martes, 18 de febrero de 2020

Carta de un Loco - Guy de Maupassant


Título Original: Lettre d’un fou
Autor: Guy de Maupassant
Nacionalidad: Frances
Año de publicación: 1885


Carta de un Loco


Querido doctor, me pongo en sus manos. Haga usted de mí lo que guste.

Voy a decirle con toda franqueza mi extraño estado de ánimo, y juzgue si no sería mejor que cuidasen de mí durante algún tiempo en una casa de salud, en vez de dejarme presa de las alucinaciones y sufrimientos que me atormentan.

Ésta es la historia, larga y exacta, de la singular enfermedad de mi alma.

Vivía yo como todo el mundo, mirando la vida con los ojos abiertos y ciegos del hombre, sin sorprenderme ni comprender. Vivía como viven las bestias, como vivimos todos, cumpliendo todas las funciones de la existencia, analizando y creyendo ver, creyendo saber, creyendo conocer lo que me rodea, cuando un día me di cuenta de que todo es falso. Fue una frase de Montesquieu la que súbitamente iluminó mi pensamiento. Es ésta: «Un órgano de más o de menos en nuestra máquina nos hubiera dado una inteligencia distinta. En una palabra, todas las leyes asentadas sobre el hecho de que nuestra máquina es de una determinada forma serían diferentes si nuestra máquina no fuera de esa forma.»

He pensado en esto durante meses, meses y meses, y poco a poco ha penetrado en mí una extraña claridad, y esa claridad ha creado ahí la oscuridad. En efecto, nuestros órganos son los únicos intermediarios entre el mundo exterior y nosotros. Es decir, que el ser interior que constituye el yo se halla en contacto, mediante algunos hilillos nerviosos, con el ser exterior que constituye el mundo.

Pero, además de que ese ser exterior se nos escapa por sus proporciones, su duración, sus propiedades innumerables e impenetrables, sus orígenes, su futuro o sus fines, sus formas lejanas y sus manifestaciones infinitas, nuestros órganos, sobre la parcela que de él podemos conocer, no nos suministran otra cosa que informes tan inseguros como poco numerosos.

Inseguros, porque únicamente son las propiedades de nuestros órganos las que determinan para nosotros las propiedades aparentes de la materia. Poco numerosos, porque al no ser nuestros sentidos más que cinco, el campo de sus investigaciones y la naturaleza de sus revelaciones se hallan necesariamente muy restringidos.

Me explico: la vista nos indica las dimensiones, las formas y los colores. Nos engaña en esos tres puntos. No puede revelarnos otra cosa que los objetos y seres de dimensión media, proporcionados a la estatura humana, lo cual nos lleva a aplicar la palabra grande a determinadas cosas y la palabra pequeño a otras, sólo porque su debilidad no le permite conocer lo que es demasiado vasto o demasiado menudo para él. De ahí resulta que no se sabe ni se ve casi nada, que el universo casi entero le queda oculto, la estrella que habita el espacio y el animálculo que habita la gota de agua.

Incluso aunque tuviera cien millones de veces su potencia normal, aunque viese en el aire que respiramos todas las especies de seres invisibles, así como los habitantes de los planetas próximos, todavía quedarían numerosos infinitos de especies de animales más pequeños y mundos tan lejanos que jamás alcanzaría.

Así pues, todas nuestras ideas de proporción son falsas porque no hay límite posible en la magnitud ni en la pequeñez. Nuestra apreciación sobre las dimensiones y las formas no tiene ningún absoluto al venir determinada únicamente por la potencia de un órgano y por una comparación constante con nosotros mismos.

Hemos de añadir que la vista todavía es incapaz de ver lo transparente. Un cristal sin defecto la engaña. Lo confunde con el aire que tampoco ve.

Pasemos al color.

El color existe porque nuestra vista está hecha de modo que transmite al cerebro, en forma de color, las diversas formas en que los cuerpos absorben y descomponen, siguiendo su constitución química, los rayos luminosos que dan en ellos.

Todas las proporciones de esa absorción y de esa descomposición constituyen matices. Así pues, este órgano impone a la inteligencia su modo de ver, mejor dicho, su forma arbitraria de constatar las dimensiones y de apreciar las relaciones de la luz y la materia.

Analicemos el oído. Somos juguetes y víctimas, más todavía que en el caso de la vista, de ese órgano fantasioso. Dos cuerpos, al chocar, producen cierta vibración de la atmósfera. Ese movimiento hace estremecerse en nuestra oreja cierta pielecilla que trueca inmediatamente en ruido lo que en realidad no es otra cosa que una vibración.

