viernes, 23 de octubre de 2020

Pero no estoy Amargada

El verano pasado tuvimos una fiesta enorme para mi hermanito por su sexto cumpleaños, había castillos inflables, guerras de bombas de agua, una barbacoa y por supuesto un gigantesco pastel.

Mi fiesta será mucho más pequeña, en realidad será solo un pastel e incluso para eso, mamá no tenía harina para hacer la masa.

Pero no estoy amargada. Troto enérgicamente por el camino que lleva a casa de los Parker. "Solo baja al pueblo rápidamente y mira si tienen algo de harina, apresúrate en tu regreso"—dijo mamá.— Y ponte tu impermeable y tus guantes Laura.

Levante la mirada hacia las sombrías nubes grises que siempre parecen estar cubriendo el suelo, dudo que un impermeable y guantes me vayan a ofrecer mucha protección.

Llamo a la puerta principal de la casa de los Parker cuando llego, sintiéndome un poco tonta. La Sra. Parker probablemente estará en el mismo lugar en el que estaba cuando vine la última vez: extendida sobre el piso de la cocina, cubierta en supurantes llagas con algunas ratas mordisqueándole la cara... Y es ahí donde está aún, pero dado que ya ha pasado una semana desde que vine, ahora es en su mayoría huesos con algunos pedazos cartilaginosos colgándole y no le importa en lo absoluto cuando agarro el bote de harina y la bolsa de azúcar que tenía guardada en la alacena. Las bombas, cos sus vapores venenosos y nubes infecciosas nos encontraron desprevenidos a casi todos nosotros, pero la Sra. Parker creía en que siempre había que contar con una alacena bien surtida ante cualquier eventualidad.

Me retiro rápidamente sin comprobar si el Sr. Parker sigue con vida, la última vez que lo vi estaba llorando mientras me rogaba que lo trajera conmigo, pero no pude bajar su silla de ruedas por las escaleras y perdí completamente el control de ella; el Sr. Parker terminó en el fondo y luego lo escuché gruñendo mientras salía corriendo por la puerta, por eso pienso que entonces estaba vivo.

Probablemente las ratas ya lo han reclamado en este punto, ni siquiera reviso, me limito a salir corriendo por la puerta nuevamente y voy hacia mi casa con el harina y el azúcar.

Mamá termina de preparar mi pastel y enciende la fogata para poder hornearlo. Mientras tanto comienzo a aplicar Desitin en las peores llagas del rostro y brazos de mi pequeño hermanito y luego medico las mías. Hoy están peor y dudo que haber salido hoy haya ayudado, incluso con el impermeable. En un mes, más o menos, de seguro estaremos muertos al igual que los Parker, quienes no tenían un sótano en el cual refugiarse cuando cayeron las bombas.

Mi pastel huele cada vez mejor a medida que se hornea, mi hermano me hizo un dibujo genial de nosotros dos pescando juntos y mi mamá incluso encontró las velas para mi pastel. Estoy segura de que esta será mi última fiesta de cumpleaños... Pero no estoy Amargada.



Calificación:


Desde las Sombras [Micropasta]

Ellos te observan desde las sombras, esperando el momento idóneo para atacar cuando tú no los miras, ya que si llegaras a dirigir tu mirada hacia ellos, te aseguro que lo que encontrarías no sería muy agradable de ver.

jueves, 22 de octubre de 2020

#522 El Holder de Incógnito

En cualquier ciudad, en cualquier país, ve a algún institución de salud mental, manicomio o centro de acogida al que puedas llegar por tus propios medios, lleva contigo una máscara o antifaz completo de cualquier tienda de manualidades que puedas conseguir. Ve a la recepción y pídele al empleado que te lleve con "El que esconde sus rostros" si el trabajador te pregunta de qué estás hablando, retírate e inténtalo otro día.

Sin embargo si el empleado pone su mano bajo el escritorio y presiona el botón de seguridad, ponte la máscara, los guardias de seguridad irrumpirán corriendo de un lado a otro. Te estarán buscando, te arrestarán, te llevarán a una celda de detención y te dejarán pudrirte ahí dentro. Tu única esperanza será el mimo Portador. Si logras captar su interés es posible que sientas su sombra pasar a tu lado, ahora estarás bajo su protección. Mira de cerca, estará ahí vestido de guardia de seguridad y con la misma máscara que tu. Será el único que podrá verte, después de mirarte un segundo, saldrá por una puerta cercana, debes seguirlo rápido.

