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viernes, 27 de diciembre de 2019

Mi Esposa Llegó a Casa Temprano

Mi esposa era la única hija de un matrimonio adinerado que vivía en el área rural de Nueva York, para ese entonces, llevábamos casados ocho meses y las cosas no podrían ir mejor. Teníamos nuestra propia casa, buenos trabajos e incluso nuestros propios autos, como es usual al pensar en el sueño americano. Estábamos pensando en conseguir un perro y también conversando sobre la posibilidad de tener hijos en un futuro cercano, pero las cosas no salieron como esperábamos.

Una mañana ella recibió una llamada de la policía, diciéndole que sus padres fallecieron en un accidente en la carretera. Nunca en mi vida la había visto tan abatida. 

Después del velorio y los funerales, llegaron los crudos trámites legales de los cuales uno nunca quiere hablar después de una muerte. 
Al repasar el testamento notamos que sus padres le habían dejado la hacienda, una parcela que consistía en unos 200 acres con una casa de un millón de dólares en el lago. Ella estaba sorprendida, por decirlo poco. Nos mudamos rápidamente allí, vendimos nuestra antigua casa y los autos, aceptando de buena manera las pertenencias que mis suegros nos dejaron. 

Pero había un problema, esa casa simplemente se sentía... muerta. Era muy grande, pero de alguna forma estrecha y todas las paredes parecían ser más angostas de lo que deberían. Podías gritar de un extremo de la casa sin escucharlo en el otro. Nos tomó un tiempo acostumbrarnos, pero al final le agarramos cariño al viejo mastodonte o al menos eso fue lo que le dije a ella.

Cuando estaba solo en casa había algo en ese lugar que me desconcertaba, un rechinido en el piso, un crujido en la ventana, un escalofrío en mi cuello cuando pasaba al lado de una ventana brillante sintiéndome observado, realmente lo odiaba.

Mi esposa trabajaba hasta tarde los días de semana, cuida a las personas en un asilo y sus turnos solían ser desde las cuatro hasta la media noche. Usualmente yo disfrutaba de este tiempo a solas, con frecuencia leía o escribía y a veces preparaba una gran pipa y me sumergía en alguna película. Y esta fue una de esas noches, le di unas caladas a mi pipa, me envolví en una sábana y comencé la película. Era un viernes a eso de las ocho de la noche y supuse que unas cervezas no me caerían mal, de todos modos tenía unas cuatro horas antes de que mi esposa regresara. Bebí unas cuantas y llegué casi a la mitad de la película antes de escuchar algo en el piso de abajo.

Juro que pensé que era la casa jugándome trucos como lo había hecho tantas veces en el pasado, traté de ignorarlo pero entonces escuché un portazo, me levanté rápidamente y fui al piso de abajo. Mi corazón casi se paraliza cuando vi la luz encendida en la cocina, yo sabía que la había dejado apagada. 



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sábado, 2 de noviembre de 2019

Mensajes de Texto

Mi hija y yo siempre nos escribíamos antes de acostarnos. Una noche recibí un mensaje que me enfrió hasta los huesos.

Mi teléfono emitió un sonido justo antes de que estuviera a punto de quedarme dormido, y lo tomé para ver el mensaje que Audrey me había enviado. El texto decía: "Papá, por favor, tienes que ayudarme. Estoy escribiendo esto debajo de las mantas, con el brillo y el volumen apagado de mi teléfono. Hay alguien en mi cuarto conmigo y tengo miedo de morir. Él está sentado en la silla al final de mi cama y me está mirando. Creo que quiere hacerme daño".

Le envié un mensaje de texto con una mano mientras cargaba un cartucho en la escopeta que guardaba debajo de mi cama con la otra mano. El mensaje que le envié decía: "No te preocupes hija, papá ya va para allá."

Salí de la cama y entré en el vestíbulo con el arma en la mano. Con la puerta de mi hija a la vista, corrí hacia ella y la abrí con una sola patada. Había algo sentado en la silla al final de la cama de mi hija. Podía ver el contorno de una persona en la pálida luz de la luna.

Descargué mi único cartucho sobre la persona sentada en la silla con una fuerte explosión que resonó en las paredes antes de encender la luz para observar al intruso que acababa de disparar.

Pero no había ningún intruso.

Sólo estaba mi hija, atada a la silla con un alambre de cobre y amordazada. Por no mencionar la herida de cabeza visible que mi escopeta había infligido. Su teléfono estaba en el borde de la ventana de su dormitorio, que estaba totalmente abierta.



