la cabeza sobre mí. También le conté que vivía sola, hecho que pareció interesarle. En medio de la conversación él se giró y me miró directamente a los ojos. Me paralizó con su cálida mirada al darme cuenta de lo azules que eran sus ojos, tanto que resultaban hipnotizantes. Me miró y me preguntó si quería pasarlo bien. Se me pasaron muchas cosas por la cabeza, incluyendo eso que llevaba años queriendo hacer. Le dije que sí, aunque si no hubiese querido, no me podría haber negado igualmente ya que su mirada parecía muy confortante. Entonces le seguí hacia un callejón. No recuerdo nada más de esa noche.

Al día siguiente desperté. Me encontraba en un cuarto oscuro en ropa interior atada a una silla vieja de madera con una cuerda muy gruesa que impedía cualquier movimiento. Estaba muy asustada. Podía ver lo que había en la habitación alrededor mía. Parecía una sala de tortura ya que estaba llena de instrumentos de tortura, cuchillos, alicates, jeringuillas y tijeras entre otros objetos. Entonces él entró y encendió una luz tan potente que me cegó durante segundos. Él me miró con una sonrisa enorme y me preguntó: Oye, ¿Sabes cuanto dolor puede soportar una persona antes de morir?



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viernes, 4 de octubre de 2019

Primer día de escuela

Rosie batalló con el zipper de su mochila floreada y esperó a que el bus llegara para que la llevara a la escuela. Detrás de ella, mamá y papá estaban igual de nerviosos, pero no permitieron que les notara. Querían que el primer día de Rosie fuera una experiencia nueva y emocionante, no una llena de ansiedad. Podían simplemente llevarla ellos mismos, dado que no vivían muy lejos de la escuela, pero querían que su dulce hija hiciera amigos y conociera nuevas personas. Sin embargo, el bus amarillo y brillante se detuvo enfrente de su casa antes de que pudieran cambiar de parecer.

El vehículo estaba un tanto vacío, y eso solo se añadió a los nervios de la familia. Después de un gran abrazo y muchos besos de mamá y papá, Rosie entró al bus, escogiendo un asiento cerca de la parte frontal. El conductor regordete se despidió de mamá y papá sin hacer contacto visual, y la puerta chilló mientras se cerraba detrás de su pequeñita atesorada. Mamá se limpió una pequeña lágrima, y ella y su esposo observaron al bus desaparecer en la esquina calle abajo.

—¡Tendrá un día excelente! —consoló papá a mamá con un beso en la frente.

—Lo sé —concordó mamá sin emular la misma seguridad—. Me voy a duchar —terminó, dirigiéndose hacia adentro.

Cuando las pisadas de papá entraron a la casa, un claxon ruidoso lo espantó. Su estómago se vació en su garganta mientras se giraba para ver a un bus diferente, lleno de estudiantes felices, situándose al pie de su acera. La gran puerta se abrió.

—Buenos días, don Thomas —Y luego el conductor anciano del bus preguntó con una sonrisa agradable, como esa de un abuelo amoroso—: ¿Rosie está lista para su primer día?



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Sé que estas despierto

Corrían los años 80 y el que después se convirtió en un paciente mental, que necesitó muchos años para recuperarse de ese incidente, una noche simplemente se despertó porque escuchó ruidos; tenía ocho años, era hijo único, y por supuesto, su terror no fue poco cuando escuchó sonidos raros en la habitación de su papá y su mamá.

Había un intruso en casa, ya que la bulla proveniente de aquel cuarto no era nada a lo que estuviera acostumbrado a oír, ya sea de un progenitor u otro. El niño en su cama, arropado hasta el cuello aún despierto, supuso que sus padres resolverían el problema del extraño. Él continuó callado, pero el ruido aún venía del cuarto y los golpes se hacían más fuertes.

El pequeño sentía mucho miedo y culpa por no poder hacer nada. Escuchó cómo habría la puerta de la recámara de sus padres. Oyó que alguien pesado, arrastrando algo, pasó por el pasillo, regresó y arrastró algo de nuevo. Cada vez se escuchaba más intimidante y más cerca de su habitación.

Tenía más miedo del que podía soportar. Notó que el sujeto había arrastrado dos cosas pesadas a la puerta de su cuarto. Tenía ganas de llorar. Aguantaba la respiración. Sabía que algo malo le pasaría a su familia, pero no quería que lo escucharan. Se hizo el dormido. Cerró los ojos y se quedó callado. 

La puerta se abría. El niño no abría los ojos para nada. La luz de la luna alumbraba el cuarto. Las manos le temblaban, los pies le temblaban; quería llorar; pero aguantaba, se hizo el dormido.

El extraño arrastró el cuerpo del papá y la mamá al cuarto del infante, salió un momento y volvió con dos sillas, puso una cerca de la cara del niño y otra más lejos. El pequeño seguía fingiendo dormir. Él sentó a los cadáveres en las sillas, tomó un cuchillo y abrió una herida en el cuerpo del padre y después inició a tocar la pared largamente, se escuchaba un sonido que recorría la pared de lado a lado.

El niño lloró y lloró, el sujeto se había ido. La policía llegó en la mañana y todo era un caos. El infante había conseguido levantarse de la cama. Evitó ver el cuerpo de sus padres. La luz del sol entró por la ventana y el horror invadió el joven corazón del pequeño cuando, al ver lo que ahí había, leyó en la pared, escrito con sangre: "Sé que estás despierto"...




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