Mostrando entradas con la etiqueta Fantasmas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Fantasmas. Mostrar todas las entradas

miércoles, 17 de junio de 2020

Desde un lugar horrible

Durante una noche tormentosa mi abuela se sintió mal y la llevé a un hospital. Esperábamos a un lado de la sala de emergencias, llovía copiosamente y el estruendo era constante. Los pocos que entraron chorreaban agua y se quejaban del mal tiempo.

—¡Que tormenta, parece que se abrió todo el cielo! Y esos relámpagos… —comentó un señor a la vez que se peinaba el cabello empapado con las manos. Sostuve el bolso de una joven mientras se quitaba el impermeable. La túnica blanca me indicó que era una doctora. 

—Muchas gracias, que amable —me agradeció. 

—No es nada señora. 

—Señorita— me aclaró, y sonrió. 

—Señorita entonces, dije señora porque supuse que una mujer tan linda seguramente ya estaría casada. 

—¡Ay! Me vas a hacer sonrojar ¡Jaja!— agregó entre risas y se alejó por el corredor. Volteó un par de veces y se detuvo, e hizo un gesto indicando que me acercara. Di unas zancadas y estaba al lado de ella. 

—¿Me acompañarías por este corredor? Soy nueva aquí y todavía no me acostumbro al lugar, y es tan largo este pasillo y con esta tormenta, la verdad es que me da un poco de miedo. Que vergüenza, ¿no? Siendo médico y tan asustadiza ¡Jaja!.

—Te acompaño con gusto. No tiene nada de malo sentir algo de miedo, los médicos también son gente. 

—Bueno, gracias— contestó aliviada con mi respuesta. 

Al llegar frente a la puerta que era su destino quedamos charlando un buen rato. Consultó su reloj unas veces pero seguía hablando. Me miraba a los ojos y sonreía. Cuando me fui de allí tenía su número de teléfono en el bolsillo. Mientras atravesaba el largo corredor me acordé de mi abuela. La había dejado sentada en un banco. Al regresar vi que estaba sola. Tenía la cabeza recostada a la pared y miraba fijamente hacia la puerta. Cuando fui a hablarle hubo un estallido ensordecedor y se apagó la luz: había caído un rayo. El hospital no tenía generador propio o no funcionaba. Quedamos sumidos en la oscuridad. 

—¿Abuela? ¿Está bien abuela? —le pregunté, y casi al instante me sujetó el brazo una mano que sentí delgada, dura y arrugada, y por poco no grité, mas enseguida razoné que era la de mi abuela.

—¡Siento mucho calor!— me dijo con la voz llena de angustias —¡Mucho calor, mucho calor! ¡Me estoy quemando! ¡Aaahhh…!— En ese momento me pareció ver que unas siluetas deformes caminaban a nuestro alrededor, pero enseguida se borraron, desaparecieron en la oscuridad.

Pedí ayuda a gritos. Sentí que mi abuela me soltó. Alguien salió de la sala de emergencias con una linterna, mas no necesitó usarla pues la luz volvió en ese momento. Cuando un doctor me dijo que mi abuela estaba muerta me sentí terriblemente mal. Me invadió un sentimiento de culpa; la había dejado sola durante largo rato, ¡era algo imperdonable! Pero lo que sentí después fue peor aún. Al examinarla un poco más, el doctor dijo que llevaba muerta más de media hora; había fallecido apenas llegamos. Me había hablado desde el más allá, desde un lugar que todavía me niego a creer que fuera su destino.



Calificación:

viernes, 20 de marzo de 2020

En el Armario

Todos los días cuando me iba a dormir siempre observaba un gran armario muy antiguo que estaba en mi pieza, lo que lo hacía especial era que por las noches podía ver que se abría y quedaba así un momento y luego su puerta se cerraba. Siempre me pregunté qué era lo que lo abría. Cuando era niño se lo conté a mi madre pero no me creyó, pues estuvo toda la noche sentada en mi cama esperando algo, pero esa noche no salió.

Una noche al acostarme, no quería ver al armario así que me di vuelta hacia la pared, cuando comencé a cerrar los ojos pude ver una sombra pasar, me di vuelta pero no había nada y la puerta estaba abierta, me levante y la cerré, al recostarme se volvió a abrir. Comencé a mirarlo y no había nada inusual, pero de repente comencé a notar algo raro dentro del armario, era una sombra gris que se movía de una forma extraña, me levanté y encendí la luz, pero ya no había nada. Apagué la luz y volvieron a estar allí, al parecer no les gustaba la luz, me senté en la cama y le hable:

—Hola, mmmm…¿ustedes quieren algo? 