Luego de que él te guíe por el complejo terminarás en una gran habitación iluminada por una sola vela tenue. Él está allí detrás de la vela, vestido con una capa; no le quites los ojos de encima o se transformará en otra persona, alguno de tus seres amados. Estará soñando despierto, puede que no lo parezca pero ese sueño es todo lo que se avecina, sus pensamientos se convertirán en los tuyos, sus recuerdos se convertirán en los tuyos y cuando los vuelvas a ver se volverán locos, locos de atar y sabrán que es tu culpa.

Levanta la vela, el pasará su mano a través de la llama y debes hacer lo mismo, la luz parpadeará dejando escapar una estela de humo en el aire que se convertirá en imágenes de personas que hacen el mal, el se quitará la capa y la pondrá sobre tus hombros. La tela fluye como si estuviera hecha de la seda más ligera pero parece pesar quince kilos, está cargado con el peso de los engaños del Portador. El te hablará:

"Hoy estás atado a servirles, atado a esconderlos, atado como uno de ellos. Escúchalos hablar, escúcha al mundo, déjalos reunirse solo cuando sea el tiempo"

Pregúntale entonces: ""¿Cómo se ocultan ahora?"

Se quitará la máscara, sonreirá y te dará su respuesta. Vete, no te quedes a ver como el regresa a su vida original. No te gustará lo que verás, debes quitarte la máscara tan pronto como llegues a la luz del sol. Cada vez que la uses eres libre de decir el Nombre de cualquier otro Portador escucharás sus pensamientos, ganarás su semblante y conocerás sus secretos. Es tu trabajo usar esa máscara para mantenerlos ocultos del resto del mundo.



Esta Máscara es el Objeto N°522 de 538, la máscara de las Grandes Mentiras. Cuidado: La humanidad no estaba destinada a ahondar en la mente de seres retorcidos.


Eisoptrofobia

Sara clavó sus ojos tristes en la pulida superficie del espejo, en el vestíbulo. Estaba a punto de salir para ir a trabajar, pero algo la había retenido al pasar hacia la puerta de la calle, algo indefinido, gélido y arrebatador: un impulso. Vio en su reflejo aquella imagen de sí misma a la que estaba tan acostumbrada, distante y extraña, la de cada día. Entrecerró los ojos tratando de atisbar a través de la figura escuálida que veía algo de humanidad, de sentimiento, pero su reflejo evidenciaba que estaba vacía, hastiada y cansada.

Giró hacia la puerta con gran desgana, la abrió y salió en silencio.

De camino a su estudio, aferrada al volante del viejo coche que conducía desde hacía cuatro años, no dejaba de preguntarse qué clase de maldición se había apoderado de su alma. No lograba sentir nada, vivía sin emociones, se limitaba a pasar por la vida como si nada pudiera afectarla a ella, ni ella pudiera afectar a nada ni a nadie… como un fantasma. Separada, sin hijos, sin amigos, lejos de su familia, vivía inmersa en la marea de actividad que agitaba su ciudad, anónima e impasible.

Miró por el retrovisor, hacia la larga cola que llenaba la carretera. Allí estaba el bullicio rutinario… el rumor de los coches, los pitidos, el desasosiego… Sara suspiró, concentrada por si de aquel gesto normal escapaba algún indicio de cordura, pena o exasperación, pero sólo era aire que ella forzadamente exhalaba.

Alguien pitó por detrás y Sara aceleró. Estaba resignada a pasar un largo día en su estudio, enfrentada a sus lienzos en blanco, sin poder pintar porque no podía transmitir, ni imaginar, ni sentir. Hacía mucho que sus cuadros estaban desprovistos de todo significado. Ya estaba contando las horas para regresar a casa.

