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viernes, 16 de octubre de 2020

El Viejo Hospital

Despiertas en una habitación de hospital y ves que hay una ventana. Tras mirar por ella, corroboras que todo sigue normal: una calle, una parada de autobuses, personas, pero te preguntas: “¿Qué me pasó? ¿Qué hospital es este?”.

No recuerdas nada, lo cual es frustrante. Te levantas, puedes ver que tu ropa luce desteñida. “Es normal”, piensas. “Es ropa de hospital”, dices algo confundido.

Tomas la iniciativa de salir de la habitación. Abres la puerta, la cerradura está algo oxidada, pero qué más da, es un hospital público. Deduces esto, pues tu cama no es la única de la habitación. Tras salir, puedes ver un pasillo con blancas luces, algunos fluorescentes están parpadeando.

Se te hace extraño el hecho de que el pasillo está totalmente vacío… Sientes cierto pánico. Al final del pasillo, divisas un ascensor, caminas hacia él y llamas. Tras esperar un par de segundos, escuchas el típico "tin-ton" del ascensor, la puerta se abre y miras a un sujeto con bata. Asumes que es doctor.

–Emm, disculpe, doctor, no sé qué... –pero el doctor ni se inmuta. Entras en pánico –¡Esto no es normal! ¡Dios! ¿Qué hago aquí? –Tomas el ascensor…

...

Despiertas en una habitación de hospital. Te duele la cabeza, miras por la ventana. Observas a un grupo de personas esperando el autobús, entras en razón y te apegas a la ventana. Hay menos personas que al principio, no sabes lo que está sucediendo, pero es mejor no entrar en pánico, posiblemente sea un deja-vú. Sales de la habitación, puedes mirar el pasillo, las luces fluorescentes parpadean más. Caminas hasta el ascensor y llamas.

...

Despiertas en la habitación de un hospital. Tu cabeza duele más. Te sientes cansado, como cuando te resfrías. Miras por la ventana y es de noche. Solo queda una mujer en la parada de autobús, tiene un vestido de noche, es rojo. Entras en razón y corres, solo eso puedes hacer. Miras una silla de ruedas, la tomas y sales al pasillo e intentas romper la puerta de las escaleras en un intento desesperado por salir de la habitación. ¡Bingo! La puerta se abre y sales camino a las escaleras.

...

Despiertas en una habitación de hospital. Tu cabeza duele mucho más que antes y te sientes aún más cansado, ya te cuesta levantarte. Miras por la ventana y ves a esa mujer… Recuerdas que estuvo en cada momento en que miraste a través de la ventana. Sales de la habitación, caes.

...

Despiertas en la habitación de un hospital, ya no puedes levantarte, te cuesta respirar. Miras a tu alrededor y observas a una mujer con una cara muy demacrada y el vestido rojo. Cierras tus ojos.

...

Despiertas en la habitación de un hospital. Sientes unas manos muy frías recorriendo tu rostro. Ya no puedes respirar, solo divisas el color rojo. Lo último que recuerdas fue el momento en el que te acostaste en tu suave cama…, y luego cierras tus ojos y sientes cómo la vida se escapa de tu cuerpo.

...


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jueves, 15 de octubre de 2020

Grabación de Audio

Solía trabajar para la policía cuando escuché esa grabación. Encontré la cinta al lado de un cadáver putrefacto y deformado que era casi irreconocible. Cuando reproduje la cinta sólo se escuchaba estática, pero luego de un rato comencé a oír una respiración agitada que se convertía en gritos, el hombre aullaba: "No... por favor, no" y segundos después sus llantos.

Podía distinguirse cómo lo agarraban y dejaban caer al suelo, los gritos desgarradores del pobre hombre y las risas habían quedado grabadas para siempre; a continuación lo que parecían ser borbotones de sangre y sonidos se volvieron irreconocibles y reinó un silencio que no tardó en romperse con el sonido de una demoniaca voz que no pertenece a este mundo.

En ese preciso momento la grabación se detuvo. Ahora estoy viendo una sombra fuera de mi casa y les aseguro que puedo escuchar sus risas infernales. No intentaré explicar las extrañas circunstancias en las que todos mis compañeros murieron, solo diré que fui más hábil que aquello que nos estaba cazando.

Si lees esto quiero que sepas que no me queda mucho tiempo, buena suerte escondiéndote. El ahora va por ti.




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domingo, 11 de octubre de 2020

El Fungus Bestiae

—Entonces… ¿me contará lo que pasó?
—No lo sé, tal vez si comiera un poco más… usted todavía no cree en mí y eso me ofende, pero si comiera un poco más vería lo real que puedo ser. 
—Me cuesta creer en un ser de sus características, Sr. Fungus Bestiae…, un hombre de ciencia como yo no cree en monstruos; siempre pondré la lógica delante de la ficción y lo más lógico es que después de haber comido esa planta usted sea sólo una ilusión. Además, luego del tan deplorable final que le proporcionó a mi paciente, ¿por qué debería yo confiar en usted?
—¡Ah! Qué pobres son sus argumentos, mi estimado, pues el hecho de que su trabajo intervenga en esta discusión tiene el efecto contrario al que me ha comentado. Su curiosidad es sólo tan infinita como su necesidad de satisfacerla.

El rostro del psiquiatra Inglés, el doctor Freak Ettummater, se encendió de repente haciendo que su cara de 66 años luciera dos décadas más joven. Él sabía muy bien que las palabras de la criatura delante suyo eran ciertas, después de todo fue su propio subconsciente quien la diseñó. El cuerpo del producto de su atormentada mente era el de un ciempiés de varios metros de largo y aproximadamente medio metro de ancho; éste terminaba en siete hombros que rodeaban un cuello muy corto que a la vez sostenía la cabeza de un payaso decrépito. Lo más curioso eran sus siete brazos, todos diferentes, pero todos humanos: el primero parecía pertenecer a una mujer muy hermosa y sus uñas estaban pintadas de un rojo intenso; el segundo era obeso y estaba muy transpirado; el tercero tenía varios relojes, pulseras, anillos y otras joyas; el cuarto era delgado y de mal aspecto, como si ya no sirviera para nada; el quinto estaba tensionado y portaba un cuchillo; el sexto tenía las uñas muy largas, y el séptimo tenía un anillo de diamantes que transmitía una elegancia y belleza extrema.

