domingo, 6 de octubre de 2019

La Risa del Duende

Cada día más personas afirman la existencia de seres sobrenaturales, como es el caso de por ejemplo, los duendes. Tanto es así, que existen todo tipo de cuentos populares que llegaron a nuestros días y nos indican la existencia de los mismos.

Laura era una joven de apariencia valiente, que afirmaba no temer a nada. Vivía en un pequeño pueblo de Chile y cada día iba sola al colegio. De hecho, desde que tenía apenas 8 años de edad, regresaba a casa en la compañía de su hermano pequeño que tenía 7 años.

Un día, cuando Laura y Joaquín regresaban a casa desde el colegio, escucharon un ruido que no habían escuchado antes. Era una risa, que aunque tenía cierta similitud con la de cualquier animal salvaje, presentaba bastantes particularidades, porque sonaba como la voz de su padre, Luis.

Laura, que tenía un defecto y es que era bastante curiosa con todo tipo de circunstancias, decidió dejar a su hermano en una esquina y acercarse al final de una calle para comprobar si era su padre que los había seguido para gastarles una broma. Sin embargo, algo agarró fuertemente a Laura y se la llevó, ante la mirada atónita de su hermano Joaquín, que se quedó completamente petrificado.

Después de aquel suceso, Joaquín volvió a casa pero tenía tantísimo miedo de aquello que había visto al final de la calle, que apenas podía explicar lo sucedido a sus padres. Con el paso de las horas, finalmente pudo explicar lo que vio con sus propios ojos a sus progenitores y se organizó una búsqueda para traer de nuevo a la joven a su hogar, entre los vecinos de la población.

Días de búsqueda después, se pudo recuperar la mochila de la joven Laura y un charco de color rojizo, fue visto cerca del lugar, pero nunca más se volvió a saber de Laura.

Hoy día, los niños ya no van solos al colegio, sino que son sus padres los que los acompañan o bien llevan en sus vehículos, ante la posibilidad de algo malévolo en las calles de la población. Sin embargo, a pesar de haber tomado infinidad de medidas para preservar a los pequeños del futuro desconocido que le sucedió a Laura, cada año con la llegada de la Navidad desaparecen 7 niños y se piensa que se trata de un duende que los captura para que trabajen en su mina.

Si escuchas una risa que te suena familiar, por favor, no te acerques y simplemente corre con todas tus fuerzas.



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sábado, 5 de octubre de 2019

Le Puede Suceder a Cualquiera

Ocurrió en mi primer año de universidad. Estaba contentísima de poder ir a vivir lejos de mis padres finalmente. Estaba harta de que no me dejaran apenas salir de fiesta o tener novio. Eran demasiado controladores y no me dejaban tener mi propia vida, pero ahora que vivo sola en un apartamento cerca de mi universidad, todo eso cambió por completo. Empecé a salir de fiesta por lo menos tres noches cada semana, y por supuesto, volviendo a casa sobre las seis de la mañana muy borracha, y sobretodo, contenta de que nadie pudiera decirme nada.

Sin embargo hubo una noche que me arrepentiría de llevar unos cubatas de más. Estaba con unas amigas en una discoteca que no había estado antes. No recuerdo exactamente cuanto había bebido aquella noche, pero por lo menos llevaba medio litro de alcohol. Todo me tambaleaba y sin saber por qué me encontraba hablando con desconocidos.

Me puse a bailar y caí al suelo. En una situación normal sería vergonzoso, pero de fiesta es divertido. Intenté levantarme pero no pude. Entonces se acercó un completo desconocido y me ayudó a levantarme, luego me ofreció a salir juntos a tomar aire y acepté. No vi a ninguna de mis amigas por el camino, pero me daba igual donde estaban, yo sólo quería pasarlo bien. Estuve un rato conversando con aquel hombre tan amable que me ayudó previamente, y a pesar de que iba muy borracha, pudimos establecer una conversación interesante y divertida.

