miércoles, 22 de enero de 2020

Caidos

La gente empezó a caer del cielo hace casi una década. Nunca están vestidos, siempre desnudos, siempre con una enorme sonrisa congelada en sus caras.

Al principio fueron tan solo unos pocos, pero luego cayeron cientos y miles del cielo, destrozando coches, casas… incluso bloqueando autopistas.

Descubrieron cosas extrañas al investigarlos. Eran humanos, pero no tenían sangre ni intestinos, ni siquiera un corazón. Nada podía explicar esas macabras sonrisas, ni mucho menos decir de dónde venían.

Fue una mujer en Costa Rica quien hizo el último y más perturbador descubrimiento. Ella reconoció a uno de los cuerpos que habían caído como uno de sus familiares ya muertos, alguien que había dejado este mundo cuando ella era adolescente.

Tras eso, más y más identificaciones se hicieron.

Pronto la gente comenzó a buscar y reclamar a sus amados parientes que ya habían muerto. Lo hacían gracias a los videos, tomándolos de las muchas pilas de cuerpos o de los crematorios.

Nadie podía explicar porque volvían, porque motivo caían del cielo.

Fue aun más terrible descubrir, que tras deshacerse del cuerpo, no tardaba mucho en volver a caer del cielo de nuevo. Podías hacer lo que fuera con ellos, no importaba el que. La gente empezó a morir por culpa del altísimo número de cuerpos que caían del cielo, y tras enterrarlos, ellos mismos, empezaron a caer.

Mi madre murió cuando un cuerpo aterrizo sobre su coche, aplastándola. La siguiente semana, una noticia en la televisión decía que un cuerpo había sido succionado por el motor de un avión, provocando un accidente. Vi la sonrisa en la cara de mi madre, la más feliz que nunca le he visto.

Se dice que cuando el Infierno se llene, los muertos caminaran por la tierra. ¿Pero qué pasa si lo hace el Cielo?



Calificación:



martes, 21 de enero de 2020

#296 El Holder de la Soga

En cualquier ciudad, en cualquier país, ve a alguna institución mental o centro de acogida al que puedas llegar por tus propios medios. Cuando llegues al escritorio pregunta por quien se hace llamar "El Portador de la Soga", si el trabajador te ignora debes irte porque aún no es tu tiempo. Si el trabajador comienza a cojear, como sea cierra tus ojos inmediatamente. Comenzarás a escuchar una conmoción de parte del personal que parece estar corriendo confundido, las voces te acosarán preguntándote qué pasó, mantén los ojos cerrados y no respondas, al menos tu sufrirás un destino tan inimaginable que la mente humana no puede comprenderlo. Cuando todo esté en silencio será seguro abrir tus ojos, si tuviste éxito estarás de pie frente a una escalera.

Sube las escaleras, mientras lo haces las voces que piden ayuda comenzarán a escucharse, no las ignores, debes contestarles con calma: "No puedo ayudarte en este momento", si los gritos continúan quédate quieto y acepta el horrible destino que está a punto de caer sobre ti. Si los gritos se detienen debes continuar hasta una puerta que tiene grabado un símbolo único, en el fondo habrá una daga, debes usarla para grabar la forma del símbolo con ella en tu mano, si quieres ingresar en la habitación, si la puerta no se abre con eso, solo te queda rezar porque alguien con mejores habilidades que tú retome la búsqueda, de cualquier forma ya no volverás a casa.

Cuando se abra la puerta verás de pie a una niña, un niño y una soga. Ignora a la niña y pregúntale al niño: "¿Qué pasó con los demás?... Di cualquier otra cosa y te arrepentirás de no haberte colgado con esa soga mientras pudiste. El niño te contará como los otros "Visitantes" se perdieron y olvidaron a través del tiempo. La historia te producirá tanta lástima, asco e indignidad que te tomará un tiempo debatir si suicidarte o no en ese momento, para escapar de todos los posibles errores futuros. Cuando termine, la chica te preguntará si deseas algo más, no debes prestarle atención, cuando sea evidente que no dirás nada más, el chico te ordenará que des la vuelta, desafialo, debes ver como el arma el lazo y fuerza la cabeza de la niña a entrar en el mientras ella grita y llora con lágrimas en sus mejillas. Acércate con la daga y dáselo al niño mientras firmas la sentencia de muerte de ella.