Una voz extraña pero a la vez dulce le respondió:

—Si…solo queremos jugar…hace tiempo que no nos divertimos.

— ¿En serio y a que quieren jugar?

—Ven acércate.

Me levanté y me acerqué al armario, de repente una de esas sombras grises se aferró a mis brazos y otra a mis piernas, no podía moverme, intente gritar, pero mi voz no salía era como si no tuviera cuerdas vocales.

Entré en desesperación y comencé a llorar, pero nadie oía mis gritos y no sabía que era lo que pasaba. De repente otra sombra se impuso frente a mí e ingresó a mi pecho, sentí un terrible y fuerte dolor, sentía que mi cuerpo moría, de repente se encendió la luz y entro mi madre al cuarto, las sombras desaparecieron y yo caí al suelo y me golpeé la cabeza, mi madre me levanto y pregunto qué había pasado, le conté todo pero no me creyó.

Pero aceptó que me cambiara de cuarto con mi hermano mayor ya que desde esa noche jamás volví a acercarme a un armario por las noches y aún me pregunto que hubiera sucedido si mi madre no hubiera entrado….



Calificación: 


lunes, 24 de febrero de 2020

... [Micropasta]

No era muy tarde, tampoco muy temprano, alrededor de las 11:30 de la noche. Vi una sombra, pensé que se trataba de mi padre pero cuando la encaré, me encontré con una imagen que no se me borraría de la cabeza: una mujer con las cuencas de los ojos vacías y varios tentáculos viscosos, derramando abundante llanto.

Pensé que había enloquecido. Me volví a mi cama, intentando olvidar tan viviente pesadilla. Al rato me volví a levantar, sudoroso y temblando. De pie, ella me vigilaba.






lunes, 3 de febrero de 2020

La Ventana de la Morgue

Los cinco muchachos se juntaron en la vereda y miraron en todas direcciones. Era casi media noche. Habían ido al desfile de Halloween y pensaban seguir divirtiéndose mientras intentaban asustarse unos a otros.

La vereda en la que se divertían, se encontraba ubicada el fondo de un hospital, y estaban bajo la ventana de la morgue. Cerca de la ventana, que se encontraba a una altura considerable, había un árbol, y entre bromas acordaron trepar por él para mirar hacia adentro. Gerardo vio que una señora dobló en una esquina y caminaba rumbo a ellos.

—Viene gente —le advirtió a los otros, y enseguida miró hacia otro lado.

—Hay que esperar que pase —dijo otro de los muchachos.

La señora iba cruzando lentamente, y de pronto pareció acordarse de algo, miró hacia la ventana y apuró el paso. En la ciudad casi todos habían escuchado alguna historia aterradora sobre aquella ventana, principalmente se decía que algunas apariciones se observaban desde allí a la gente que pasaba por la vereda. También se decía que una voz aterradora llamaba a la gente por su nombre y lanzaba carcajadas.

La señora se perdió en la otra cuadra y al ver que la calle estaba desierta se decidieron.

—¿Quién sube primero? —preguntó uno.

—Yo —contestó Gerardo.

Miró hacia lo alto del árbol, levantó un pie hasta una rama baja y empezó a trepar mientras los otros chicos lo observaban, volteaban hacia los extremos de la calle y se miraban unos a otros, intentando adivinar el grado de miedo que cada uno sentía.

Gerardo alcanzó el nivel de la ventana, se agarró con los dos brazos al tronco y, con los pies sobre una rama que temblaba bajo su peso, miró hacia el interior de la morgue. Lo primero que vio fue la mesa de autopsias, que estaba vacía. Cerca de ella había cuatro mesas tipo camilla, y sobre una de ellas, cubierto con una sábana, se encontraba un cuerpo.

El joven lo miraba cuando súbitamente el cuerpo se enderezó hasta sentarse y seguidamente se quitó la sábana tirando de ella con las manos. Gerardo vio que aquel muerto era igual a él y el muerto lo miró y lo señaló apuntando su brazo. Se estremeció tanto que sus pies resbalaron, y como se había soltado del tronco cayó al suelo y se rompió el cuello, muriendo allí mismo.

Una hora y media después, Gerardo estaba dentro de La morgue, y lo habían puesto sobre aquella mesa.