Noté que él no había bebido nada, aun así parecía disfrutar de la fiesta. Me contó sobre su vida: estudiaba física cuántica nuclear en la misma ciudad que yo; le gustaba ir en bicicleta y ver películas de comedia. Yo le conté todo lo que se me vino a la cabeza sobre mí. También le conté que vivía sola, hecho que pareció interesarle. En medio de la conversación él se giró y me miró directamente a los ojos. Me paralizó con su cálida mirada al darme cuenta de lo azules que eran sus ojos, tanto que resultaban hipnotizantes. Me miró y me preguntó si quería pasarlo bien. Se me pasaron muchas cosas por la cabeza, incluyendo eso que llevaba años queriendo hacer. Le dije que sí, aunque si no hubiese querido, no me podría haber negado igualmente ya que su mirada parecía muy confortante. Entonces le seguí hacia un callejón. No recuerdo nada más de esa noche.

Al día siguiente desperté. Me encontraba en un cuarto oscuro en ropa interior atada a una silla vieja de madera con una cuerda muy gruesa que impedía cualquier movimiento. Estaba muy asustada. Podía ver lo que había en la habitación alrededor mía. Parecía una sala de tortura ya que estaba llena de instrumentos de tortura, cuchillos, alicates, jeringuillas y tijeras entre otros objetos. Entonces él entró y encendió una luz tan potente que me cegó durante segundos. Él me miró con una sonrisa enorme y me preguntó: Oye, ¿Sabes cuanto dolor puede soportar una persona antes de morir?



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viernes, 4 de octubre de 2019

Primer día de escuela

Rosie batalló con el zipper de su mochila floreada y esperó a que el bus llegara para que la llevara a la escuela. Detrás de ella, mamá y papá estaban igual de nerviosos, pero no permitieron que les notara. Querían que el primer día de Rosie fuera una experiencia nueva y emocionante, no una llena de ansiedad. Podían simplemente llevarla ellos mismos, dado que no vivían muy lejos de la escuela, pero querían que su dulce hija hiciera amigos y conociera nuevas personas. Sin embargo, el bus amarillo y brillante se detuvo enfrente de su casa antes de que pudieran cambiar de parecer.

El vehículo estaba un tanto vacío, y eso solo se añadió a los nervios de la familia. Después de un gran abrazo y muchos besos de mamá y papá, Rosie entró al bus, escogiendo un asiento cerca de la parte frontal. El conductor regordete se despidió de mamá y papá sin hacer contacto visual, y la puerta chilló mientras se cerraba detrás de su pequeñita atesorada. Mamá se limpió una pequeña lágrima, y ella y su esposo observaron al bus desaparecer en la esquina calle abajo.

—¡Tendrá un día excelente! —consoló papá a mamá con un beso en la frente.

—Lo sé —concordó mamá sin emular la misma seguridad—. Me voy a duchar —terminó, dirigiéndose hacia adentro.

Cuando las pisadas de papá entraron a la casa, un claxon ruidoso lo espantó. Su estómago se vació en su garganta mientras se giraba para ver a un bus diferente, lleno de estudiantes felices, situándose al pie de su acera. La gran puerta se abrió.

—Buenos días, don Thomas —Y luego el conductor anciano del bus preguntó con una sonrisa agradable, como esa de un abuelo amoroso—: ¿Rosie está lista para su primer día?



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Sé que estas despierto

Corrían los años 80 y el que después se convirtió en un paciente mental, que necesitó muchos años para recuperarse de ese incidente, una noche simplemente se despertó porque escuchó ruidos; tenía ocho años, era hijo único, y por supuesto, su terror no fue poco cuando escuchó sonidos raros en la habitación de su papá y su mamá.

Había un intruso en casa, ya que la bulla proveniente de aquel cuarto no era nada a lo que estuviera acostumbrado a oír, ya sea de un progenitor u otro. El niño en su cama, arropado hasta el cuello aún despierto, supuso que sus padres resolverían el problema del extraño. Él continuó callado, pero el ruido aún venía del cuarto y los golpes se hacían más fuertes.

El pequeño sentía mucho miedo y culpa por no poder hacer nada. Escuchó cómo habría la puerta de la recámara de sus padres. Oyó que alguien pesado, arrastrando algo, pasó por el pasillo, regresó y arrastró algo de nuevo. Cada vez se escuchaba más intimidante y más cerca de su habitación.

