viernes, 19 de julio de 2019

#490 El Holder del Amor

En cualquier ciudad, en cualquier país, puedes ir a cualquier hospital y pide visitar a aquel que se hace llamar "el portador del amor", y prepárate para ser absoluta y completamente destruido.

Nadie ha regresado de la búsqueda de este objeto, y si lo han hecho, aquellos buscadores ya no están verdaderamente "viviendo". Son cáscaras, han desaparecido de sus cuerpos absoluta y completamente, dejando mensajes locos esparcidos a través de las paredes de su nuevo hogar, sus cuerpos en ruinas enferman a la vista.

Las cosas que yo llamo "sobrevivientes" ya no tienen la voluntad de vivir y, sin embargo, ya no tienen la fuerza suficiente para terminar con sus vidas. Han descendido a un lugar de pesadillas y horror, un lugar de odio y desesperación. Un lugar donde sus deseos se convierten en tormentos y su desesperación se convierte en hogar. Este lugar está repleto, con habitantes más horribles e inimaginables que los propios Objetos, bestias y monstruos más allá de las palabras que te separarán de mil maneras antes de que terminen con tu vida. Este es el lugar al que este Portador llama hogar, el peor Portador; lo peor en todos los infiernos.

Se han establecido en el camino de un Objeto; una oscura "protección" tanto divina como demoníaca. Puede ahuyentarte de los horrores de tu búsqueda, y puedes creer que conjura tu salvación, pero sabes lo que yo sé: que estás condenado si buscas esto, condenado más allá que con cualquier otro portador del que hayas oído u oirás.

Pero, si crees que puedes avanzar y vencer las pruebas y los horrores que este portador tiene para ofrecer, entonces espero que finalmente pruebes las recompensas de tu búsqueda, porque eres más grande que el más grande y un Dios entre los insectos de los Portadores.

La oscura recompensa que buscas es el objeto 490 de 538. Ésta anhela la compañía del resto.


jueves, 18 de julio de 2019

Lavender Town

El Síndrome de Lavender Town fue un peak en suicidios y enfermedades mentales en niños entre los 7 y 14 años de edad, poco después de la salida al mercado de Pokémon Red and Green en Japón, el 27 de febrero de 1996.

Los rumores dicen que estos trastornos solo ocurrieron después de que los niños que jugaban el videojuego llegaron a Pueblo Lavanda, cuya música de fondo tenía frecuencias extremadamente altas, que los estudios revelaron que solo los niños y adolescentes podían escuchar, debido a que sus oídos son más sensibles a estas frecuencias.

Debido al tono de Pueblo Lavanda, al menos doscientos se suicidaron, y muchos más desarrollaron enfermedades y aflicciones. Los niños que se suicidaron usualmente lo hacían colgando o saltando desde gran altura. Aquellos que no actuaron irracionalmente se quejaron de fuertes dolores de cabeza después de escuchar la canción de Pueblo Lavanda.

Los síntomas eran irritabilidad acompañada de insomnio, adicción al juego y, en muchos casos, sangrado de nariz. Luego de todo esto, los niños sufrían depresión crónica, cosa que, es rara a esa edad, y por último, este mismo estado psicológico de ansiedad y depresión los llevaba al suicidio.


Aunque Pueblo Lavanda suena diferente según el juego, esta histeria masiva fue causada por el primer juego de Pokémon lanzado. Después del incidente de Lavender Town, los programadores arreglaron la música del tema del pueblo para que fuera más baja, y desde entonces aparentemente los niños ya  no son afectados por ella.

Anexo:




Calificación: 

miércoles, 17 de julio de 2019

La Máscara de la Muerte Roja - Edgar Allan Poe

Título original: The Mask of the Red Death.
Año de publicación: 1842.
Autor: Edgar Allan Poe.