Calificación: 



lunes, 20 de enero de 2020

El Invitado

Desde el momento en el que Luis entró a la casa se sintió observado por alguien. Pero sabía que esto era algo ridículo, pues el viejo Pedro había muerto una noche antes y él no tenía familiar alguno, ni mucho menos un amigo que pudiera estar ahí. Luis no quiso prestar atención a esto, pues creyó que solamente eran sus nervios traicionándolo en el peor momento posible. Por lo tanto, se dispuso a recorrer la casa de un lado a otro lo más rápido que pudo.

Cada vez que pasaba junto a uno de los varios cuadros que colgaban de las paredes de la casa, por alguna extraña razón se volvía a sentir observado, como si las personas retratadas en las pinturas fuesen quienes no lo dejaran de mirar rencorosamente por haber entrado a la casa. Sin embargo, una vez más, no prestó atención a algo que sabía era imposible. Luego de haber recorrido la casa entera, Luis creyó encontrar lo que tanto buscaba, una sólida y pesada puerta de acero oxidado.

Tras forzar la cerradura de la puerta, al igual que lo había hecho antes con la puerta de la entrada, fue ágilmente al interior del cuarto ahora abierto, y de inmediato su atención se posó en un altar en el que se encontraban algunas velas casi extintas y otra pintura más. Al ver el cuadro, un escalofrío recorrió su cuerpo, pues quien estaba retratado en la pintura no era otro sino el viejo Pedro. No obstante en ella, el viejo tenía un semblante oscuro y perturbador, incluso podría decirse: diabólico. Hasta ese momento Luis nunca había hecho caso a todos los que decían, que al pasar de noche por la casa del siniestro viejo; se le podía escuchar platicar con alguien desconocido.

Alguien de quien sólo se podía escuchar un horrible y atroz sonido por voz; la cual, al parecer, alegraba al viejo de alma negra únicamente con oírla. A pesar de esto, Luis pensó que esas historias las contaban sólo para alejar a la gente del dinero del viejo. Y a él, el dinero de Pedro era lo único que le importaba de aquél sitio. De pronto, la sensación de que había alguien atrás de él, hizo que la sangre de Luis se helará a causa del miedo y el horror de lo que esto significaba.

Todos aseguran que en la noche en la que Luis desapareció de este mundo, se escuchó nuevamente la macabra risa del viejo Pedro. Haciendo que nadie volviera a pasar por su maldita casa por tal motivo. Pues además de haber muerto una noche antes; todos sabían que el único capaz de hacer reír al viejo perverso, no era otro más que el demonio mismo.


Calificación: 



lunes, 6 de enero de 2020

El Tren

No solía viajar en tren, pues no me agradaba. No obstante, en emergencias, no me quedaba otra opción. Aunque pasaban tres por mi ciudad, solo me gustaba usar dos de ellos. El tercero casi siempre estaba vacío y tenía un aspecto antiguo que no me daba seguridad para subirme en él. Supuesto que mis padres vivían en un pueblo cerca de Denver, los solía visitar de manera trimensual.

Era un día festivo, y, como, ya que todo el mundo viajaba, los trenes que ocupaba se encontraban llenos, no tuve otra opción que ocupar el antiguo y triste tren de madera. Después de cinco minutos desde que había subido, el viaje comenzó.

Solo viajaban unas pocas personas. Dos señoras con aspecto triste del lado izquierdo; un joven matrimonio y su pequeña hija detrás de mí; y un señor durmiente dos asientos delante de mí. Ninguno parecía notar mi presencia.

Luego de diez minutos, el tren paró, y mis padres subieron. Corrí a abrazarlos y, aunque estaban algo raros, se esforzaron por sonreír y se sentaron conmigo. Hablamos por el resto del viaje hasta que llegamos. Sin embargo, cuando bajaba, no se movieron.

—¿Qué hacen? Ya llegamos. —Los miré extrañada y les indiqué con la cabeza que avanzaran.

—Lo sentimos, hija. Baja tú. Nosotros tenemos asuntos pendientes. —Me miraron con ternura, y bajé dudosa.

Tomé un taxi a la casa de mis padres y, al llegar, comprobé que un incendio la había destruido. Volví a la estación de trenes, y aún estaba ahí. No obstante, había cambiado. Sus ventanas trizadas, sus maderas rotas, sus tapices desgarrados, y las personas, incluyendo a mis padres, muertas.




Calificación: 

lunes, 16 de diciembre de 2019

El Espejo del Cambio de Alma

Talía acababa de mudarse con sus padres a Chicago, a un piso que su madre encontró extremadamente barato, la verdad no se preocupó por el precio ya que seguramente se trataba de un lugar viejo y desaliñado.

