lunes, 6 de enero de 2020

El Tren

No solía viajar en tren, pues no me agradaba. No obstante, en emergencias, no me quedaba otra opción. Aunque pasaban tres por mi ciudad, solo me gustaba usar dos de ellos. El tercero casi siempre estaba vacío y tenía un aspecto antiguo que no me daba seguridad para subirme en él. Supuesto que mis padres vivían en un pueblo cerca de Denver, los solía visitar de manera trimensual.

Era un día festivo, y, como, ya que todo el mundo viajaba, los trenes que ocupaba se encontraban llenos, no tuve otra opción que ocupar el antiguo y triste tren de madera. Después de cinco minutos desde que había subido, el viaje comenzó.

Solo viajaban unas pocas personas. Dos señoras con aspecto triste del lado izquierdo; un joven matrimonio y su pequeña hija detrás de mí; y un señor durmiente dos asientos delante de mí. Ninguno parecía notar mi presencia.

Luego de diez minutos, el tren paró, y mis padres subieron. Corrí a abrazarlos y, aunque estaban algo raros, se esforzaron por sonreír y se sentaron conmigo. Hablamos por el resto del viaje hasta que llegamos. Sin embargo, cuando bajaba, no se movieron.

—¿Qué hacen? Ya llegamos. —Los miré extrañada y les indiqué con la cabeza que avanzaran.

—Lo sentimos, hija. Baja tú. Nosotros tenemos asuntos pendientes. —Me miraron con ternura, y bajé dudosa.

Tomé un taxi a la casa de mis padres y, al llegar, comprobé que un incendio la había destruido. Volví a la estación de trenes, y aún estaba ahí. No obstante, había cambiado. Sus ventanas trizadas, sus maderas rotas, sus tapices desgarrados, y las personas, incluyendo a mis padres, muertas.




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