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martes, 24 de diciembre de 2019

Dendrofobia

El camino se siente inestable. La carretera se tambalea con cada paso que doy, y es como si las casas se movieran entre los callejones para huir de mí. Quizás me pasé de copas esta noche; cada trago que raspó mi garganta me quitó una pizca de valor como persona, y ahora parezco un simple indigente borracho…

Pero valió la pena, o por lo menos así es a mi parecer. Años que no dejaba a mi cuerpo y mi mente escapar al libertinaje de una fiesta desenfrenada con los viejos colegas, como las que hacíamos en nuestros tiempos de estudiantes. ¡Ah! Voy a vomitar… La resaca me matará mañana, definitivamente. Se supone que debo salir rumbo a la central al primer canto del gallo, como dicen por ahí, y para eso faltan unas… ¿Qué hora es?

¡Cinco y media de la mañana! ¿Tanto tiempo duramos? Perdí la noción del tiempo por completo… Al Diablo, no tengo ganas de ir a trabajar. Que se joda el jefe, tiene unos cincuenta, o cien, o quinientos o mil trabajadores más, ¡qué sé yo! El punto es que alguien puede tomar mi lugar, ¿no?

Pero para que sea esta hora… Es extraño que esté tan oscuro. Ni una pizca de luz celeste, ni de sol ni de luna; no veo estrellas, tampoco, ni el asomo del amanecer. Nada. Está como la boca de un lobo.

¡Bah! No me interesa… Quizás algún Dios en las alturas me esté dando la oportunidad de llegar a casa para conciliar el sueño. No falta mucho, he caminado un buen tiempo, debería estar a un par de calles…

¿Dónde está la casa de la señora Malavé? ¿Y las casas en general? O mejor, ¿dónde demonios estoy? Seguí el camino que era, ¿cierto? No… ¡Debí distraerme demasiado! Joder, despierta un poco, hombre, has terminado muy, muy lejos… No veo un carrizo, ¡está demasiado oscuro, maldita sea!

¿¡Qué fue eso!? Maldición, ¡algo me ha arañado el brazo! Creo que está sangrando… No veo nada, no veo a nadie… Sólo puedo percibir leves siluetas, pero, ¿de qué?

Se mueven… Se sacuden, hay un siseo, ¿murmullos? No, es… ¿el viento? ¿Dónde dejé mi celular? Sería bueno si pudiera iluminar un poco alrededor de mí… Vamos, vamos, estúpido aparato. ¡Aquí! Bien, bien… Ilumino con la pobre luz de mi viejo celular alrededor, pero no hay nada raro. Aunque ahora puedo confirmar lo mucho que me he perdido…

Lo único que hay alrededor son árboles. Enormes árboles, por donde quiera que vea, frondosos hasta el punto de ocultar el cielo. Se sacuden y sisean con el viento… Es como si hablaran… como si hablaran a costa de mí.

No estoy a gusto en este lugar, joder… Mi cabeza da vueltas, y siento que en cualquier momento vaciaré todo el contenido de mi estómago. Camino, camino y camino y no encuentro la salida. ¿Con qué me topo? ¡Más árboles! Aquí, allá, ahí, acá; están en todas direcciones, como una barrera. Me aprisionan… ¡No me dejan salir!

Se cierran sobre mí, no me permiten respirar… Se roban mi espacio, me aplastan, sus malditas ramas me arañan y las enormes raíces no me dejan avanzar.

Y murmuran, susurran entre ellos. ¡Al Diablo con el viento! Una brisa no suena así, no como voces… Tengo que salir de aquí rápido, ahora mismo. Me siento mal, me están observando. Estoy seguro de eso. Me miran, no apartan la vista de mí. Pero, ¿quiénes? ¡Los árboles, claro! Son los únicos aquí, sólo ellos saben que me he perdido en este jodido lugar.

Empiezo a sudar a pesar del inmenso frío. Sigue sin llegar rayo alguno del sol, no parece que se acercara el amanecer nunca… ¿Dónde está la salida? ¡Malditos sean esos estúpidos árboles!

¿Y ese sonido? Es como si algo se arrastrara… ¿Qué será? Miro en todas direcciones pero no hay nadie. No veo animales, ni personas, sólo… Oh, Dios, ¡Dios mío! Son ellos, alzan sus raíces, ¡vienen hacia mí! No, no, no me van a alcanzar. ¡Nunca! Corre, joder, ¡corre! ¡Me arrepiento de haber bebido tanto! ¡Maldita sea, maldita sea! Apenas puedo mantener el equilibrio, más aún por culpa del terreno traicionero…

¡Más cerca, más cerca! Se aproximan, casi llegan, siento que me pisan los talones. La adrenalina me da fuerzas, aparta el alcohol de mis sentidos por unos instantes para ayudarme a correr. Pero a donde sea que vaya, están ellos. En frente, detrás, a mis lados, ¡sus copas están encima de mí, y sus raíces se arrastran por debajo!

Van a matarme, lo sé, eso desean; no sé el porqué. Quizás para alimentar sus suelos con mi cadáver como un maldito abono putrefacto, o regar sus parásitas enredaderas con mi sangre.

¡Joder! Me atacan, sus ramas no permiten que llegue, como si en realidad estuviese yendo a alguna parte. Desconozco el camino, y ellos no me permiten ver más allá con sus fuertes troncos… Enormes y rústicos, a diferencia de mí; me aplastarán, me triturarán si no me muevo. No sé dónde quedó mi celular, se ha caído después de uno de sus golpes; pero poco me interesa.