La naturaleza es muda. Pero el tímpano posee la propiedad milagrosa de transmitirnos en forma de sentidos, y de sentidos diferentes según el número de vibraciones, todos los estremecimientos de las ondas invisibles del espacio. Esa metamorfosis realizada por el nervio auditivo en el breve trayecto de la oreja al cerebro nos ha permitido crear un arte extraño, la música, la más poética y precisa de las artes, vaga como un sueño y exacta como el álgebra. ¿Qué decir del gusto y del olfato? ¿Conoceríamos los perfumes y la calidad de los alimentos sin las propiedades peregrinas de nuestra nariz y nuestro paladar?

Sin embargo, la humanidad podría existir sin oído, sin gusto y sin olfato, es decir, sin ninguna noción del ruido, del sabor y del olor. Así pues, si tuviéramos algunos órganos menos, desconoceríamos cosas admirables y singulares, pero si tuviéramos algunos más, descubriríamos a nuestro alrededor una infinidad de otras cosas que nunca supondremos por falta de medio para constatarlas. Por lo tanto, nos equivocamos cuando juzgamos lo Conocido, y estamos rodeados de Desconocido inexplorado.

Por lo tanto, todo es inseguro, y puede apreciarse de diferentes maneras. Todo es falso, todo es posible, todo es dudoso.

Formulemos esta certidumbre sirviéndonos del viejo proverbio: «Verdad a este lado de los Pirineos, error al otro lado.»

Y decimos: verdad en nuestro órgano, error en el de al lado. Dos y dos no deben ser cuatro fuera de nuestra atmósfera.

Verdad en la tierra, error más lejos, de donde deduzco que los misterios vislumbrados como la electricidad, el sueño hipnótico, la transmisión de la voluntad, la sugestión y todos los fenómenos magnéticos sólo siguen ocultos para nosotros porque la naturaleza no nos ha proporcionado el órgano o los órganos necesarios para comprenderlos.

Después de haberme convencido de que todo lo que me revelan mis sentidos sólo existe para mí tal como yo lo percibo, y de que sería totalmente diferente para otro ser organizado de otro modo, después de haber llegado a la conclusión de que una humanidad hecha de otra forma tendría sobre el mundo, sobre la vida y sobre todo ideas absolutamente opuestas a las nuestras, porque el acuerdo de las creencias sólo deriva de la similitud de los órganos humanos, y las divergencias de opiniones provienen únicamente de ligeras diferencias de funcionamiento de nuestros hilillos nerviosos, he hecho un esfuerzo de pensamiento sobrehumano para suponer lo impenetrable que me rodea.

¿Me he vuelto loco?

Me he dicho: «Estoy rodeado de cosas desconocidas.» He supuesto al hombre desprovisto de orejas y he supuesto el sonido como suponemos tantos misterios ocultos; el hombre constata fenómenos acústicos cuya naturaleza y procedencia no podría determinar. Y he tenido miedo de todo lo que me rodea, miedo del aire, miedo de la oscuridad. Desde el momento en que no podemos conocer casi nada, y desde el momento en que todo es ilimitado, ¿qué es el resto? ¿No es el vacío? ¿Qué hay en el vacío aparente?

Y ese terror confuso de lo sobrenatural que acosa al hombre desde el nacimiento del mundo es legítimo, porque lo sobrenatural no es otra cosa que lo que permanece velado para nosotros. Entonces he comprendido el espanto. Me ha parecido que rozaba constantemente el descubrimiento de un secreto del universo. He intentado aguzar mis órganos, excitarlos, hacerles percibir por momentos lo invisible.

Me he dicho: «Todo es un ser. El grito que pasa en el aire es un ser comparable a la bestia, puesto que nace, produce un movimiento y se transforma incluso para morir. Por lo tanto, el espíritu pusilánime que cree en seres incorpóreos no se equivoca. ¿Quiénes son?»

¡Cuántos hombres los presienten, se estremecen cuando se acercan, tiemblan con su imperceptible contacto! Uno los siente a su lado, alrededor, pero es imposible distinguirlos, porque no tenemos los ojos que los verían, o mejor dicho el órgano desconocido que podría descubrirlos.

Así pues, sentía en mí, más que nadie, a esos transeúntes sobrenaturales. ¿Seres o misterios? ¿Lo sé acaso? No podría decir lo que son, pero siempre podría señalar su presencia. Y he visto -he visto un ser invisible- hasta donde puede verse a esos seres.

Permanecía noches enteras inmóvil, sentado ante mi mesa, con la cabeza entre las manos y pensando en esto, pensando en ellos. De pronto creí que una mano intangible, o más bien un cuerpo inasequible, rozaba ligeramente mi pelo. No me tocaba, por no ser de esencia carnal, sino de esencia imponderable, incognoscible. Pero una noche oí crujir el entarimado a mis espaldas. Crujió de un modo singular. Me estremecí. Me volví. No vi nada. Y no volví a pensar en ello.

Pero al día siguiente, a la misma hora, se produjo el mismo ruido. Tuve tanto miedo que me levanté, seguro, completamente seguro de que no estaba solo en mi cuarto. No se veía nada sin embargo. El aire estaba límpido y transparente en todas partes. Mis dos lámparas iluminaban todos los rincones.

El ruido no se repitió y fui calmándome poco a poco; sin embargo, permanecía inquieto y me volvía a menudo. Al día siguiente me encerré a hora temprana, buscando la forma en que podría conseguir ver lo Invisible que me visitaba.

Y lo vi. Estuve a punto de morir de terror.

Había encendido todas las bujías de mi chimenea y de mi lustro. La habitación estaba iluminada como para una fiesta. Sobre la mesa ardían mis dos lámparas. Frente a mí, la cama, una vieja cama de roble con columnas. A la derecha, mi chimenea. A la izquierda, la puerta, con el cerrojo echado. A mi espalda, un grandísimo armario de luna. Me miré en él. Tenía unos ojos extraños y las pupilas muy dilatadas.

Luego me senté como todos los días.

La víspera y la antevíspera el ruido se había producido a las nueve y veintidós minutos. Esperé. Cuando llegó el momento preciso, percibí una sensación indescriptible, como si un fluido, un fluido irresistible hubiera penetrado en mí por todas las parcelas de mi carne, sumiendo mi alma en un espanto atroz. Y se produjo el crujido, justo a mi lado.

Me incorporé volviéndome tan deprisa que estuve a punto de caerme. Se veía como en pleno día, ¡pero yo no me vi en el espejo! Estaba vacío, claro, lleno de luz. Yo no estaba dentro, y sin embargo me hallaba enfrente. Lo miré con ojos enloquecidos. No me atrevía a avanzar hacia él, sintiendo que entre nosotros se interponía él, lo Invisible, y que me tapaba.

¡Qué miedo pasé! Y he aquí que empecé a verlo envuelto en bruma en el fondo del espejo, en una bruma como a través del agua; y me parecía que aquella agua fluía de izquierda a derecha, lentamente, volviéndome más preciso segundo a segundo. Era como el final de un eclipse. Lo que me tapaba no tenía contornos, sino una especie de transparencia opaca que iba aclarándose poco a poco.

Y finalmente pude verme con claridad, como hago todos los días cuando me miro.

¡Lo había visto! Y no he vuelto a verlo. Pero lo espero sin cesar, y siento que mi cabeza se extravía en esa espera. Permanezco horas, noches, días y semanas delante del espejo esperándolo. ¡Ya no viene!

Ha comprendido que yo lo había visto. Mas yo sé que lo esperaré siempre, hasta la muerte, que lo esperaré sin descanso, delante de ese espejo, como un cazador al acecho. Y en ese espejo empiezo a ver imágenes locas, monstruos, cadáveres horribles, toda clase de bestias espantosas, de seres atroces, todas las visiones inverosímiles que deben acosar la mente de los locos.

Ésta es mi confesión, querido doctor. Dígame qué debo hacer.




Guy de Maupassant






#053 El Holder del Yunque

En cualquier ciudad, en cualquier país del mundo, puedes ir a cualquier institución mental u hospital donde puedas llegar por ti mismo. Dirígete al sector donde atiendan urgencias y dile al recepcionista que deseas ver a aquel que se hace llamar "el portador del yunque". Un momento, una hora, un eón pasará delante ti, verás cada fallo del mundo reflejado en sus ojos. Verás el final de las cosas: hijas arrancando tirones de carne de sus madres con ganchos de acero y hueso, padres festejando con los ojos de sus hijos moribundos, y entonces sabrás que te ha transmitido su tormento. Su angustia será tuya ahora y la única forma de escapar de ello es aceptarlo, dejar que tus lamentos se unan a los suyos, pero no des ninguna señal de entender lo que pasa o el recepcionista se alejará y toda tu esperanza con él.

Pasará un eón, una hora, un momento y el empleado, bajará los ojos en señal de derrota, se girará y abrirá la puerta detrás de él. Síguelo con cuidado; él es traicionero y te dejará en lugares oscuros donde tus gritos nunca serán escuchados, tus huesos nunca serán encontrados. Al final de este camino, cuando cráneos de bebés crujan bajo tus pies, encontrarás a un joven encadenado a una losa de hierro irregular. Tu guía dará media vuelta hacia ti, te ofrecerá un martillo y una daga, una en cada mano. Si tomas la daga, abandonarás tu búsqueda y deberías rogar por un final rápido, pero no pasará. Debes tomar el martillo y, cuando lo hagas, clavarlo en la cabeza del joven con todas tus fuerza. Aunque la víctima sea inocente, no permitas que la misericordia te venza, pasado esto, no volverás a sentirla nunca más, la sangre cubrirá los cráneos a vuestros pies. Serás devuelto a tu mundo fuera de la institución. El martillo aún estará en tu mano; la sangre nunca podrá ser lavada. Su sed ha sido satisfecha por ahora.

