viernes, 1 de noviembre de 2019

Mesa para Tres

Ezequiel, un hombre casado desde hace más de cuatro años, se despierta sobre su cama; las palmas de sus manos sudan y por su rostro escurren lágrimas que se mezclan para alojarse en la barbilla desde donde gotean hacia una vieja camiseta. Levanta la cabeza y analiza la habitación. Ahí está la cama matrimonial, donde su esposa Clementina dormía junto a él, una silla verde recostada en la pared junto a un cuadro, una lámpara sobre una mesa de noche y al lado una pequeña nota.

Es un recado de su mujer. Casi ilegible, el mensaje decía: “Fui a trabajar. Espérame. Tengo algo muy importante que decirte”, junto al escrito aparece un pequeño corazón pintado con pluma en la esquina del papel.

El pobre sujeto, exhausto y sin saber el motivo de su tristeza, se levanta de la cama y se dirige hacia el baño, abre la puerta y se encuentra con un baño perfecto, típico de una pareja. Las cremas de su mujer están sobre un pequeño mostrador al lado del lavabo, junto a su máquina de afeitar eléctrica y su cepillo dental. El pequeño cuarto de baño presenta un conjunto de toallas muy bien dispuestas, un pequeño tapete en el piso y una jabonera que había sido decorada por la propia Clementina. Una de sus más grandes manías en aquellos momentos en los que su esposo salía a beber con sus amigos era hacer decoraciones de todo tipo. Ezequiel abrió la cortina y se dispuso a darse un baño, finalmente se relajó después de haber sudado tanto en la cama, sabría Dios por qué.

Salió del baño y vio una media tirada en el suelo que no había notado cuando entró, no recordaba haber usado aquella media. Clementina siempre recogía la ropa que tiraba, no entendía cómo pudo habérsele pasado eso a la mujer, a menos que algo haya hecho que lo olvidara. Se puso furioso, pues estaba seguro de que su mujer tenía una amante.

Se puso la ropa y bajó por las escaleras, llegó hasta el comedor. Una sala hermosa y bien arreglada, todo decorado cuidadosamente por su mujer. Los cubiertos estaban impecables, sin rasguños ni manchas, el sofá recién forrado, las mesas limpias y los platos servidos sobre el comedor. Pero no entendía por qué tres platos, se volvía loco ante la posibilidad de que su mujer intentara presentarle a su amante. Cuánta desfachatez. Entonces vio un pequeño libro sobre la mesa, era el diario de su mujer. Un diminuto candado aseguraba una tapa marrón y resguardaba las frágiles hojas al interior. No recordaba que Clementina tuviera un diario, jamás se lo mencionó.

Su cabeza no hacía más que darle vueltas a la hipótesis de que su mujer estaba con otro hombre, alguien que era mucho mejor que él. Su nerviosismo a flor de piel evidenciaba su ira, sudaba intensamente. De sus ojos escurrían lágrimas. “¿Y si me deja por él?, ¿Y si ya no vuelve?”, pensaba el pobre Ezequiel, su cabeza se perdía pensando en esa posibilidad, “¿Y si me dice que no?”, era su mayor temor, que se fuera y nunca más regresara.

“Una mujer muerta no puede decir que no”, fue con este pensamiento que Ezequiel hizo sus planes.

Cuando su mujer llegara a casa, él le daría un martillazo en la nuca y, una vez inconsciente, la llevaría al sótano donde la guardaría. Con toda seguridad podría amar a una mujer muerta. Las horas pasaban y Clementina no llegaba a casa. Sus ánimos estaban exaltados, no podía contener tanta rabia. En lo único que podía pensar era si la demora se debía a su amante. Se había vuelto loco, no podía soportarlo más. Fue al sótano, quizá por ironías del destino.

Allí estaba su mujer, muerta, dispuesta en un rincón de aquel sótano. Sus brazos casi cercenados colgaban de lo que quedaba de su mutilado cuerpo, su cabeza había sido desmantelada y tenía marcas de martillo. Lo que más le sorprendió fueron las entrañas removidas con la ayuda de una sierra y destornilladores. Había sido él, Ezequiel, pero no recordaba haberlo hecho. El asesinato había ocurrido días antes y ni siquiera había notado el cuerpo. Comenzó a llorar desesperadamente. Fue corriendo hasta la habitación, se tendió en la cama y se desmayó.