Hacía tiempo que la Muerte Roja devastaba el país. Nunca hubo peste tan mortífera ni tan horrible. La sangre era su emblema y su sello, el rojo horror de la sangre. Se sentían dolores agudos y un vértigo repentino, y luego los poros exudaban abundante sangre, hasta acabar en la muerte. Las manchas escarlatas en el cuerpo, y sobre todo en el rostro de la víctima, eran el estigma de la peste que le apartaban de toda ayuda y compasión de sus congéneres. En media hora se cumplía todo el proceso: síntomas, evolución y término de la enfermedad.

Pero el príncipe Próspero era intrépido, feliz y sagaz. Con sus dominios ya medio despoblados, llamó un día a su presencia a un millar de amigos sanos y joviales de entre las damas y caballeros de su corte, y con ellos se recluyó en el apartado retiro de una de sus abadías amuralladas. Era un conjunto de edificios amplio y magnífico, concebido por el gusto excéntrico, aunque majestuoso, del propio príncipe. Lo rodeaba una alta y sólida muralla. La muralla tenía portones de hierro. Una vez dentro los cortesanos, se trajeron fraguas y enormes martillos y se soldaron los cerrojos. Decidieron que no hubiese modo alguno de entrar o salir, si alguien de pronto se dejaba llevar por la desesperación o la locura. Había abundancia de provisiones. Con tales precauciones los cortesanos podían desafiar el contagio. Que el mundo de fuera se ocupase de sí mismo. Había bufones, había trovadores, había bailarinas, había músicos, había Belleza, había vino. Dentro había todo eso, y también seguridad.

Fuera, estaba la Muerte Roja.

Fue hacia el final del quinto o sexto mes de su encierro, y mientras la peste se cebaba con furia en el exterior, cuando el príncipe Próspero ofreció a sus mil amigos un baile de máscaras de rara vistosidad.

Aquel baile fue un espectáculo voluptuoso. Pero permítaseme hablar primero de los salones en que se celebró. Eran siete: todo un ámbito imperial. Hay muchos palacios, sin embargo, en los que salones así ofrecen una perspectiva larga y lineal, con puertas corredizas que se desplazan casi hasta las mismas paredes de uno y otro lado, de modo que apenas nada interrumpe la vista en todo su longitud. El caso era aquí muy distinto, como cabría esperar de la afición del duque por lo extravagante. La distribución de las salas era tan irregular que apenas se contemplaban más de una al mismo tiempo. Cada veinte o treinta metros se producía un giro brusco, y con cada giro un efecto novedoso. A derecha e izquierda,en medio de la pared, una ventana gótica alta y estrecha se asomaba a un corredor cerrado que enmarcaba las sinuosidades del conjunto, con vidrieras cuyos colores variaban de acuerdo con los tonos dominantes en la decoración del salón al que se abrían. El del extremo oriental, por ejemplo, estaba decorado en azul, y las vidrieras en azul vivo. La ornamentación y los tapices del segundo eran de color púrpura, y pupúreos eran allí los cristales. El tercero era todo él verde, lo mismo que las ventanas. Los muebles y la iluminación del cuarto eran anaranjados; el quinto, blanco; el sexto, violeta. La séptima estancia era un denso sudario de tapices de terciopelo negro que cubrían el techo y las paredes, y caían en pesados plieges sobre una alfombra del mismo tinte y textura.

Pero sólo en esta habitación el color de las ventanas difería del decorado. Las vidrieras eran aquí de un tono escarlata, un rojo oscuro de sangre. Ahora bien, en ninguna de las siete cámaras había lámpara o candelabro alguno, entre la abundancia de adornos dorados que había por todas partes o que colgaban de los techos. No había luz ninguna que procediera de una lámpara o vela en todo el conjunto de habitaciones. Pero en el corredor que envolvía los salones había, frente a cada ventana, un pesado trípode con un brasero de fuego que, al proyectar su resplandor a través de las vidrieras, inundaba de luz la estancia. Se producía así una profusión llamativa de formas fantásticas. Pero en la habitación negra, o de poniente, el efecto del fuego a través de los cristales de sangre sobre los tapices negros resultaba de lo más siniestro, y daba un aire tan irreal a los rostros de los que allí entraban que muy pocos se atrevían a dar siquiera un paso en aquella estancia.