Tenía más miedo del que podía soportar. Notó que el sujeto había arrastrado dos cosas pesadas a la puerta de su cuarto. Tenía ganas de llorar. Aguantaba la respiración. Sabía que algo malo le pasaría a su familia, pero no quería que lo escucharan. Se hizo el dormido. Cerró los ojos y se quedó callado. 

La puerta se abría. El niño no abría los ojos para nada. La luz de la luna alumbraba el cuarto. Las manos le temblaban, los pies le temblaban; quería llorar; pero aguantaba, se hizo el dormido.

El extraño arrastró el cuerpo del papá y la mamá al cuarto del infante, salió un momento y volvió con dos sillas, puso una cerca de la cara del niño y otra más lejos. El pequeño seguía fingiendo dormir. Él sentó a los cadáveres en las sillas, tomó un cuchillo y abrió una herida en el cuerpo del padre y después inició a tocar la pared largamente, se escuchaba un sonido que recorría la pared de lado a lado.

El niño lloró y lloró, el sujeto se había ido. La policía llegó en la mañana y todo era un caos. El infante había conseguido levantarse de la cama. Evitó ver el cuerpo de sus padres. La luz del sol entró por la ventana y el horror invadió el joven corazón del pequeño cuando, al ver lo que ahí había, leyó en la pared, escrito con sangre: "Sé que estás despierto"...




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jueves, 3 de octubre de 2019

El Ser Bajo la Luz de la Luna

Título Original: The Thing in the Moonlight.
Autor: H.P. Lovecraft.
Nacionalidad: EEUU.
Colaboración: J. Chapman Miske.
Año de publicación: 1927.

El Ser Bajo la Luz de la Luna

Morgan no es hombre letrado; de hecho, su inglés carece del más mínimo atisbo de coherencia. Por eso me tienen fascinado las palabras que escribió, aunque otros las han encontrado ridículas.

Estaba sólo aquella noche, cuando ocurrió. Súbitamente lo asaltaron unos deseos incontenibles de escribir, y tomando la pluma redactó lo siguiente:

Mi nombre es Howard Phillips. Vivo en la Calle College, 66, Providence, Rhode Island. El 24 de noviembre de 1927 (no sé siquiera en qué año estamos) me dormí y tuve un sueño. Desde entonces me ha sido imposible despertar.

Mi sueño comienza en un páramo húmedo, pantanoso y cubierto de cañas, bajo un cielo gris y otoñal, con un abrupto acantilado de roca cubierta de musgo. Estimulado por una vaga curiosidad, subí por una grieta o hendidura de dicho precipicio, contemplando entonces que a uno y otro lado de las paredes se abrían las negras bocas de numerosas madrigueras que se adentraban en las profundidades de la roca.

En varios sitios, el paso estaba cerrado por la estrechez de la bóveda superior de la fisura; en dichos lugares, la oscuridad era notable, y no se distinguían las madrigueras que pudiesen haber allí. En uno de aquellos tramos umbrosos me asaltó un miedo atenazante, como si una emanación incorpórea y sutil de los abismos tomara posesión de mi espíritu; pero la negrura era demasiado densa para descubrir la fuente de mi alarma.

Por último, salí a una meseta cubierta de roca húmeda, alumbrada por una débil luna que había sustituído al moribundo astro del día. Miré en torno y no vi a ningún ser viviente; sin embargo, percibí una agitación extraña por debajo, allí entre los suspirantes juncos de la ciénaga pestilente que hacía poco había abandonado.

Después de avanzar unos metros, me topé con unas vías herrumbrosas de tranvía, y con postes carcomidos que aún sostenían el cable fláccido y combado del trole. Siguiendo por estas vías, llegué rápidamente a un coche amarillo que ostentaba el número 1852, con fuelle de acoplamiento, del tipo de doble vagón, en boga entre 1900 y 1910. Estaba vacío, aunque evidentemente a punto de arrancar; tenía el trole pegado al cable y el freno de aire resoplaba de cuando en cuando bajo el piso del vagón. Me subí a él, y miré inútilmente a mi alrededor intentando de descubrir un interruptor de la luz... entonces noté la ausencia de la palanca de mando, lo que indicaba que no estaba el conductor. Me senté en uno de los asientos transversales. A continuación oí crujir la hierba escasa a la izquierda, y vi las siluetas oscuras de dos hombres que se recortaban a la luz de la luna. Llevaban las gorras reglamentarias de la compañía, y comprendí que eran el cobrador y el conductor. Entonces, uno de ellos olfateó el aire aspirando con fuerza, y levantó el rostro para aullar a la luna. El otro se echó a cuatro patas dispuesto a correr hacia el coche.

Me incorporé de un salto, salí frenéticamente del coche y corrí leguas y leguas por la meseta, hasta que el agotamiento me forzó a detenerme... Huí, no porque el cobrador se echara a cuatro patas, sino porque el rostro del conductor era un mero cono blanco que se estrechaba formando un tentáculo rojo como la sangre.

Percibí de que había sido sólo un sueño; sin embargo, no por ello me tranquilicé.

Desde esa noche espantosa lo único que deseo es despertar..., ¡pero aún no he podido!

¡Al contrario, se me ha revelado que soy un habitante de este terrible mundo onírico! Aquella primera noche dejó paso al alba, y vagué sin rumbo por las solitarias tierras pantanosas. Cuando llegó la noche aún seguía vagando, esperando despertar. Pero de repente aparté la maleza y vi ante mí el viejo tranvía... ¡A su lado había un ser de rostro cónico que alzaba la cabeza y aullaba extrañamente a la luz de la luna!

Todos los días sucede lo mismo. La noche me atrapa siempre en ese lugar de horror. He intentado no moverme cuando sale la luna, pero debo caminar en mis sueños, porque despierto con el ser aterrador aullando ante mí a la pálida luna; entonces doy media vuelta, y echo a correr desenfrenadamente.

¡Dios mío! ¿Cuándo despertaré?

Eso es lo que Morgan escribió. Quisiera ir al 66 de la Calle College de Providence; pero tengo miedo de lo que pueda encontrar allí.



H.P.Lovecraft.
J.Chapman Miske.

Polaris - H.P. Lovecraft

Título Original: Polaris
Autor: H. P. Lovecraft
Nacionalidad: EEUU
Año de publicación: 1920



Polaris

El resplandor de la Estrella Polar penetra por la ventana norte de mi cámara. Allí brilla durante todas las horas espantosas de negrura. Y durante el otoño, cuando los vientos del norte gimen y maldicen, y los árboles del pantano, con las hojas rojizas, susurran cosas en las primeras horas de la madrugada bajo la luna menguante y cornuda, me siento junto a la ventana y contemplo esa estrella. En lo alto tiembla reluciente Casiopea, hora tras hora, mientras la Osa Mayor se eleva pesadamente por detrás de esos árboles empapados de vapor que el viento de la noche balancea.

Antes de romper el día, Arcturus parpadea rojozo por encima del cementerio de la loma, y la Cabellera de Berenice resplandece espectral allá, en el oriente misterioso; pero la Estrella Polar sigue mirando con recelo, fija en el mismo punto de la negra bóveda, parpadeando espantosamente como un ojo insensato y vigilante que pugna por transmitir algún extraño mensaje, aunque no recuerda nada, salvo que un día tuvo un mensaje que transmitir. Sin embargo, cuando el cielo se nubla, consigo conciliar el sueño.

Nunca olvidaré la noche de la gran aurora, cuando jugaban sobre el pantano los horribles centelleos de la luz demoníaca. Después de los destellos llegaron las nubes, y luego el sueño.

Y bajo una luna menguante y cornuda, vi la ciudad por primera vez. Se asentaba, callada y soñolienta, sobre una meseta que se alzaba en una depresión entre picos extraños. Sus murallas eran de horrible mármol, al igual que sus torres, columnas, cúpulas y pavimentos. En las calles había columnas de mármol en cuya parte superior se alzaban esculpidas imágenes de hombres graves y barbados. El aire era cálido y manso. Y en lo alto, apenas a diez grados del cénit, brillaba vigilante esa Estrella Polar.

