domingo, 3 de noviembre de 2019

La hora Fría

El verano de 1998 un joven al que llamaremos Alejo me pidió que le contara historias de miedo. Yo le pregunté si él tenía algo que contar y me dijo que conocía una historia que le había ocurrido el verano anterior, a los padres de su novia (ella estaba en ese momento con nosotros y le horrorizaba contarlo así que dejó el relato en boca de Alejo).

Se habían reunido varios matrimonios en una terraza a pasar la noche charlando mientras las estrellas (y quizá alguien o algo más) los observaban. En un momento dado, ciertas bombillas de la terraza se apagaron y encendieron como hacen las estrellas. Alguien bromeó echándole la culpa a los espíritus. Todo quedó ahí. 

A la noche siguiente fueron a la terraza de otra casa siguiendo con la rutina veraniega habitual, y en un momento dado olieron a quemado y vieron humo. Asustados comprobaron que las llamas venían de la casa donde habían estado la noche anterior. Corrieron hacia allí y descubrieron que tan sólo ardía aquella parte en la que ellos habían estado sentados. 

¿Fallo eléctrico que llegó hasta los sillones en pleno aire libre? ¿Unos espíritus cabreados porque les habían echado la culpa de algo que probablemente no habían hecho (¿o sí?). 

Aquellas parejas llegaron a pensar que aquel trozo de la casa estaba embrujado y todos miraron con respeto aquel incendio extraño que no se propagó.




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sábado, 2 de noviembre de 2019

Mensajes de Texto

Mi hija y yo siempre nos escribíamos antes de acostarnos. Una noche recibí un mensaje que me enfrió hasta los huesos.

Mi teléfono emitió un sonido justo antes de que estuviera a punto de quedarme dormido, y lo tomé para ver el mensaje que Audrey me había enviado. El texto decía: "Papá, por favor, tienes que ayudarme. Estoy escribiendo esto debajo de las mantas, con el brillo y el volumen apagado de mi teléfono. Hay alguien en mi cuarto conmigo y tengo miedo de morir. Él está sentado en la silla al final de mi cama y me está mirando. Creo que quiere hacerme daño".

Le envié un mensaje de texto con una mano mientras cargaba un cartucho en la escopeta que guardaba debajo de mi cama con la otra mano. El mensaje que le envié decía: "No te preocupes hija, papá ya va para allá."

Salí de la cama y entré en el vestíbulo con el arma en la mano. Con la puerta de mi hija a la vista, corrí hacia ella y la abrí con una sola patada. Había algo sentado en la silla al final de la cama de mi hija. Podía ver el contorno de una persona en la pálida luz de la luna.

Descargué mi único cartucho sobre la persona sentada en la silla con una fuerte explosión que resonó en las paredes antes de encender la luz para observar al intruso que acababa de disparar.

Pero no había ningún intruso.

Sólo estaba mi hija, atada a la silla con un alambre de cobre y amordazada. Por no mencionar la herida de cabeza visible que mi escopeta había infligido. Su teléfono estaba en el borde de la ventana de su dormitorio, que estaba totalmente abierta.



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viernes, 1 de noviembre de 2019

Mesa para Tres

Ezequiel, un hombre casado desde hace más de cuatro años, se despierta sobre su cama; las palmas de sus manos sudan y por su rostro escurren lágrimas que se mezclan para alojarse en la barbilla desde donde gotean hacia una vieja camiseta. Levanta la cabeza y analiza la habitación. Ahí está la cama matrimonial, donde su esposa Clementina dormía junto a él, una silla verde recostada en la pared junto a un cuadro, una lámpara sobre una mesa de noche y al lado una pequeña nota.

Es un recado de su mujer. Casi ilegible, el mensaje decía: “Fui a trabajar. Espérame. Tengo algo muy importante que decirte”, junto al escrito aparece un pequeño corazón pintado con pluma en la esquina del papel.

El pobre sujeto, exhausto y sin saber el motivo de su tristeza, se levanta de la cama y se dirige hacia el baño, abre la puerta y se encuentra con un baño perfecto, típico de una pareja. Las cremas de su mujer están sobre un pequeño mostrador al lado del lavabo, junto a su máquina de afeitar eléctrica y su cepillo dental. El pequeño cuarto de baño presenta un conjunto de toallas muy bien dispuestas, un pequeño tapete en el piso y una jabonera que había sido decorada por la propia Clementina. Una de sus más grandes manías en aquellos momentos en los que su esposo salía a beber con sus amigos era hacer decoraciones de todo tipo. Ezequiel abrió la cortina y se dispuso a darse un baño, finalmente se relajó después de haber sudado tanto en la cama, sabría Dios por qué.