No sé cuánto tiempo llevo corriendo, pero estoy exhausto. No puedo respirar en definitiva por el cansancio y por su cercanía abrasadora, y siento que me voy a desmayar…

Pierdo las fuerzas, me detengo y doy un último vistazo detrás de mí. Ellos están ahí, quietos, murmurando; se burlan de mi desgracia. Sus ramas se retuercen hacia mí como si el viento las moviese, en calma, pero yo sé que sólo intentan alcanzarme… ¡Malditos! No deberían disimular, ¡sé lo que intentan! ¡Sé lo que hacen!

Tengo una última oportunidad y tomo fuerzas. Un nuevo arranque, mayor impulso; el miedo me apoya en mi carrera. Al fin, al fin veo algo de luz lejana: un claro, y ningún árbol en él. Sólo tengo que apresurarme, que correr.

Están justo en mis espaldas, pero ya casi llego. Subo a la parte más alta del terreno, sólo tengo que bajar la ladera para llegar al fin a los hermosos rayos del sol. ¡No podrán conmigo! Eso me lo repito una, y otra, y otra y otra vez en mi mente, pero repetírmelo no es suficiente. Mi cuerpo me traiciona y mi vista se nubla unos instantes; la descarga de adrenalina habrá acabado, y el mareo vuelve a mí.

Doy unos pasos torpes, pero ellos me alcanzan… Sus raíces se enredan en mis zapatos ya agujereados, me jalan al suelo, caigo y ruedo por la ladera.

Las raíces y pequeñas ramas sobresalientes se ensartan en mi piel, la destrozan, la rasgan, la tiñen al rojo vivo de mi sangre. Los golpes no se quedan atrás, el dolor es inmenso. Lo último que vi al tomar valor para abrir los ojos mientras caía, fue la punta filosa de aquella garra frondosa de uno de mis enemigos, instantes antes de que atravesara mi ojo y ensartara mis sesos en una muerte rápida, pero dolorosa…


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domingo, 13 de octubre de 2019

¿Qué es lo que piden los Espíritus?

No intentaré convencerte de que mi historia es real, no intento darte ideas para hacer amistades con un fantasma, espíritu, ente, o como quieras llamarlo. Solo deseo informarte la verdad, porque lo que te estoy por contar es la realidad, al menos, esta fue mi realidad.

En septiembre del año 2012 a mis catorce años, mi madre tomó la decisión de mudarse de una vez por todas de aquel barrio tan peligroso en el cual vivíamos, pues, el simple hecho de ir más allá de las rejas de la casa era peligroso aun de día, en la noche... el salir era inimaginable, por esto nos alquilamos un departamento en la ciudad y nos liberamos totalmente de aquella prisión.

Al principio sentía miedo, pues el departamento se había construido sobre un taller mecánico, y me parecía muy peligroso, además de que anteriormente una pareja se había instalado allí, pero a los dos o seis meses rompieron el contrato y se fueron rápidamente, nunca se volvió a saber de ellos. Sin embargo, con miedos y todo, debí adaptarme, pues no tenía amigos ni lugar a donde ir, era el único lugar en el cual podía estar.

Pasaron las primeras semanas, los primeros meses, y sucesos que yo creía normales sucedían día a día, pues pensaba que los sonidos provenían de la casa de los vecinos, los únicos vecinos del lugar que vale decir nunca se acercaron a hablar o saludar, pero siempre espiaban desde la ventana. Se había vuelto común oír como arrastraban de un lado a otro un sillón, me acostumbre a escuchar música y voces provenientes de los parlantes de mi PC, era común que en mi ventana los gatos se pararan observando y maullando de una manera que se parecía al habla humana, aun así más que miedo me daba risa, era divertido e impresionante.

Varios meses después los sucesos parecieron volverse más notables, mi mayor recuerdo es aquella vez que en la computadora escuchaba música en YouTube, ya habrían sido las tres y algo de la madrugada y estaba apoyada en mi escritorio durmiéndome, perdiendo poco a poco la consciencia, cuando de pronto sentí como de un golpe mi escritorio se levantó ¿Una rata, acaso fue solo mi imaginación?

Quisiera que así fuera, pero cuando ya me encontraba totalmente despierta, este le levanto de dos golpes... dos veces más. ¿Cuál fue mi reacción? Hasta a mí me sorprendió, miré a todos lados y dije "Está bien, ya me iré a la cama", los sonidos extraños y los golpes cesaron... ¿Debería considerarme loca por no haberme asustado? Aún no logro entenderlo, tal vez el hecho de ver muchos creepypastas me había vuelto inmune a casos como estos.

Demás hechos habían sucedido, como cuando el agua de la canilla salia con insectos y larvas, me encargué de ese tema, pero nadie encontró una explicación lógica, el techo del tanque de agua había desaparecido ¿Cómo? Quién sabe.

A veces sentía que los creepys y las historias de terror me estaban volviendo paranoica, pues al ducharme y cerrar los ojos, era inevitable pensar que alguien estaba delante de mí observándome, además es costumbre estirar el brazo y tomar la toalla para secarme la cara y lograr ver, más de una vez al estirarlo no la llegue a encontrar, debía caminar aún más pues parecía encontrarme en un lugar vació, era imposible, pues aquella toalla estaba frente a mí, muchas veces me obligué a abrir los ojos y sorprendente mente me encontraba parada frente a ella, pero no la había logrado alcanzar.