Mucho tiempo estuve contemplando la ciudad sin que llegara el día. Cuando el rojo Aldebarán, que parpadea a baja altura sin ponerse, llevaba ya hecho un cuarto de su camino por el horizonte, vi luz y movimiento en las casas y las calles. Formas extrañamente vestidas, a un tiempo nobles y familiares, deambulaban bajo la luna menguante y cornuda; los hombres hablaban sabiamente en una lengua que yo entendía, si bien era distinta de la que conocía.

Y cuando el rojo Aldebarán hubo recorrido más de la mitad de su trayecto, volvió el silencio y la oscuridad.

Al despertar ya no fui el de antes. Había quedado grabada en mi memoria la visión de la ciudad, y en mi alma había despertado un recuerdo brumoso, de cuya naturaleza no estaba entonces seguro. Después, en las noches de cielo nublado en que podía dormir, vi con frecuencia la ciudad; unas veces bajo los rayos cálidos y dorados de un sol que nunca se ponía y giraba alrededor del horizonte. Y en las noches claras, la Estrella Polar miraba de soslayo como no lo había hecho nunca.

Gradualmente, empecé a preguntarme cuál podía ser mi sitio en aquella ciudad de la extraña meseta entre extraños picos. Contento al principio de contemplar el paisaje como una presencia incorpórea que todo lo observaba, deseé luego definir mi relación con ella, y hablar con los hombres graves que a diario discutían en las plazas. Me dije a mí mismo:

—Esto no es un sueño; pues, ¿por qué medio puedo probar que es más real esa otra vida de las casas de piedra y ladrillo, al sur del siniestro pantano y del cementerio de la loma, donde cada noche la Estrella Polar atisba furtiva por mi ventana?

Una noche, mientras escuchaba el discurso en la gran plaza de numerosas estatuas, experimenté un cambio, y noté que al fin tenía forma corporal. Pero no era un extraño en las calles de Olathoe, la ciudad de la meseta de Sarkia, situada entre los picos Noton y Kadiphonek. Era mi amigo Alos quien hablaba, y su discurso era grato a mi alma, ya que era el discurso del hombre sincero y del patriota.

Esa noche tuve noticia de la caída de Daikos y del avance de los inutos, demonios achaparrados, amarillos y horribles que cinco años antes habían surgido del desconocido occidente para asolar los confines de nuestro reino y sitiar muchas de nuestras ciudades. Una vez tomadas las plazas fortificadas al pie de las montañas, su camino quedaba ahora expedito hacia la meseta, a menos que cada ciudadano resistiese con la fuerza de diez hombres. Pues las rechonchas criaturas eran poderosas en las artes de la guerra, y no conocían aquellos escrúpulos de honor que impedían a nuestros hombres altos y de ojos grises, habitantes de Lomar, emprender una conquista despiadada.

Mi amigo Alos mandaba todas las fuerzas de la meseta, y en él se cifraba la última esperanza de nuestro país. En este momento hablaba de los peligros que había que afrontar y exhortaba a los hombres de Olathoe, los más bravos de los lomarianos, a perpetuar la tradición de sus antepasados, quienes al verse obligados a abandonar Zobna y desplazarse hacia el sur ante el avance de los hielos (incluso nuestros descendientes tendrán que dejar un día las tierras de Lomar), barrieron gallarda y victoriosamente a los gnophkehs, caníbales velludos y de largos brazos que se oponían a su paso.

Alos me había rechazado como guerrero, ya que era débil y propenso a extraños desmayos cuando me sometía a la fatiga y al esfuerzo. Pero mis ojos eran los más agudos de la ciudad, a pesar de las largas horas que yo dedicaba cada día al estudio de los manuscritos Pnakóticos y del saber de los Padres Zbanarianos; de modo que mi amigo, no queriendo condenarme a la inacción, me concedió el penúltimo deber en importancia: me envió a la atalaya de Thapnen para hacer allá de ojos de nuestro ejército. En caso de que los inutos intentasen conquistar la ciudadela por el estrecho paso que hay detrás del pico de Noth, y sorprender por allí a la guarnición, yo debía encender la señal de fuego que advertía a los soldados que aguardaban, y salvar la ciudad de su inmediata destrucción.