Al día siguiente despertó y no recordaba dónde estaba su mujer. Leyó el recado sobre la mesa de noche y fue a tomar un baño, repitiendo el proceso del día anterior, sin recordar absolutamente nada. Bajó por las escaleras después de vestirse, nervioso después de encontrar la media. Al llegar a la planta baja, vio la misma escena con los tres platos. Notó el diario de su mujer, pero esta vez las cosas cambiaron. Tomó un destornillador y lo abrió. En la primera página podía leerse:

“Hoy descubrí que estoy embarazada. Mi esposo y yo vamos a ser papás, apenas y puedo esperar para contarle. Creo que tendremos que empezar a acostumbrarnos a tener tres platos sobre la mesa.”




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jueves, 31 de octubre de 2019

Una Linda Elección

El mundo, tu mundo será sumido en la oscuridad y toda aquella esperanza se perderá por la eternidad.

Yo no soy como los demás, ¿cómo podría vivir sin amar? Ella lo prometió, me dijo una y otra vez que estaríamos juntos por siempre, que estaría al pendiente de mí y me amaría, que tendría de ella todo lo que yo quisiera. Pero cambió, supongo que al final se dio cuenta de que podía estar con alguien mejor, alguien que le diera lujos y que no le demandara amor.

Ahora ella es indiferente y busca cualquier pretexto para discutir, pero tampoco se aleja, siento que me ha traicionado y no puedo más, decidí alejarme, le dije que no podía seguir a su lado, que todo debía terminar, ella fue linda, me deseó suerte y me pidió que no olvidara que me quiere.

Me siento confundido, ¿cómo puede tratarme de esa manera y después decir que me quiere?, no sé qué hacer, he pedido a Dios que me ayude a entender, que me indique qué camino seguir.

Vino a verme… Bueno, no estoy seguro, tal vez solo realmente necesitaba ese trabajo y no vino con la idea de verme a mí.

La he visitado, de igual manera se comportó muy indiferente, ya me he cansado de eso. Se acabó, la evitaré, incluso si debo cambiar de trabajo, comenzaré a buscar otro y también un departamento en la zona contraria a donde me encuentro ahora.

¿Acaso tendré que cambiar mi correo y mi celular también? De vez en cuando decide mandarme mensajes o correos. A veces lindos, otros reclamando, cada vez que hace esto mi tranquilidad se perturba, siento un ardor en el pecho y el estómago y me paso todo el día intranquilo, de mal humor, me pidió que nos viéramos, no creo resistir verla sin sentirme mal por eso.

No fue tan malo, me siento tranquilo, verla fue lindo y no pasó nada... Solo hablamos, apenas y la saludé de mano, creo que al fin comprendió que todo ha terminado.

Volvió a pasar… Encontró la manera de echar todo a perder, ya no resisto… Iré a verla en cuanto pueda y le pondré las cosas en claro. Juro por mi vida que no era mi intención, pero lo disfruté.

Fui a verla y mientras platicábamos en la cocina se descontroló, intentó atacarme y yo la empujé, le pedí que se calmara y que entendiera que me estaba haciendo pedazos el corazón…

Rasgando mi alma y acabando mi vida, que no podía seguir teniendo contacto con ella, que tenía que alejarse definitivamente y para siempre, se abalanzó sobre mí, sé que no es un pretexto real, yo era más fuerte que ella y pude haberla detenido sin mucha complicación, pero cuando me di cuenta había tomado un cuchillo que tenía a mi lado y estaba atravesando su vientre con él…

Mientras lo sacaba era como si todo mi dolor, mi angustia y mi resentimiento se quedaran dentro de su herida, no me pude detener, el cuchillo entró y salió de su cuerpo una cantidad de veces que no me atreví a contar, al terminar tenía auténticos agujeros por todo su cuerpo, la sangre chorreaba por todos lados y mis manos estaban pegajosas.

Ahora por fin terminó, ya no me atormenta, ya no me hace sentir mal, ella no existe más… Estoy saliendo con una chica que es hermosa y un encanto, planeo pedirle que se case conmigo la próxima semana… Solo que a veces es un poco manipuladora, encontraré una forma linda de enseñarle una lección y que eso no es bueno… ¡Ya sé! La presentaré con mi ex pareja, al fin y al cabo son unos cuantos pasos hacia al jardín.