Mi paranoia dejó de serla cuando un día de tormenta la luz se fue, y mi madre y mi perro me dejaron sola para abrir las cortinas, me senté en el sillón y subí los pies por miedo de que algo tomara mis pies, pero fue peor: el sillón, a mi lado, se hundió como si alguien se hubiera sentado, pensé que era mi imaginación, pero el calor a mi lado y lo lento y profundo que se hundió era demasiado notable, casi suelto una lagrima, le dije "Vete" con una voz temblorosa, y el sillón volvió a la normalidad. Ese día todo comenzó.

Casi un año después, imagina esta escena: una chica de baja estatura, delgada de cabello negro y largo, ojeras negras muy grandes, una sonrisa extraña, con sus brazos y piernas llenos de cortes hechas con pedazos de espejo, pues todos los espejos de la casa terminaban rotos, tanto por mi culpa como por "arte de magia".

Cada día era lo mismo, ocultar los cortes y la ropa con sangre en el día, ver y oír lo extraño que actuaba mi televisor cuando estaba sola en casa, dejar un espacio en la cama para que Él, junto a mí, me abrace y descanse, adoraba sentir su calor, pero nunca tuve el valor de abrir los ojos y conocer su apariencia.

No sabía si lo que sucedía era real o solo mi locura, pero sentía muchas ganas de crearme heridas para acercarme más a él, cuando dormía sola y no dejaba espacios o dormía con mi madre, no dejaba de escucharse como el sillón se arrastraba de un lado a otro, y como se escuchaban sonidos desde el parlante de la pc. A él no le gustaba que lo ignorara. Pero lo peor, era que casi todo parecía suceder cuando me encontraba sola en casa, y el gran problema es que nunca nadie... me creería.

Un día conocí a un chico, el insistió mucho tiempo para estar conmigo, no faltaba día en el cual vaya a mi casa, lo más extraño es que me conoció en una convención, no recuerdo ni como descubrió donde estaba mi hogar.

Él no quería a ese chico, y si él no lo quería yo no podía aceptarlo. Aquel chico intento acercarse a mi muchas veces, y más de una vez no me resistí, había comenzado a rendirme, pero... eso no es lo que mi compañero de sueños deseaba. Entonces llegó el día, cuando estábamos solos en mi habitación con aquel chico, me acerque lentamente e hice lo que nadie imaginaría.

Tome un vidrio y comencé a cortarlo repetidamente por todo su cuerpo, no escuche sus palabras, no quería detenerme, él estaba furioso, yo me encontraba perdida en la histeria, sin embargo, en el momento en el cuál solo debía cortar su cuello, me detuve, me aleje y comencé a llorar.

Él se enfureció.

Sucedieron muchas cosas que prefiero no recordar, el chico está bien, más bien podría decir que ahora somos pareja desde hace un año y medio. Pero hubo un tiempo en el cual tuve un seguimiento policial, y fueron dos años casi en los cuales tuve asistencia psiquiátrica, medicamentos, y tiempo perdido escuchando las estupideces del "doctor".

Hoy al fin, ya dejé atrás todo esto, me encuentro en otra casa, no he vuelto a tener problemas ni nada por el estilo, me encuentro "bien", o eso creo, en realidad... Nada volvió a ser lo mismo.

Hace unos días mi madre me pidió perdón y me dijo que todo aquello que yo escuchaba ella también lo había escuchado, y entonces me dijo, en el taller mecánico debajo de la casa, del otro lado de la escalera que siempre a oscura tanto le temía, un chico de más o menos mi edad murió quemado, pero no quiso decírmelo para no asustarme.

En ese momento recordé todo, el calor que sentí cuando el sillón se hundió, el escritorio, la cama, la televisión, la ira, todo, y lo último fue cuando una mano, una sombra salió desde atrás de mí. Todo cobró sentido, o yo, o mi actual novio, o mi perro que luego de mudarse se curó mágicamente, alguno de nosotros o ellos debían morir. Pues eso es lo que Él deseaba, él quería estar con alguien, temía a la soledad, y buscaba un/a compañero/a, pero para que eso suceda, esa persona debía morir.

Tal vez suene cruel, pero, si ellos continúan caminando más allá de la muerte, tal vez les sea normal pensar que la vida no es tan importante como para quien hoy en día la estamos disfrutando.

Aún así seré sincera, tengo miedo, pues aun ni tú puedes saber si no hay alguien a tu lado o detrás de ti.

Nunca nadie te creerá.




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miércoles, 17 de julio de 2019

La Máscara de la Muerte Roja - Edgar Allan Poe

Título original: The Mask of the Red Death.
Año de publicación: 1842.
Autor: Edgar Allan Poe.

Hacía tiempo que la Muerte Roja devastaba el país. Nunca hubo peste tan mortífera ni tan horrible. La sangre era su emblema y su sello, el rojo horror de la sangre. Se sentían dolores agudos y un vértigo repentino, y luego los poros exudaban abundante sangre, hasta acabar en la muerte. Las manchas escarlatas en el cuerpo, y sobre todo en el rostro de la víctima, eran el estigma de la peste que le apartaban de toda ayuda y compasión de sus congéneres. En media hora se cumplía todo el proceso: síntomas, evolución y término de la enfermedad.