Pero cuando llegaron se llevaron la sorpresa de que no era ni muy desaliñado ni muy viejo es más,un triplex muy bonito que incluso parecía de lujo. Amanda, la madre de la niña, le preguntó a un vecino si su piso le había costado tan caro.

—Ahora que me lo dice, nunca me lo había preguntado nadie. Me costó quinientos mil dólares.

Le pareció muy extraño el valor de la casa del vecino que era también un triplex, pero no muy bien cuidado, ya que nuestro piso había costado la mitad de lo que le costó al vecino, y era mucho más bonito.

Al entrar a la nueva casa lo primero que vieron fue un precioso espejo que parecía tener como 300 años. Parecía una herencia de la abuelita. La niña se quedó el espejo y se lo subió a su cuarto.

La madre, cuando abrió un cajón del escritorio de su nueva habitación, lo primero que se encontró fueron dos papeles en los que ponían unas cartas muy extrañas. Leyó la primera:

"Querida Sara:

Mi hija está muy rara: no come, no bebe, no juega, no estudia, todo desde que se miró en ese maldito espejo. Es una herencia que tiene 6 generaciones y nunca me había dado problemas hasta que nos mudamos a esta casa. Desde que se miró intenta romperlo, y si no lo escondo rápido, te aseguro que lo acabará consiguiendo
Yolanda"

Su hija vino de repente, cuando terminó de leer la carta. Traia un cuchillo y la pegó una rápida puñallada en el cuello...

Cinco minutos después llegó su padre del trabajo, y la niña fue a saludarle. Fue entonces cuando intentó clavarle el cuchillo que tenía. Entonces, cuando llegó al cuarto de la madre y la vio muerta, leyó la segunda carta muy confusa:

"He descubierto que esa niña que estoy viendo me quiere matar. No es mi hija, es un demonio. Seguramente se le transmitió cuando se miró a ese espejo maldito desde que vinimos aquí..."

Poco después de la carta había unas manchas de sangre, las del padre, pues el demonio le había clavado un cuchillo en el cuello. De la niña no se volvió a saber nada, pues el demonio destruyó el espejo. Se sabe que se suicidó, pero se desconoce dónde.




Calificación: 



domingo, 17 de noviembre de 2019

La Chica del Balcón

Era una noche tranquila, y la verdad, no sé, sabía que no debí salir, lo sentía, lo presentía. Soy Carolina, y tengo una historia que contarles, sobre lo que le pasó a mi amiga Anna. Este es un tema que me ha venido atormentado desde que tenia 17 años, ahora tengo 21 y no consigo paz, mi amiga... Anna, no sé qué pasó con ella, sólo no sé.

Anna y yo éramos muy unidas, cuando ella hacía algo yo también la seguía, de igual forma ella conmigo. Una noche, no sé por qué ni cómo algo me gritaba por dentro "No salgas, no... " pero por esas ironías de la vida un poco después llamó Anna, atendí el teléfono y preguntó si quería salir y yo por algún motivo, ignoré esa voz en mi cabeza que claramente y a gritos decía que no saliera, y contesté que la acompañaría. Ella emocionada me cito en la plaza, y yo, dudosa pero a la vez con cierta emoción corrí a mi pieza. Media hora después, nos vimos en dicho lugar, y salimos de ahí en su auto, íbamos por la carretera, y vimos una casa a lo lejos, vieja y fea, como era de esperarse, ella en ese momento dejó de ser la chica tranquila y cobarde de siempre, y por algún motivo se aventuró a explorar la casa, yo le supliqué que no entrara pero ella sólo me dijo que exageraba, que qué podía pasar, entonces la seguí y al entrar al sitio todo era obscuro y penumbroso, lleno de polvo y telarañas. Estábamos tranquilas ya que sabíamos que en en una situación en la que estaba la casa, el estado de ella era normal,aunque sí era algo asqueroso...

En fin, nos adentramos a la casa. Anna sólo llevaba una pequeña linterna de repuesto que sacó de su coche, yo sentía que eso estaba mal sabía que no deberíamos estar allí, pero sólo callé, Anna sólo reía, y en una expresión burlona al momento de girar, una cosa extraña que parecía una especie de mezcla entre azufre y polvo, la arrastro por las escaleras de la casa, yo solo intenté tomarla del brazo, y ella sólo gritaba, en mi desesperación, tomé un trozo de madera, y golpeé al azar, cuando esa cosa se detuvo, paré de golpear, y en ese momento me di cuenta que había matado a mi mejor amiga. Una energía que tal vez había sido desprendida de ese ser, empezó a recorrer su cuerpo, de pronto, ella abrió los ojos, me asusté y di 2 pasos hacia atrás, Anna empezó a elevarse como levitando, yo salí corriendo de allí, y sólo había corrido unos cuantos metros, cuando de adentro emanó una explosión que me dejo inconsciente.