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miércoles, 30 de octubre de 2019

Lasombra

La Biblia afirma que el primer asesino rechazó la responsabilidad sobre su víctima con una pregunta retórica, “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”. Los Lasombra aceptan esa responsabilidad que negó su progenitor. En efecto, ellos son los guardianes de sus hermanos y hermanas. Los Lasombra no son mayordomos, por cuanto no ostentan el poder para beneficio de otros. Tampoco son reyes, pues no necesitan formalidad, título o posición, y en realidad no aceptan límites a su poder en la forma de cualquier tipo de sanción humana o divina.

Los Lasombra son simplemente maestros con derecho sobre todas las cosas en el cielo y en la tierra, lo acepten sus súbditos o no. Esta concepción de sí mismos supone una presión tremenda para los neonatos, sean Sabbat o antitribu. Cargan con una gloria heredada, un estándar de ser sobresalientes en sus actos, porque es lo que sus Sires esperan de ellos.

Pocos chiquillos pueden llegar realmente a conseguirlo. Los antiguos cuentan que en el pasado podían tomarse tiempo para elegir a su progenie e instruirlos individual y convenientemente. Ahora todo se hace con prisas, y en ocasiones se concede el abrazo a una partida de inferior calidad. Un chiquillo Lasombra que sobresalga puede esperar la combinación de ser a la vez valorado y visto con suspicacias, mientras que los chiquillos que demuestran no ser los mejores en sus labores pueden esperar una lucha constante por sobrevivir. Los Lasombra con gusto por las comparaciones irónicas se refieren a veces a los miembros más jóvenes del clan como los nietos Kennedy del Sabbat. No es una mala comparación, ya que los recién llegados intentan encontrar el modo de destacar, sepultados por la sombra del legado de Gratiano y otros fundadores.


Viernes

Mi nombre es Andrés, mi trabajo es atender llamadas de personas en peligro de suicidio. Trabajo que no debería existir, ya que el suicida de verdad lo hace y ya, se acabó o algo peor, sobrevives. Como sobreviviente de este mal, decidí castigarme haciendo este "trabajo", solo por escuchar historias de personas en busca de atención. No negaré que he escuchado historias que me han causado sensaciones raras y he conocido personas interesantes. Llegué a un tipo de trato con una de esas personas, conseguí un apartado postal al cual solo me envía cartas los viernes y con la firma "Viernes", quiero creer que ese es su nombre o tiene una obsesión con ese día. Sin más, aquí tienes la primera carta que recibí.

Jueves 27 de Junio.

Siempre he tenido facilidad con las mujeres. Nací en viernes y todo ser que nace en viernes, está destinado a tener suerte en el amor. En mi agenda está mínimo el nombre de una mujer por cada letra. Solo tengo un requisito para estar con una mujer... que sea una sola vez. Pero antes de que eso pase, tengo que contemplarlas, apreciar su belleza y estudiarlas. Me intereso en mi pareja, me importa que sea feliz y que yo sea feliz.

El día de nuestro primer y último encuentro siempre tiene que ser especial y en viernes. La atmósfera tiene que ser con luz tenue, con un aroma que incite lo que va a pasar y en el lugar adecuado. Siempre recuerdo la mirada de todas y cada una de ellas, el frío de su cuerpo y el incitante olor a descomposición que emana de sus cuerpos. Siempre en viernes, siempre en el sótano y casi por completo a oscuras.

Es amor, todas me miran con ojos de amor. Son felices y yo soy feliz. Un nuevo nombre va a estar en mi agenda mañana y cumplirá el mismo requisito, solo una vez y terminará igual, con todas las demás, en el fondo del sótano, aumentando el delicioso olor a descomposición. Soy de relaciones rápidas.

Viernes.


Empiezo a creer que Viernes no es un suicida.





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lunes, 28 de octubre de 2019

La Doncella

La mañana había amanecido extrañamente fría a pesar de mediar el mes de Junio. Tomé la pipa y la preparé de manera meticulosa, casi ritual, mientras observaba como la calle más abajo empezaba a recobrar la actividad típica de las primeras horas del día. El sol ya entraba con timidez por el ventanal de la biblioteca cuando me senté en mi sillón. Continué leyendo el libro que tenía en la pequeña mesita auxiliar que estaba a mi derecha. Estaba completamente absorto en la lectura cuando escuché con total claridad abrirse la puerta de la calle.