Pero el príncipe Próspero era intrépido, feliz y sagaz. Con sus dominios ya medio despoblados, llamó un día a su presencia a un millar de amigos sanos y joviales de entre las damas y caballeros de su corte, y con ellos se recluyó en el apartado retiro de una de sus abadías amuralladas. Era un conjunto de edificios amplio y magnífico, concebido por el gusto excéntrico, aunque majestuoso, del propio príncipe. Lo rodeaba una alta y sólida muralla. La muralla tenía portones de hierro. Una vez dentro los cortesanos, se trajeron fraguas y enormes martillos y se soldaron los cerrojos. Decidieron que no hubiese modo alguno de entrar o salir, si alguien de pronto se dejaba llevar por la desesperación o la locura. Había abundancia de provisiones. Con tales precauciones los cortesanos podían desafiar el contagio. Que el mundo de fuera se ocupase de sí mismo. Había bufones, había trovadores, había bailarinas, había músicos, había Belleza, había vino. Dentro había todo eso, y también seguridad.

Fuera, estaba la Muerte Roja.

Fue hacia el final del quinto o sexto mes de su encierro, y mientras la peste se cebaba con furia en el exterior, cuando el príncipe Próspero ofreció a sus mil amigos un baile de máscaras de rara vistosidad.

Aquel baile fue un espectáculo voluptuoso. Pero permítaseme hablar primero de los salones en que se celebró. Eran siete: todo un ámbito imperial. Hay muchos palacios, sin embargo, en los que salones así ofrecen una perspectiva larga y lineal, con puertas corredizas que se desplazan casi hasta las mismas paredes de uno y otro lado, de modo que apenas nada interrumpe la vista en todo su longitud. El caso era aquí muy distinto, como cabría esperar de la afición del duque por lo extravagante. La distribución de las salas era tan irregular que apenas se contemplaban más de una al mismo tiempo. Cada veinte o treinta metros se producía un giro brusco, y con cada giro un efecto novedoso. A derecha e izquierda,en medio de la pared, una ventana gótica alta y estrecha se asomaba a un corredor cerrado que enmarcaba las sinuosidades del conjunto, con vidrieras cuyos colores variaban de acuerdo con los tonos dominantes en la decoración del salón al que se abrían. El del extremo oriental, por ejemplo, estaba decorado en azul, y las vidrieras en azul vivo. La ornamentación y los tapices del segundo eran de color púrpura, y pupúreos eran allí los cristales. El tercero era todo él verde, lo mismo que las ventanas. Los muebles y la iluminación del cuarto eran anaranjados; el quinto, blanco; el sexto, violeta. La séptima estancia era un denso sudario de tapices de terciopelo negro que cubrían el techo y las paredes, y caían en pesados plieges sobre una alfombra del mismo tinte y textura.

Pero sólo en esta habitación el color de las ventanas difería del decorado. Las vidrieras eran aquí de un tono escarlata, un rojo oscuro de sangre. Ahora bien, en ninguna de las siete cámaras había lámpara o candelabro alguno, entre la abundancia de adornos dorados que había por todas partes o que colgaban de los techos. No había luz ninguna que procediera de una lámpara o vela en todo el conjunto de habitaciones. Pero en el corredor que envolvía los salones había, frente a cada ventana, un pesado trípode con un brasero de fuego que, al proyectar su resplandor a través de las vidrieras, inundaba de luz la estancia. Se producía así una profusión llamativa de formas fantásticas. Pero en la habitación negra, o de poniente, el efecto del fuego a través de los cristales de sangre sobre los tapices negros resultaba de lo más siniestro, y daba un aire tan irreal a los rostros de los que allí entraban que muy pocos se atrevían a dar siquiera un paso en aquella estancia.

También era aquí donde se encontraba, contra el muro oeste, un gigantesco reloj de ébano. El péndulo oscilaba con un sonido grave, monótono y apagado, y cuando el minutero había recorrido toda la esfera y llegaba el momento de marcar la hora, de sus pulmones metálicos surgía un sonido límpido, potente, profundo y muy musical, pero de nota y énfasis tan peculiares que, a cada hora, los músicos se veían obligados a detenerse un momento para escucharlo, lo que obligaba a su vez a quienes bailaban a interrumpir el vals; y se producía un breve desconcierto en la alegría de todos; y, mientras sonaba el carillón, se veía cómo los más frívolos palidecían y los más sosegados por los años se pasaban la mano por la frente como perdidos en ensueños o en meditación. Aunque cuando cesaban los últimos ecos, una risa leve se apoderaba a la vez de toda la concurrencia; los músicos se miraban y sonreían como burlándose de sus propios nervios y desconcierto, y se susurraban mutuas promesas de que las siguientes campanadas no les causarían ya la misma impresión; pero luego, al cabo de sesenta minutos (que son tres mil seiscientos segundos de Tiempo que vuela), de nuevo sonaba el carillón, y volvía a repetirse la misma meditación, y el mismo desconcierto y nerviosismo de antes.

Pero a pesar de todo, era una fiesta alegre y magnífica. Los gustos del duque eran peculiares. Tenía un buen ojo para los colores y los efectos. Desdeñaba las convenciones de la moda. Sus planes eran atrevidos y apasionados, y un viso de barbarie iluminaba sus proyectos. Algunos le habrían tenido por loco. Sus seguidores no lo creían así. Pero era necesario oírle, y verle, y tocarle, para estar seguro.