Al despertar, vi que aparecí en mi cama, como si todo hubiese sido un sueño, entonces, llamé a mi amiga, pero no contestaba su teléfono. Salí con lágrimas en los ojos, y me resigné a asumir que mi amiga había muerto y que ese "sueño" era real, entonces conduje hasta la casa, no recordaba bien el camino pero di con el lugar, entré en ella y en ese momento la casa se "selló" completamente, no podía salir, me quedé en un rincón escondida, sólo podía escuchar voces y risas como ecos dentro de la casa. Ya eran las 1:30 am, y no podía salir de allí .

Paso 1 hora, 2 horas, hasta que por fin, una puerta se abrió, sentí mucho miedo al pensar qué la había abierto, pero no dudé en salir de esa casa por medio de ella. Ya afuera mientras corría directo al auto, sentí una brisa caliente y brusca que sopló por todo el alrededor volteé, y en el balcón de esa casa, había algo que parecía una chica, de la cual emanaba energía dorada, y estaba conformada por fuego y azufre, me dispuse a correr, pero tuve un presentimiento, y me quedé observando su rostro, el cual me pareció familiar, y... Era ella, ¡Anna! ella me observaba, y sentí su voz, ella decía que todo estaba bien, y que yo siguiera siendo feliz.

Es un ejemplo de la amistad eterna sin duda, ella me quiere, y yo a ella... Por eso, cuando veas a alguien en el balcón de tu ventana, sólo no tengas miedo, es Anna, y está allí para ayudarte a recuperar a tus amigos o está por ahí ayudando a alguien más...



Calificación: 



jueves, 14 de noviembre de 2019

Frío

Hoy es uno de esos días en los que la soledad te aprieta hasta dejarte sin aire. Sentado en la barra de un bar de mala muerte, intento ahogar mi melancolía en una buena dosis de alcohol.

Todo es igual que ayer, que el mes pasado, que hace tantos años; es decir, nada de especial, nada que valga la pena el seguir viviendo. Solo un milagro podía salvar aquella miserable existencia; y el milagro estaba a punto de producirse. De repente se abre la puerta del local y apareció ella.

Misteriosa, bellísima, con un aire nostálgico y soñador. No era de aquí, o al menos no la había visto con anterioridad, así que me propuse conocerla. Me costó acercarme a ella, no tenía ninguna base de partida para romper el hielo, para poder aproximarme. Me parecía distante, lejana... Casi imposible que un ser tan hermoso como ella se pudiese fijar en un despojo humano, que era exactamente en lo que me había convertido. Sé tú mismo pensé; no pretendas impresionarla; simplemente que vea tal y como eres. La estrategia dio resultado; ella también estaba pasando por unos momentos difíciles, muy similares a los míos; no tardó en haber entre nosotros un lazo estrecho de complicidad.

Pasamos el resto de la noche juntos; hablamos de mil cosas, de nuestras vidas, de nuestros sueños que nunca cumplimos, de los que nos gustaría hacer realidad. Nos conocimos a fondo; nuestros miedos, nuestras inquietudes... No sé si se podía definir como amor, pero lo cierto es que entre aquella misteriosa dama y yo, se había creado una fuerte corriente de sentimientos.

Cuando los primeros rayos de sol se reflejaron sobre nuestra desnudez, comprendí que había llegado el momento de la despedida. Con la voz entrecortada me susurró que había sido una noche maravillosa, pero que tenía que marchar. Intenté disuadirla, retenerla; había encontrado un ser maravilloso con quien compartir mi soledad, y como siempre iba a volar de mi lado. Aquello había sido la tónica de mi vida.

Tengo frío, me comentó entre susurro; toma mi cazadora, ya me la devolverás, de este modo tendremos una excusa para volver a vernos; ¿Te parece? Ella accedió con una sonrisa. Se colocó mi cazadora sobre los hombros, al tiempo que escribía en una pequeña hoja una dirección. Toma, pasa esta tarde por aquí y te devolveré la cazadora. La idea me pareció genial, ese gesto significaba que la volvería a ver, que quizás en esta ocasión no perdería a alguien que me parecía importante.

—¿Cómo te llamas? No me lo has dicho.

—Claudia, me llamo Claudia.