Astutamente el doctor trató de averiguar de qué se trataba aquella alucinación, retando al monstruo.

—No me arriesgaré a tener el destino de su primera víctima.

—¿Piensa que no puedo doblegar su voluntad? Es precisamente esa estupidez del hombre que lo lleva a la salvación. Aquello que le ofrecí a su difunto paciente fueron los secretos sobre el porqué de la existencia del hombre.

—¿El porqué de la existencia del hombre?

—Así es, pero no voy a responder más nada.

—¿Por qué no?

—Porque ambos sabemos que usted ha mordido el anzuelo, y quiere saber más. Tampoco llegó hasta aquí para darse la vuelta, ¿o sí?

Freak recapacitó, estaba siendo dominado por su mente y su deseo. Lo que era una prueba de investigación riesgosa empezaba a convertirse en un experimento que se salía de control. El viejo inglés comió otro pedazo del fruto azul que había bautizado Fungus Bestiae, nombre con el que luego su mente apodó a la criatura de siete brazos, ansiosa por continuar.

—Después de que probara el fruto de la planta que él mismo sembró para desafiar a la realidad y aislarse en otra que fuera más adecuada a sus gustos, pude hacerme presente en la mente del desafortunado individuo. Le ofrecí al hombre conocimiento sobre una verdad que sólo yo sé, pero él la rechazó desde un principio argumentando que no buscaba conocimiento, que él se drogaba para saber nada del mundo real. Por eso tuve que hacer un esfuerzo mucho más arduo del que hago con usted, tuve que hacer de la realidad que plantea este fruto una agradable y placentera para que mi víctima se hiciera adicta a mí. Así llegó el momento cuando ingirió lo suficiente de la planta como para que yo pudiera matarlo, contándole esa verdad que ningún humano tiene que saber.

—¿Y por qué quiso matarlo?… ¿Por qué quiere matarme a mí?

—Porque soy el fruto prohibido, soy venenoso, lo que ve usted es sólo una alucinación que le provocó el Fungus Bestiae, ¿recuerda?… La diferencia con los venenos comunes es que mi forma de matar es, me atrevería a decir, más artística. Ahora así como después de escuchar esa insoportable verdad mi presa se suicidó, usted correrá el mismo destino, mi estimado doctor; sabemos que no va a poder resistirse al saber lo que le ofrezco.

—De aumentar la dosis moriré. No seré tentado por una alucinación, por más real que sea.

Entonces la bestia se acercó al anciano, sigilosa y elegantemente hasta quedar frente a frente con él, y al hacerlo lo tocó con el primer brazo, el brazo de mujer.

Apareció frente al psiquiatra una mujer desnuda cuya belleza carnal alcanzaba los límites de la imaginación, era tal el deseo que provocaba que incluso en un hombre de su edad pudo despertar la más ardiente lujuria en su corazón. La mujer abrazó y besó al doctor en la boca, para luego invitarlo a comer del fruto.

Pero reaccionando dijo a la bestia, muy calmadamente:

—No caeré bajo este truco sucio.

—Tendré que seguir jugando.

La bestia extendió su segundo brazo, el gordo y transpirado, rozándole el estómago. Acto seguido Freak cayó de rodillas y comenzó a llorar del hambre. Fue como si su estómago se vaciara por completo y sus entrañas le suplicaran por algo de comer.

Desvergonzadamente el fruto fue puesto donde no podía escapar de su mirada. —Es usted malévolo, pero no voy a comer más.

—En lo primero acierta mas no en lo segundo. Sólo estoy atormentándole antes de que llegue el golpe de gracia que le hará dejar de existir. Aunque tiene su lado bueno, para un científico es alucinante esto que le está pasando y le va a pasar.

Fungus Bestiae alzó el tercer brazo y lo tocó en la cabeza, con lo que la vista de un enorme palacio de oro se presentó ante los ojos del doctor. Cada partícula era reflejada de la forma más hermosa en toda sala del edificio.

Mientras el anciano se maravillaba Fungus Bestiae lo tocó con el cuarto y el sexto brazo, el delgado y el de uñas largas. A la imagen del castillo se le sumó la de un atardecer que transmitía paz y una sensación de tranquilidad y cansancio. El castillo abrió sus puertas y dejó ver un interior acogedor y lujoso; dentro había manjares capaces de saciar tres veces el hambre que el segundo brazo le provocó, acomodados alrededor de una enorme cama sobre la cual esperaba la mujer de la primera alucinación. Freak se encaminó casi corriendo hacia la entrada del recinto, pero cuando la estaba por cruzar un hombre mucho más alto, joven y fuerte que él lo apartó de un puñetazo en la oreja, tirándolo al suelo y haciéndolo chillar del dolor.

Fungus bestiae se le acercó sigilosamente por detrás y tocó con el quinto brazo, aquel con el cuchillo. El ya irrecuperablemente confundido doctor miró con odio asesino al hombre que ahora besaba a la mujer dentro del castillo.

—Coma un poco más y le daré el poder para matarlo… Tendrá todas sus pertenencias, si sólo prueba un bocado más.

—Tuvo razón, esto ha sido un gran espectáculo, pero debe saber que soy bastante más inteligente que mi paciente, y por sobre todo, más inteligente que usted. No podrá tentarme porque aquí soy yo quien realmente tiene el poder.

El monstruo comenzó a reírse a carcajadas, su enorme sonrisa parecía de victoria. Con un movimiento elegante de los seis brazos ya usados hizo desaparecer toda alucinación y sensación en Freak, y una vez que éste se reincorporó, con el séptimo brazo lo tocó en la sien.