Con ocasión de esta magna fiesta, había supervisado personalmente casi toda la decoración de los siete salones; y había sido su propio gusto el que había inspirado los disfraces. No os quepa duda de que eran extravagantes. Abundaba la ostentación y el brillo, lo ilusorio y lo picante..., mucho de lo que después se ha visto en Hernani. Había figuras arabescas, con miembros y atuendos grotescos. Había fantasías delirantes como sólo los locos imaginan. Había mucha belleza, mucha voluptuosidad, mucho de estrafalario, algo de terrible, y no poco de lo que podría haber ofendido. De hecho, por las siete estancias se paseaba majestuosamente una muchedumbre de sueños. Y estos -los sueños- se revolvían por las habitaciones, tiñéndose del color de cada una, y haciendo que la música desenfrenada de la orquesta pareciera el eco de sus pasos. Y entonces suena el reloj de ébano en el salón de terciopelo. Y por un momento todo se aquieta, todo se acalla salvo la voz del reloj. Los sueños quedan congelados y estáticos. Pero el eco de las campanadas se apaga -na han durado sino un instante- y una risa leve, a medias reprimida, queda flotando tras él. Y surge de nuevo la música, y viven los sueños, y se revuelven de un lado a otro más alegres que nunca, teñidos por las ventanas multicolores por las que penetra el resplandor de los trípodes. Pero en el salón de poniente, ninguno de los enmascarados se atreve ahora a entrar, porque la noche ya se desvanece y una luz más rojiza se filtra por los cristales de color sangre; y la negrura de los tapices espanta; y quien aventura sus pasos sobre la negra alfombra escucha un sordo tictac, más solemne y enfático que el que llega a oídos de quienes se entregan a la alegría en las salas más distantes.

Pero las otras habitaciones estaban abarrotadas, y en ellas latía febrilmente el ansia de la vida. Prosiguió así el torbellino festivo, hasta que al cabo el reloj inició las campanadas de la medianoche. Y cesó entonces la música, como ya he dicho; y los que bailaban interrumpieron el vals; y, como en otras ocasiones, todo quedó desasosegadamente detenido. Pero ahora eran doce las campanadas que tenían que sonar; y ocurrió así, quizá, que al disponer de más tiempo, más grave se tornó la reflexión de quienes en la concurrencia ya estaban pensativos. Y también ocurrió así, quizá, que antes de que el último eco de la ultima campanada hubiera desaparecido en el silencio, muchos ya habían reparado en la presencia de una figura enmascarada que hasta entonces no había llamado la atención de nadie. Y de boca se extendió el rumor de esta nueva presencia, y al poco se alzó en toda la compañía un susurro, un murmullo de desaprobación y sorpresa, luego, por último, de terror, de horror y de asco. En una congregación fantasmagórica como la que he pintado, bien se puede suponer que ningún atuendo ordinario habría causado tal sensación. De hecho, esa noche la libertad en los disfraces era prácticamente ilimitada; pero la figura en cuestión había rizado el rizo, superando incluso los límites del gusto permisivo del príncipe. Hay fibras aún en el corazón de los más osados que no pueden tocarse sin que se emocionen. Hasta los casos perdidos, para quienes la vida y la muerte son una misma broma, creen que hay ciertos asuntos con los que no se puede bromear. En todos los asistentes, desde luego, se apreciaba ahora la sensación intensa de que el disfraz y el porte del extraño carecían de todo ingenio y decoro. Era una figura alta y lúgubre, amortajada de la cabeza a los pies con el atuendo de la tumba. La máscara que ocultaba representaba tan fielmente el semblante rígido de un cadáver que al observador más atento le resultaría difícil descubrir el engaño. Aun así, todo esto lo habría soportado, si no aprobado, aquella alocada concurrencia. Pero el enmascarado había llegado incluso a asumir el aspecto de la Muerte Roja. La sangre le salpicaba la vestimenta..., y su ancha frente, y todas sus facciones, aparecían moteadas por el horror escarlata.

Cuando la mirada del príncipe Próspero se detuvo en este espectro (que se paseaba lento y solemne, como para dar mayor empaque a su figura), se le notó una convulsión, en un primer momento con un fuerte estremecimiento de horror o repugnancia; pero enseguida, el rostro se le encendió de ira.

¿Quien se ha atrevido...? preguntó con voz ronca a los cortesanos que le acompañaban—: ¿Quién se ha atrevido a insultarnos con esta burla blasfema? ¡Cogedle y quitarle la máscara, y así sabremos a quien hay que colgar de una almena al amanecer!

Cuando pronunció estas palabras, el príncipe Próspero se hallaba en el salón azul, que daba al oriente. Y su eco recorrió alto y claro las siete estancias, porque el príncipe era un hombre robusto y osado, y un gesto suyo había acallado ya la música.