También era aquí donde se encontraba, contra el muro oeste, un gigantesco reloj de ébano. El péndulo oscilaba con un sonido grave, monótono y apagado, y cuando el minutero había recorrido toda la esfera y llegaba el momento de marcar la hora, de sus pulmones metálicos surgía un sonido límpido, potente, profundo y muy musical, pero de nota y énfasis tan peculiares que, a cada hora, los músicos se veían obligados a detenerse un momento para escucharlo, lo que obligaba a su vez a quienes bailaban a interrumpir el vals; y se producía un breve desconcierto en la alegría de todos; y, mientras sonaba el carillón, se veía cómo los más frívolos palidecían y los más sosegados por los años se pasaban la mano por la frente como perdidos en ensueños o en meditación. Aunque cuando cesaban los últimos ecos, una risa leve se apoderaba a la vez de toda la concurrencia; los músicos se miraban y sonreían como burlándose de sus propios nervios y desconcierto, y se susurraban mutuas promesas de que las siguientes campanadas no les causarían ya la misma impresión; pero luego, al cabo de sesenta minutos (que son tres mil seiscientos segundos de Tiempo que vuela), de nuevo sonaba el carillón, y volvía a repetirse la misma meditación, y el mismo desconcierto y nerviosismo de antes.

Pero a pesar de todo, era una fiesta alegre y magnífica. Los gustos del duque eran peculiares. Tenía un buen ojo para los colores y los efectos. Desdeñaba las convenciones de la moda. Sus planes eran atrevidos y apasionados, y un viso de barbarie iluminaba sus proyectos. Algunos le habrían tenido por loco. Sus seguidores no lo creían así. Pero era necesario oírle, y verle, y tocarle, para estar seguro.

Con ocasión de esta magna fiesta, había supervisado personalmente casi toda la decoración de los siete salones; y había sido su propio gusto el que había inspirado los disfraces. No os quepa duda de que eran extravagantes. Abundaba la ostentación y el brillo, lo ilusorio y lo picante..., mucho de lo que después se ha visto en Hernani. Había figuras arabescas, con miembros y atuendos grotescos. Había fantasías delirantes como sólo los locos imaginan. Había mucha belleza, mucha voluptuosidad, mucho de estrafalario, algo de terrible, y no poco de lo que podría haber ofendido. De hecho, por las siete estancias se paseaba majestuosamente una muchedumbre de sueños. Y estos -los sueños- se revolvían por las habitaciones, tiñéndose del color de cada una, y haciendo que la música desenfrenada de la orquesta pareciera el eco de sus pasos. Y entonces suena el reloj de ébano en el salón de terciopelo. Y por un momento todo se aquieta, todo se acalla salvo la voz del reloj. Los sueños quedan congelados y estáticos. Pero el eco de las campanadas se apaga -na han durado sino un instante- y una risa leve, a medias reprimida, queda flotando tras él. Y surge de nuevo la música, y viven los sueños, y se revuelven de un lado a otro más alegres que nunca, teñidos por las ventanas multicolores por las que penetra el resplandor de los trípodes. Pero en el salón de poniente, ninguno de los enmascarados se atreve ahora a entrar, porque la noche ya se desvanece y una luz más rojiza se filtra por los cristales de color sangre; y la negrura de los tapices espanta; y quien aventura sus pasos sobre la negra alfombra escucha un sordo tictac, más solemne y enfático que el que llega a oídos de quienes se entregan a la alegría en las salas más distantes.