Entre un gesto de elegancia y una sonrisa triunfante el doctor habló:

—Conque se ha rendido ante un cerebro humano como el mío. Era de predecir su derrota pues yo preparé este experimento y concluí que si no me dejaba llevar por los efectos de esta patética alucinación, nada podría pasarme. Ninguna droga podrá ganarme. Lo decepcionante de todo esto es que pensaba encontrar algo de utilidad en el Fungus Bestiae, pero sólo es otro alucinógeno para hippies.

—Oh doctor, tiene usted toda la razón, yo no puedo hacerle ningún daño a alguien como usted. Por favor, permítame contarle el secreto, es más que digno de saberlo.

—Adelante…

—Siento molestarlo, pero sabrá entender… no puedo confiarle este saber si no come un poco más del fruto.

—Entiendo, probaré un poco más.

El anciano comió un generoso pedazo de la planta y cerró los ojos. Cuando los abrió, vio al ciempiés partiéndose de la risa en el suelo, parecía que iba a desmayarse de la risa, una risa de humor sincero, ni malicioso, ni sarcástico.

Casi sin poder respirar el Fungus Bestiae pasó a decir:

—Sus emociones no existen, son sólo una ilusión, no más real que ésta. Son el instinto que les llevan a hacer las cosas como la naturaleza lo indica. La felicidad es un chiste, otra ilusión más para llevarlos a proliferar su especie. Todo lo que hacen y todo lo que creen es falso: todo lo hacen para que la especie humana crezca, directa o indirectamente; pero lo más gracioso, es que esto no tendrá nunca una recompensa ni una razón.

»No tienen un fin real por el cual hacen todo lo que hacen, puesto que su mente y la forma en la que se comportan siempre serán el producto de un instinto natural, de una reacción química que así como lleva a los átomos a atraerse entre sí para crear una molécula y a su vez lleva a éstas a convertirse en vida, los seres humanos son atraídos entre sí por ninguna otra razón más que la casualidad.

»No hay diferencia entre vivir y morir; vivir no es bueno ni malo, es lo que es y no importa si sientes placer o no, al fin y al cabo son reacciones químicas dentro de un pedazo de carne… Ya sabe la verdad, es usted Dios.

Y con una carcajada, se desvaneció.

Freak Ettummater, implacable y sin sentimiento alguno, se inyectó una cantidad de morfina suficiente para dormir a un elefante. Se recostó en el suelo y mirando el techo se puso a esperar lo que, ahora que conocía la verdad, ya no era un final ni un principio, sino parte de la eterna renovación de la materia.

Así se fue Freak Ettummater, sin placer ni dolor. Así es como nos iremos todos…



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martes, 6 de octubre de 2020

El devorador de Órganos

Son las 8 de la noche y acabo de regresar de la escuela debido a tantos proyectos que tengo que acabar por ser final de semestre. Estoy bastante cansada: entro en mi cuarto, prendo la tele y me dejo caer boca abajo sobre mi cama, la tele se enciende. Mientras me quedo dormida solo alcanzo a escuchar una nota: "Un asesino en serie sigue suelto, y sus últimas victimas fueron un hombre de 22 años junto a toda su familia, su esposa, su hijo de 16 años y su hija de 4, una completa masacre, y según la autopsia, a las víctimas les faltaban partes de sus órganos y lo que les quedaba tenía señales de haber sido mordido. Lo más extraño eran las marcas de dientes. La gente ha empezado a apodarle a este asesino el devorador de órganos.

Me desperté a media noche para cambiarme el uniforme. Antes de acostarme, escucho un fuerte ruido en la cocina, pero no presto atención.

Mi madre estudió psicología y me ha enseñado bastante sobre la mente humana, lo que me ayuda a pensar de manera más crítica en estas situaciones. Recuerdo que escuché lo del asesino en serie antes de dormir: mi mente sigue en un estado subconsciente y seguro asocia el primer ruido extraño con el miedo, así que intenté desentenderme.

Me volví a despertar después de 1 hora, a causa de un fuerte trueno que hizo retumbar mis ventanas. Había empezado a llover. Me levanté un momento, y me asomé por la ventana, ya que me encanta la lluvia.

Ya no tenía tanto sueño, parecía que esas 5 horas de sueño me habían bastado. Bajé a la cocina pues tenía hambre: solo había comido un sándwich en el recreo de mi escuela.

Al entrar en la cocina vi una cacerola en el piso, parece que se había caído del escurridor del fregadero. La recogí, abrí el refrigerador y decidí hacerme otro sándwich. Lo preparé y regresé a mi cuarto, pero cuando estaba entrando noté que la luz del cuarto de mis padres se prendió y apagó rápidamente. Me quedé mirando un momento más... volvió a encenderse y apagarse, parecía como si me estuvieran llamando. Fui hacia su cuarto, y al abrir la puerta, lancé un grito lo más fuerte que pude, estoy segura que mis vecinos alcanzaron a escucharlo. No podía creerlo: mis padres, estaban, estaban... 
Completamente descuartizados. Tenían el estomago partido por la mitad y todos sus intestinos desparramados,

No lo soporté y vomité. En ese momento un relámpago alumbró la habitación, creí ver algo afuera, en el pequeño balcón del cuarto de mis padres. Lo miré fijamente. Cayó otro relámpago y logré distinguir una silueta humana.

Caminé hacia el balcón, no sé por qué, sabía que era una mala idea, pero abrí las puertas y lo vi, justo al borde del balcón: un muchacho, parecía de mi edad, de cabello negro y un ojo rojo.

Él solo dijo: "Aún no es tu momento."

Salto y desapareció en la nada.

Desde ese día se han presentado mas casos de asesinatos en donde las victimas son despedazadas y sus órganos destrozados, igual que.... Mis padres, me he dedicado a investigar todo lo que puedo acerca de aquel hombre... Pero lastimosamente, no puedo encontrar nada... Solo les advierto que estén alertas... No sabemos a quien más pueda atacar.