Por la tarde, al llegar la ansiada hora de regresar a su seguro refugio, siguió un impulso, por el solo hecho de haberlo sentido. Decidió entrar en un café cercano por el que solía pasar cada día: "El Cafelito". Al cruzar la puerta de cristal del local sintió algo parecido a la ansiedad, y aunque no logró identificar su origen se sorprendió conservando esa pequeña dosis de emoción… Cruzó entre las mesas sin prestar atención a las parejas que charlaban, las amigas que se juntaban, el caballero solitario leyendo un periódico… Se conducía como una autómata, sin objetivo, excepto que había decidido entrar allí por hacer algo distinto. Se acercó a la barra y pidió un café descafeinado de máquina. Su voz sonó fría y monótona y el camarero la miró con indiferencia.

–Uno diez, por favor…

Sara pagó, se tomó el café y preguntó por el baño.

–Al fondo a la izquierda.

Entonces, sorprendentemente, por segunda vez aquel día, Sara sintió algo al dirigirse hacia los aseos… De nuevo algo negativo, una vaga inquietud, que venía a sumarse a la ansiedad de antes. Abrió la puerta del aseo para mujeres y entró en un baño amplio y moderno, excepcionalmente limpio. Sin quererlo se miró de reojo en el espejo: estaba pálida. ¿Por qué? ¿Por qué después de tanto tiempo sin sentir nada lo primero que la embargaba era un temor injustificado?

–Ten cuidado, niña. Vigila dónde miras.

Sara dio un respingo al oír aquella voz ronca muy cerca y descubrió a su lado a una vieja gitana toda vestida de negro que la miraba fijamente.

–Déjeme en paz, señora.

–Óyeme niña, no te lo vuelvo a repetir. Ten cuidado dónde miras. Un peligro te acecha.

Los profundos ojos azabache de la mujer la traspasaban como si de dos ascuas hirientes se tratase. Se acercó un poco a ella y bajó aquella voz gutural que parecía emerger del averno.

–Lo que ves, no siempre es de este mundo, y los espejos suelen encerrar terribles visiones. Aléjate de los espejos niña y guarda esto –le cogió la mano derecha por sorpresa, la sujetó con férrea determinación, y colocó en su palma una ramita de romero–… Llévala contigo y no busques más donde no debes.

–¿Qué dice señora? –Sara retiró la mano espantada, pero no se deshizo del romero–. ¡Métase en sus asuntos…

De pronto el corazón empezó a batir en su pecho como si ahogara un tropel de tambores resonando a la vez; le faltó el aire y no quiso permanecer allí más tiempo. Salió apresuradamente, sin volver la vista atrás. Cruzó el local, pálida como un muerto, y llegó a la calle. En su mente martilleaban las enigmáticas palabras de la vieja gitana, palabras sin sentido, siniestras.

Miró a ambos lados de la calle. Todo parecía tan normal… La gente caminaba a su alrededor, cada uno con su vida a cuestas, perdida la mirada.

Sara decidió regresar a casa cuanto antes, tratar de olvidar lo ocurrido y procurar recobrar la compostura. Casi echaba de menos su anterior apatía, no sentir miedo, no sentir nada. ¿Qué había querido decir la gitana?

Aquella noche la soledad se abatió sobre ella de forma despiadada. Sentada en la quietud de su salón apretaba en la mano la delicada ramita de romero, y lo hacía sin saber por qué, asombrada de prestarle atención a aquel absurdo trozo de superstición. Una agradable penumbra difuminaba los objetos a su alrededor; había puesto un disco para que llenara el vacío ambiente que tanto la oprimía y también había encendido la tele, que resplandecía emitiendo cambiantes destellos de colores, sin sonido. Acababa de cenar, y tras una larga ducha bien caliente reflexionaba a solas, acurrucada en su sofá color café. Aspiró el suave olor del romero y al instante acudió a su memoria la imagen de la gitana… y sus palabras.

–Mierda…

Se levantó y fue hacia la cocina, a por un vaso de leche caliente.

Fue muy consciente de que acababa de pasar por delante del espejo del recibidor. Retrocedió. ¿Por qué se detenía junto a él? ¿por qué se miraba en él mientras apretaba la ramita entre sus dedos con frenesí? Allí estaba ella, rubia, delgada, ojerosa, de finos labios rojos y una graciosa barbilla… Se miró a los ojos, se inclinó un poco hacia el reflejo y miró más de cerca.