Salió del baño y vio una media tirada en el suelo que no había notado cuando entró, no recordaba haber usado aquella media. Clementina siempre recogía la ropa que tiraba, no entendía cómo pudo habérsele pasado eso a la mujer, a menos que algo haya hecho que lo olvidara. Se puso furioso, pues estaba seguro de que su mujer tenía una amante.

Se puso la ropa y bajó por las escaleras, llegó hasta el comedor. Una sala hermosa y bien arreglada, todo decorado cuidadosamente por su mujer. Los cubiertos estaban impecables, sin rasguños ni manchas, el sofá recién forrado, las mesas limpias y los platos servidos sobre el comedor. Pero no entendía por qué tres platos, se volvía loco ante la posibilidad de que su mujer intentara presentarle a su amante. Cuánta desfachatez. Entonces vio un pequeño libro sobre la mesa, era el diario de su mujer. Un diminuto candado aseguraba una tapa marrón y resguardaba las frágiles hojas al interior. No recordaba que Clementina tuviera un diario, jamás se lo mencionó.

Su cabeza no hacía más que darle vueltas a la hipótesis de que su mujer estaba con otro hombre, alguien que era mucho mejor que él. Su nerviosismo a flor de piel evidenciaba su ira, sudaba intensamente. De sus ojos escurrían lágrimas. “¿Y si me deja por él?, ¿Y si ya no vuelve?”, pensaba el pobre Ezequiel, su cabeza se perdía pensando en esa posibilidad, “¿Y si me dice que no?”, era su mayor temor, que se fuera y nunca más regresara.

“Una mujer muerta no puede decir que no”, fue con este pensamiento que Ezequiel hizo sus planes.

Cuando su mujer llegara a casa, él le daría un martillazo en la nuca y, una vez inconsciente, la llevaría al sótano donde la guardaría. Con toda seguridad podría amar a una mujer muerta. Las horas pasaban y Clementina no llegaba a casa. Sus ánimos estaban exaltados, no podía contener tanta rabia. En lo único que podía pensar era si la demora se debía a su amante. Se había vuelto loco, no podía soportarlo más. Fue al sótano, quizá por ironías del destino.

Allí estaba su mujer, muerta, dispuesta en un rincón de aquel sótano. Sus brazos casi cercenados colgaban de lo que quedaba de su mutilado cuerpo, su cabeza había sido desmantelada y tenía marcas de martillo. Lo que más le sorprendió fueron las entrañas removidas con la ayuda de una sierra y destornilladores. Había sido él, Ezequiel, pero no recordaba haberlo hecho. El asesinato había ocurrido días antes y ni siquiera había notado el cuerpo. Comenzó a llorar desesperadamente. Fue corriendo hasta la habitación, se tendió en la cama y se desmayó.

Al día siguiente despertó y no recordaba dónde estaba su mujer. Leyó el recado sobre la mesa de noche y fue a tomar un baño, repitiendo el proceso del día anterior, sin recordar absolutamente nada. Bajó por las escaleras después de vestirse, nervioso después de encontrar la media. Al llegar a la planta baja, vio la misma escena con los tres platos. Notó el diario de su mujer, pero esta vez las cosas cambiaron. Tomó un destornillador y lo abrió. En la primera página podía leerse:

“Hoy descubrí que estoy embarazada. Mi esposo y yo vamos a ser papás, apenas y puedo esperar para contarle. Creo que tendremos que empezar a acostumbrarnos a tener tres platos sobre la mesa.”




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jueves, 31 de octubre de 2019

Una Linda Elección

El mundo, tu mundo será sumido en la oscuridad y toda aquella esperanza se perderá por la eternidad.

Yo no soy como los demás, ¿cómo podría vivir sin amar? Ella lo prometió, me dijo una y otra vez que estaríamos juntos por siempre, que estaría al pendiente de mí y me amaría, que tendría de ella todo lo que yo quisiera. Pero cambió, supongo que al final se dio cuenta de que podía estar con alguien mejor, alguien que le diera lujos y que no le demandara amor.

Ahora ella es indiferente y busca cualquier pretexto para discutir, pero tampoco se aleja, siento que me ha traicionado y no puedo más, decidí alejarme, le dije que no podía seguir a su lado, que todo debía terminar, ella fue linda, me deseó suerte y me pidió que no olvidara que me quiere.