-¡Ya estoy aquí, señor Quesada. Le subiré el desayuno en unos minutos!

Las llaves emitieron su característico sonido metálico al dejarlas caer sobre la bandeja de plata que había encima del pequeño mueble victoriano del recibidor. No podía creerlo. Era Matilde, la señora que durante más de quince años se había encargado de la limpieza y el mantenimiento de mi hogar. Me quedé completamente petrificado y fui incapaz de mover, ni tan siquiera, un músculo de mi cuerpo. Mi boca fue incapaz de articular palabra. Mi mente se quedó completamente en blanco. No encontraba ninguna razón lógica por la cual Matilde había venido a cumplir con su jornada de trabajo cuando, apenas veinte horas antes, habíamos dado sepultura a su cuerpo inerte.




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Imagina el Dolor

Hace mucho tiempo tuve una novia llamada “Ana”. Yo la quise mucho y ella me quería también.

Al pasar el tiempo me cansé, así que terminé con ella. Le dije que ya no quería seguir siendo su pareja, ella lo tomó como traición, porque cuando iniciamos nuestra relación le prometí amor para toda la vida. Ella sufrió mucho (esta tal vez fue la peor decisión que habría hecho en mi vida).

Al día siguiente me desperté y vi en la televisión una noticia: una chica se había suicidado.

“Ella destruyó sus órganos internos tomando un ácido que se usaba para los metales”. Sentí culpa.

Con el correr de los años, había olvidado de ese horrible dolor. Me enamoré de una amiga que me ayudó en los momentos más tristes. Ella se llamaba “Amanda”. Yo juré nunca dejarla o abandonarla, ya había decidido tener un futuro con ella.

Después que nos despedimos, me fui a mi casa y me dormí. Tuve una pesadilla: Ana había vuelto y empezó a atacar a Amanda. Cuando me desperté me dije: “Solo fue un sueño”.

Me dirigí a la casa de Amanda y la busqué, pero ella no estaba. Había desaparecido, y ya pasando 4 días de búsqueda la encontraron quemada y con cortes en el cuerpo, ella estaba irreconocible.

En mis sueños veo un mensaje de sangre que dice: “Para que te imagines el dolor que sentí en mi interior de mi cuerpo, a ella le hice el mismo dolor en su exterior”.




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domingo, 27 de octubre de 2019

Una Nueva Vida

Había sido un largo día de invierno, estaba decidida a ver la TV hasta dormir. Debido al clima, nuestro sistema de cable tenía muchas interferencias, así que decidí ver un canal local. No había nada interesante, solo noticias, pero una en especial llamó la atención de mis padres, y la mía también. Al ver la primera imagen, mis ojos se llenaron de lágrimas instantáneamente.

En nuestra ciudad, las calles se congelan debido a las bajas temperaturas. Los accidentes de tráfico abundan aquí, ya era algo habitual, pero… las cosas cambian cuando es un ser querido quien está bajo los escombros.

Comenzó a llover, a montones, mientras escuchábamos el reportaje y las lágrimas comenzaban a caer.

Según el reportero, en la tarde, hubo un accidente en la avenida principal. Reconocí esa motocicleta, era la de mi hermano Daniel. Él se había peleado con mis padres esa tarde, así que salió de la casa, se subió a su motocicleta y arrancó, a toda velocidad.

Tuve un mal presentimiento, pero no le di importancia, ellos siempre peleaban.

Entonces, el teléfono sonó; mis padres lo cogieron rápidamente. Era la policía llamando para que fueran a recoger el cuerpo de mi hermano, quien tuvo un horrible accidente por ir a exceso de velocidad. Comencé a llorar, no podía parar, el dolor me carcomía viva. Quería ir con ellos, pero ellos me dijeron que no. Que no estaba preparada para algo así.