–Oh Sara, estás horrible –murmuró con cierto desdén por su abandonado aspecto–… ¿y por qué no iba a mirarme en el espejo? Menuda tontería…

Se apartó con brusquedad, fue a la cocina y arrojó la ramita de romero a la basura.

Tras ella, en el reflejo oscuro del espejo en el que acababa de mirarse, una sombra se agitó desde el fondo, enturbiando la pulida superficie, que se empañó como si alguien hubiese echado el aliento sobre ella. La música en el salón se detuvo y el silencio pareció retomar su lugar con irrefrenable dominio, tan opresor que Sara dejó el vaso de leche que acababa de calentar y se volvió algo cohibida. Acababa de darse cuenta de que la másica ya no sonaba, porque precisamente había estado tarareando una de sus canciones favoritas mientras bebía la leche. Se asomó por la puerta y miró hacia el sombrío salón, donde la tele continuaba destellando intermitentemente. El aire estaba enrarecido, como si el mundo entero hubiese contenido el aliento.

Sara se negó a que ideas demasiado imaginativas inundasen su mente, así que salió con decisión, fue hasta la mesita de centro en el salón, cogió el mando de la tele y subió el volumen. Necesitaba oír algo, lo que fuese. Al instante la voz del hombre del tiempo se alzó con claridad, y al poco la música de los anuncios publicitarios llenó el ambiente. Permaneció con el mando en la mano unos segundos, contemplando absorta las imágenes de la pantalla. ¿Por qué estaba temblando? ¿Tenía algo que ver con el hecho de haberse deshecho del romero?

–Qué tontería…

Pero no se atrevía a volver a recogerlo, ni a pasar por delante del espejo. Ni siquiera era capaz de acercarse al recibidor. Se arrepintió de pronto, con espanto supersticioso, de haber tirado a la basura la ramita de romero protectora que la gitana le había dado. ¿Y si realmente servía de algo?

–Joder, pero si yo no creo en estas tonterías…

Dio un paso y luego otro, forzándose a caminar hacia el recibidor. La entrada de la casa se le antojó ahora mucho más sombría de lo normal, y por alguna razón la luz de la cocina no lograba desterrar las sombras. Sara frunció el ceño y apretó los dientes. Se colocó de frente al espejo, y se obligó a mirarse en él. Sólo para demostrarse que no ocurría nada.

Por alguna razón, al volver a mirar su reflejo pensó en su triste vida, en la soledad que pincelaba cada largo día, en la forma anodina que tenía de dejar pasar el tiempo. Estaba tejiendo una amarga sinfonía en torno a sí misma, y empezaba a ser incapaz de apartarse, de tomar otro camino, víctima de su encierro. ¿Cómo había llegado a estar tan aislada? ¿Qué había sido de sus amistades, de su risa, sus ilusiones, su buen humor, su gusto por las tertulias, por la compañía… ¿Quién era esa desconocida que le devolvía la mirada desde el otro lado? Aquella no era ella, aquel era el reflejo de una mujer solitaria, apática y depresiva.

–Maldita seas, estúpida –gruñó furiosa. De repente volvió a sentir, y con tanta intensidad que todo su cuerpo se agitó, como si una sacudida eléctrica lo hubiese recorrido de los pies a la cabeza. Una oleada de sensaciones embargó su mente y su corazón, rabia, ansiedad, frustración, desesperación… todo aquel cúmulo de emociones negativas que con tanto esmero había ido acumulando bajo una aparente indiferencia, emergió con violencia, aturdiéndola–… Joder...

Fijó unos ojos llorosos en los de su reflejo, y vio tristeza. No podía seguir así…

Mientras pensaba en su desdicha algo le llamó sobrecogedoramente la atención. Acababa de ser consciente de que el sonido de la tele, como la música, había cesado. ¿Desde cuándo? Al volverse a mirar se percató de que el aparato estaba apagado, y el salón a oscuras.

–¿Qué…

El silencio se le antojó espantoso, atronador. Hubo un movimiento fugaz en la superficie del espejo.