Pero las otras habitaciones estaban abarrotadas, y en ellas latía febrilmente el ansia de la vida. Prosiguió así el torbellino festivo, hasta que al cabo el reloj inició las campanadas de la medianoche. Y cesó entonces la música, como ya he dicho; y los que bailaban interrumpieron el vals; y, como en otras ocasiones, todo quedó desasosegadamente detenido. Pero ahora eran doce las campanadas que tenían que sonar; y ocurrió así, quizá, que al disponer de más tiempo, más grave se tornó la reflexión de quienes en la concurrencia ya estaban pensativos. Y también ocurrió así, quizá, que antes de que el último eco de la ultima campanada hubiera desaparecido en el silencio, muchos ya habían reparado en la presencia de una figura enmascarada que hasta entonces no había llamado la atención de nadie. Y de boca se extendió el rumor de esta nueva presencia, y al poco se alzó en toda la compañía un susurro, un murmullo de desaprobación y sorpresa, luego, por último, de terror, de horror y de asco. En una congregación fantasmagórica como la que he pintado, bien se puede suponer que ningún atuendo ordinario habría causado tal sensación. De hecho, esa noche la libertad en los disfraces era prácticamente ilimitada; pero la figura en cuestión había rizado el rizo, superando incluso los límites del gusto permisivo del príncipe. Hay fibras aún en el corazón de los más osados que no pueden tocarse sin que se emocionen. Hasta los casos perdidos, para quienes la vida y la muerte son una misma broma, creen que hay ciertos asuntos con los que no se puede bromear. En todos los asistentes, desde luego, se apreciaba ahora la sensación intensa de que el disfraz y el porte del extraño carecían de todo ingenio y decoro. Era una figura alta y lúgubre, amortajada de la cabeza a los pies con el atuendo de la tumba. La máscara que ocultaba representaba tan fielmente el semblante rígido de un cadáver que al observador más atento le resultaría difícil descubrir el engaño. Aun así, todo esto lo habría soportado, si no aprobado, aquella alocada concurrencia. Pero el enmascarado había llegado incluso a asumir el aspecto de la Muerte Roja. La sangre le salpicaba la vestimenta..., y su ancha frente, y todas sus facciones, aparecían moteadas por el horror escarlata.

Cuando la mirada del príncipe Próspero se detuvo en este espectro (que se paseaba lento y solemne, como para dar mayor empaque a su figura), se le notó una convulsión, en un primer momento con un fuerte estremecimiento de horror o repugnancia; pero enseguida, el rostro se le encendió de ira.

¿Quien se ha atrevido...? preguntó con voz ronca a los cortesanos que le acompañaban—: ¿Quién se ha atrevido a insultarnos con esta burla blasfema? ¡Cogedle y quitarle la máscara, y así sabremos a quien hay que colgar de una almena al amanecer!

Cuando pronunció estas palabras, el príncipe Próspero se hallaba en el salón azul, que daba al oriente. Y su eco recorrió alto y claro las siete estancias, porque el príncipe era un hombre robusto y osado, y un gesto suyo había acallado ya la música.

Era en el salón azul donde se hallaba el príncipe, en compañía de un grupo de pálidos cortesanos. Al principio, cuando habló, dieron éstos un primer paso hacia el intruso, que entonces estaba próximo a ellos, y que ahora se acercaba mas aún, con porte deliberado y majestuoso. Pero cierto miedo indecible que la insensata arrogancia de la máscara había inspirado a todo el grupo impidió que nadie le pusiera la mano encima; asi que, sin estorbo alguno, pasó apenas a un metro del príncipe; y, mientras en los salones la numerosa concurrencia, como movida por un mismo resorte, se hacía a un lado buscando el refugio de las paredes, el enmascarado siguió andando con el mismo paso solemne y mesurado que desde el comienzo le había distinguido, pasando de la sala azul a la púrpura, de la púrpura a la verde, de la verde a la de color naranja, de ésta a la blanca, e incluso de aquí a la morada, sin que nadie hiciera el menor intento de detenerle. Fue entonces, sin embargo, cuando el príncipe Próspero, fuera de sí y avergonzado por su cobardía pasajera, cruzó veloz los seis salones, sin que nadie le siguiera por el terror mortal que de todos se había apoderado. Blandía una daga desenvainada, y se acercó impetuoso y rápido a muy poco distancia de la figura que seguía su camino, cuando ésta, que ya había llegado al salón de terciopelo, giró de pronto y le hizo frente. Hubo un grito agudo, y la daga reluciente cayó en la alfombra negra sobre la que, al instante, caía postrado por la muerte el príncipe Próspero. Después, llevados por el valor enloquecido de la desesperación, un amplio grupo entró en avalancha en el salón negro, en el que la alta figura seguía inmóvil y erguida bajo la sombra del reloj de ébano; pero al ponerle la mano encima al enmascarado, un horror innombrable les cortó el aliento y descubrieron que la mortaja y la máscara cadavérica que habían tratado con violenta rudeza no estaban habitadas por ninguna forma tangible.

Y reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche. Y uno a uno fueron cayendo los presentes en los salones antes festivos, ahora bañados en sangre, y cada uno hallaba la muerte en la desesperada postura en que caía. Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del último cortesano. Y las llamas de los trípodes se extinguieron. Y de todo se adueñó la Tiniebla, la Corrupción y la Muerte Roja.





#324 El Holder de la Desesperación

En cualquier ciudad, en cualquier país ve a cualquier lugar seguro (escuela, hospital, asilo, estación de policía, estación de bomberos etc.) y dirígete a la recepción.

Asegúrate de no tener armas ni mal humor ese día, si tu intención es encontrar el objeto escondido ahí el recepcionista lo sentirá y se acercará a ti. El empleado te dará el abrazo más cálido y reconfortante que jamás hayas sentido, te sentirás amado, reconfortado y aceptado como nunca antes, pero no debes dejarte llevar por esa sensación, aleja al empleado suavemente y dile "Lo siento pero estoy aquí por una razón importante". Si tu corazón es verdadero y eres digno, el trabajador apuntará a una puerta. Si eso no sucede te recomiendo armarte lo más que puedas, si el recepcionista apunta alguna puerta, cualquiera, entra.

Cierra la puerta en cuanto estés dentro y notarás que el cuarto parece una la oficina de algún consejero de escuela, solo que está cubierta de sangre y en el piso están los cadáveres de los que se rindieron muy pronto. Camina hacia el escritorio y siéntate en una de las dos sillas, el consejero aparecerá ante ti y te preguntará por la situación de tu negocio, con una voz calmada y fría debes responder esto exactamente: "Mi situación es desesperada, porque si sen encuentran todo está perdido". El hombre se acercará para acariciarte la cara y su mano se convertirá en una afilada garra... No te resistas, no importa lo profundo que te corte, el consejero luego asentirá y dirá: "¿Cuáles son tus intenciones?", debes contestar:"Proteger a quienes abrazan la paz y amor". Luego buscará debajo del escritorio y producirá un pequeño libro, este libro sin embargo, contiene todos los espantosos relatos detallados de cada momento a lo largo de la historia de la humanidad, la situación de alguien era tan desesperada que por abuso, adicciones o algún otro vicio haya considerado rendirse.

El consejero te leerá este libro de modo que sentirás cada situación como si la estuvieras viviendo, la mayoría de los buscadores terminan sus vidas en esta historia, lo que resultó en los cientos de cadáveres que llenan las paredes. Si logras completar la prueba, el hombre cerrará el libro y con un brillo sobrenatural, cuando el consejero regrese a su escritorio a buscar otra cosa, el mostrará su verdadera forma, no importa lo horrible que sea debes mirarlo a los ojos y decir: "Gracias, ya se que hacer".

El consejero tomará un objeto de debajo de su escritorio, una pequeña navaja y tallará tu nombre en la portada del libro antes de entregártelo, desde ahora tu sabrás sobre cada intento de suicidio de las personas que conoces y tienes el poder de hacerlos cambiar de opinión al instante, pero al hacerlo sentirás su dolor.



La navaja es el Objeto 324 de 538, para mantenerlos alejados debes convertirte en el angel guardián de los que sufren.



Ben Drowned

[09/07/2010] Post #01

Ok, necesito vuestra ayuda con esto. Esto no es un copia y pega, es una lectura larga, pero siento como si mi seguridad y mi bienestar estuviesen dependiendo de esto. Tiene que ver con un videojuego, más concretamente, el Majora’s Mask y es la mierda más aterradora que me ha sucedido en toda mi vida.

Habiendo dicho esto, hace poco me mudé a un piso como estudiante de segundo año de la universidad y un amigo mío me regaló su antigua Nintendo 64 para jugar, eso me animó bastante... por así decirlo; finalmente podría jugar a todos aquellos juegos de mi juventud que llevo sin tocar desde hace una década. Su Nintendo 64 venía con un controlador amarillo y una copia del Super Smash Bros. A pesar de que dicen que a caballo regalado no se le miran los dientes, no tardé mucho en aburrirme de jugar contra la máquina todo el rato.

Un fin de semana decidí dar una vuelta con mi coche por varios vecindarios que se encontraban a unos 20 minutos de mi campus, echando un ojo a las ventas de garajes, esperando hacerme con unos buenos juegos y a grandes precios, gracias a unos padres ignorantes. Conseguí una copia de Pokémon Stadium, GoldenEye, F-Zero y otros dos controladores a 2 dólares cada uno. Satisfecho, estaba preparado para abandonar el vecindario pero de repente una última casa llamó mi atención, aún no tengo ni idea de por que me atrajo; no vi coches en ella y solo había una mesa llena de basura pero algo me dijo que tenía que ir. Suelo hacer caso a estas sensaciones, así que salí del coche y un anciano me dio la bienvenida. Su apariencia era inquietante, extraña y si me preguntas por que me inquietaba no sabría realmente señalar nada, pero había algo en él que me hacía permanecer alerta. No lo puedo explicar. Solo os digo que si no llega a ser por la tarde y oyendo a otras personas de fondo, jamás podría haberme acercado a ese hombre.

Me sonrío con la mandíbula torcida cuando le pregunté lo que estaba buscando e inmediatamente me di cuenta de que debía estar ciego de un ojo, el derecho, el cual mantenía una mirada perdida a la distancia. Intenté forzosamente mantener la mirada en su ojo izquierdo, tratando de no ser ofensivo y le pregunté si tenía algún videojuego antiguo.

Cuando ya estaba pensando como podría pedir disculpas de buena manera si me dijera que no tenía ni idea de que era un videojuego, sorprendentemente me dijo que tenía algunos en una caja vieja. Entonces me aseguró que volvería en un instante y se fue hacia el garaje. En cuanto vi como se fue cojeando, no pude evitar darme cuenta de lo que estaba vendiendo. Sobre la mesa había unas, cuanto menos, pinturas bastante... peculiares. Varias obras de arte que parecían manchas de tinta que un psiquiatra te mostraría. Curioso, las miré todas (estaba claro el por qué nadie visitaba este garaje, no eran ni mucho menos una vista muy agradable). Cuando llegué a la última por alguna razón me recordó a Majora's Mask (el mismo cuerpo con forma de corazón y pequeñas estacas hacia fuera). Realmente en mis adentros, pensé que, al haber albergado la esperanza de poder encontrar este juego, alguna cosa freudiana estaba proyectándose a si misma en esas manchas de tinta, pero después de los eventos ocurridos no sabría decirlo. Debí haberle preguntado al hombre sobre ellas. Desearía haberlo hecho...

Después de mirar el dibujo que se parecía a la máscara, volteé hacia arriba y vi como el hombre había vuelto de nuevo como a un brazo de distancia, justo delante de mi, sonriendo. Admito que salté de forma refleja y sonreí nerviosamente cuando él me acercó un cartucho de Nintendo 64. Era un cartucho estándar color gris, excepto que alguien había escrito Majora en él con un marcador permanente negro. Tenía mariposas en mi estómago tan pronto como me di cuenta de la coincidencia y le pregunté cuanto quería por él.