Nos dijimos adiós con la promesa de volver a encontrarnos aquella tarde. Las horas se me hicieron eternas, esperando que llegara el momento de encontrarnos de nuevo. Cuando llegué a la dirección que Claudia había escrito, me quedé desconcertado. Estaba delante de un cementerio. Al principio imaginé que se trataba de un error; quizás lo había escrito mal; seguro que había una explicación lógica.

Algo me empujaba a entrar en el recinto, notaba un extraño magnetismo que me empujaba a cruzar la puerta. Entré, y sin saber bien porqué, busqué compulsiva mente por todas las calles del cementerio. Nicho por nicho, tumba por tumba. Una lápida de mármol blanco, una sencilla foto, y una breve inscripción:

"Claudia Serrano, abril del 65; enero del 2004. Nunca te olvidaremos".

Noté como algo dentro de mí se rompía en mil pedazos. La chica de la foto sin duda, era aquella muchacha que había conocido horas antes. Al lado de un marchito ramo de flores; mi cazadora impecable mente doblada.



Calificación:       

domingo, 10 de noviembre de 2019

El Niño del Bote

Se cuenta que en un domicilio que se ubica en Calle Galeana 1976, cerca de lo que es hoy el puente sobre la avenida ayuntamiento. Vivía un matrimonio con su pequeño hijo.

Hubo un tiempo en que el pequeño se mostraba sumamente nervioso y preguntaba a sus padres—¿Quién juega y llora en la azotea todas las noches?— los padres no le tomaban ni la mas mínima importancia, y contestaban: 

—ha de ser un gato ¡duérmete!—, el pobre niño despertaba a media noche, asustado, porque sobre el techo de su cama se escuchaban gemidos, y el sonido de una lata rodando continuamente de un lugar a otro. Llamaba a sus padres, pero estos desde su habitación le ordenaban volver a dormir. Incluso intentaba dormir con ellos, pero también se lo impedían.

Una de tantas ocasiones, el matrimonio fue despertado a mitad de la noche por un grito de terror proveniente de la habitación del niño, y después de eso no pudieron encontrarlo por ningún lado. 

Dieron aviso a las autoridades y al siguiente día, al volver a casa después de un largo día buscando a su hijo hasta que notaron un bote atado con un lazo colgar desde la azotea. Con algo de enojo el hombre logra subir al cobertizo y ve otro bote tirado sobre el techo de la recamara de su hijo, al acercarse encuentra a su hijo en un rincón sentado en cuclillas, abrazando sus piernas con el cuerpo totalmente arañado y su rostro mostrando un gesto de infinito terror…¡Sin vida!.

El matrimonio terminó por mudarse, pero en su nuevo hogar al llegar la media noche los despertó el sonido de un bote rodando en la azotea de la casa nueva y parado frente a su cama, vieron a su hijo quien les decía:

 —Me asusta el ruido de allá arriba.

Después de eso no lo volvieron a ver, pero cada año en el aniversario de su muerte, se escucha el ruido del bote y el llanto del niño.




Calificación:       

domingo, 3 de noviembre de 2019

La hora Fría

El verano de 1998 un joven al que llamaremos Alejo me pidió que le contara historias de miedo. Yo le pregunté si él tenía algo que contar y me dijo que conocía una historia que le había ocurrido el verano anterior, a los padres de su novia (ella estaba en ese momento con nosotros y le horrorizaba contarlo así que dejó el relato en boca de Alejo).

Se habían reunido varios matrimonios en una terraza a pasar la noche charlando mientras las estrellas (y quizá alguien o algo más) los observaban. En un momento dado, ciertas bombillas de la terraza se apagaron y encendieron como hacen las estrellas. Alguien bromeó echándole la culpa a los espíritus. Todo quedó ahí. 

A la noche siguiente fueron a la terraza de otra casa siguiendo con la rutina veraniega habitual, y en un momento dado olieron a quemado y vieron humo. Asustados comprobaron que las llamas venían de la casa donde habían estado la noche anterior. Corrieron hacia allí y descubrieron que tan sólo ardía aquella parte en la que ellos habían estado sentados. 

¿Fallo eléctrico que llegó hasta los sillones en pleno aire libre? ¿Unos espíritus cabreados porque les habían echado la culpa de algo que probablemente no habían hecho (¿o sí?). 

Aquellas parejas llegaron a pensar que aquel trozo de la casa estaba embrujado y todos miraron con respeto aquel incendio extraño que no se propagó.