Subí solo a la torre, ya que los hombres fuertes eran todos necesarios abajo en los desfiladeros. Tenía el cerebro dolorosamente embotado por la excitación y el cansancio, ya que no había dormido desde hacía muchos días; pero mi resolución era firme, pues amaba mi tierra natal de Lomar, y la marmórea ciudad de Olathoe, situada entre los picos Noton y Kadiphonek.

Pero cuando estaba en la cámara más alta de la torre, percibí la luna roja, siniestra, menguante, cornuda, temblando entre los vapores que flotaban sobre el lejano valle de Banof. Y a través de su abertura del techo brilló la pálida Estrella Polar, parpadeando como si estuviera viva, y mirando furtiva como un demonio de tentación. Creo que su espíritu me susurró consejos malvados, sumiéndome en traidora somnolencia con una rítmica y condenable promesa que repetía una y otra vez:

—Duerme, vigía, hasta que las esferas giren veintiséis mil años Y yo regrese al lugar donde ahora ardo. Después, otros astros surgirán En el eje de los cielos astros que sosieguen, astros que bendigan Sólo cuando mi órbita concluya turbará el pasado tu puerta.

En vano traté de vencer mi somnolencia, intentando relacionar estas extrañas palabras con alguno de los saberes celestes que yo había aprendido en los manuscritos Pnakóticos. Mi cabeza, pesada y vacilante, se dobló sobre mi pecho; y cuando volví a mirar, fue en un sueño, y la Estrella Polar sonreía burlonamente a través de una ventana, por encima de los horribles y agitados árboles de un pantano soñado.

Y aún continúo soñando.

En mi vergüenza y desesperación, grito a veces frenéticamente, suplicando a las criaturas soñadas de mi alrededor que me despierten, no vaya a ser que los inutos suban furtivamente por detrás del pico de Noton y tomen la ciudadela por sorpresa; pero estas criaturas son demonios: se ríen de mí y me dicen que no sueño.

Se burlan mientras duermo; entretanto, puede que los enemigos achaparrados y amarillos se estén acercando a nosotros con sigilo. He faltado a mi deber y he traicionado a la marmórea ciudad de Olathoe. He sido desleal a Alos, mi amigo y capitán. Sin embargo, estas sombras de mis sueños se burlan de mí. Dicen que no existe ninguna tierra de Lomar, salvo en mis nocturnos desvaríos; que en esas regiones donde la Estrella Polar brilla en lo alto, y donde el rojo Aldebarán se arrastra lentamente por el horizonte, no ha habido otra cosa que hielo y nieve durante milenios, ni otros hombres que esas criaturas rechonchas y amarillas, marchitas por el frío, que se llaman esquimales.

Y mientras escribo en mi culpable agonía, frenético por salvar a la ciudad cuyo peligro aumenta a cada instante, y lucho en vano por liberarme de esta pesadilla en la que parece que estoy en una casa de piedra y de ladrillos, al sur de un siniestro pantano y un cementerio en lo alto de una loma, la Estrella Polar, perversa y monstruosa, mora desde la negra bóveda y parpadea horriblemente como un ojo insensato que pugna por transmitir algún mensaje; aunque no recuerda nada, salvo que un día tuvo un mensaje que transmitir.





Howard Phillip Lovecrat

#472 El Holder del Último Sueño

Regresa a donde sea que vivas o mejor dicho, el lugar al cual llamas hogar. Cierra todas las persianas, puertas y apaga todas las luces, televisores y básicamente cualquier cosa que pueda distraerte. Ve a tu dormitorio, acuéstate y sumérgete. Este será un sueño normal, predecible y relajante pero cuando te despiertes no te levantes, debes quedarte acostado una vez más hasta que te vuelvas a dormir. Como acabas de despertar puede tomar un largo tiempo pero debes continuar.