El anciano sonrió y me dijo que podía llevármelo gratis, que había pertenecido a un chico de mi edad que ya no vivía en este sitio. Había algo extraño en como se expresó el anciano, pero realmente no le presté demasiada atención, estaba demasiado contento no solo por haber conseguido el juego sino que además había sido gratis.

Estaba un poco escéptico pensando que este cartucho no tenía ninguna garantía de funcionar, pero el optimismo me inundó cuando pensé que podría ser alguna versión beta o pirateada del mismo y era más que suficiente para poder irme. Agradecí nuevamente al hombre y este me sonrió, despidiéndose de mí con buenos modales, para terminar diciendo "Adiós pues" o al menos eso me pareció. Todo el camino a casa estuve dudando y pensé que el hombre había dicho algo más. Mis pensamientos fueron confirmados cuando arranqué el juego que, para mi sorpresa, funcionaba correctamente y solo había un fichero, llamado simplemente BEN. "Adiós Ben", había dicho "Adiós Ben". Me sentí mal por el hombre, obviamente tenía un nieto y estaba volviéndose senil y por algo le había recordado, de una forma u otra, a su nieto Ben.

Con curiosidad, eché un vistazo al fichero durante largo rato. Puedo decir que Ben había llegado muy lejos. Tenía casi todas las mascaras y 3/4 de los bosses derrotados; vi que utilizó una estatua de búho para guardar el juego, estaba en el día 3 en el Templo de la Torre de Piedra con poco menos de una hora para que la luna se estrellara. Recuerdo haber pensado que era una pena que hubiese llegado tan lejos en el juego, pero nunca lo hubiera acabado. Creé un nuevo archivo llamado Link como era tradición y empecé el juego, preparado para revivir mi infancia.

Para un cartucho con tan mala pinta, estaba impresionado de lo fluido que funcionaba. Literalmente parecía una copia legal del mismo, salvo por algunos problemillas aquí y allá, como algunas texturas donde no deberían estar, algunos flash aleatorios en intervalos cortos, fuera de eso no estaba nada mal. Aun así, la única cosa que era un poco enervante, era que algunas veces los personajes no jugables (o NPCs) me llamaban "Link" y otras veces me llamaban "BEN". Supuse que era un bug, algún fallo de programación derivado de que nuestras partidas se hubiesen mezclado, o algo así. Aquel bug estuvo molestándome un buen rato hasta que, cuando me pasé el Templo del Bosque Catarata, fui a las partidas salvadas y borré el archivo BEN (intentaba preservar este archivo por respeto al dueño original del juego, no es que necesitara dos partidas), esperando que esto resolviera el problema. Lo hizo y a la vez no, ahora los NPCs no me llamaban, donde debía estar mi nombre había un espacio en blanco (el archivo seguía llamándose Link aun así). Frustrado y con deberes por hacer, dejé el juego por un día.

Volví a jugar al juego una noche después, consiguiendo las Lupa de la verdad y completando el Templo del Pico Nevado. En ese momento, algunos de vosotros, jugadores más hardcore de Majora's Mask, conoceréis el glitch de "El cuarto día". Para aquellos que no pueden googlear, hay que esperar a que el reloj este cerca de llegar a 00:00:00 en el día final y hablar con el astrónomo para mirar el telescopio. Si lo hacías en el momento correcto, la cuenta atrás desaparecería y podrías contar con otro día para terminar lo que estuvieras haciendo; decidido a hacer este glitch para terminar el Templo del Pico Nevado, parece que me salió bien en el primer intento, pues el cronómetro de arriba desapareció.

Sin embargo, cuando pulsé B para dejar el telescopio, en vez de recibir las gracias del astrónomo me encontré en la zona donde debía luchar contra el Jefe Majora al final del juego en la arena, mirando fijamente al Skull Kid que flotaba en el aire. No había ningún sonido, solamente estaba él flotando en el aire por encima de mí y la música de fondo normal de la zona seguía siendo inquietante. Inmediatamente mis manos empezaron a sudar, definitivamente esto no era normal, el Skull Kid NUNCA aparecía ahí. Intenté recorrer la zona y no importaba a donde fuera, el Skull Kid seguía moviendo su cabeza, mirándome fijamente sin decir nada. Nada pasaba y estuve así más o menos un minuto. Pensé que el juego estaba buggeado o algo así pero estaba empezando a dudarlo.

Estaba apunto de presionar el botón de Reset cuando un texto apareció en mi pantalla: Puede que no estés seguro de por qué, pero aparentemente tienes una reserva.... Instantáneamente reconocí ese texto, aparece cuando consigues la Llave de la Habitación, por parte de Anju en la Posada del Puchero, pero ¿por qué había aparecido aquí?. Descarté la idea de que era casi como si el juego intentara comunicarse conmigo y empecé a recorrer la habitación de nuevo, comprobando que durante algunos momentos el juego tenía alguna especie de momento en el que me daba la opción de interactuar con alguien, entonces me di cuenta de lo estúpido que parecía, pensar que alguien re-programaría un juego así. Seguro de mí mismo, quince segundos después otro mensaje apareció en la pantalla y era como el anterior, apareció una frase ya existente ¿Ir a la guarida del jefe del templo? Sí/No. Pausé el juego por un momento, pensando en que debería elegir y cómo reaccionaría el juego, cuando me di cuenta de que no podía seleccionar no. Respiré fuerte, presioné , la pantalla se volvió blanca y apareció otro texto que decía El amanecer de un nuevo día y el subtexto ||||||| en él. El lugar a donde fui transportado me llenó del más intenso terror casi paralizante que nunca había experimentado.

La única manera en la que puedo describir como me sentía en ese momento era tener un sentimiento de tristeza en una escala muy profunda. Lo que sentí fue algo inexplicable, era como si una presencia retorcida y poderosa estuviera encima de mí.

Aparecí en una extraña versión crepuscular de Ciudad Reloj, caminé hacia afuera, como normalmente harías cuando empiezas en el primer día, y me di cuenta de que todos los habitantes habían desaparecido. Generalmente, incluso con el glitch del "Cuarto Día" sigues viendo a los guardias y al perro que corre fuera de la torre pero esta vez todos habían desaparecido; habían sido reemplazados y yo tenía el presentimiento de que algo estaba fuera de lugar allí, en el mismo lugar que yo y me vigilaba. Tenía cuatro corazones y el Arco del Héroe pero en este punto ya no me importaba mi avatar, de alguna manera sentía que yo mismo estaba en peligro. Puede que lo más extraño fuera la música, era la canción de curación, retocada del mismo juego, pero tocada al revés. Aquella música no paraba de hacerse más fuerte, haciéndote esperar que algo apareciera de repente delante tuyo, pero no pasaba nada y el bucle constante empezó a dejar huella en mi estado mental.

En todas partes escuchaba de manera tenue la risa del Vendedor de la Máscara Feliz en el fondo, pero era lo suficientemente débil como para que no estuviera seguro de si estaba oyendo cosas y mi determinación me obligó a buscarlo. Busqué y busqué por las cuatro zonas de la Torre del Reloj pero no encontré nada... ni a nadie. Algunas texturas se habían perdido y al Oeste de Ciudad Reloj me hacía caminar en el aire; toda la zona parecía rota, buggeada y sin esperanza de poder ser salvada. Cuando la canción de curación se repitió en la que debió ser su cincuentava vez, recuerdo haber permanecido en mitad de al Sur de Ciudad Reloj, dándome cuenta de que nunca me había sentido tan solo en un videojuego.