Calificación: 




lunes, 28 de octubre de 2019

La Doncella

La mañana había amanecido extrañamente fría a pesar de mediar el mes de Junio. Tomé la pipa y la preparé de manera meticulosa, casi ritual, mientras observaba como la calle más abajo empezaba a recobrar la actividad típica de las primeras horas del día. El sol ya entraba con timidez por el ventanal de la biblioteca cuando me senté en mi sillón. Continué leyendo el libro que tenía en la pequeña mesita auxiliar que estaba a mi derecha. Estaba completamente absorto en la lectura cuando escuché con total claridad abrirse la puerta de la calle.

-¡Ya estoy aquí, señor Quesada. Le subiré el desayuno en unos minutos!

Las llaves emitieron su característico sonido metálico al dejarlas caer sobre la bandeja de plata que había encima del pequeño mueble victoriano del recibidor. No podía creerlo. Era Matilde, la señora que durante más de quince años se había encargado de la limpieza y el mantenimiento de mi hogar. Me quedé completamente petrificado y fui incapaz de mover, ni tan siquiera, un músculo de mi cuerpo. Mi boca fue incapaz de articular palabra. Mi mente se quedó completamente en blanco. No encontraba ninguna razón lógica por la cual Matilde había venido a cumplir con su jornada de trabajo cuando, apenas veinte horas antes, habíamos dado sepultura a su cuerpo inerte.




Calificación: 

Imagina el Dolor

Hace mucho tiempo tuve una novia llamada “Ana”. Yo la quise mucho y ella me quería también.

Al pasar el tiempo me cansé, así que terminé con ella. Le dije que ya no quería seguir siendo su pareja, ella lo tomó como traición, porque cuando iniciamos nuestra relación le prometí amor para toda la vida. Ella sufrió mucho (esta tal vez fue la peor decisión que habría hecho en mi vida).

Al día siguiente me desperté y vi en la televisión una noticia: una chica se había suicidado.

“Ella destruyó sus órganos internos tomando un ácido que se usaba para los metales”. Sentí culpa.

Con el correr de los años, había olvidado de ese horrible dolor. Me enamoré de una amiga que me ayudó en los momentos más tristes. Ella se llamaba “Amanda”. Yo juré nunca dejarla o abandonarla, ya había decidido tener un futuro con ella.

Después que nos despedimos, me fui a mi casa y me dormí. Tuve una pesadilla: Ana había vuelto y empezó a atacar a Amanda. Cuando me desperté me dije: “Solo fue un sueño”.

Me dirigí a la casa de Amanda y la busqué, pero ella no estaba. Había desaparecido, y ya pasando 4 días de búsqueda la encontraron quemada y con cortes en el cuerpo, ella estaba irreconocible.

En mis sueños veo un mensaje de sangre que dice: “Para que te imagines el dolor que sentí en mi interior de mi cuerpo, a ella le hice el mismo dolor en su exterior”.




Calificación: 

domingo, 27 de octubre de 2019

Una Nueva Vida

Había sido un largo día de invierno, estaba decidida a ver la TV hasta dormir. Debido al clima, nuestro sistema de cable tenía muchas interferencias, así que decidí ver un canal local. No había nada interesante, solo noticias, pero una en especial llamó la atención de mis padres, y la mía también. Al ver la primera imagen, mis ojos se llenaron de lágrimas instantáneamente.

En nuestra ciudad, las calles se congelan debido a las bajas temperaturas. Los accidentes de tráfico abundan aquí, ya era algo habitual, pero… las cosas cambian cuando es un ser querido quien está bajo los escombros.

Comenzó a llover, a montones, mientras escuchábamos el reportaje y las lágrimas comenzaban a caer.

Según el reportero, en la tarde, hubo un accidente en la avenida principal. Reconocí esa motocicleta, era la de mi hermano Daniel. Él se había peleado con mis padres esa tarde, así que salió de la casa, se subió a su motocicleta y arrancó, a toda velocidad.

Tuve un mal presentimiento, pero no le di importancia, ellos siempre peleaban.

Entonces, el teléfono sonó; mis padres lo cogieron rápidamente. Era la policía llamando para que fueran a recoger el cuerpo de mi hermano, quien tuvo un horrible accidente por ir a exceso de velocidad. Comencé a llorar, no podía parar, el dolor me carcomía viva. Quería ir con ellos, pero ellos me dijeron que no. Que no estaba preparada para algo así.