Cuando esté realizado, el chico cortará un parche con el cabello de la niña y lo enredará en un pasador que tiene grabado el mismo símbolo de la puerta y tu mano. Sal por donde viniste y te encontrarás en la misma recepción donde comenzaste, aunque esta vez no hay nadie y el trabajador permanece cojo.




El pasador con el cabello enredado es el objeto número 296 de 538, no remuevas los cabellos, ya que ellos representan tu vida.

El árbol de la colina - H. P. Lovecraft & Duane W. Rimel

Título original: The Tree on the Hill
Autor: H. P. Lovecraft, Duane W. Rimel.
Nacionalidades: E.E.U.U.
Año de publicación: 1940.


Al sureste de Hampden, cerca de la tortuosa garganta que excava el río Salmón, se extiende una cadena de colinas escarpadas y rocosas que han desafiado cualquier intento de colonización. Los cañones son demasiado profundos, los precipicios demasiado escarpados como para que nadie, excepto el ganado trashumante, visite el lugar.

La última vez que me acerqué a Hampden la región -conocida como el infierno- formaba parte de la Reserva del Bosque de la Montaña Azul. Ninguna carretera comunica este lugar inaccesible con el mundo exterior, y los montañeses dicen que es un trozo del jardín de Su Majestad Satán transplantado a la Tierra. Una leyenda local asegura que la zona está hechizada, aunque nadie sabe exactamente el por qué. Los lugareños no se atreven a aventurarse en sus misteriosas profundidades, y dan crédito a las historias que cuentan los indios, antiguos moradores de la región desde hace incontables generaciones, acerca de unos demonios gigantes venidos del Exterior que habitaban en estos parajes.

Estas sugerentes leyendas estimularon mi curiosidad. La primera y, ¡gracias a Dios!, última vez que visité aquellas colinas tuvo lugar en el verano de 1938, cuando vivía en Hampden con Constantine Theunis. El estaba escribiendo un tratado sobre la mitología egipcia, por lo que yo me encontraba solo la mayoría del tiempo, a pesar de que ambos compartíamos un pequeño apartamento en Beacon Street que miraba a la infame Casa del Pirata, construida por Exer Jones hacía sesenta años.

La mañana del 23 de junio me sorprendió caminando por aquellas siniestras y tenebrosas colinas que a aquellas horas, las siete de la mañana, parecían bastante ordinarias. Me alejé siete millas hacia el sur de Hampden y entonces ocurrió algo inesperado. Estaba escalando por una pendiente herbosa que se abría sobre un cañón particularmente profundo, cuando llegué a una zona que se hallaba totalmente desprovista de la hierba y vegetación propia de la zona. Se extendía hacia el sur, se había producido algún incendio, pero, después de un examen más minucioso, no encontré ningún resto del posible fuego. Los acantilados y precipicios cercanos parecían horriblemente chamuscados, como si alguna gigantesca antorcha los hubiese barrido, haciendo desaparecer toda su vegetación. Y aun así seguía sin encontrar ninguna evidencia de que se hubiese producido un incendio... Caminaba bajo un suelo rocoso y sólido sobre el que nada florecía.

Mientras intentaba descubrir el núcleo central de esta zona desolada, me di cuenta de que en el lugar había un extraño silencio. No se veía ningún ave, ninguna liebre, incluso los insectos parecían rehuir la zona. Me encaramé a la cima de un pequeño montículo, intentando calibrar la extensión de aquel paraje inexplicable y triste. Entonces vi el árbol solitario.

Se hallaba en una colina un poco más alta que las circundantes, de tal forma que enseguida lo descubrí, pues contrastaba con la soledad del lugar. No había visto ningún árbol en varias millas a la redonda: algún arbusto retorcido, cargado de bayas, que crecía encaramado a la roca, pero ningún árbol. Era muy extraño descubrir uno precisamente en la cima de la colina.

Atravesé dos pequeños cañones antes de llegar al sitio; me esperaba una sorpresa. No era un pino, ni un abeto, ni un almez. Jamás había visto, en toda mi existencia, algo que se le pareciera; ¡y, gracias a Dios, jamás he vuelto a ver uno igual! Se parecía a un roble más que a cualquier otro tipo de árbol. Era enorme, con un tronco nudoso que media más de una yarda de diámetro y unas inmensas ramas que sobresalían del tronco a tan sólo unos pies del suelo. Las hojas tenían forma redondeada y todas tenían un curioso parecido entre sí. Podría parecer un lienzo, pero juro que era real. Siempre supe que era, a pesar de lo que dijo Theunis después.