Era en el salón azul donde se hallaba el príncipe, en compañía de un grupo de pálidos cortesanos. Al principio, cuando habló, dieron éstos un primer paso hacia el intruso, que entonces estaba próximo a ellos, y que ahora se acercaba mas aún, con porte deliberado y majestuoso. Pero cierto miedo indecible que la insensata arrogancia de la máscara había inspirado a todo el grupo impidió que nadie le pusiera la mano encima; asi que, sin estorbo alguno, pasó apenas a un metro del príncipe; y, mientras en los salones la numerosa concurrencia, como movida por un mismo resorte, se hacía a un lado buscando el refugio de las paredes, el enmascarado siguió andando con el mismo paso solemne y mesurado que desde el comienzo le había distinguido, pasando de la sala azul a la púrpura, de la púrpura a la verde, de la verde a la de color naranja, de ésta a la blanca, e incluso de aquí a la morada, sin que nadie hiciera el menor intento de detenerle. Fue entonces, sin embargo, cuando el príncipe Próspero, fuera de sí y avergonzado por su cobardía pasajera, cruzó veloz los seis salones, sin que nadie le siguiera por el terror mortal que de todos se había apoderado. Blandía una daga desenvainada, y se acercó impetuoso y rápido a muy poco distancia de la figura que seguía su camino, cuando ésta, que ya había llegado al salón de terciopelo, giró de pronto y le hizo frente. Hubo un grito agudo, y la daga reluciente cayó en la alfombra negra sobre la que, al instante, caía postrado por la muerte el príncipe Próspero. Después, llevados por el valor enloquecido de la desesperación, un amplio grupo entró en avalancha en el salón negro, en el que la alta figura seguía inmóvil y erguida bajo la sombra del reloj de ébano; pero al ponerle la mano encima al enmascarado, un horror innombrable les cortó el aliento y descubrieron que la mortaja y la máscara cadavérica que habían tratado con violenta rudeza no estaban habitadas por ninguna forma tangible.

Y reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche. Y uno a uno fueron cayendo los presentes en los salones antes festivos, ahora bañados en sangre, y cada uno hallaba la muerte en la desesperada postura en que caía. Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del último cortesano. Y las llamas de los trípodes se extinguieron. Y de todo se adueñó la Tiniebla, la Corrupción y la Muerte Roja.





sábado, 29 de junio de 2019

La pata de mono - W. W. Jacobs

Título original: The Monkey's Paw.
Fecha de publicación: 1902.
Autor: W. W. Jacobs.

La noche era fría y húmeda, pero en la pequeña sala de Laburnum Villa los postigos estaban cerrados y el fuego ardía vivamente. Padre e hijo jugaban al ajedrez. El primero tenía ideas personales sobre el juego y ponía al rey en tan desesperados e inútiles peligros que provocaba el comentario de la vieja señora que tejía plácidamente junto a la chimenea.

-Oigan el viento -dijo el señor White; había cometido un error fatal y trataba de que su hijo no lo advirtiera.

-Lo oigo -dijo éste moviendo implacablemente la reina-. Jaque.

-No creo que venga esta noche -dijo el padre con la mano sobre el tablero.

-Mate -contestó el hijo.

-Esto es lo malo de vivir tan lejos -vociferó el señor White con imprevista y repentina violencia-. De todos los suburbios, este es el peor. El camino es un pantano. No se qué piensa la gente. Como hay sólo dos casas alquiladas, no les importa.

-No te aflijas, querido -dijo suavemente su mujer-, ganarás la próxima vez.

El señor White alzó la vista y sorprendió una mirada de complicidad entre madre e hijo. Las palabras murieron en sus labios y disimuló un gesto de fastidio.

-Ahí viene -dijo Herbert White al oír el golpe del portón y unos pasos que se acercaban. Su padre se levantó con apresurada hospitalidad y abrió la puerta; le oyeron condolerse con el recién venido.

Luego, entraron. El forastero era un hombre fornido, con los ojos salientes y la cara rojiza.

-El sargento mayor Morris -dijo el señor White, presentándolo. El sargento les dio la mano, aceptó la silla que le ofrecieron y observó con satisfacción que el dueño de casa traía whisky y unos vasos y ponía una pequeña pava de cobre sobre el fuego.

Al tercer vaso, le brillaron los ojos y empezó a hablar. La familia miraba con interés a ese forastero que hablaba de guerras, de epidemias y de pueblos extraños.

-Hace veintiún años -dijo el señor White sonriendo a su mujer y a su hijo-. Cuando se fue era apenas un muchacho. Mírenlo ahora.

-No parece haberle sentado tan mal -dijo la señora White amablemente.

-Me gustaría ir a la India -dijo el señor White-. Sólo para dar un vistazo.

-Mejor quedarse aquí -replicó el sargento moviendo la cabeza. Dejó el vaso y, suspirando levemente, volvió a sacudir la cabeza. -Me gustaría ver los viejos templos y faquires y malabaristas -dijo el señor White-. ¿Qué fue, Morris, lo que usted empezó a contarme los otros días, de una pata de mono o algo por el estilo?

-Nada -contestó el soldado apresuradamente-. Nada que valga la pena oír.

-¿Una pata de mono? -preguntó la señora White.

-Bueno, es lo que se llama magia, tal vez -dijo con desgana el militar.

Sus tres interlocutores lo miraron con avidez. Distraídamente, el forastero llevó la copa vacía a los labios: volvió a dejarla. El dueño de casa la llenó.

-A primera vista, es una patita momificada que no tiene nada de particular -dijo el sargento mostrando algo que sacó del bolsillo. La señora retrocedió, con una mueca. El hijo tomó la pata de mono y la examinó atentamente.

-¿Y qué tiene de extraordinario? -preguntó el señor White quitándosela a su hijo, para mirarla.