–No puede ser…

Se acercó de nuevo y entonces descubrió, aterrada, que no se veía en él. En vez de su reflejo, la brillante superficie mostraba un fondo oscuro y difuso…

…y entre aquellas negras sombras algo se movía…

Un grito ahogado agarrotó su garganta. Poco a poco, del mismísimo fondo de su espejo, una figura fue emergiendo, contorneándose sus formas… Unos ojos hueros se clavaron en ella, hirientes. La casa quedó atrapada en la pesadilla, un silencio mortal se adueñó de ella, Sara no lograba moverse. La figura pareció adquirir volumen, de su informe cuerpo surgieron brazos y piernas, sin dejar de ser una sombra ominosa que atravesó el cristal y se vertió hacia la joven como una marea envolvente cuya gélida esencia pronto se apoderó de ella, la rodeó, la cubrió…

Mientras engullía a la frágil Sara en un abrazo raptor y la arrastraba consigo de nuevo hacia las tinieblas, ella sólo pudo recordar las palabras de la gitana: “…ten cuidado dónde miras, un peligro te acecha…”.

En unos segundos la sombra y ella desaparecieron. La luz regresó, el televisor de plasma volvió a encenderse, pero la casa quedó vacía… Vacía de tiempo y sonrisas, de color, de momentos, de historias… Apareció consumida y triste, como si jamás la hubiesen habitado, desprovista de espíritu.

El espejo del recibidor quedó opaco, como una negra boca sin fondo.




Calificación:

miércoles, 21 de octubre de 2020

#510 El Holder de la Alianza

 En cualquier ciudad, en cualquier país; ve a alguna institución de salud mental, manicomio o centro de acogida al que puedas llegar por tus propios medios. Cuando estés adentro ve hacia la persona detrás del mostrador y pídele que te lleve con quién se hace llamar "El Portador de la Alianza". La primera vez que le preguntes sonreirá y entrará por la puerta que se encuentra detrás de él, no lo sigas, debes permanecer en el mismo lugar hasta que regrese. En cuanto vuelva tendrá en la mano un pequeño papel, tómalo y sigue al hombre hacia una puerta que no viste originalmente, el la abrirá, te guiará y te dará una palmada en la espalda deseándole suerte a tu alma desgraciada.

Luego de que el hombre cierre la puerta, comienza a recorrer el pasillo. Estará muy oscuro y la única luz que verás será la de la puerta de enfrente iluminando ténuemente, parecerá una distancia corta pero te tomará exactamente una hora avanzando constantemente alcanzarla. Si te detienes aunque sea por un instante desearás la muerte más rápida e indolora. Cuando llegues a la puerta debes entrar para descubrir una habitación muy iluminada, te invadirá una sensación de paz y luego el cuarto quedará a oscuras, debes buscar por la pared hasta que encuentres una perilla. ¡No abras la puerta! a menos que quieras liberar a las bestias que contiene, debes tocar la puerta cuatro veces. Si te devuelven los golpes del otro lado debes tocar tres veces más y entonces la puerta se abrirá y verás un hombre rodeado por los cadáveres de personas que crees conocer.

Lentamente caminará hacia ti. Si corre hacia ti debes huir lo más rápido que puedas porque tu no eres el indicado para este objeto en particular. En caso de que tengas la suerte de que camine lentamente hacia tu dirección, mira solo sus piernas hasta que deposite una mano sobre tu hombro ya que entonces tu cuerpo te obligará a mirarlo directamente a los ojos. Recibirás visiones de todas las guerras que han sucedido y las que alguna vez sucederán. Si tu corazón y tu cordura pueden sobrevivir a este infierno, entonces eres libre de preguntarle: "¿Ellos causan la guerra?".

Entonces te contará historias sobre las guerras de antes de que el mundo fuera lo que es ahora, luego te dirá algo en una lengua que no podrás entender aunque comprenderás por completo su significado. Después de eso te llevará hacia una puerta, en el interior habrá un papel, un tratado en un pedestal junto a una pluma. Firma el documento, enróllalo y guárdalo; atraviesa la puerta por la que entraste y te encontrarás nuevamente en la institución en la cual iniciaste tu búsqueda. Ve a casa y nunca abras el tratado.



Este Tratado es el Objeto N°510 de 538. Con él conocerás a otros Buscadores, pero ellos también te conocerán a ti. Cuida tu espalda.