Recuerdo que miré la posición del sol y decidí que eran aproximadamente las diez de la mañana, a pesar de no mirar mi reloj. El día era cada vez más caluroso, por lo que me senté un rato bajo la sombra del inmenso árbol. Entonces me di cuenta de la hierba que crecía bajo las ramas. Otro fenómeno singular si tenemos en cuenta la desolada extensión de tierra que había atravesado. Una caótica formación de colinas, gargantas y barrancos me rodeaba por todos sitios, aunque la elevación donde me encontraba era la más alta en varias millas a la redonda.

Miré el horizonte hacia el este, y, asombrado, atónito, no pude evitar dar un brinco. ¡Destacándose contra el horizonte azul sobresalían las Montañas Bitterroot! No existían ninguna otra cadena de picos nevados en trescientos kilómetros a la redonda de Hampden; pero yo sabía que, a esta altitud, no debería verlas. Durante varios minutos contemplé lo imposible; después comencé a sentir una especie de modorra.

Me tumbé en la hierba que crecía bajo el árbol. Dejé mi cámara de fotos a un lado, me quité el sombrero y me relajé, mirando al cielo a través de las hojas verdes. Cerré los ojos. Entonces se produjo un fenómeno muy curioso, una especie de visión vaga y nebulosa, un sueño diurno, una ensoñación que no se asemejaba a nada familiar. Imaginé que contemplaba un gran templo sobre un mar de cieno, en el que brillaba el reflejo rojizo de tres pálidos soles. La enorme cripta, o templo, tenía un extraño color, medio violeta medio azul. Grandes bestias voladoras surcaban el nuboso cielo y yo creía sentir el aletear de sus membranosas alas. Me acerqué al templo de piedra, y un portalón enorme se dibujó delante de mí. En su interior, unas sombras escurridizas parecían precipitarse, espiarme, atraerme a las entrañas de aquella tenebrosa oscuridad. Creí ver tres ojos llameantes en las tinieblas de un corredor secundario, y grité lleno de pánico.

Sabía que en las profundidades de aquel lugar acechaba la destrucción; un infierno viviente peor que la muerte. Grité de nuevo. La visión desapareció. Vi las hojas y el cielo terrestre sobre mí. Hice un esfuerzo para levantarme. Temblaba; un sudor gélido corría por mi frente. Tuve unas ganas locas de huir; correr ciegamente alejándome de aquel tétrico árbol sobre la colina; pero deseché estos temores absurdos y me senté, tratando de tranquilizar mis sentidos. Jamás había tenido un sueño tan vívido, tan horripilante. ¿Qué había producido esta visión? Últimamente había leído varios de los libros de Theunis sobre el antiguo Egipto... Meneé la cabeza, y decidí que era hora de comer algo. Sin embargo, no pude disfrutar de la comida. Entonces tuve una idea.

Saqué varias instantáneas del árbol para mostrárselas a Theunis. Seguro que las fotos le sacarían de su habitual estado de indiferencia. A lo mejor le contaba el sueño que había tenido... Abrí el objetivo de mi cámara y tomé media docena de instantáneas del árbol. También hice otra de la cadena de picos nevados que se extendía en el horizonte. Pretendía volver y las fotos podrían servir de ayuda... Guardé la cámara y volví a sentarme sobre la suave hierba. ¿Era posible que aquel lugar bajo el árbol estuviera hechizado?

Sentía pocas ganas de irme... Miré las curiosas hojas redondeadas. Cerré los ojos. Una suave brisa meció las ramas del árbol, produciendo musicales murmullos que me arrullaban. Y, de repente vi de nuevo el pálido cielo rojizo y los tres soles. ¡Las tierras de las tres sombras! Otra vez contemplaba el enorme templo. Era como si flotase en el aire, ¡un espíritu sin cuerpo explorando las maravillas de un mundo loco y multidimensional! Las cornisas inexplicables del templo me aterrorizaban, y supe que aquel lugar no había sido jamás contemplado ni en los más locos sueños de los hombres. De nuevo aquel inmenso portalón bostezó delante de mí; y yo era atraído hacia las tinieblas del interior. Era como si mirase el espacio ilimitado. Vi el abismo, algo que no puedo describir en palabras; un pozo negro, sin fondo, lleno de seres innominables y sin forma, cosas delirantes, salvajes, tan sutiles como la bruma de Shamballah. Mi alma se encogió. Tenía un pánico devastador. Grité salvajemente, creyendo que pronto me volvería loco. Corrí, dentro del sueño corrí preso de un miedo salvaje, aunque no sabía hacia dónde iba... Salí de aquel horrible templo y de aquel abismo infernal, aunque sabía, de alguna manera, que volvería...