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martes, 11 de agosto de 2020

Una Foto

 Un día él le tomó una foto, donde ella aparecía luciendo una bellísima sonrisa que contrastaba con la expresión generalmente seria que solía mostrar su rostro. En realidad, ella no recordaba haber trazado nunca una sonrisa tan dulce y no podía reconocerla como suya. Parecía como si aquella fuera la foto de otra mujer, desde luego idéntica a ella en sus rasgos físicos, pero completamente distinta en su expresión y, en cierto sentido, más hermosa.


Para colmo de males, él parecía obsesionado con aquella foto y pasaba buena parte de su tiempo libre contemplándola en silencio, con el rostro extasiado de amor, mientras que cada vez mostraba más indiferencia hacia la mujer de carne y hueso con la que compartía su vida.

Finalmente,como era de esperarse, ella acabó sintiendo celos de la mujer que aparecía sonriendo en la foto, una mujer que en teoría era ella misma, pero que, misteriosamente, tenía la sonrisa de otra persona. Y, de algún modo ajeno a la lógica y a las leyes de la naturaleza, aquella mujer fantasmal que compartía sus rasgos pero no su espíritu estaba consiguiendo robarle el corazón del hombre al que amaba. Por supuesto, ella no podía compartir aquellas inquietudes aparentemente absurdas con nadie, ni mucho menos con él, pero finalmente decidió actuar.

Podía parecer una locura, pero nadie tenía por qué enterarse. Así, un día, mientras él estaba fuera, ella tiró la foto a la basura, concretamente al contenedor azul que había cerca de su casa. No es raro que se pierda accidentalmente una simple foto que ni siquiera está enmarcada y él nunca tendría motivos para sospechar de un acto deliberado por su parte. Así, una vez que la muchacha se hubo librado de su “rival”, decidió salir de compras para celebrarlo.

Aquel día él hombre volvió tarde y cuando llegó a casa unos agentes de policía estaban esperándolo para comunicarle una pésima noticia, que no habían podido darle antes porque él se había dejado el móvil en casa. Una vez que él, a duras penas, consiguió reponerse de la impresión, el inspector le comunicó los detalles relacionados con la violación y el asesinato de su esposa.

Según la confesión del criminal, este (un vagabundo con problemas psiquiátricos) había encontrado casualmente una foto de la víctima mientras se hallaba buscando cartón en el contenedor azul del barrio. Según sus propias palabras, la chica de la foto le había parecido tan hermosa que no había podido resistir la tentación de buscarla. Y poco después la vio, cuando ella volvía a su casa tras hacer unas compras.

Lo cierto es que entonces no le pareció tan hermosa como en la foto, pero la obsesión se había apoderado de él y ya no había marcha atrás. La siguió, esperó a que entrara en la casa y poco después entró él, tras forzar la puerta con una navaja. Una vez cometido el crimen, su estado de enajenación mental lo llevó a abandonar la casa con la ropa ensangrentada, lo cual motivó que no tardara en ser arrestado por unos agentes municipales.

Tras referir los detalles del caso, el inspector le entregó al marido de la víctima la foto que habían encontrado en el bolsillo del asesino, para que al menos le quedara un recuerdo de la mujer que había perdido para siempre.

Una vez que él tuvo la foto en su poder, le echó una ojeada y se quedó sorprendido, porque de pronto le pareció que aquella ya no era la misma sonrisa dulce que él tan bien conocía, sino la sonrisa siniestra de quien ve realizada su venganza.



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lunes, 10 de agosto de 2020

Solo quería su corazón

Cada mañana al despertar, precisamente a las seis de la mañana, Matías se asomaba por la ventana de la habitación para observar a su vecina Nicole, una muchacha muy hermosa de cabellos dorados y con un bello rostro angelical, la chica que todo joven desearía tener como pareja.

Ella solo duerme mientras él la admira con un profundo deseo, se mantiene oculto tras las cortinas con las luces apagadas y la mirada fija en la ventana del frente, espera que la alarma de su reloj rompa la calma y la despierte de sus sueños a las seis y media, como todos los días. Esa es la señal para que el joven se retire de su acecho.

Ambos asisten al mismo colegio, son buenos amigos y se visitan con frecuencia. Sin embargo, durante todo el tiempo que lleva conociéndola, nunca se le ha ocurrido cómo expresarle sus sentimientos. Las dudas lo invaden ante las posibilidades de rechazo y de resistencia a su deseo; le es inevitable pensar que su amistad podría arruinarse.

Un día de tantos, Matías se decide a cumplir su cometido. Sus padres no se encuentran en casa y Nicole lo visita, él la invita a su recámara, y ella accede pensando que platicarán de asuntos triviales. Mientras la hermosa niña entra al cuarto, el joven cierra la puerta tras de sí, ocultando un cuchillo en su cintura.

En silencio, antes de que ella voltee, se le lanza como predador a su presa. La apuñala repetidas veces en la espalda. De sus heridas mana aquel cálido líquido que solo ha visto en sus ilusiones, en el sinfín de ideas que han revuelto su mente cada mañana, cada media hora que la ha contemplado. Nicole trata de respirar sin conseguirlo. Sus ojos se cierran, y su mirada se apaga. El cansancio azota su ser hasta que su cuerpo queda inerte.

Agitado, Matías solo la observa y jadea. Quiere verle el rostro a quien le ha arrebatado la vida. Ha perdido su belleza. Se está hinchando. No sonríe más. La saliva que cae de sus labios toca el suelo y se entrevera con el mar rojo que despierta sus deseos más salvajes.

Toma un martillo que ha ocultado bajo su cama. No puede esperar a conseguir lo que busca. Se sienta sobre su estómago, y golpea repetidas veces su esternón con el acero.

Siente éxtasis y fascinación por la hermosa escena. Desgarra sus prendas con el cuchillo. Su camisa rosada y su sostén han adquirido un tono escarlata. Sus senos se han deformado. Sangre se ha acumulado en su piel.Clava la hoja y troza su pecho. Lo asierra con los dientes del filo. Lo encuentra. Sonríe. Después de todo, solo quería su corazón, para que nadie más pudiese tenerlo.

“Siempre buscamos el corazón de la persona que amamos. Y nuestro mayor miedo es que otro nos lo pueda arrebatar”




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domingo, 9 de agosto de 2020

La oscuridad de tres días

Esto sucedió a las 3:42 p.m. El mundo descendió hacia una oscuridad súbita y absoluta.

Resultó en caos. En nuestra oficina pequeña del décimo piso, nos reunimos entre la negrura ominosa esperando la luz. Había una televisión en la sala de descanso y alguien halló el control remoto, usando la memoria de nuestros dedos nos las arreglamos para cambiarlo al canal de noticias.

Por un largo tiempo, solo hubo silencio. Entonces, a través de la oscuridad aparentemente infinita, surgió una voz. Una locutora, buscando su escritorio valientemente y tratando de reconfortar a sus televidentes, nos habló con voz suave y temblorosa. Ellos tampoco tenían idea de qué estaba sucediendo, pero indiciaron que debíamos conservar la calma, y permanecer juntos en medio de los reportes de individuos desapareciendo en la oscuridad, alejándose de sus amigos y familia, perdiéndose o topándose con el peligro.

Pasamos los siguientes tres días en la oficina localizando nuestras posesiones en la oscuridad y logrando comer y dormir con comodidad relativa, a pesar de la sensación de que estábamos congelados en algún tipo de universo alterno.

Entonces, exactamente 72 horas después de que la oscuridad llegó, el manto se alzó. Nuestros ojos ardieron por la luz súbita, pero nos adaptamos dentro de poco y concordamos en que deberíamos dirigirnos al piso de abajo, como grupo, e ir afuera.

Mientras descendíamos por las escaleras, nos recibió un olor. Nauseabundo. Supe inmediatamente lo que era, y, reticente, giré por la última intersección de la escalera pensando que quizá alguien se había caído y había muerto por sus heridas. Estaba equivocado.

Creo que solía ser una mujer, pero no puedo estar seguro. Había sido desollada y eviscerada, pero no sé en qué orden. Cada centímetro de su piel estaba ausente, pero sus ojos y dientes permanecían, convirtiendo su cadáver en un monstruo contemplativo y sonriente.

No fui el único que vomitó. Necesitando escapar de ese panorama, irrumpimos hacia el vestíbulo por la entrada principal, y nos congelamos. Cuerpos sin piel estaban esparcidos a lo largo del pequeño vestíbulo. Eran casi quince, según el cálculo con el pequeño vistazo que les dimos. No teníamos la intención de quedarnos por mucho tiempo; sin embargo, descubrimos que las puertas del vestíbulo estaban aseguradas y no podíamos quebrar el vidrio.

Alguien —no recuerdo quién— tuvo la idea de dirigirnos al cuarto de seguridad y ver si podíamos pedir ayuda por la radio. Seleccionando cuidadosamente nuestro trayecto por los cadáveres con estómagos revueltos, hallamos el cuarto de seguridad abierto y a su guardia desollado. Luego de un acuerdo mutuo, retiramos el cuerpo y nos encerramos.

Mientras que uno de nosotros trataba de establecer contacto, los demás comenzamos a ver las grabaciones de seguridad del vestíbulo de los últimos tres días. No pudimos creer lo que vimos.

No estuvo oscuro en lo absoluto: nos habíamos quedado ciegos. Y mientras estábamos ciegos, ellos habían llegado.

Sombras negras humeantes y fibrosas; sin rostro, solo ojos. Ojos extraños y resplandecientes.

Estaban desollando a las personas y vistiendo sus pieles como disfraces.

Sintonizamos la grabación de seguridad de nuestro piso, y observamos horrorizados cómo caminaban entre nosotros sin escoger a nadie. Hasta este día, no sé por qué lo hicieron. En cierta medida, se habían reunido para observarnos, pero partieron dentro de poco y causaron estragos en la oficina del piso de arriba.

Fuimos rescatados días más tarde. No obstante, el mundo descendió a la insania en el transcurso de las semanas siguientes. Todos sabían acerca de los desollamientos, acerca de los impostores; pero nadie sabía quién era real y quién no, hasta que fue muy tarde. Sin confianza, los humanos no pueden sobrevivir lado a lado.

Permanecí con dos de mis colegas, quienes sabía que no cambiaron. Reunimos equipo para acampar y tomamos la decisión de movilizarnos hasta el área arbolada afuera de la ciudad para mantenernos alejados de la sociedad, ahora que se estaba tornando más y más volátil.

Lo teníamos todo planeado, y atesorábamos grandes expectativas sobre la recuperación de la humanidad.

Entonces nos despertamos una mañana y estábamos ciegos de nuevo.

Tres días más tarde, la luz regresó, y me encontraba con mis dos amigos… y un cadáver.