Repite este ciclo, cada vez te tomará más tiempo conseguir dormirte, pero como tu cuerpo no estará acostumbrado a la situación comenzarás a tener sueños entre cortados, granulados y perturbadores los cuales se desvanecerán dentro y fuera de tu cabeza, mientras entran y salen distorsionándose y retorciéndose pareciendote casi ajenos. Será como una vieja cinta de VHS que intenta sintonizarse , con errores y líneas volando sobre una imagen que simplemente no puede seguir.

Pronto la estática consumirá todo y sentirás que ya no observas este mundo... Te convertirás en parte de él. Será una ubicación simple, una escuela, el patio de un colegio o algo similar. Entrarás desenfocandote como si realmente se estuviera sintonizando con tu mente. Explora este mundo, tócalo, huélelo, escúchalo. Nada parecerá correcto, sin embargo tampoco parece incorrecto en la superficie. De todos modos tendrás una sensación de frío y hundimiento en el estómago.

Eventualmente serás golpeado en el hombro, te conviene evitar voltearte ya que una mano se extenderá a tu lado y en ella habrá dos pequeños tubos de vidrio. Uno estará lleno de arena roja y el otro de arena azul. Estas serán las únicas cosas verdaderamente claras en este mundo. Toma ambos tubos y agradece en silencio a la figura. La habitación se oscurecerá y aparecerás despierto en tu cama.

Levántate de tu cama, camina hacia la puerta más cercana y ábrela, en lugar de lo que debería ser tu armario, sala de estar o baño, verás lo que parece un avión nuevo. Se sentirá como si estuviera flotando en el espacio con estrellas, planetas, nebulosas y otros objetos celestes que te rodean. Disfrútalo todo porque realmente será una hermosa vista. A medida que miras cada uno se atenuará lentamente, esto puede tomar horas, pero pronto el cielo se volverá negro, a excepción de un par de tenues estrellas brillando a la distancia.

"¿Qué me has traído?... Una voz en auge llamará, con las estrellas restantes iluminando al ritmo de sus palabras. El Gran volumen sacudirá el cielo dispersando las estrellas como si los muros de la existencia se derrumbaran.

Extiende tu mano y ábrela, adentro estarán tus tubos de arena, ambos parecerán flotar sobre tu palma. Debes elegir cual abrir, extiende la arena en todo el lugar... el polvo se irá volando en patrones, brillando ya que cubre los extremos del universo. Toma el otro frasco y ponlo en tu bolsillo. Todo se iluminará nuevamente, sonreirá y se inclinará agradeciendo a la voz por su ayuda. Camina hacia la puerta y vuelve a entrar en tu habitación.

Toma el tubo que no entregaste y vértelo encima de tu cama, entra y duerme a la deriva.

Ahora... si mantuviste el tubo rojo, soñarás con algunas de las pesadillas más brutales e inquietantes que jamás hayas experimentado; el tiempo fluirá como de costumbre y cualquier dolor o tristeza que experimentes será tan real como estar despierto. Solo mantente vivo a toda costa, porque si mueres en tu sueño nunca despertarás.
El tubo azul es todo lo contrario, tendrás un sueño increíble y bailarás para siempre con amigos, todo lo que desees o puedas haber deseado será tuyo, jamás volverás a experimentar tanta dicha.

Ahora parece que no hay razón para no tomar el tubo azul, pero debes tener en cuenta que de lo que sea que elijas el resto de la humanidad recibirá lo que regalaste y lo experimentarán durante todo el largo año que se aproxima. ¿Quieres recompensar al planeta o torturarlos? ¿Es un regalo o un castigo? ¿ Experimentarias alguna culpa al caminar por las calles deprimidas y lúgubres mientras la noche comienza a caer?. Esta es tu elección y solo tuya. Recuerda, una noche de felicidad contra mucho dolor para la humanidad.

Cuando despiertes de este sueño levantate y dobla la sábana sobre la que derramaste arena. Siempre que te cubras con esta sábana a partir de ahora permanecerás despierto y no fatigado. Al usarlo, tu cuerpo podría doler y tu espíritu sufrir, pero tus ojos no se cansarán.



Esta capa es el objeto 472 de 538. Con ella nunca volverás a soñar, porque has estado en la cima de lo sublime.