Me siento confundido, ¿cómo puede tratarme de esa manera y después decir que me quiere?, no sé qué hacer, he pedido a Dios que me ayude a entender, que me indique qué camino seguir.

Vino a verme… Bueno, no estoy seguro, tal vez solo realmente necesitaba ese trabajo y no vino con la idea de verme a mí.

La he visitado, de igual manera se comportó muy indiferente, ya me he cansado de eso. Se acabó, la evitaré, incluso si debo cambiar de trabajo, comenzaré a buscar otro y también un departamento en la zona contraria a donde me encuentro ahora.

¿Acaso tendré que cambiar mi correo y mi celular también? De vez en cuando decide mandarme mensajes o correos. A veces lindos, otros reclamando, cada vez que hace esto mi tranquilidad se perturba, siento un ardor en el pecho y el estómago y me paso todo el día intranquilo, de mal humor, me pidió que nos viéramos, no creo resistir verla sin sentirme mal por eso.

No fue tan malo, me siento tranquilo, verla fue lindo y no pasó nada... Solo hablamos, apenas y la saludé de mano, creo que al fin comprendió que todo ha terminado.

Volvió a pasar… Encontró la manera de echar todo a perder, ya no resisto… Iré a verla en cuanto pueda y le pondré las cosas en claro. Juro por mi vida que no era mi intención, pero lo disfruté.

Fui a verla y mientras platicábamos en la cocina se descontroló, intentó atacarme y yo la empujé, le pedí que se calmara y que entendiera que me estaba haciendo pedazos el corazón…

Rasgando mi alma y acabando mi vida, que no podía seguir teniendo contacto con ella, que tenía que alejarse definitivamente y para siempre, se abalanzó sobre mí, sé que no es un pretexto real, yo era más fuerte que ella y pude haberla detenido sin mucha complicación, pero cuando me di cuenta había tomado un cuchillo que tenía a mi lado y estaba atravesando su vientre con él…

Mientras lo sacaba era como si todo mi dolor, mi angustia y mi resentimiento se quedaran dentro de su herida, no me pude detener, el cuchillo entró y salió de su cuerpo una cantidad de veces que no me atreví a contar, al terminar tenía auténticos agujeros por todo su cuerpo, la sangre chorreaba por todos lados y mis manos estaban pegajosas.

Ahora por fin terminó, ya no me atormenta, ya no me hace sentir mal, ella no existe más… Estoy saliendo con una chica que es hermosa y un encanto, planeo pedirle que se case conmigo la próxima semana… Solo que a veces es un poco manipuladora, encontraré una forma linda de enseñarle una lección y que eso no es bueno… ¡Ya sé! La presentaré con mi ex pareja, al fin y al cabo son unos cuantos pasos hacia al jardín.



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miércoles, 30 de octubre de 2019

Lasombra

La Biblia afirma que el primer asesino rechazó la responsabilidad sobre su víctima con una pregunta retórica, “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”. Los Lasombra aceptan esa responsabilidad que negó su progenitor. En efecto, ellos son los guardianes de sus hermanos y hermanas. Los Lasombra no son mayordomos, por cuanto no ostentan el poder para beneficio de otros. Tampoco son reyes, pues no necesitan formalidad, título o posición, y en realidad no aceptan límites a su poder en la forma de cualquier tipo de sanción humana o divina.

Los Lasombra son simplemente maestros con derecho sobre todas las cosas en el cielo y en la tierra, lo acepten sus súbditos o no. Esta concepción de sí mismos supone una presión tremenda para los neonatos, sean Sabbat o antitribu. Cargan con una gloria heredada, un estándar de ser sobresalientes en sus actos, porque es lo que sus Sires esperan de ellos.

Pocos chiquillos pueden llegar realmente a conseguirlo. Los antiguos cuentan que en el pasado podían tomarse tiempo para elegir a su progenie e instruirlos individual y convenientemente. Ahora todo se hace con prisas, y en ocasiones se concede el abrazo a una partida de inferior calidad. Un chiquillo Lasombra que sobresalga puede esperar la combinación de ser a la vez valorado y visto con suspicacias, mientras que los chiquillos que demuestran no ser los mejores en sus labores pueden esperar una lucha constante por sobrevivir. Los Lasombra con gusto por las comparaciones irónicas se refieren a veces a los miembros más jóvenes del clan como los nietos Kennedy del Sabbat. No es una mala comparación, ya que los recién llegados intentan encontrar el modo de destacar, sepultados por la sombra del legado de Gratiano y otros fundadores.