domingo, 23 de febrero de 2020

Debajo de tu Cama

No te lo tomes en broma ni mucho menos, esto es algo serio, ten en cuenta que si lo haces tu cama no volverá a ser un lugar muy "seguro" durante semanas e incluso años. Para hacer este ritual no se necesita mucho: tú y obviamente una cama o algún sitio donde duermas habitualmente. Cualquier lugar cuenta. 

Enciérrate con pestillo en tu habitación. Debes estar solo, sin la compañía de alguien más. Cierra cada ventana o lugar donde pueda entrar o salir aire. No queremos que se escape lo que quieres invocar.  También apaga las luces, los demonios y seres de la oscuridad la odian, no querrás molestarlos antes de empezar. Aquí sigue lo interesante... Dilo o piénsalo, de cualquier forma es una invocación: 

"Serpente per la ali, tenebre e sangue... Ora voglio giocare con te, la voce e la mente non li temono, oggi sono venuto a sfidarli."

Si lo recitaste en voz alta, en silencio o en en tu mente, está listo. Ahora acuéstate y voltéate hacia el lado derecho, dándole la espalda a una esquina de tu habitación. Parpadea el número de veces que iguale a tu edad y murmura: 

"Questi indietro? (¿estás atrás?)."

No tendrás respuesta, pero hay algo malo en todo esto. Has invocado a "Sotto", el demonio que habita debajo de las camas. Créeme no será nada agradable el sentir su presencia, él es lo que más odias. No tiene forma exacta y mucho menos un idioma en concreto. 

Al invocar un demonio especialmente a Sotto, dejarás de tener pesadillas e incluso, no soñarás absolutamente nada. Dormirás durante las horas precisas, ni más ni menos: tu vitalidad, por ende, será potente. Cada noche tendrás que dormir en la misma posición, forzándote a no cambiar de esta durante la noche, obligado a darle la espalda a "Sotto"; de lo contrario lo verás y las consecuencias de este hecho son terroríficas y torturadoras.

¿Quieres realmente hacerlo?


Calificación:

sábado, 22 de febrero de 2020

#054 El Holder del Archivo

En cualquier ciudad, en cualquier país, puedes ir a cualquier institución mental o centro de rehabilitación donde puedas llegar por ti mismo. Dirígete a la recepción y pide visitar aquel que se hace llamar "el portador del archivo". En caso de que una expresión de dolor y preocupación aparezca en la cara del trabajador, te llevarán a las profundidades de la instalación.

Más allá de una miríada de giros y vueltas, mucho más de lo que debería haber en un edificio de este tamaño, te llevarán a una celda de cárcel, de estilo antiguo. Dentro habrá oscuridad y un solo ruido. El raspado de una lima contra el metal. Si en algún momento se detiene el raspado, gira y corre rápidamente. Corre tan lejos y tan rápido como puedas, y no te preocupes por tomar el camino equivocado. Perderse en las profundidades de esta instalación será la menor de tus preocupaciones.

Sin embargo, si el raspado continúa sin césar, camina hacia los barrotes y mete la mano en la oscuridad. Sentirás un objeto colocado en tu mano. Si hace calor, déjalo caer y arrodíllate en oración. Ora para que seas lo suficientemente rápido, de modo que cuando mires hacia arriba todavía estés fuera de esta celda. Si fueras demasiado lento, una eternidad de archivos nunca volverán a pasar esos barrotes.

Sin embargo, si el objeto se siente frío, expresa una pregunta en voz alta hacia la celda y retira la mano. La única pregunta que recibirá una respuesta será:

¿De qué lado están?

Sentirás que el archivo en tu mano comienza a moverse. A medida que destroza tu piel y te desgasta los huesos, debes concentrarte no en el dolor sino en tu pregunta. El archivo raspará tu carne y hueso hasta que no quede rastro de tu mano. Si superas esta prueba sin ceder ante el dolor, encontrarás la respuesta a tu pregunta en tu mente. Tu mano estará completa, y una vez más estarás fuera de las instalaciones, con un archivo frío y oxidado en tu mano.

Muchos se vuelven locos con este conocimiento; algunos usan el archivo para repetir el proceso en un intento de eliminar las palabras de sus cabezas. Si logras aguantar, te encontrarás eventualment entre los Buscadores que presencien la reunión.

Ese archivo es el Objeto 54 de 538. Le facilitará el camino a los objetos, pero ya no podrá ayudarte de allí en adelante.


viernes, 21 de febrero de 2020

Alicanto

Origen: Mitología Chilena
Aspecto: Ave dorada 
Temperamento: Tímido
Tamaño: Mediano

Antecedentes

El alicanto es un ave de tamaño mediano a grande (50 cms a 1m), posee la cabeza similar a un cisne, con algunas plumas largas naciendo de su corona, tiene un pico encorvado que le ayuda a conseguir su alimento y patas alargadas que terminan en peligrosas garras.