Por fin pude abrir los ojos. Ya no estaba bajo el árbol. Yacía, con las ropas desordenadas y sucias, en una ladera rocosa. Me sangraban las manos. Me erguí, mirando a mi alrededor. Reconocí donde me hallaba; ¡era el mismo sitio desde donde había contemplado por primera vez toda aquella requemada región! ¡Había estado caminando varias millas inconsciente! No vi aquel árbol, lo cual me alegró... incluso las perneras del pantalón estaban vueltas, como si hubiese estado arrastrando parte del camino... Observé la posición del sol. ¡Atardecía! ¿Dónde había estado? Miré la hora en el reloj. Se había parado a las 10:34...

lunes, 20 de enero de 2020

El Invitado

Desde el momento en el que Luis entró a la casa se sintió observado por alguien. Pero sabía que esto era algo ridículo, pues el viejo Pedro había muerto una noche antes y él no tenía familiar alguno, ni mucho menos un amigo que pudiera estar ahí. Luis no quiso prestar atención a esto, pues creyó que solamente eran sus nervios traicionándolo en el peor momento posible. Por lo tanto, se dispuso a recorrer la casa de un lado a otro lo más rápido que pudo.

Cada vez que pasaba junto a uno de los varios cuadros que colgaban de las paredes de la casa, por alguna extraña razón se volvía a sentir observado, como si las personas retratadas en las pinturas fuesen quienes no lo dejaran de mirar rencorosamente por haber entrado a la casa. Sin embargo, una vez más, no prestó atención a algo que sabía era imposible. Luego de haber recorrido la casa entera, Luis creyó encontrar lo que tanto buscaba, una sólida y pesada puerta de acero oxidado.

Tras forzar la cerradura de la puerta, al igual que lo había hecho antes con la puerta de la entrada, fue ágilmente al interior del cuarto ahora abierto, y de inmediato su atención se posó en un altar en el que se encontraban algunas velas casi extintas y otra pintura más. Al ver el cuadro, un escalofrío recorrió su cuerpo, pues quien estaba retratado en la pintura no era otro sino el viejo Pedro. No obstante en ella, el viejo tenía un semblante oscuro y perturbador, incluso podría decirse: diabólico. Hasta ese momento Luis nunca había hecho caso a todos los que decían, que al pasar de noche por la casa del siniestro viejo; se le podía escuchar platicar con alguien desconocido.

Alguien de quien sólo se podía escuchar un horrible y atroz sonido por voz; la cual, al parecer, alegraba al viejo de alma negra únicamente con oírla. A pesar de esto, Luis pensó que esas historias las contaban sólo para alejar a la gente del dinero del viejo. Y a él, el dinero de Pedro era lo único que le importaba de aquél sitio. De pronto, la sensación de que había alguien atrás de él, hizo que la sangre de Luis se helará a causa del miedo y el horror de lo que esto significaba.

Todos aseguran que en la noche en la que Luis desapareció de este mundo, se escuchó nuevamente la macabra risa del viejo Pedro. Haciendo que nadie volviera a pasar por su maldita casa por tal motivo. Pues además de haber muerto una noche antes; todos sabían que el único capaz de hacer reír al viejo perverso, no era otro más que el demonio mismo.


Calificación: 



Dolor [Micropasta]



¿Qué es el dolor?

Son las cuchillas que arrancan mi piel. Es el fuego que prende en mis extremidades. Es el hielo y el frío que envuelve mi cuerpo desnudo, quemando. Son los lobos que comen de mis entrañas. Son los cuervos que arrancan mis ojos. Es el agua que me ahoga. Son los clavos que piso descalzo. Mis gritos le dan forma. Mis heridas lo hacen más fuerte. Es lo que crece a partir de mi sufrimiento.

¿Entiendes qué es el dolor... o necesitas experimentarlo?