-Un viejo faquir le dio poderes mágicos -dijo el sargento mayor-. Un hombre muy santo... Quería demostrar que el destino gobierna la vida de los hombres y que nadie puede oponérsele impunemente. Le dio este poder: Tres hombres pueden pedirle tres deseos.

Habló tan seriamente que los otros sintieron que sus risas desentonaban.

-Y usted, ¿por qué no pide las tres cosas? -preguntó Herbert White.

El sargento lo miró con tolerancia.

-Las he pedido -dijo, y su rostro curtido palideció.

-¿Realmente se cumplieron los tres deseos? -preguntó la señora White.

-Se cumplieron -dijo el sargento.

-¿Y nadie más pidió? -insistió la señora.

-Sí, un hombre. No sé cuáles fueron las dos primeras cosas que pidió; la tercera fue la muerte. Por eso entré en posesión de la pata de mono.

Habló con tanta gravedad que produjo silencio.

-Morris, si obtuvo sus tres deseos, ya no le sirve el talismán -dijo, finalmente, el señor White-. ¿Para qué lo guarda?

El sargento sacudió la cabeza:

-Probablemente he tenido, alguna vez, la idea de venderlo; pero creo que no lo haré. Ya ha causado bastantes desgracias. Además, la gente no quiere comprarlo. Algunos sospechan que es un cuento de hadas; otros quieren probarlo primero y pagarme después.

-Y si a usted le concedieran tres deseos más -dijo el señor White-, ¿los pediría?

-No sé -contestó el otro-. No sé. Tomó la pata de mono, la agitó entre el pulgar y el índice y la tiró al fuego. White la recogió.

-Mejor que se queme -dijo con solemnidad el sargento.

-Si usted no la quiere, Morris, démela.

jueves, 6 de junio de 2019

El infierno de Tomino

Es una leyenda urbana japonesa sobre un poema llamado "Tomino's Hell" o "El infierno de Tomino".
Dicen que: "Jamás debe ser leído en voz alta o deberás asumir la responsabilidad de tus acciónes..."fué escrito por Yomota Inuhiko y está incluido en un libro llamado "El corazón es como una piedra rodante" también y se incluyó en Saizo Yaso 27a colección de poemas en 1919. 
No estoy segura de cómo comenzó este rumor, pero solo hay una advertencia de que "si lees este poema en voz alta, sucederán cosas trágicas. Simplemente parece una maldición. Pide no comparar esto con el común "Crecerás más alto" o incluso "Mis padres murieron". ¿Tienes una idea de lo peligroso que es esto?

Hay quienes afirman que si lees este poema en voz alta, mueres.

Japonés


Ane wa chi wo haku, imoto wa hihaku,
kawaii tomino wa tama wo haku
hitori jihoku ni ochiyuku tomino,
jigoku kurayami hana mo naki.
muchi de tataku wa tomino no aneka,
muchi no shubusa ga ki ni kakaru.
tatake yatataki yare tataka zutotemo,
mugen jigoku wa hitotsu michi.
kurai jigoku e anai wo tanomu,
kane no hitsu ni, uguisu ni.
kawa no fukuro ni yaikura hodoireyo,
mugen jigoku no tabishitaku.
haru ga kitesoru hayashi ni tani ni,
kurai jigoku tanina namagari.
kagoni yauguisu, kuruma ni yahitsuji,
kawaii tomino no me niya namida.
nakeyo, uguisu, hayashi no ame ni
imouto koishi to koe ga giri.
nakeba kodama ga jigoku ni hibiki,
kitsunebotan no hana ga saku.
jigoku nanayama nanatani meguru,
kawaii tomino no hitoritabi.
jigoku gozarabamo de kitetamore,
hari no oyama no tomebari wo.
akai tomehari date niwa sasanu,
kawaii tomino no mejirushini.




Español


Su hermana mayor vomitó sangre, su hermana menor vomitó fuego
Y el lindo Tomino vomitó cuentas de vidrio.
Tomino cayó al infierno solo.
El infierno está envuelto en oscuridad, e incluso las flores no crecen.
¿Es la persona con el látigo la hermana mayor de Tomino?
Me pregundo de quién será ese látigo.
Golpea, golpea, sin golpear.
Un solo camino del infierno familiar.
Lo guiarías al oscuro infierno?
Había la oveja de oro? hacia el ruiseñor?
Me pregunto cuánto habrá puesto en el bolsillo de cuero
Para la preparación del viaje por el infierno familiar.
La primavera llega incluso en el bosque y vapor.
Incluso en el vapor del oscuro infierno.
El ruiseñor en la jaula, la oveja en el carro.
Lagrimas en los ojos del lindo Tomino.
Llora, ruiseñor, por el bosque lluvioso.
Sus gritos de que ha perdido a su pequeña hermana.
El llanto reberveró por todo el infierno.
Los pimpollos de peonias
Haciendo círculos en torno a las siete montañas y a las siete corrientes del infierno
El viaje solitario del lindo Tomino.
Si están en el infierno, tráemelos.
La aguja de las tumbas
No voy a perforarlos con la aguja roja.
En el hito del pequeño Tomino.


viernes, 31 de mayo de 2019

La Pulsera Negra

Aún recuerdo aquella historia... llevaba mucho tiempo trabajando en aquel hospital, probablemente ese extraño suceso cambio mi infeliz vida para siempre. Caminaba por los pasillos del hospital pensando en todas las personas que había atendido en la mañana y en la tarde. Me costó bastante acostumbrarme al sistema que utilizan en este sitio con los pacientes, debido a que en el momento que éstos se internan, se les coloca una pulsera en la muñeca de diversos colores, un ejemplo para que me puedan entender, el negro se utiliza cuando la persona acaba de fallecer.