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viernes, 1 de noviembre de 2019

Mesa para Tres

Ezequiel, un hombre casado desde hace más de cuatro años, se despierta sobre su cama; las palmas de sus manos sudan y por su rostro escurren lágrimas que se mezclan para alojarse en la barbilla desde donde gotean hacia una vieja camiseta. Levanta la cabeza y analiza la habitación. Ahí está la cama matrimonial, donde su esposa Clementina dormía junto a él, una silla verde recostada en la pared junto a un cuadro, una lámpara sobre una mesa de noche y al lado una pequeña nota.

Es un recado de su mujer. Casi ilegible, el mensaje decía: “Fui a trabajar. Espérame. Tengo algo muy importante que decirte”, junto al escrito aparece un pequeño corazón pintado con pluma en la esquina del papel.

El pobre sujeto, exhausto y sin saber el motivo de su tristeza, se levanta de la cama y se dirige hacia el baño, abre la puerta y se encuentra con un baño perfecto, típico de una pareja. Las cremas de su mujer están sobre un pequeño mostrador al lado del lavabo, junto a su máquina de afeitar eléctrica y su cepillo dental. El pequeño cuarto de baño presenta un conjunto de toallas muy bien dispuestas, un pequeño tapete en el piso y una jabonera que había sido decorada por la propia Clementina. Una de sus más grandes manías en aquellos momentos en los que su esposo salía a beber con sus amigos era hacer decoraciones de todo tipo. Ezequiel abrió la cortina y se dispuso a darse un baño, finalmente se relajó después de haber sudado tanto en la cama, sabría Dios por qué.

Salió del baño y vio una media tirada en el suelo que no había notado cuando entró, no recordaba haber usado aquella media. Clementina siempre recogía la ropa que tiraba, no entendía cómo pudo habérsele pasado eso a la mujer, a menos que algo haya hecho que lo olvidara. Se puso furioso, pues estaba seguro de que su mujer tenía una amante.

Se puso la ropa y bajó por las escaleras, llegó hasta el comedor. Una sala hermosa y bien arreglada, todo decorado cuidadosamente por su mujer. Los cubiertos estaban impecables, sin rasguños ni manchas, el sofá recién forrado, las mesas limpias y los platos servidos sobre el comedor. Pero no entendía por qué tres platos, se volvía loco ante la posibilidad de que su mujer intentara presentarle a su amante. Cuánta desfachatez. Entonces vio un pequeño libro sobre la mesa, era el diario de su mujer. Un diminuto candado aseguraba una tapa marrón y resguardaba las frágiles hojas al interior. No recordaba que Clementina tuviera un diario, jamás se lo mencionó.

Su cabeza no hacía más que darle vueltas a la hipótesis de que su mujer estaba con otro hombre, alguien que era mucho mejor que él. Su nerviosismo a flor de piel evidenciaba su ira, sudaba intensamente. De sus ojos escurrían lágrimas. “¿Y si me deja por él?, ¿Y si ya no vuelve?”, pensaba el pobre Ezequiel, su cabeza se perdía pensando en esa posibilidad, “¿Y si me dice que no?”, era su mayor temor, que se fuera y nunca más regresara.

“Una mujer muerta no puede decir que no”, fue con este pensamiento que Ezequiel hizo sus planes.

Cuando su mujer llegara a casa, él le daría un martillazo en la nuca y, una vez inconsciente, la llevaría al sótano donde la guardaría. Con toda seguridad podría amar a una mujer muerta. Las horas pasaban y Clementina no llegaba a casa. Sus ánimos estaban exaltados, no podía contener tanta rabia. En lo único que podía pensar era si la demora se debía a su amante. Se había vuelto loco, no podía soportarlo más. Fue al sótano, quizá por ironías del destino.

Allí estaba su mujer, muerta, dispuesta en un rincón de aquel sótano. Sus brazos casi cercenados colgaban de lo que quedaba de su mutilado cuerpo, su cabeza había sido desmantelada y tenía marcas de martillo. Lo que más le sorprendió fueron las entrañas removidas con la ayuda de una sierra y destornilladores. Había sido él, Ezequiel, pero no recordaba haberlo hecho. El asesinato había ocurrido días antes y ni siquiera había notado el cuerpo. Comenzó a llorar desesperadamente. Fue corriendo hasta la habitación, se tendió en la cama y se desmayó.

Al día siguiente despertó y no recordaba dónde estaba su mujer. Leyó el recado sobre la mesa de noche y fue a tomar un baño, repitiendo el proceso del día anterior, sin recordar absolutamente nada. Bajó por las escaleras después de vestirse, nervioso después de encontrar la media. Al llegar a la planta baja, vio la misma escena con los tres platos. Notó el diario de su mujer, pero esta vez las cosas cambiaron. Tomó un destornillador y lo abrió. En la primera página podía leerse:

“Hoy descubrí que estoy embarazada. Mi esposo y yo vamos a ser papás, apenas y puedo esperar para contarle. Creo que tendremos que empezar a acostumbrarnos a tener tres platos sobre la mesa.”




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jueves, 31 de octubre de 2019

Una Linda Elección

El mundo, tu mundo será sumido en la oscuridad y toda aquella esperanza se perderá por la eternidad.

Yo no soy como los demás, ¿cómo podría vivir sin amar? Ella lo prometió, me dijo una y otra vez que estaríamos juntos por siempre, que estaría al pendiente de mí y me amaría, que tendría de ella todo lo que yo quisiera. Pero cambió, supongo que al final se dio cuenta de que podía estar con alguien mejor, alguien que le diera lujos y que no le demandara amor.

Ahora ella es indiferente y busca cualquier pretexto para discutir, pero tampoco se aleja, siento que me ha traicionado y no puedo más, decidí alejarme, le dije que no podía seguir a su lado, que todo debía terminar, ella fue linda, me deseó suerte y me pidió que no olvidara que me quiere.

Me siento confundido, ¿cómo puede tratarme de esa manera y después decir que me quiere?, no sé qué hacer, he pedido a Dios que me ayude a entender, que me indique qué camino seguir.

Vino a verme… Bueno, no estoy seguro, tal vez solo realmente necesitaba ese trabajo y no vino con la idea de verme a mí.

La he visitado, de igual manera se comportó muy indiferente, ya me he cansado de eso. Se acabó, la evitaré, incluso si debo cambiar de trabajo, comenzaré a buscar otro y también un departamento en la zona contraria a donde me encuentro ahora.

¿Acaso tendré que cambiar mi correo y mi celular también? De vez en cuando decide mandarme mensajes o correos. A veces lindos, otros reclamando, cada vez que hace esto mi tranquilidad se perturba, siento un ardor en el pecho y el estómago y me paso todo el día intranquilo, de mal humor, me pidió que nos viéramos, no creo resistir verla sin sentirme mal por eso.

No fue tan malo, me siento tranquilo, verla fue lindo y no pasó nada... Solo hablamos, apenas y la saludé de mano, creo que al fin comprendió que todo ha terminado.

Volvió a pasar… Encontró la manera de echar todo a perder, ya no resisto… Iré a verla en cuanto pueda y le pondré las cosas en claro. Juro por mi vida que no era mi intención, pero lo disfruté.

Fui a verla y mientras platicábamos en la cocina se descontroló, intentó atacarme y yo la empujé, le pedí que se calmara y que entendiera que me estaba haciendo pedazos el corazón…

Rasgando mi alma y acabando mi vida, que no podía seguir teniendo contacto con ella, que tenía que alejarse definitivamente y para siempre, se abalanzó sobre mí, sé que no es un pretexto real, yo era más fuerte que ella y pude haberla detenido sin mucha complicación, pero cuando me di cuenta había tomado un cuchillo que tenía a mi lado y estaba atravesando su vientre con él…

Mientras lo sacaba era como si todo mi dolor, mi angustia y mi resentimiento se quedaran dentro de su herida, no me pude detener, el cuchillo entró y salió de su cuerpo una cantidad de veces que no me atreví a contar, al terminar tenía auténticos agujeros por todo su cuerpo, la sangre chorreaba por todos lados y mis manos estaban pegajosas.

Ahora por fin terminó, ya no me atormenta, ya no me hace sentir mal, ella no existe más… Estoy saliendo con una chica que es hermosa y un encanto, planeo pedirle que se case conmigo la próxima semana… Solo que a veces es un poco manipuladora, encontraré una forma linda de enseñarle una lección y que eso no es bueno… ¡Ya sé! La presentaré con mi ex pareja, al fin y al cabo son unos cuantos pasos hacia al jardín.



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miércoles, 30 de octubre de 2019

Viernes

Mi nombre es Andrés, mi trabajo es atender llamadas de personas en peligro de suicidio. Trabajo que no debería existir, ya que el suicida de verdad lo hace y ya, se acabó o algo peor, sobrevives. Como sobreviviente de este mal, decidí castigarme haciendo este "trabajo", solo por escuchar historias de personas en busca de atención. No negaré que he escuchado historias que me han causado sensaciones raras y he conocido personas interesantes. Llegué a un tipo de trato con una de esas personas, conseguí un apartado postal al cual solo me envía cartas los viernes y con la firma "Viernes", quiero creer que ese es su nombre o tiene una obsesión con ese día. Sin más, aquí tienes la primera carta que recibí.

Jueves 27 de Junio.

Siempre he tenido facilidad con las mujeres. Nací en viernes y todo ser que nace en viernes, está destinado a tener suerte en el amor. En mi agenda está mínimo el nombre de una mujer por cada letra. Solo tengo un requisito para estar con una mujer... que sea una sola vez. Pero antes de que eso pase, tengo que contemplarlas, apreciar su belleza y estudiarlas. Me intereso en mi pareja, me importa que sea feliz y que yo sea feliz.

El día de nuestro primer y último encuentro siempre tiene que ser especial y en viernes. La atmósfera tiene que ser con luz tenue, con un aroma que incite lo que va a pasar y en el lugar adecuado. Siempre recuerdo la mirada de todas y cada una de ellas, el frío de su cuerpo y el incitante olor a descomposición que emana de sus cuerpos. Siempre en viernes, siempre en el sótano y casi por completo a oscuras.

Es amor, todas me miran con ojos de amor. Son felices y yo soy feliz. Un nuevo nombre va a estar en mi agenda mañana y cumplirá el mismo requisito, solo una vez y terminará igual, con todas las demás, en el fondo del sótano, aumentando el delicioso olor a descomposición. Soy de relaciones rápidas.

Viernes.


Empiezo a creer que Viernes no es un suicida.





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viernes, 25 de octubre de 2019

Te Quiero

Hola, me saludaste la semana pasada. No sé si me recuerdes, pero yo a ti sí, recuerdo haberte visto caminar hasta tu casa. Recuerdo cómo pasaste junto a mí en el salón de clases y también recuerdo que no volviste a hablarme, pero aún así yo esperaré.

Ha pasado el tiempo; aproximadamente más de un mes sin que me hables y no entiendo el por qué. La verdad creo que ya no quieres verme. Cada vez que trato de hablarte me ignoras y finges que no estoy.

Por eso y más te mereces lo que está pasando en este momento, porque no importa qué tan fuerte grites o cuánto pienses que esto no es más que una pesadilla. Esto es real y no hay escape: asústate, grita, implora si quieres, pero así como no me escuchaste... Ni Dios ni yo te escucharemos. Dejaré que él te lleve a tu fin; dejaré que te despedace lenta y dolorosamente mientras observo aquí, sentado en el fondo de la habitación.

Pero no creas que te hago esto porque te odio. Jamás podría odiarte con esa sonrisa tan perfecta, con esos ojos brillantes como dos estrellas y con esa voz tan melodiosa. Te hago esto porque te amo, te quiero y por eso deseo que estemos juntos para siempre ¡¿Qué mejor para asegurar la eternidad que la muerte?! Así que ahora despierta y ven conmigo. Quédate aquí hasta que te deje de querer y vaya con alguien más.



***
Hola, ¿me recuerdas?

Me saludaste hace poco en la calle...



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martes, 22 de octubre de 2019

Del Amor al Manicomio

Amelia se había divorciado hacía ya algunos meses. Lejos de buscar compañía, fue volviéndose cada vez más huraña y se dedicó enteramente al cuidado de sus hijos, Ludmila y el pequeño Valentín.

En el invierno del 94, el pueblo fue asolado por una extraña enfermedad respiratoria que atacaba principalmente a niños y ancianos. La mortandad fue terrible, se decía que todas las familias habían perdido a alguien, y la de Amelia no fue ajena al brote.

Ella procuró por todos los medios aislar a sus pequeños, pero una noche comenzó la tos de la pequeña Ludmila. Se empecinó en no pedir ayuda y comentó con los vecinos que, con infusiones y muchas mañas, los niños se habían recuperado

Pasó el tiempo, y, aunque el brote había acabado, Amelia se negaba a mostrar a sus niños, diciendo que en su casa estaba mejor, que en la calle podrían enfermar nuevamente. Los vecinos advirtieron pronto la paranoia en la joven madre, pero después de tremenda tragedia, no se podía culpar a nadie de ser demasiado cuidadoso.

El invierno dio paso a la primavera. Llegó el verano y los vecinitos se agolpaban ansiosos en la puerta esperando a que Ludmila saliera a jugar con ellos, pero Amelia los espantaba.

Llegó Marzo y comenzaron las clases, una par de semanas después, las maestras notaron la ausencia de Ludmila; la directora, preocupada, llamó a la casa.

- Hola, querida, ¿cómo estás? ¿Cómo está Ludmila?

-Gracias por preguntar, Ludmila está muy pero muy bien. Yo le estoy dando clases en casa. Usted sabe que soy maestra.

- Ya lo sé, querida, pero la nena está en una etapa en la que necesita estar cerca de otros niños. Me gustaría por lo menos verla un rato al menos, si es posible.

- Por supuesto que puede venir a verla.

Cuando cerró el colegio, la directora tomó por la antigua calle de tierra, golpeó la puerta y Amelia la atendió sonriente. Apenas abrió la puerta, sintió el fortísimo olor a jazmín impregnado en el ambiente.

Se saludaron y la mujer fue hasta el cuarto de Ludmila. A medida que se acercaba, el olor a flores se desvanecía, absorbido por un hedor fétido, putrefacto; tan fuerte era el hedor que debió taparse la nariz con un pañuelo. Abrió la puerta temblorosa, y la vio... Sentada en un rincón, su carne corrupta, consumida por los insectos, con los brazos cruzados y, sobre la mesita, una bandeja con galletas y una taza de chocolate humeante. Corrió despavorida y se topó con Amelia, que sostenía al pequeño Valentin. Con su pecho desnudo y flaco, amamantaba un montón de huesos y trapos.

- ¿Cómo la vio a Ludmila?

- Mejor de lo que esperaba, querida.

Contuvo el llanto hasta salir de la casa. Corrió hasta la comisaría para contar lo sucedido.

Amelia fue internada en el hospital psiquiátrico "El Sauce". Hasta el día de hoy, deambula por los pasillos del psiquiátrico, amamantando a un montón de trapos mugrientos y llamando Ludmila a toda joven que se le acerque.


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martes, 15 de octubre de 2019

Usuario 0

Anoche estaba navegando cerca de las 4 de la mañana, yo era, de seguro, el único usuario, sin mencionar que era de los pocos aún activo en el foro.

Accedí al chat, lógicamente estaba vacío. Pasé minutos esperando a ver si algo pasaba, pero no ocurrió nada. Ya dispuesto a irme a dormir, un chillido aterrador hizo parpadear la pantalla de mi ordenador. Acerqué el rostro a la pantalla, un screamer de una mujer muerta con la boca estirada hasta el entrecejo se proyectaba en mi pantalla. Caí paralizado de espaldas contra el suelo.

Me recuperé y puse en pie la silla, sentándome. La imagen ya no estaba, desvié mi atención a un usuario que me saludaba, parecía un chico simpático llamado "Demon head", charlamos largo rato.

La conversación fue tomando un rumbo más oscuro y me perturbé; pero me negaba a ir a dormir. El chico me pidió unas fotos, dudé un rato e hice notar mi ausencia, por lo que empezó a hacer preguntas como: "¿Estás?", "¿Te pasó algo?". Tenía las manos sobre el rostro, no quería huir de él, pero no estaba dispuesto a comprometerme con un sujeto que había conocido hace apenas una hora.

De pronto él me envió un mensaje: "¿Te muestro una imagen de mí?"

Suspiré, algo aliviado y respondí secamente: "Ok, anda." Realmente nunca quise ver esa toma. Demon head, el simpático extraño, vestía una túnica negra y llevaba una máscara de gacela esquelética, bajo el manto de sombras escondía sus brazos. Parecía un sujeto peligroso, no menos satánico.

Tontamente escribí: "Lindo cosplay". Pasó un largo rato sin que él respondiera. "¿Se habrá ido?", me pregunté. Me vi afectado por el sueño y me dispuse a apagar la computadora, intentando evitar a toda costa al usuario. De repente subió una nueva imagen y la abrí por curiosidad, grité. No sé si me emocioné o aterré, el sujeto de prendas sectarias estaba mirando a la cámara, apoyado en la puerta de mi casa, ¿cómo diablos llegó ahí?

"¿Oye? Es photoshop, ¿cierto?", pregunté iluso.

Subió otra imagen, esta vez no me moví. No sabía cómo reaccionar; él estaba dentro de mi casa, saludando con su guante de cuero negro a la cámara. Pasaron segundos y mandó otra foto: estaba agarrando la cabeza de mi madre, ella tenía la boca estirada hasta el entrecejo como la mujer del screamer, eso significa que ella era mi madre.

Finalmente, cuando el show estaba por terminar, subió un video: él se encontraba detrás mío, bajándose la capucha y retirando elegantemente su máscara a un lado, tenía el rostro desfigurado y horrible, relamiéndose con su larga y podrida lengua.

El vídeo duró 6 segundos, pero yo no tardé en sentir una fuerte respiración en mi nuca, él estaba detrás mío. Salté del asiento con la portátil en manos y corrí a mi clóset, entré y trabé la puerta con un bate de baseball, lo primero que agarré.

Puedo sentir su presencia pasearse por la habitación, sus manos están arañando las dos puertas del clóset. Me queda poca batería, no tengo opción, voy a salir a darle cara al destino.



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sábado, 5 de octubre de 2019

Le Puede Suceder a Cualquiera

Ocurrió en mi primer año de universidad. Estaba contentísima de poder ir a vivir lejos de mis padres finalmente. Estaba harta de que no me dejaran apenas salir de fiesta o tener novio. Eran demasiado controladores y no me dejaban tener mi propia vida, pero ahora que vivo sola en un apartamento cerca de mi universidad, todo eso cambió por completo. Empecé a salir de fiesta por lo menos tres noches cada semana, y por supuesto, volviendo a casa sobre las seis de la mañana muy borracha, y sobretodo, contenta de que nadie pudiera decirme nada.

Sin embargo hubo una noche que me arrepentiría de llevar unos cubatas de más. Estaba con unas amigas en una discoteca que no había estado antes. No recuerdo exactamente cuanto había bebido aquella noche, pero por lo menos llevaba medio litro de alcohol. Todo me tambaleaba y sin saber por qué me encontraba hablando con desconocidos.

Me puse a bailar y caí al suelo. En una situación normal sería vergonzoso, pero de fiesta es divertido. Intenté levantarme pero no pude. Entonces se acercó un completo desconocido y me ayudó a levantarme, luego me ofreció a salir juntos a tomar aire y acepté. No vi a ninguna de mis amigas por el camino, pero me daba igual donde estaban, yo sólo quería pasarlo bien. Estuve un rato conversando con aquel hombre tan amable que me ayudó previamente, y a pesar de que iba muy borracha, pudimos establecer una conversación interesante y divertida.

Noté que él no había bebido nada, aun así parecía disfrutar de la fiesta. Me contó sobre su vida: estudiaba física cuántica nuclear en la misma ciudad que yo; le gustaba ir en bicicleta y ver películas de comedia. Yo le conté todo lo que se me vino a la cabeza sobre mí. También le conté que vivía sola, hecho que pareció interesarle. En medio de la conversación él se giró y me miró directamente a los ojos. Me paralizó con su cálida mirada al darme cuenta de lo azules que eran sus ojos, tanto que resultaban hipnotizantes. Me miró y me preguntó si quería pasarlo bien. Se me pasaron muchas cosas por la cabeza, incluyendo eso que llevaba años queriendo hacer. Le dije que sí, aunque si no hubiese querido, no me podría haber negado igualmente ya que su mirada parecía muy confortante. Entonces le seguí hacia un callejón. No recuerdo nada más de esa noche.

Al día siguiente desperté. Me encontraba en un cuarto oscuro en ropa interior atada a una silla vieja de madera con una cuerda muy gruesa que impedía cualquier movimiento. Estaba muy asustada. Podía ver lo que había en la habitación alrededor mía. Parecía una sala de tortura ya que estaba llena de instrumentos de tortura, cuchillos, alicates, jeringuillas y tijeras entre otros objetos. Entonces él entró y encendió una luz tan potente que me cegó durante segundos. Él me miró con una sonrisa enorme y me preguntó: Oye, ¿Sabes cuanto dolor puede soportar una persona antes de morir?



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viernes, 4 de octubre de 2019

Primer día de escuela

Rosie batalló con el zipper de su mochila floreada y esperó a que el bus llegara para que la llevara a la escuela. Detrás de ella, mamá y papá estaban igual de nerviosos, pero no permitieron que les notara. Querían que el primer día de Rosie fuera una experiencia nueva y emocionante, no una llena de ansiedad. Podían simplemente llevarla ellos mismos, dado que no vivían muy lejos de la escuela, pero querían que su dulce hija hiciera amigos y conociera nuevas personas. Sin embargo, el bus amarillo y brillante se detuvo enfrente de su casa antes de que pudieran cambiar de parecer.

El vehículo estaba un tanto vacío, y eso solo se añadió a los nervios de la familia. Después de un gran abrazo y muchos besos de mamá y papá, Rosie entró al bus, escogiendo un asiento cerca de la parte frontal. El conductor regordete se despidió de mamá y papá sin hacer contacto visual, y la puerta chilló mientras se cerraba detrás de su pequeñita atesorada. Mamá se limpió una pequeña lágrima, y ella y su esposo observaron al bus desaparecer en la esquina calle abajo.

—¡Tendrá un día excelente! —consoló papá a mamá con un beso en la frente.

—Lo sé —concordó mamá sin emular la misma seguridad—. Me voy a duchar —terminó, dirigiéndose hacia adentro.

Cuando las pisadas de papá entraron a la casa, un claxon ruidoso lo espantó. Su estómago se vació en su garganta mientras se giraba para ver a un bus diferente, lleno de estudiantes felices, situándose al pie de su acera. La gran puerta se abrió.

—Buenos días, don Thomas —Y luego el conductor anciano del bus preguntó con una sonrisa agradable, como esa de un abuelo amoroso—: ¿Rosie está lista para su primer día?



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domingo, 8 de septiembre de 2019

X-Virus

Mi verdadero nombre es Cody, mi nacimiento fue no deseado y nunca conocí a mi padre porque mi madre era prostituta, pero temprano aprendí que ella no estaba muy interesada en mí.

Ella no estaba conmigo durante días, a veces semanas; así que me quedaba solo en casa. Por lo que me lo pasaba con mis vecinos, me han ayudado mucho.

Nunca he tenido demasiados amigos. Y eso es todo lo que diré de mí por ahora.

Pues bien, una vez vino una trabajadora social y me apartó de mi madre. Fui a un orfanato, lo que significaba que tenía que ir a otra escuela.

Primero me fue perfecto, pero entonces algo salió mal y los demás empezaron a intimidarme.

Por lo que pasó, yo no hablaba con nadie, tenía miedo de hacerlo. Me acostumbré al hecho de que yo no era normal y que no encajaba en ninguna parte. Me sentaba en una silla y me decía a mí mismo que soy diferente.

Después me dijeron que yo sería adoptado. Me sorprendió mucho, porque, ¿quién querría a un niño de 13 años de edad? Casi todo el mundo quiere a los niños pequeños.

Me llevaron a una casa muy grande y lujosa.¡Hermosa! Me dieron un recorrido guiado, después me mostraron mi habitación y todo era simplemente hermoso.

Después de unas semanas me enteré de que mi "padre" trabajaba en un laboratorio de estudio de bacterias. Y era un reto, empecé a aprender acerca de él e incluso a veces ayudaba a mi padre en su trabajo, en el que me explicó cómo funcionaba todo y que las bacterias son perjudiciales. Hice una nota en el diario, he realizado varios bocetos y cosas por el estilo, yo volvía a casa tarde por la noche.

Unos años más tarde, cuando yo tenía 17 años y sabía mucho acerca de las bacterias y cómo usarlas, las personas de la escuela empezaron a llamarme psicópata, pero no hice caso. Casi todos los días me iba con mi padre a su trabajo.

Me empezó a gustar hacer experimentos con ratas y otros animales. Por lo general, el experimento terminaba con la vida del animal, pero cuando morían hacían sonidos agudos, tales como la sofocación o como si tuviesen agallas para explotar. Fue simplemente increíble. Me preguntaba qué sonidos harían los humanos, pero cada vez que buscaba a alguien para preguntarle me respondían que no sabían o que yo estaba loco.

Bien, pero todavía no me había rendido.

Una vez, cuando estaba con mi padre en el trabajo y nadie estaba mirando, tomé una jeringa y la llené de las bacterias de los fangos. Entonces me fui a casa. Por la noche, cuando todos dormían, me vestí con chaqueta negra y jeans azules, luego fui al sótano.

Yo estaba interesado en un bate de béisbol y un frasco de clavos, así que tome el bate y algunos clavos. Clavé algunos en el palo y así cree un arma simple pero mortal. Más tarde saqué del armario una mascara de gas vieja y unas gafas con lentes azules. Luego fui a la ciudad, fui a una casa antigua, pasé a través de la ventana y maté con el bate a todos los que vivían en la casa. Pero a la última persona, le inyecté con la jeringa que tenía en la mano y esperé hasta que las bacterias se propagaran por todo su cuerpo. El hombre se quejó. Al cabo de un rato empezó a gemir en voz alta y se cayó al suelo. Estaba muerto y eso causó que yo soltará una risa. Me fui de la casa.

También tuve que matar a mis padres porque sabían lo que había hecho y querían llamar a la policía.

Fui al laboratorio de investigación donde mi padre trabajaba. Tomé una bolsa que estaba fuera del armario y empecé a agarrar jeringas, vías de bacterias y otras grasas. Cuando ya tenía todo fui a la ciudad, maté a unas pocas personas, y luego fui al bosque.

Necesitaba un refugio. Noté a un chico, tenía una sudadera gris con una capucha azul oscuro y llevaba consigo dos hachas. Llevaba gafas con lentes naranjas y un bozal en la boca. Tenía miedo de que me hubiese notado, así que empecé a volver y me escondí detrás de un árbol. Miró en mi dirección, yo estaba muy asustado, pero después de un tiempo salió detrás de un árbol y saltó detrás de una roca, donde se escondió. Después de un momento el chico dijo:

—Hey sal, te conozco, no tienes nada que ocultar —tentativamente me miró, no parecía como si quisiera atacarme así que salí.

Me puse de pie frente a él. Estaba aterrorizado cuando le pregunté:

—¿Quién eres?

Inmediatamente me dijo:

—Mi nombre es Toby.

Pensé por un momento y dije vacilante:

—Mi nombre es Cody, pero dime X-Virus.

Me esperaba lo que sucedería. Me miró y dijo:

—Bueno, X-Virus, ven conmigo.

Comenzó a caminar y yo lo seguí. Me llevó a su casa, donde estaba familiarizado con los demás. Desde entonces Toby llegó a ser como mi hermano, y gracias a él llegué a aprender técnicas sobre el asesinato.




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domingo, 18 de agosto de 2019

Te estoy Mirando

Lo había conocido en Facebook. Parecía un buen tipo, su foto de perfil no mostraba mucho, más allá de unos ojos azules cuya expresión no podía descifrar. Tampoco tenía demasiadas fotos en su perfil. Misterioso y evasivo, así era como Madison describía a Ted Perkins, joven de 21 años residente en Arizona. Lo único que esperaba era que no se tratara de un viejo gordo y pervertido que se hiciera pasar por un muchacho. Eso sería patético.

¿Cuándo vas a dejar que te vea?, le escribió en la pequeña ventana del chat que se despegó en la esquina inferior de su pantalla. Ted se tardó en responder. Como de costumbre.

¿Para qué quieres verme?

Solo curiosidad, hemos estado hablando durante más de tres meses, le respondió Madison, riendo para sus adentros.

Aunque existiera la posibilidad de que Ted fuera en realidad viejo y gordo, debía admitir que su charla siempre era interesante, la hacía reír y también sentir en confianza. Lo suficiente como para contarle cosas sobre su vida. Cosas como su horario de la escuela, el instituto al que asistía y como era su casa ubicada en un pequeño suburbio, donde nunca pasaba nada.

¿De verdad te gustaría verme?, le preguntó Ted.

Pues claro bobo, ¡si llevo pidiéndotelo desde hace semanas!, le contestó ella, rodando los ojos. Había que ver que el chico a veces le daba demasiadas vueltas al asunto.

¿No serás un viejo pervertido que trata de engañarme, no?, le insistió, en broma, mientras reía echada sobre el edredón rosa de su cama.

Pasaron cinco minutos sin que Ted respondiese. Madison se había dedicado a comentar las fotos de sus amigas, cuando el chat volvió a parpadear. Su amigo virtual había escrito tres simples palabras.

Te estoy mirando.

Sí, claro, replicó ella, tomándoselo a broma.

Es en serio. Puedo verte.

Vale, ¿qué llevo puesto?

Madison sonrió socarronamente y le dio a la foto de la borrachera que Tammy se había pegado la semana pasada. Si sus padres se enteraran, seguro la dejaban sin salir el resto de su vida. Volvió a mirar el chat y la respuesta de Ted la congeló.

Un top celeste y unos shorts con lunares verdes.

Por un instante, Madison se incorporó y miró hacia todas partes, nerviosa. Vale, siempre cabía la posibilidad de que Ted hubiera adivinado, aunque fue muy específico en los detalles de su prenda inferior.

¿Hackeaste mi cámara web?, escribió, enojada.

Te estoy mirando.

Esto no es gracioso.

Madison bufó. El muy idiota le había hackeado la computadora, era la única explicación. No volvería a confiar en él.

El sonido de un celular hizo eco en el dormitorio. Excepto que no era su teléfono... Madison lo tenía a un lado y ni siquiera estaba encendido. Un escalofrío le recorrió la columna cuando el ruido volvió a repetirse. Miró hacia su armario. Lentamente, se puso de pie y alargó la mano para abrir la puerta. Pero alguien más la abrió desde dentro.

Un tipo con una máscara de cabra la miró desde adentro.

—Sorpresa, Madison.



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