Ese martillo es el Objeto 53 de 538. Solo podrá ser usado una vez más, para dividir el mundo y encontrar el corazón secreto que late dentro. Ora para que la tuya no sea la mano que la maneja.


lunes, 17 de febrero de 2020

El Viaje

Junto a mis compañeros de clase hacíamos viajes a lugares diferentes a disfrutar, pero esta vez fue diferente, fuimos a un bosque a un lugar llamado la ruta 45. Fue un lunes a las 1:00 A.M, éramos 12 en un oscuro camino, y yo estaba charlando con unos cuantos de mis compañeros. Cada vez la oscuridad se hacía más intensa el grupo comenzaba a ponerse nervioso, los calmé diciendo que pronto llegaríamos al destino, seguimos caminando. Después de 20 kilómetros de viaje el autobús se pinchó una rueda, el conductor perdió el control y el bus comenzó a girar para luego salir del camino y volcarse en la orilla.

Después de sacar a todos mis compañeros que salieron lastimados, encontramos una casa que se veía en muy malas condiciones pero al menos para pasar la noche estaba bien. Mi compañero me pregunto:

—¿Estás seguro que podemos quedarnos aquí?

—No te preocupes esto es seguro— Contesté.

Me senté con mis compañeros a contar historias de terror, 10 minutos después el conductor desapareció, era extraño. Sentí un frío que me puso nervioso, se nos hizo extraño que nuestros compañeros parecían hacerse menos en cada minuto, pero no fue evidente hasta que desapareció la novia de un amigo, el fue tras ella y lo último que oímos de su boca fue un asustado grito fuerte, quedábamos 10 en ese momento.

Un compañero murió por estar nervioso y meterse muchas drogas. Otro se suicidó sin que lo notáramos, hasta que quedamos 5, después de un rato 3... y en un momento solo yo quedaba asustado agache la cabeza abajo de la mesa llorando una voz me erizo los pelos mientras decía:

—Ahora solo faltas tú.

—¿Qué quieres de mí? ¿Porque mataste a mis amigos?— le pregunté pero no obtuve respuesta. —¿Dónde estás?

—Atrás de ti—. Contestó una voz a mis espaldas.

Me voltee tan rápido como pude.

Después de unos días los policías encontraron los cuerpos de algunos de los jóvenes pero nunca resolvieron el caso.


Calificación:

Una Sombra [Micropasta]

Eran las 3 de la mañana y aún seguía despierto viendo la televisión. Fui a la cocina a beber un vaso de agua y en la ventana de esta sala me percaté de que una sombra extraña estaba observándome.
Temeroso le pregunté qué se creía que hacía, a lo que me dio una respuesta bastante extraña:

Nada, solo espero a que un niño tonto me deje pasar y no dejar pruebas.




domingo, 16 de febrero de 2020

#052 El Holder del Asco

En cualquier ciudad, en cualquier país, puedes ir a cualquier institución mental o centro de rehabilitación donde puedas llegar por ti mismo. Dirígete a la recepción y pide visitar a aquel que se hace llamar "el portador del asco". La cara del empleado se pondrá un poco verde, se excusará y luego caminará al baño más cercano. Una mujer aparecerá a tu lado, es la supervisora, te pedirá que la sigas. Obedecerla, por ahora.

Ella te llevará a una puerta simple con un número; puede que lo recuerdes de otro lado. Casi como si hubieras estado aquí hace mucho tiempo. No te diré cuál será el número en la puerta, pero si no es el correcto, tu destino será de dolor y náuseas eternos. Si el número es el correcto, se encontrarás en una habitación que se parece mucho al estómago de una persona. Verás que los alimentos se digieren, deambulando por las vías inferiores del ciclo digestivo. Lucirá mucho más horrible de lo que jamás hayas imaginado.

Simplemente espera hasta que veas una puerta caer en la habitación, luego entra. Si no puedes ingresar, entonces serás digerido lentamente, como todo lo demás allí.

Si logras pasar por la puerta, te encontrarás en una habitación con paredes puras y blancas. Esas son una de las pocas cosas que no ponen loco a este Portador. Recuerda que no eres una de estas cosas, así que prepárate para correr tan rápido como puedas si es necesario. Acércate a la chica en medio de la habitación y pregúntale:

¿Qué consideras puro?

Ella te mirará fijamente y abrirá la boca, como intentando hablar. Pero no conseguirá hacerlo, y en su lugar vomitará en el suelo. Cierra los ojos mientras la oigas vaciar el estómago.

Cuando ya no escuches nada, vuelve a abrir los ojos y camina hacia donde estaba la chica. Recoge las pastillas a tus pies.

Estas píldoras son el objeto 52 de 538. Ingerir una te hará desaparecer como lo hizo la chica.