Esta criatura vive en las zonas aledañas al Desierto de Atacama y busca yacimientos o grietas entre las minas para armar sus nidos. Se alimenta de metales preciosos, lo que le da el tono dorado casi mágico de sus plumas que pueden llegar a cegarte con su brillo si las observas por mucho tiempo.

Cuando un alicanto come, busca un refugio donde descansar ya que no podrá volar por un tiempo debido al excesivo peso que ha ingerido. Estos animales se dan grandes banquetes y luego descansan escondidos en sus cómodas cuevas por periodos prolongados de tiempo antes de volver a salir en busca de alimento. 

Se dice que el avistamiento de un Alicanto es un suceso de muy buena fortuna, ya que si logras seguirlo a su nido, encontrarás un vasto tesoro de oro, plata y otros metales preciosos, para seguir a esta criatura debes ser un rastreador experto ya que no deja huellas ni indicios de su presencia. Si te aventuras a perseguir un Alicanto no debes ser descubierto por él, ya que si te descubre y juzga como avaro hará que te pierdas llevándote por caminos peligrosos y desconocidos donde no podrás encontrar un refugio o retorno. 





Solo en Casa

Aquella noche, Michael se había quedado completamente solo. Sus padres habían salido de viaje ese fin de semana y su hermana mayor no volvería hasta muy tarde, después de terminada la fiesta de su facultad. Como cualquier adolescente, se regodeó de poder tener la residencia a su disposición y sin nadie que lo molestase. Tal vez él no pudiera salir de fiesta, podría podría quedarse viendo películas hasta tarde y comer un montón de bocadillos.

El plan perfecto para cualquier chico.

Después de hacerse unas palomitas en el microondas, se dirigió a la sala de estar y tomó el control remoto de la televisión para buscar algo interesante. El aparato se encendió en el canal de las noticias, donde el presentador comunicaba una novedad espeluznante.

Un peligroso asesino serial había escapado de la cárcel de máxima seguridad más cercana a la ciudad. Se trataba de un sujeto muy inestable y despiadado.

Al ver la fotografía del maleante en la pantalla, Michael sintió un escalofrío.

—Les rogamos asegurar puertas y ventanas en casa, y llamar de inmediato a las autoridades si llegan a ver o escuchar algo extraño cerca de su domicilio —recomendó el presentador.

Michael dejó todo lo que estaba haciendo y corrió a asegurar la puerta principal y las ventanas. Justo cuando estaba por relajarse, recordó que tenía que ocuparse de la puerta corrediza del jardín. Preocupado, fue a ponerle el seguro cuando notó algo que lo dejó paralizado, a través del cristal de la misma.

Afuera, el mismo asesino al que había visto por la televisión lo estaba mirando fijamente, de pie sobre la nieve. Una sonrisa malsana se dibujó en sus labios y Michael sintió temblar sus piernas.

Colocó con fuerza el seguro en la puerta y, sin dejar de mirarlo a los ojos, palpó con su mano sobre la cómoda cercana, para tomar el teléfono. Solo bajó la mirada un segundo, para marcar el número del 911, pero cuando volvió a mirar hacia afuera se dio cuenta de que el fugitivo se encontraba mucho más cerca.

Aterrado, Michael agachó la mirada, tragó saliva y espero a que el aparato terminara de marcar…

—Buenas noches, ha llamado usted a emergencias, ¿en qué puedo ayudarle? —habló la voz de una mujer joven al otro lado de la línea.

—Hay un asesino en mi jardín.

—¿Disculpe?

Haciendo acopio de todo el valor que le quedaba, Michael volvió a alzar los ojos. El asesino estaba demasiado cerca. Pero no había huellas en la nieve.

—¿Hola? ¿Me escucha? ¿Hola? —la voz de la operadora se escuchó como un eco lejano, mientras un escalofrío intenso le recorría la columna vertebral.

El teléfono cayó de la mano temblorosa de Michael. Comprendió que durante aquellos tortuosos segundos, no había estado mirando al desconocido de pie en su jardín. Él no estaba allí. Y lo que sus ojos habían estado observando, era solamente su reflejo en el cristal de la puerta.

Ahora podía escuchar su respiración con total claridad. El asesino estaba detrás de él.


Calificación:


jueves, 20 de febrero de 2020

El Almohadón de Plumas - Horacio Quiroga

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Durante tres meses (se habían casado en abril) vivieron una dicha especial.

Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.

La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.

En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.

No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.

Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.

—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.

Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte.

Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.

Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.

—¡Jordán! ¡Jordán! —rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.

Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.

—¡Soy yo, Alicia, soy yo!

Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.

Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.

Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.

—Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico—. Es un caso serio... poco hay que hacer...

—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.

Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.

Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.

Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.

—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.

Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.

—Parecen picaduras. —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.

—Levántelo a la luz. —le dijo Jordán.

La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.

—¿Qué hay? —murmuró con la voz ronca.

—Pesa mucho. —la sirvienta, sin dejar de temblar.

Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.

Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.

Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.


Horacio Quiroga