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sábado, 8 de agosto de 2020

Diversidad

No es normal. No, para nada. Despertar en medio de un charco de sangre no lo es, simplemente enloqueces. Primero está la desagradable sensación de sentir tu cuerpo extraño, empapado. Luego está la desorientación, la de los 0.3 segundos en los cuales tu cerebro no sabe ni siquiera quién eres o dónde estás, como el de una computadora, pero más rápido. Luego la sorpresa, la terrorífica sorpresa de ver aquel líquido rojo, sumamente viscoso y ya frío impregnado en todo tu cuerpo. Por un instante, tu mente no es capaz de asimilarlo: “¿es sangre?” y el subconsciente lo reconoce pero lo bloquea para no causar todo el daño psicológico: “no puede ser sangre”; sin embargo las ideas y la lógica traicionan esa “buena voluntad” del subconsciente y te gritan: “¡es Sangre!” y es en ese momento en el que te vuelves loco. Tu mente queda vacía en milésimas de segundo, la impresión de estar así cubierto de toda esa sangre hace que quieras deshacerte de ella y al mismo tiempo sacudirte esa “irrealidad” en la que te encuentras. Te arrastras hacia atrás, queriendo huir, pero la sangre te impide ser veloz y los gritos se ahogan en tu garganta. Te resbalas y te cuesta mucho trabajo alejarte del charco rojo del que vas dejando una estela mientras te mueves torpemente. Tu respiración agitada y consecuente hiperventilación hace que los niveles de oxígeno aumenten y la vista se te nuble y te sientes desfallecer. Es demasiado y tu cerebro envía señales confusas a los diferentes órganos causando que tu estómago se revuelva y vomites incontrolablemente. La tensión se libera un poco y piensas que todo es un maldito sueño. De nuevo, tu subconsciente empleando mecanismos de defensa: la negación.

Te levantas como puedes y te das cuenta de que no tienes ropa. Miras a tu alrededor y no reconoces el lugar, es una especie de bodega abandonada y hay cadáveres por todos lados, gritas pidiendo auxilio y te das cuenta de que puedes estar sangrando por alguna herida. Te revisas y no encuentras nada y el llanto hace que te acurruques en posición fetal en un rincón. ¿Cómo pudo pasar esto? Tratas desesperadamente de aferrarte al último de tus recuerdos antes de que despertaras para darle sentido a toda esta locura.

El instinto de supervivencia se apodera de ti y las lágrimas dejan de correr.

Te levantas y buscas algo con qué ocultar tu desnudez y caes en cuenta de que el o los responsables del horror que vives pueden volver a terminar el trabajo.

Como si fuera una grabación, los recuerdos de tu niñez se agolpan en tu cabeza, toda tu vida se revela en segundos y lentamente vas recordando quién eres. Los padres humildes a los que abandonaste por buscar un mejor futuro personal, los reconocimientos académicos, el éxito profesional, los continuos dolores de cabeza y la tensión para lograr superar todos los obstáculos, todos los sacrificios y al final, lograr tener mucho dinero. Todo ello te recuerda que eres fuerte y que podrás sobreponerte a esto.

En silencio, te deslizas por los rincones del lugar escudriñando cualquier cosa que te sea útil. Sorpresivamente encuentras tu ropa en el rincón más lejano junto con la de los demás cadáveres. No reconoces a ninguno pero cuentas cerca de 10 cuerpos. Te limpias como puedes la sangre y, claro, no utilizas tu propia ropa sino la de alguien más, tu manía por estar impecable de pies a cabeza se impone. Extrañamente todas las pertenencias están ahí: billeteras, bolsas de mano, carteras, joyas, relojes, e incluso el dinero. Y piensas entonces que no fue un robo sino un acto de maldad pura.

Encuentras la salida y rezas para que la puerta se abra. Lo hace. Sales y corres lo más rápidamente posible lejos de ese lugar dando gracias al cielo por permitirte salir con vida de ese horror. Lo siguiente es pedir ayuda aunque no reconoces el lugar en donde estás. Ves unas casas muy a lo lejos y la esperanza de llegar te da más fuerzas para seguir corriendo, lo consigues, pero cuando tratas de hablar con los habitantes de aquellas casas, las palabras se te atoran en la garganta y te desvaneces frente a ellos.

Cuando abres los ojos, estás en un hospital y un detective de la policía se encuentra frente a ti. Te hace preguntas que respondes como puedes. Él pretende hacerte responsable de los crímenes y quiere detenerte para seguir la investigación del caso. Pero conoces tus derechos, y a pesar de la indignación que sientes de que piensen mal de ti, llamas a tu abogado y le ofreces al detective tu ayuda para resolver el crimen.

Las idas y vueltas en el departamento de policía se vuelven rutinarias, ya has dado tu declaración demasiadas veces: fuiste a un bar turístico la noche anterior, tomaste unos tragos y luego no recuerdas nada más. Pero lo que no concuerda es que sólo tú hayas logrado sobrevivir. Se revela que no es el primer asesinato de ese tipo en la ciudad, pero en la ocasión anterior no hubo testigos. Se revela también que todas las víctimas son de varias nacionalidades, posiblemente turistas.

Vas a juicio, pero la evidencia es débil, tu abogado es bueno y tu reputación impecable. Te declaran inocente y se te ofrece una disculpa pública por parte de las autoridades.

Todo el proceso te ha dejado con los nervios de punta y estás irritable.

Unas vacaciones serían lo mejor, después de todo hay que vivir la vida y más ahora luego de algo tan aterrador como lo que has pasado.

Un destino concurrido es lo mejor, siempre te ha gustado la diversidad de la gente. Cada país tiene su magia y su gente es especial. Mientras más diversos mejor, su esencia se impregnará en todo tu ser y podrás sentir toda esa adrenalina corriendo por tus venas y nublando tu mente, es algo único y extasiante. Sólo hay que comprar zapatos especiales para no resbalar, debido a la sangre, y golpearte en la cabeza, como la última vez.

Lo difícil es atraerlos a tu país y juntarlos a todos, difícil, pero no imposible, ya lo has hecho antes...



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viernes, 24 de julio de 2020

Las Patatas

En una pequeña ciudad de España, un padre dueño de un pequeño bar contrata a su hijo en verano para que le eche una mano con los turistas que llegan por montones al pueblo en esas fechas.

El joven no es muy trabajador, de echo es bastante despistado por lo que su padre le encomienda pocas tareas y todas ellas bastante fáciles.

Una tarde-noche con el bar aún vacío el padre debía ausentarse por una media hora, así que dejó de encargado del bar a su hijo. No había nadie por lo que su única tarea era prestar atención a una máquina freidora que estaba preparando unas papas. El joven le dice que no se preocupe, él se fijará en el encargo mientras sea necesario, pero viendo un partido de fútbol que transmitían por la tele se olvidó. 

Pasados unos momentos suena su teléfono y al contestar escucha una voz que le recuerda: "vigila la freidora" y cuelga. El chico pensó que era una broma de su padre que había asumido que se le habían olvidado las patatas, pero aún era pronto para ir a verlas, por lo que sigue mirando el partido. Pocos minutos más tarde vuelve a sonar el teléfono, contesta solamente para descubrir que es la misma voz con la misma advertencia.

Aún no es hora de sacar las papas, pero alertado por esas dos extrañas llamadas de teléfono, decidió ir a ver lo que pasaba. Una vez delante de la freidora se dio cuenta de lo que advertía el hombre. Al levantar la cesta de las patatas descubrió la cabeza de su padre a medio freir.



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jueves, 23 de julio de 2020

Los Chicos Malos de la Cocina

Cuando era niño, solía vivir con mis padres en una casa muy antigua. La cocina tenía una estufa de hierro, de esas que se usaban para calentar la comida con las primeras hornillas de gas. En la sala de estar permanecía el sofá de mis abuelos y varios cuadros de la familia completa. Era un lugar acogedor pero también tenía sus cosas siniestras.

Todas las noches por ejemplo, sufría horribles alucinaciones en las que creía escuchar voces fuera de mi habitación. Hablaban acerca de mí como si estuvieran espiándome y yo no les podía ver. Solo podía quedarme escondido entre las sábanas, oyéndoles.

—¿Ya se ha dormido?

—No, sigue despierto todavía. Se hace el dormido bajo las sábanas para despistarnos.

Mierdas como esas eran las que decían. Y me quedaba aterrado al escucharles aquellas cosas, seguidas de risas maliciosas que parecían provenir de todas partes. Lo peor era cuando sus pasos se acercaban corriendo a mi recámara y yo pensaba que iban a entrar para hacerme algo.

Por supuesto, aquello se fue quedando en el olvido con el paso del tiempo. Nadie me creía cuando lo contaba y al ir creciendo, llegué a la conclusión de que no eran más que pesadillas.

Las casas tan grandes y antiguas pueden intimidar bastante a un niño.

Tiempo después habría de seguir mi propio camino, tú sabes, alquilarme un piso en la ciudad más próxima para ir a la universidad, conocer a alguien y todo eso. Para ese entonces, “los chicos malos de la cocina”, (que era como yo llamaba a esas impertinentes voces), no eran más que un mal recuerdo que ni siquiera se había molestado en salir a la superficie de mi subconsciente.

Exámenes, trabajo, ligoteo, responsabilidades y aventuras varias hacen que todos los traumas infantiles parezcan una nimiedad. Sin embargo…

Sin embargo, hace unos días que me he mudado a un nuevo apartamento. Es muy distinto a mi hogar de infancia, todo tan nuevo y moderno. No pude evitar comparar cada habitación con los pocos detalles que recordaba del sitio donde viví con mis padres. Al principio, la nostalgia me embargó. Hasta que mi hijo de seis años me contó algo muy extraño.

—Tengo un nuevo amigo que se llama Ben —me dijo.

Amigos imaginarios. Típico de los críos.

—¿Ah sí?

—Pero hoy me he molestado con él.

—¿Y eso por qué? —le pregunté, mientras acomodaba libros en una estantería.

—Por qué dijo que cuando eras niño, él y sus amigos solían hacer que te cagaras en los pantalones.

—¿Cómo dices? —me reí, aunque probablemente debí haberlo reñido por usar ese lenguaje. Y entonces, mi hijo comenzó a darme una descripción muy detallada de como solía ser mi casa, de lo que este chico, llamado Ben y sus amigos, solían hacer para asustarme en las noches.

—Él dijo que tú solías llamarlos “los chicos malos de la cocina”. ¿Es cierto eso, papá?

Me quedé paralizado.

—No hagas caso, hijo. Tu amigo solo está celoso.

Creo que no me va a gustar vivir aquí.


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miércoles, 22 de julio de 2020

El Sonido de las Campanas

Adolfo siempre fue una persona muy solitaria, y aunque le gustaba conocer lugares nuevos y relacionarse con otras personas, lo cierto es que por alguna extraña razón nunca consiguió mantener una amistad duradera. Quizás se debía a su temperamento o directamente a que no llegaba a encontrar la persona adecuada con la que congeniar.

Esa fue quizás la razón por la que finalmente decidió olvidarse de las amistades y se dedicó a sacar el máximo tiempo posible para ir conociendo los lugares más asombrosos que había en su entorno.

Ya llevaba varios años viajando y conociendo los rincones más bonitos de su país, pero hacer estos viajes solo comenzaba a ser algo aburrido, además de que al llegar a casa no tenía a nadie con quien compartir estas nuevas experiencias.

Un día acudió a un viejo pueblo que llevaba abandonado desde el final de la Guerra Civil, un lugar que sorprendía no ya sólo porque había quedado alejado de la mano del hombre hacía ya muchos años sino también por su aspecto ruinoso y la sensación de que todos aquellos que fueron fusilados todavía permanecían allí en espíritu.

Y esto lo empieza a creer cuando cada vez que llegaba oía el sonido de las campanas, apenas unos minutos antes de entrar con su coche a la calle principal. Al principio pensó que se trataba simplemente del viento que mecía la campana, pero no tardó mucho en dirigirse a la torre de la iglesia y observar que realmente era imposible que la campana sonase, puesto que la cuerda se había acabado rompiendo y la campana estaba depositada en el suelo.

Fue en ese mismo instante cuando se dio cuenta de que por fin había conseguido encontrar a los verdaderos amigos que siempre había estado buscando.