Me quedé sola. No podía con el dolor: mi hermano, la única persona a la que podía contarle todo, mi confidente, mi protector, ahora estaba… muerto. Subí a mi cuarto, comencé a ver nuestras fotos; vaya manera de torturarme, pero, a pesar de todo, sentía alivio de alguna forma. Verlo a él, sonriente, cargándome en su espalda como siempre lo hacía, me hacía pensar que, en donde sea que estuviera, se fue con buenos recuerdos, a pesar de la pelea. Sus peleas con mamá eran algo recurrente, siempre peleaban. Él siempre se iba, a toda velocidad, y regresaba al anochecer. Era su forma de bajar su enojo, le encantaba la velocidad. Mi mamá aprovechaba esos ratos libres para escribir, eso la ayudaba. Cuando era de noche y ambos se reencontraban, se abrazaban y se disculpaban. Tristemente, hoy no fue así; pero yo lo sé, si esto no hubiera sucedido, ese abrazo, esa disculpa, todo habría tenido lugar esta noche, y él lo sabía.

Dieron las dos de la mañana y mis padres no regresaban, yo estaba muy preocupada. Mi corazón se aceleraba y mis lágrimas no paraban de salir cada vez que pensaba en lo acontecido. Intentaba calmarme, intentaba dormir. «¿Y si todo es un sueño?», pensé, pero era la realidad. Mis pensamientos me comían viva. Intentaba relajarme, el lugar del accidente no estaba tan cerca. «Quizá por eso tardan tanto, hay que cruzar esa horrible carretera para llegar a la avenida principal», pensé. Cuando miré el reloj nuevamente, ya eran las 2:30 a.m., y justo en medio del silencio, el timbre sonó.

Bajé corriendo, pues afuera llovía, parecía un diluvio.

Tropecé mientras bajaba las escaleras; a veces solía ser muy torpe. Pero me levanté, sin dolor alguno, y seguí corriendo hasta la puerta.

Cuando la abrí, mi sorpresa fue enorme. No sabía qué decir, ni qué hacer; estaba en shock.

—¿Ma… Mamá? ¿Papá? ¿Daniel? ¿Qué sucedió? —pregunté. Estaba sorprendida, pero ellos no respondieron, solo se quedaron allí, inmóviles—. ¿Dany? ¿Estás bien?

—Sí, hermanita. Tranquila, todo está bien —respondió. Su voz se escuchaba más serena, muy diferente.

—¿Papá? ¿Có… Cómo…? —tartamudeaba. Estaba nerviosa, confundida.

—Estaba tendido en el pavimento, tuvimos suerte de poder traerlo —respondió mi padre. Todo se estaba tornando muy extraño.

—Ya basta de preguntas, cariño, es hora de irnos, hemos venido hasta aquí por ti. Estaremos de nuevo todos juntos, en familia, sé que nos has estado esperando —dijo mi madre. No entendía nada.

—¡¿De qué están hablando?! —grité, al mismo tiempo en el que la TV se encendió.

Estaban transmitiendo una noticia, otro accidente más. El reportero decía que hubo un terrible accidente en la congelada Carretera 86. Un tráiler perdió el control y se estrelló contra una Toyota Highlander que iba en exceso de velocidad. Las dos personas que iban en la Toyota perdieron la vida, mientras que el conductor del tráiler resultó con heridas menores. Las víctimas fueron identificadas como Harold y Katherine Robertson. La cara del reportero cambió, cuando por radio le dijeron que ellos eran los padres de Daniel Robertson, otra persona que había muerto por un accidente de tráfico esa misma tarde. En ese momento pude entenderlo casi todo.

—¿Ustedes están muertos? —fue lo único que logré decir.

—Así es, Jes. Ahora es tiempo de irnos, hay mucho por recorrer, hermanita —dijo Daniel. Quería llorar, pero las lágrimas no salían.

—¡Yo no quiero morir todavía! —grité. Estaba muy asustada.

—Cariño, no te llevaríamos si no estuvieras muerta todavía —respondió mi madre, al mismo tiempo que señalaba a las escaleras.

Volteé, y todo comenzaba a tomar sentido. Estaba allí, tendida en el suelo. Mi cabeza estaba abierta, sangrando, en el filo del último escalón. No pude soltar ni una palabra, tampoco pude llorar, realmente no podía sentir nada. Mi cuerpo estaba a unos metros de mí. Pálido, sin moverse; era una pesadilla. Después de eso, mi madre me dijo que era hora de irnos. Mi hermano hizo lo de siempre, se dio la vuelta y yo me subí a su espalda. Pude ver la felicidad en su rostro, pues estábamos todos juntos de nuevo, listos para vivir una nueva vida.





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