Mi casa se siente vacía, pareciera que mi familia me tiene miedo por algo que no entiendo; desde que fui hospitalizado, me tratan diferente: cada vez que me ven, huyen de mí, gritan.
Un día, ellos decidieron ir en coche a algún lugar, no me dijeron dónde, un lugar bastante tranquilo, alejado de la ciudad. Había una lápida que decía mi nombre. Me hicieron un tributo, pusieron flores y se arrodillaron.
Desde que estuve allí, no pude caminar, ni moverme de ninguna manera. Allí me sentía mejor que en mi propia casa, parecía que ese era mi verdadero hogar, dulce hogar.
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