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martes, 21 de julio de 2020

A Solas con la Muerte

Esa noche miró hacia el pasado para encontrarse con su otro yo, aquella muchacha asustadiza y tímida que no era capaz de decir una palabra más alto que la otra. Se miró en el espejo intentando analizar sus gestos, buscando aquello que la había cambiado tanto como para convertirse en lo que ahora veía. ¿Dónde hacían ido a parar los sentimientos de arrepentimiento de las primeras veces? ¿Qué había pasado con su culpa y dónde estaban sus sentimientos de rechazo y el dolor intenso en su pecho, esa lucha de sus ojos intentando evitar llorar? ya no quedaba nada de aquello.

Ella se había convertido en una máquina de muerte impecable, ya no había compasión en sus ojos a la hora de matar. Acabó la venganza cuando dejó de sentirse pequeña e indefensa, porque ahora ya tenía el control que había estado anhelando toda su vida. Mirándose ante el espejo sintió muchas ganas de llorar, no por sus actos sino al ver en lo que se había convertido. Había pasado de ser una dulce persona, sincera, silenciosa, empatica y simple, a ser aquello. 

¿De qué le había servido? Si realmente la venganza era gratificante o si solo era una idea que había creado su mente para convencerla de que ella tenía razón sobre algo que ya no podía evaluar. Y ahora estaba a solas, a solas con la muerte, meditando sobre el sentido de todo lo que había hecho; pensando en cómo habría sido la vida de aquellas personas si ella no se las hubiera arrebatado... Acordándose de las familias de todas sus víctimas, era extraño que se hubiera puesto a pensar en eso.

¿Qué estaba fallando en ella? ¿Por qué se creía malvada? ¿Por qué sentía compasión? Toda su vida había consistido en una cruzada de venganza hacia el pasado, hacia los malos tratos que sufrió, que la convirtieron en un ser alienado, inútil, que se dejaba llevar. Y había disfrutado tanto siendo ella quien llevaba las riendas...

Pero ahora el camino llegaba a su fin. Ya no sentía deseos de volver a matar. La cuenta había sido saldada. La venganza había llegado a su término y se dio cuenta de que su falsa personalidad, la de aquella imparable asesina, era tan sólo una mala fachada que ella misma había creado. Y la fachada había cedido ante la realidad.

Ya no había vuelta atrás. No podía permitirse el hecho de volver a ser como antes. No volvería a llorar, ni a quejarse, ni a sufrir por ella ni por nadie. Jamás podría aceptar a su verdadero yo. No sabría como convivir con él.

Sin más escapatoria abrió el bolso, sacó su pistola, se miró al espejo y, apoyando el arma sobre su sien, disparó con una sonrisa en los labios. Había ganado la batalla.



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lunes, 20 de julio de 2020

Mi gran juego

Continúo sin entender... ¿Por qué ocurrió? ¿Por qué a mi?... Seguro no sabes de lo que hablo. En realidad es obvio que no lo sabes, por eso te lo contaré. Te relataré como se arruino mi vida en segundos, se destruyo todo lo que amaba y en especial... Como lo conocí a él.

En ese entonces yo tenía doce años, mi hogar no era muy armonioso porque mis padres siempre estaban muy ocupados, realmente no tenían mucho tiempo para darme atención por lo que a penas hablábamos; incluso en el colegio no tenía muchos amigos, por no decir ninguno. Lo único que me hacía llevar el día hasta el final era mi vecina. Una linda niña de mi edad con el cabello rubio y los ojos azules.

Podía pasar horas observándola con mi telescopio, realmente eso me hacía feliz. Las paredes de mi habitación, las gavetas y la mesa estaban llenas de fotos de ella, era una colección que podía atesorar gracias a que mis padres nunca me hablaban. No les interesaba lo que hacía en mi cuarto.

En ese entonces el único problema para mi era que no tenía el valor suficiente para hablarle, ella ni me conocía a pesar de ser mi alegría, lo único que sabía de mi era que yo era su vecino.
Fue precisamente en esos tiempos que aquel bastardo apareció.

Eran las diez de la noche y yo me encontraba en mi cuarto como siempre, moviendo mi telescopio de un lado a otro para ver a mi vecina en su casa, pero no la encontraba a ella ni a sus padres. La casa parecía estar completamente vacía. A mi me pareció muy extraño, monitoreaba esa casa cuanto podía y hasta ese momento no había visto salir a nadie de esa casa, los autos seguían en la entrada y supe en ese instante que algo andaba mal, muy mal.

Justo en medio de aquel pensamiento alguien llamó a la puerta de mi casa, miré la hora: once y quince de la noche, era extraño recibir un visitante a esas horas. Mis padres son de sueño pesado así que no me sorprende que no se despertaran. Primero pensé que podía ser un ladrón pero las probabilidades eran muy bajas; incluso cuando me dirigía a la entrada fantasee con que podría ser mi vecina y terminé por abrir la puerta. Ese fue el peor error que pude haber cometido.

Para mi sorpresa no había nadie, suspiré y miré alrededor por unos segundos antes de volver a cerrar la puerta, entonces escuche aquella voz... Nunca la olvidaré, ni olvidaré sus fuertes y claras palabras:

¡EL PAYASO DEMENTE ESTÁ DETRÁS DE TI!

Sentí un fuerte golpe detrás de la cabeza y todo se volvió negro. Cuando abrí los ojos nuevamente intenté moverme pero no pude, me encontraba atado a una silla y había un hombre frente a mi. Luego de unos cuantos segundos logre recuperar la conciencia totalmente y pude verlo con claridad.

Llevaba un saco azul con varios círculos de colores (rojo, verde, morado y amarillo), llevaba también guantes disparejos, el izquierdo negro y el derecho blanco. Alzando la mirada a su rostro me encontré la clásica máscara de la comedia teatral, pero lo que en verdad me aterró fue lo que estaba detrás de esa carreta, sus ojos... su mirada.

La emoción rebosaba desde las cuencas de su máscara al momento de asimilar a su nuevo juguete, en ese momento entendí lo que vendría y lo que había pasado con mis vecinos... en ese instante noté que quedé atrapado en aquel juego.




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