Me quedé sola. No podía con el dolor: mi hermano, la única persona a la que podía contarle todo, mi confidente, mi protector, ahora estaba… muerto. Subí a mi cuarto, comencé a ver nuestras fotos; vaya manera de torturarme, pero, a pesar de todo, sentía alivio de alguna forma. Verlo a él, sonriente, cargándome en su espalda como siempre lo hacía, me hacía pensar que, en donde sea que estuviera, se fue con buenos recuerdos, a pesar de la pelea. Sus peleas con mamá eran algo recurrente, siempre peleaban. Él siempre se iba, a toda velocidad, y regresaba al anochecer. Era su forma de bajar su enojo, le encantaba la velocidad. Mi mamá aprovechaba esos ratos libres para escribir, eso la ayudaba. Cuando era de noche y ambos se reencontraban, se abrazaban y se disculpaban. Tristemente, hoy no fue así; pero yo lo sé, si esto no hubiera sucedido, ese abrazo, esa disculpa, todo habría tenido lugar esta noche, y él lo sabía.

Dieron las dos de la mañana y mis padres no regresaban, yo estaba muy preocupada. Mi corazón se aceleraba y mis lágrimas no paraban de salir cada vez que pensaba en lo acontecido. Intentaba calmarme, intentaba dormir. «¿Y si todo es un sueño?», pensé, pero era la realidad. Mis pensamientos me comían viva. Intentaba relajarme, el lugar del accidente no estaba tan cerca. «Quizá por eso tardan tanto, hay que cruzar esa horrible carretera para llegar a la avenida principal», pensé. Cuando miré el reloj nuevamente, ya eran las 2:30 a.m., y justo en medio del silencio, el timbre sonó.

Bajé corriendo, pues afuera llovía, parecía un diluvio.

Tropecé mientras bajaba las escaleras; a veces solía ser muy torpe. Pero me levanté, sin dolor alguno, y seguí corriendo hasta la puerta.

Cuando la abrí, mi sorpresa fue enorme. No sabía qué decir, ni qué hacer; estaba en shock.

—¿Ma… Mamá? ¿Papá? ¿Daniel? ¿Qué sucedió? —pregunté. Estaba sorprendida, pero ellos no respondieron, solo se quedaron allí, inmóviles—. ¿Dany? ¿Estás bien?

—Sí, hermanita. Tranquila, todo está bien —respondió. Su voz se escuchaba más serena, muy diferente.

—¿Papá? ¿Có… Cómo…? —tartamudeaba. Estaba nerviosa, confundida.

—Estaba tendido en el pavimento, tuvimos suerte de poder traerlo —respondió mi padre. Todo se estaba tornando muy extraño.

—Ya basta de preguntas, cariño, es hora de irnos, hemos venido hasta aquí por ti. Estaremos de nuevo todos juntos, en familia, sé que nos has estado esperando —dijo mi madre. No entendía nada.

—¡¿De qué están hablando?! —grité, al mismo tiempo en el que la TV se encendió.

Estaban transmitiendo una noticia, otro accidente más. El reportero decía que hubo un terrible accidente en la congelada Carretera 86. Un tráiler perdió el control y se estrelló contra una Toyota Highlander que iba en exceso de velocidad. Las dos personas que iban en la Toyota perdieron la vida, mientras que el conductor del tráiler resultó con heridas menores. Las víctimas fueron identificadas como Harold y Katherine Robertson. La cara del reportero cambió, cuando por radio le dijeron que ellos eran los padres de Daniel Robertson, otra persona que había muerto por un accidente de tráfico esa misma tarde. En ese momento pude entenderlo casi todo.

—¿Ustedes están muertos? —fue lo único que logré decir.

—Así es, Jes. Ahora es tiempo de irnos, hay mucho por recorrer, hermanita —dijo Daniel. Quería llorar, pero las lágrimas no salían.

—¡Yo no quiero morir todavía! —grité. Estaba muy asustada.

—Cariño, no te llevaríamos si no estuvieras muerta todavía —respondió mi madre, al mismo tiempo que señalaba a las escaleras.

Volteé, y todo comenzaba a tomar sentido. Estaba allí, tendida en el suelo. Mi cabeza estaba abierta, sangrando, en el filo del último escalón. No pude soltar ni una palabra, tampoco pude llorar, realmente no podía sentir nada. Mi cuerpo estaba a unos metros de mí. Pálido, sin moverse; era una pesadilla. Después de eso, mi madre me dijo que era hora de irnos. Mi hermano hizo lo de siempre, se dio la vuelta y yo me subí a su espalda. Pude ver la felicidad en su rostro, pues estábamos todos juntos de nuevo, listos para vivir una nueva vida.





Calificación: