Corría el año de 1820, cuando se construyó un cementerio en un pueblo pequeño, ubicado al norte de México. En 1822 sin embargo, se optó por instalar un hotel sobre el terreno del camposanto. Los lugareños, molestos por esta falta de respeto, tomaron las armas para destruir el hotel e impedir que continuara interrumpiendo el descanso de sus difuntos. Más todo fue en vano. La rebelión se alargó por dos meses y de las ochocientas personas que peleaban, doscientos inocentes perdieron la vida.
Fue entonces cuando el gobernador del pueblo llegó a vivir con su familia dentro del lujoso sitio. Poco después empezó a sufrir extrañas pesadillas, en los que veía como la gente lloraba, agonizaba y era lastimada. En varias veces se vio a si mismo siendo torturado con un alambre de púas. Lo más raro era que al despertar, estaba lleno de heridas poco profundas pero perfectamente visibles.
Ningún médico le sabía dar explicación a dichos ataques paranormales, lo único que podían hacer era curarle las heridas. Pero los sueños siguieron y el alcalde estaba cada vez más asustado. Tanto fue el terror que se apoderó de él, que un día no lo soportó más. Asesinó a su mujer y a sus dos hijas, y acto seguido se quitó la vida.
Fueron sus guardaespaldas quienes encontraron su cuerpo inerte en su habitación, colgando desde una viga del techo con una soga áspera. Tenía la camisa desgarrada y los cortes en su piel estaban en carne viva, aun más grotescos que antes. En las habitaciones restantes hallaron a su esposa, degollada como a un animal, y a sus hijas apuñaladas.
Pero lo más escalofriante fue la nota que el gobernador dejó en su oficina, un mensaje en el que había escrito lo siguiente:
¡No quería hacerlo! Ellos me han obligado.
Al día siguiente se desató un incendio en el hotel que prácticamente lo redujo a escombros. De las veinte personas que conformaban el personal, solo dos sobrevivieron del siniestro, con terribles secuelas mentales. Afirmaban que habían visto cuerpos de desconocidos sin rostro, y siluetas oscuras que bailaban entre las llamas del fuego. Tan un solo par de días después de haber declarado ante la policía, ambas murieron y los doctores descubrieron con sorpresa, que les habían aparecido enormes heridas en la espalda.
Desde entonces, son pocos los que se atreven a acercarse al hotel en ruinas cuando se hace de noche. La gente del pueblo cuenta que, en el interior de la única habitación que quedó en pie, a veces se ve el cuerpo de un hombre colgando, así como dos niñas que ríen y juegan, y una mujer arrodillada en el suelo, que no para de llorar.
Los lugareños también han olido los sollozos de las niñas y su madre, gritos tenebrosos y cadenas que se arrastran por el suelo. Se cuenta que cada persona que ha tratado de ir a investigar, es hallada muerta a los dos días, con heridas en la piel y los pulmones perforados.