Un día salí bastante triste de mi turno, producto a que no le puede salvar la vida a uno de mis pacientes, su enfermedad estaba bastante avanzada, ya nada se podía hacer. Entre en el elevador, triste por lo ya mencionado y dentro del elevador había otra persona, casualmente nos pusimos a conversar para romper el hielo mientras el elevador descendía, cuando este, de repente se detiene en el sexto piso y abre sus puertas, vi a un mujer que estaba a punto de entrar, entonces, apreté rápidamente la el botón para que la puerta se cerrara y el elevador siguiera su curso.

Muy sorprendida la mujer que me acompañaba me regaño por lo que había hecho, no paraba de regañarme y avergonzarme. Para que dejara de hacerlo le dije : “Aquella mujer murió mientras yo la operaba… ¿No te diste cuenta de la pulsera negra que traía en su muñeca?”, la mujer sonrió, levanto su brazo y me dijo: “¿Una pulsera como esta?”







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martes, 20 de febrero de 2018

¿Cuál es tu tercer deseo?

Cuenta la leyenda que se podía ver a un anciano muy triste vagando por las calles de una pequeña ciudad en el norte de los Estados Unidos. Hacía mucho que el anciano andaba sin un rumbo, siempre con esa incertidumbre que por momentos tenemos, de no saber lo que vamos a hacer.

Cierta noche, el anciano caminaba por una calle oscura que finalizaba en una encrucijada. Sin rumbo, perdido en el medio de la negrura de la noche que lo rodeaba, comenzó a escuchar una voz, al inició distante e indistinguible, pero que pronto aumentó y daba la impresión de que se estaba acercando. En la penumbra, el anciano logró ver la forma de una mujer, que cantaba sus palabras, y asustadiza se aproximaba en dirección al anciano diciendo, “¿Cuál es tu tercer deseo?”

El viejo, bastante aturdido, hacia un esfuerzo por ver a la mujer. Continuó su camino, pensando que no se dirigía a él. Pero la mujer se volvió, bailando y tarareando las palabras en torno al anciano: “Ahora tu tercer deseo. ¿Cuál es? ”

El hombre, ya enojado, se detuvo. Trató de enfocar su mirada sobre la agitada mujer y preguntó:

“Maldita sea, ¿Qué quieres mujer?”

Ella nuevamente le dijo cantando:

-“Tu tercer deseo.”

-“¿Tercer deseo?” – El viejo estaba confundido – “¿Cómo puedo tener un tercer deseo si no he tenido un primero ni un segundo?”

“Ya has tenido tus dos deseos” – tarareo la mujer- “pero tu segundo deseo fue que yo volviera todo a como era antes de que pidieras tu primer deseo. Es por eso que no recuerdas nada; porque todo es como era antes de cualquier deseo.”

Ella continuó, apresurando al pobre hombre. “Entonces, tienes un deseo restante. ¿Qué vas a pedir?”

“Está bien” – exclamó el anciano – “Yo no creo en esto, pero no hay nada de malo en desear. Yo deseo saber quién soy.”

“Que divertido,” – dijo la mujer mientras cumplía el deseo y desaparecía – . “ese fue tu primer deseo.”

Hoy en día se sabe que aquel anciano cambiaría todo lo que tiene por no saberlo.



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martes, 11 de abril de 2017

#001 El Holder del Fin

En cualquier ciudad, en cualquier país; puedes ir a cualquier institución de salud mental, manicomio o centro de acogida donde puedas llegar por tus propios medios. Dirígete al escritorio principal y pide visitar a aquel que se hace llamar "El Portador del Fin". Si ves un rostro de un niño asustado venir desde los trabajadores, entonces serás llevado a una celda en el edificio. Va a estar en una sección profundamente escondida del lugar. Todo lo que oirás es el sonido de alguien hablando consigo mismo en el eco de las paredes. Es un lenguaje que no comprendes, pero toda tu alma sentirá un terror indescriptible.

Si se detiene la voz en cualquier momento, detente y rápidamente dile: "Solo pasaba por aquí, deseo hablar." Si el silencio continúa, huye. Vete, no te detengas por nada, no vayas a casa, no te quedes en un hotel, solo sigue corriendo, duerme cuando tu cuerpo caiga. Ya sabrás en la mañana si tu escape fue efectivo.

Si la voz en el pasillo regresa después de que tú dijiste esas palabras continua. En la celda lo único que veras es un cuarto sin ventanas con una persona en la esquina, hablando un extraño lenguaje y acuñando algo. La persona solo responderá a una sola pregunta:

"¿Qué pasa cuando todos están juntos?".

La persona te mirara fijamente a los ojos y te responderá la pregunta con horripilantes detalles. Muchos se vuelven locos en esa celda, algunos desaparecen después del encuentro, unos cuantos acaban con sus vidas. Pero la mayoría hace la peor cosa, y miran el objeto en las manos de la persona. Tú también querrás hacerlo. Estas advertido de que si lo haces, tu muerte será cruel, tenaz y horrible. 
Tu muerte estará en ese cuarto, en las manos de esa persona. 




Ese Objeto es el N°1 de 538. Nunca deben estar juntos.